CURTOCIRCUITO 2019: «EXPLORA»
La imagen de fondo
Concluído el 16º Festival Internacional de Cine Curtocircuito, tenemos la oportunidad de hacer un repaso a lo que nos ha deparado este año la Sección Explora. Sección que, como en anteriores ediciones, focaliza su mirada en el cine experimental, tratando de exponer un marco referencial sobre el panorama actual de dicha tendencia artística. En la selección de este año hemos podido ver varios nombres conocidos de pasadas ediciones, como Deborah Stratman o Manuel Knapp, así como algunas caras nuevas aportando sus propias visiones. El conjunto ha resultado ser lo suficiente variado a nivel temático y técnico como para conformar una experiencia estimulante.
Un rasgo característico en la selección de este año es la preeminencia de la palabra hablada sobre la imagen en pantalla. Es por esto que un buen número de los cortos presentados, independientemente de su género o formato, basan su mensaje en una locución en off adherida a la imagen. En este sentido se muestra Sabiduría popular (Lore, Sky Hopinka, EEUU, 2019), donde la voz en off nos habla, de forma calmada y afable, mientras unas manos muestran sobre un retroproyector imágenes variadas de paisajes y amistades producto del recuerdo, entremezclándolas entre sí. Esta búsqueda de una experiencia nostálgica tiene una clara inspiración en Hollis Frampton y su Nostalgia (Reino Unido, 1971). Sky Hopinka, sin embargo, apuesta por un tono un tanto más naif en el tratamiento de la memoria valiéndose de la música, una cover de «Heart-O-Matic Love» de Bo Diddley interpretada por él mismo, y añadiendo fragmentos de su performance al ralentí para finalizar la obra. Esto se contrapone con el carácter más trágico de la memoria consumida por el fuego en la obra de Frampton, y conforma el resultado final como una suerte de remake azucarado.
Una relectura más interesante de sus referencias es la que hace Deborah Stratman en Veren (for Barbara) (EEUU, 2018), quien recoge fragmentos de la obra de Barbara Hammer y Maya Deren para sustentar su propio discurso. Imágenes cotidianas captadas por Hammer en Guatemala en los 70 interaccionan con las reflexiones escritas por Deren sobre sus inquietudes y fracasos como artista. Las interacciones entre estas relevantes figuras de la cinematografía feminista cobran nuevos significados de la mano de una nueva generación de mujeres comprometidas como Stratman, que saca a relucir ciertas dinámicas antropológicas incrustadas en nuestras sociedades a nivel estructural, finalizando con una invocación feminista espiritual.
En este sentir espiritual y manteniendo la reflexión feminista como fin, Gulyabani (Gürkan Keltek, Turquía, 2018) nos cuenta la historia de Fethiye Sessiz. Ella misma hace las veces de narradora relatando varios episodios de su vida, empezando por el día en que se revelaron las habilidades extrasensoriales que la definieron en su contexto rural como clarividente, hallando similitudes temáticas con el reciente largometraje chino The Widowed Witch (Cai Chengjie, China, 2018). En ambos casos la obtención por parte de la mujer de una posición, a priori, de privilegio en su comunidad, no supone un empoderamiento real. Su condición de “bruja” las continúa definiendo en la medida de las estructuras marcadas por los miembros varones, quedando expuestas a la misma sucesión de abusos y miseria.
La Mención Especial de la sección Explora, La bala de Sandoval (Jean-Jacques Martinod, Ecuador, 2019), también fija su mirada en una vida humana, la del tal Sandoval, a quien conoceremos por boca de su hermano por boca de su hermano. El episodio que se nos expone gira en torno al balazo recibido por el primero durante una reyerta, su aparatosa carrera al hospital, y el enquistamiento permanente de la bala a pocos centímetros de la arteria aorta. El relato se presenta crudo, sin endulzar, y con naturalidad, como quien cuenta una anécdota vulgar, mientras nos sumergimos en una pantalla en negro que ocasionalmente da paso a fragmentos de la ruralidad ecuatoriana. Una expresión de las violencias en latinoamérica y su fuerte arraigo cultural.
En Gulyabani priman las imágenes de la naturaleza (la profundidad del bosque, el permanente discurrir del río) y cualquier acercamiento a lo urbano resulta confuso e inquietante. En cambio, Mensch Machine o uniendo las piezas (Mensch Machine or Putting Parts Together, Adina Camhy, Austria, 2019) hace su acercamiento feminista a través de la tecnología, valiéndose, una vez más, de una narración en primera persona que nos relata su experiencia personal. En lugar del sintetizador que quiere, nuestra narradora recibe un robot de cocina. Este es el punto de partida para las meditaciones de una mujer respecto a los estereotipos de género concentrados en estas piezas tecnológicas, inspeccionándolas detalladamente y estableciendo conexiones entre ellas, valiéndole este ejercicio el Premio del Jurado Joven.
Con un contenido político más explícito se presenta Muros no tan Muros (Walled Unwalled, Lawrence Abu Hamdan, Alemania, 2018). El título ya da una pista. Visualmente el cortometraje se presenta a modo de tríptico, con la cámara fija en un espacio central desde el que capta tres espacios diferentes de un estudio de grabación a través de sendos cristales. En cada uno de estos espacios un hombre en pie se limita a leer su ensayo, el cual parte de los muones, partículas capaces de atravesarlo todo, como ejemplificación de la inutilidad de levantar barreras físicas entre los Estados. A nadie se le escapa a qué muros se refiere ni qué tipo de nostálgicos ideológicos sustentan tales proyectos. De esa línea parte Pasado Perfecto (Past Perfect, Jorge Jácome, Portugal, 2019), cuya ironía mordaz nos asalta desde el propio título. A través de imágenes cromáticamente distorsionadas, en ocasiones confusas pero siempre jugando con las expectativas del espectador, la voz en off trata de retrotraerse poco a poco hacia atrás en el tiempo, manteniendo el mantra de que antes todo era mejor. Tras infructuosa búsqueda de ese pasado que fue mejor, esa edad dorada, la única conclusión posible es la de que tal época no existió, y que su invocación melancólica no es más que un ejercicio infantil de autorreafirmación.
Cerrando este bloque con tanta presencia verbal pasamos a Esta acción miente (This Action Lies, EEUU, 2018) dirigida por James N. Kienitz Wilkins. Este director ya participó en la edición anterior de Explora con Mediums (EEUU, 2017), cuyo título hacía referencia al explícito abuso de planos medios. En este nuevo trabajo, sin embargo, veremos en pantalla el mismo primer plano ligeramente picado de un vaso de café sobre un pequeño podio, el cual de tanto en tanto rotará en torno al vaso con otros dos planos de similar perspectiva. Sobre este telón de fondo escuchamos las reflexiones (y divagaciones) del cineasta sobre la naturaleza de su cine, sobre la cadena Dunkin’ Donuts, o sobre la monetización de su arte, además de la puesta en cuestión de nuestra percepción de lo que vemos. De toda esta verborrea subyacen los conceptos explorados por Magritte en La tradición de las imágenes y su Ceci n’est pas une pipe (Esto no es una pipa), la discordancia entre representación y realidad en base a la experiencia del observador.
Abrimos el apartado de la experimentación digital con Hay que vivirlo una vez y soñarlo dos (It has to be lived once and dreamed twice, Rainer Kohlberger, Austria, 2019). El director austríaco abre un espacio onírico digital en el que una ominosa voz robótica nos habla del fin de lo humano, mientras imágenes de personas y paisajes apenas son discernibles en la espesa capa de ruido blanco en pantalla. También estuvo presente lo nuevo de la serie Momentum de Manuel Knapp, Momentum 115811 (Austria, 2018), donde el autor vuelve a recrear de forma continuista esos inquietantes escenarios digitales más allá del tiempo y del espacio a los que ya nos tiene acostumbrados. Más agresivo, e incluso violento, es Patrón cognitivo (Mustererkenntnis, Thorsten Fleisch, Alemania, 2019) que, con aviso para epilépticos al inicio, desarrolla su fantasía cromática abstracta amenazando con fundir las retinas de sus espectadores. En general, pocas sorpresas.
Un híbrido extraño es Algo-ritmo (Manu Luksch, Algo-Rhythm, Reino Unido, Senegal, 2018). La pieza es un musical de rap, con la colaboración de raperos senegaleses, construida como una advertencia sobre los algoritmos de google y el débil control sobre nuestra información privada. Para ello se vale de construcciones digitales mediante fotogrametría para expresar este espacio incierto más allá de lo material, una copia del mismo, que es el espacio digital. Sin embargo, resulta difícil escapar a la sensación de estar viendo una parodia.
Mientras que el año pasado hubo una representación bastante amplia de experimentación con material analógico, este año solo encontramos dos ejemplos. En primer lugar se encuentra The Sound Drift (Stefano Canapa, Francia, 2019), donde el autor recoge una pieza del músico Jérôme Noetiger centrada en la manipulación de una banda de sonido magnética, dejando en pantalla la banda de sonido óptica resultante del experimento. Un experimento sonoro interesante que aporta una experiencia de cine para los oídos. Sin embargo, en el plano del analógico destaca una vez más Michael Fleming y su Never Never Land (Países Bajos, 2019). Fiel a su estilo, Fleming se vale de material fotoquímico rescatado, y en su manipulación agresiva encuentra la expresividad de su obra. En esta ocasión parte directamente de la violencia vista en la tercera parte de su tríptico El jardín de las delicias (The Garden of Delight, Países Bajos, 2017) para agredir al espectador con imágenes deformadas de pornografía, spots comerciales, y operaciones de cirugía estética. El tono vintage y bizarro lo vuelve todo parte de una fantasía cercana donde el idealizado canon de belleza occidental es deformado en una pesadilla antihumana.
Hasta ahora podríamos decir que todos los cortos de la sección se esfuerzan en interpelar al espectador de forma directa, en algunos caso agresiva. Ya sea la voz de un narrador que te exige atención, como en Gulyabani, el divagar atropellado de James N. Kienitz Wilkins en Esta acción miente, o el terror epiléptico de Patrón Cognitivo, el punto común es la ausencia de silencio, no exactamente en un sentido sonoro. Es por ello que en una selección así destaca un cortometraje como ¡Ahora, por fin! (Now, at Last!, Ben River, Reino Unido, 2019), cuya atención se centra en las actividades de un perezoso colgado de una rama. Durante 40 minutos. No es la primera vez que River se vale de animales en su obra. En la edición anterior del festival presentó Trees Down Here (Reino Unido, 2018) en la que un búho o una serpiente hacían las veces de elementos simbólicos. Sin embargo, no es el simbolismo lo que explora en esta ocasión, sino invitar a la observación, lo cual resulta incluso extravagante en comparación.
Para finalizar, un repaso a lo más estrictamente documental de la sección. Por un lado tenemos dos caras de la misma moneda. Una cara es Valle Imperial (paseo) (Imperial Valley (cultivated run-off), Lukas Marxt, Austria, 2018), que emprende un recorrido aéreo con drone por las explotaciones agrícolas en el desierto de Sonora (California), con especial atención en las instalaciones hidráulicas y sistemas de irrigación que las hacen posible, y la simetría como idea visual recurrente. En la otra cara está Altiplano (Malena Szlam, Chile, Argentina, Canadá, 2018), cuya exploración del paisaje de los Andes se basa en la mirada hacia el horizonte. La superposición de sus planos, la luna, y los sonidos de los elementos (agua, viento, tierra) forman una experiencia de trance cercana a una sensibilidad chamánica, con la que Malena Szlam conquistó el Premio Explora. Por último, Ben Russell toma a Paul Gauguin como guía en Color-blind (Francia, Alemania, 2019), su personal retrato de las islas Marquesas, donde el pintor postimpresionista desarrollaría parte de su obra. Su mirada se centra en la contraposición de la cultura local con la llegada desde fuera, con especial atención a música, lengua y danza. El resultado muestra las islas como un caleidoscopio cultural tan delirante como rico.
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