CRÓNICA PARALELA DEL FESTIVAL DE CANNES 2023
Los horizontes de la programación en Cannes
El Festival de Cannes dio el pistoletazo de salida el 16 de mayo con Jeanne du Barry (2023, Maïwenn), el último trabajo de una cineasta que ha visto cómo su carrera se ha desarrollado en territorio cannoise, incluyendo su anterior película, ADN: la raíz del amor, seleccionada para el nunca celebrado Cannes 2020. La realizadora francesa ya se ha hecho un nombre en la industria, y de su paso por el festival, se enorgullecía el Presidente del Sindicato francés de la crítica de cine, Philippe Rouyer, en la ceremonia de apertura de la Semana de la Crítica (SC) este miércoles 17.
Ese escenario que es la SC para cineastas noveles o que dan su segundo paso en el largometraje demostró con la apertura de la 62ª edición que la fidelidad con las visionarias nuevas voces sigue vigente. Ama Gloria (2023, Marie Amachoukeli), seleccionada para inaugurar la competición de la sala Miramar, refleja a la perfección el espíritu del cartel diseñado para este año, con Frankie Corio y Paul Mescal fundiéndose en un abrazo en la película sensación del año pasado, Aftersun (2022, Charlotte Wells). Ese gesto es la mirada que Amachoukeli traslada a su ópera prima.
Cleo, de seis años, vive enamorada de su niñera Gloria desde que nació. Cuando esta recibe una llamada de Cabo Verde para regresar a la isla, la pequeña promete verla una última vez durante el verano. Revoloteando también en torno a las despedidas de la niñez con unas intencionales (y no tan intencionales, ahí encontramos lo bonito, lo desafiante) grietas en el montaje, se aleja de la memoria que tanto le interesaba a la británica para centrarse en lo visceral del ser. De ese hueco sale a la superficie una animación que dilata el tiempo de la acción real amplificando el sentimiento. Como golpes de pincel, las imágenes animadas que Amachoukeli escoge parecen desdibujar el momento para ir al luto que para el subconsciente infantil es el dejar ir.
Mientras que la puesta en largo de la Semana de la Crítica es una cinta viva, en cierta medida hasta con elementos en bruto, la dramedia de época de Maïwen -película que inaugura el festival- nace muerta. Jeanne, una mujer de clase baja, usa su inteligencia y sus encantos para ascender hasta convertirse en la favorita del rey Luis XV. En Versalles, el personaje interpretado por la realizadora coleccionará escándalos. Para ello, se recluta a Johnny Depp como monarca, en una maniobra de casting política por parte de la producción y del certamen. La obra está construida sobre el decorado palaciego y la pomposidad del vestuario, pero carece del fuego interno y de la honestidad del último trabajo de Maïwenn. Es una propuesta vacía, preocupada por aparentar transgresión social, pero nada de lo que transpira la imagen lo respalda. Su alegato a favor del amor incondicional en la alta corte establece un visible paralelismo entre la ficción y la realidad de un Cannes devorado por cuotas nacionales, hollywoodienses y de deudas de productoras.
En una sección hay riesgo, en la otra no. Solo hay que ver las cintas a competición para darse cuenta de que los nombres son, casi todos, viejos conocidos. Con la línea de programación para futuras ediciones en el horizonte, debemos reflexionar sobre si el mayor festival del mundo se ha acomodado con sus rockeros de siempre. Parece incapaz de rechazar habituales, como bien prueba Jeanne du Barry. ¿Queremos que estos discursos conservadores sigan inaugurando celebraciones de este calado?
¿De dónde viene el deseo?
La metáfora en el cine ha perdido su fuerza. En pleno paradigma digital se le exige más a la imagen. De ahí que Alice Rohrwacher, con tan solo tres largometrajes, se haya convertido ya en una estrella. O al menos lo ha hecho en Cannes, donde estrena su cuarta película (La chimera, 2023), que luchará por la Palma de Oro. El éxito de la italiana pasa, entre otras cosas, por socavar la metáfora y narrar desde el simbolismo. Lazzaro Feliz (2019) es el mejor ejemplo. Fabulaba en ella sobre la realidad que fue y la que puede ser. El año pasado el cine español se sumaba al terreno de lo simbólico con El agua (Elena López Riera). Este, con Creatura (Elena Martín, 2023) en la Quincena de Realizadores, podríamos decir que la corriente continúa.
Mila se ha mudado a una nueva casa con su novio, pero su relación se ve afectada por su desconexión sexual. Esto hará que se plantee cómo despertó su sexualidad en la infancia y se cultivó en la adolescencia. De forma innegable, la segunda película de Elena Martín comparte universo con El agua. No solo porque Ana y Mila se podrían encontrar en un after —si no fuera porque una vive en Orihuela y la otra en un pueblo de la Costa Brava—, sino también porque ambas emplean el agua como disruptor dramático. En la cinta de López Riera sube las pulsaciones y en la de Martín las reduce, haciendo de las olas del mar tiritas psicológicas y físicas. El simbolismo, en este caso, no se limita al agua. Mila transforma los impulsos emocionales en orgánicos (ronchas) y proyecta la frustración del deseo en su cuerpo y en oníricas escenas fantásticas.
La obra viaja en el tiempo para abordar el problema de raíz y ver cómo ha cambiado la perspectiva sexual femenina en función de la evolución de los estímulos externos y el roce con las figuras masculinas —incluso familiares—. Para ello, voyeuristas encuadres que representan de forma fiel lo que la Mila de diferentes edades experimenta: el roce de la vulva con el pantalón de su padre, su cara de angustia al verse forzada a masturbar a un chico o la mano de su novio apretándole el culo mientras tienen sexo. No por la novedad de su discurso es una valiosa incorporación al cine español, sino que lo es por hacerlo desde una posición comprometida, curiosa y coherente frente a una sociedad que prefiere esconder estos temas bajo la alfombra.
Por eso, el adjetivo “valiente” que tanto se ha leído estos días, tiene todo el sentido del mundo, pues Creatura invita a hacerse preguntas desde las formas. La voluntaria incomodidad que crea no busca enfrentar las imágenes con el espectador, lo hace proponiendo que sea el propio espectador el que se enfrente a estos tabús y así surjan vías de diálogo que afiancen la seguridad sobre el cuerpo propio, el contacto humano y el deseo.
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