EUPHORIA (T1)
Radiografía de lo contemporáneo
Euphoria arranca con el 11-S, coincidente en la ficción con el nacimiento de Rue, los ojos y voz con los que el espectador se adentra en la ficción creada por Sam Levinson para HBO tras su reivindicable y recuperable Nación salvaje (2019). No es algo casual. Porque el mundo contemporáneo no se puede entender si no es a través de ese trauma. La civilización occidental y en particular la sociedad americana contemporánea no puede analizarse y comprenderse si no es a través de dicho acontecimiento. Fue el origen y punto de partida de una nueva manera de entender el mundo y el verdadero arranque del siglo XXI. Tan traumático e iluminador como el nacimiento biológico del personaje de Rue. Que la ficción decida que la protagonista de esta obra coral coincida por escasos dos días con el suceso más traumático de la reciente historia de la humanidad y conformador de la contemporaneidad en que vivimos -el pasado es prólogo, como bien decía William Shakespeare-nos está diciendo que todos somos Rue, el personaje interpretado por Zendaya. Pero sobre todo Rue es una nueva generación de adolescentes que tienen que vivir también el estado traumático que va de la adolescencia a la madurez. Pero con la diferencia de que, en su coming of age, han tenido la suerte (o mala suerte) de nacer en un mundo que aún no se ha recuperado de una tragedia que les abrió los ojos a una realidad que subyacía latente, pero que no se había manifestado. Un contexto donde adultos, jóvenes y niños se ocultan en el aparentemente seguro refugio y vientre materno artificial de lo online. Lugar narcotizante que sirve para no sentir y resistir y que sirve para el mismo propósito que las drogas que consume Rue. Evadirse de una sociedad y una realidad insoportables y a su vez, reconstruir, e incluso construir una personalidad y una identidad sometida por el arquetipo.
Unos arquetipos extremadamente reconocibles, pero a los que Levinson es capaz de darles una vuelta y un tiempo para indagar y escarbar en los motivos y las razones por los que cada uno de ellos ha decidido mostrarse y magnificarse al mundo de una determinada manera. Todo ello a partir de una puesta en escena poderosa, efectista y magnificada, que le sirve para ir de lo individual a lo colectivo. Para lo primero, aúna la poética nihilista de Sofía Coppola en Las vírgenes suicidas (1999) con los excesos del mejor Baz Luhrmann -en especial su particular reinterpretación de Romeo y Julieta (1996) y la frenética lisergia videoclipera del Oliver Stone de Asesinos natos (1994) , que también supo hablar lúcidamente tanto del trauma de la sociedad, como de la importancia de los mass media con sus mismas herramientas. En cambio, para lo colectivo, transforma su puesta en escena hacia el plano secuencia de inspiración scorsesiana –Uno de los nuestros (1990)- y andersoniana –Boogie Nights (1997)- y cuyos mejores ejemplos son la secuencia de la feria y la de la fiesta escolar, lugar donde todos los actantes del drama confluyen orgánicamente. A su vez, Sam Levinson imbuye a estos referentes de un montaje y una narrativa a golpe brusco y seco de click, emulando las maneras del consumo de la información de la generación que retrata. A excepción de la bella y poética relación de amor/amistad entre Rue y la co-protagonista del relato, Jules, personaje que sirve tanto como ejemplo disruptor como de símbolo de la normalización de la diferencia.
Porque Jules el único personaje del serial que se muestra tal como es desde un primer momento. Un personaje transexual, etéreo y angelical, que sobrevuela el infierno de los suburbios y que sirve para confrontar al resto de personajes con su verdadero yo. Unos personajes que trasladan y magnifican en lo real aquello que pretenden representar en lo virtual. Dicho choque con la verdad aporta al serial, sobre todo en su representación de lo femenino, de un componente que va más allá de las capas superficiales del arquetipo estereotípico, donde el individualismo de una sociedad enferma por las apariencias da lugar a una suerte de sutil sororidad que va creciendo a partir de un elenco que se muestra sin juzgar y al que se le permite al espectador indagar más allá de la capa superficial para comprenderlos. Personajes con fracturas, con debilidades, con errores que provienen de los pecados de unos padres que aquí son figuras que oscilan entre lo negativo y lo intrascendente. Unos adultos tan perdidos en este nuevo siglo como su progenie. Niños perdidos y anestesiados que no han superado un trauma que sigue persiguiendo a la sociedad occidental casi dos décadas después y que no tiene esperanzas de mejorar.
Euphoria, T1 (EE.UU., 2019)
Dirección: Sam Levinson (creador), Pippa Bianco, Augustine Frizzell, Jennifer Morrison / Guion: Sam Levinson, Daphna Levin, Ron Leshem / Producción: Sam Levinson, Drake, Michael Carroll / Música: Labrinth / Fotografía: Marcell Rév, Drew Daniels, Adam Newport Berra, André Chemetoff / Montaje: Julio Perez IV, Harry Yoon, Laura Zempel / Reparto: Zendaya, Hunter Schafer, Sydney Sweeney, Barbie Ferreira, Maude Apatow, Eric Dane, Alexa Demie, Jacob Elordi, Storm Reid.
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