ESCAPE ROOM
Lo de siempre, por favor
Escape Room comienza con un chico atrapado en una habitación que se va comprimiendo, amenazando con aplastarle si no resuelve una serie de pistas indescifrables para el espectador. Como un inconfeso remake americano de la curiosa La habitación de Fermat (Luis Piedrahita y Rodrigo Sopeña, 2007), pero cambiando las matemáticas por adrenalina. En el último momento, el chico parece abocado al aplastamiento. Entonces… corte a negro.
Cualquier espectador avezado sabrá ver que hay gato encerrado en este comienzo. La película no está hecha para ellos, sino para una nueva ola de muchachada que, probablemente, disfrutará la película sin juzgar su uso básico del suspense. Porque lo que importa aquí es el juego. El resto del público es probable que la sienta como una vulgaridad mil veces vista. Pero con todo, probablemente, ambos sectores podrán disfrutarla del mismo modo en que se disfruta un vaso de agua. Es básico, pero suficiente si tienes sed.
La historia, heredera formal de Saw (James Wan, 2004), Cube (Vincenzo Natali, 1997) y una larga estirpe de thrillers juveniles juguetones, encierra a seis personajes en el último entretenimiento urbano: una escape room de ensueño para cualquier organizador de eventos rencoroso. Las sufridas víctimas irán desfilando, revelando sus pasados traumáticos y muriendo en protocolario orden de utilidad. Las habitaciones estrafalarias y los puzles imposibles son los verdaderos protagonistas. La premisa es sugerente y creativa y, del mismo modo que las secuelas de los slashers, se basa en proponer una y otra vez muertes cada vez más imaginativas. Por desgracia, la historia apenas araña la superficie de sus posibilidades. La trama brilla por su ausencia la mayoría del tiempo y los personajes son demasiado estereotípicos, hasta el punto de que el propio guion lo aprovecha para hacer algún chiste. El equilibrio entre ellos es muy desigual y el desarrollo peca de una evidente falta de ingenio. El interés se desinfla ante su previsibilidad y los rutinario momentos de enfrentamientos vacíos de este tipo de historias. A ratos, su naturaleza de juguete sugiere que habría funcionado mejor como excéntrico videojuego que como película. Pero, con todo, el conjunto es lo suficientemente correcto como para pasar una hora y media entretenida.
La película funciona mejor en lo particular que en lo general. La entrega del reparto es estimable y la mayor parte del tiempo está rodada con eficacia. En algunos momentos la tensión consigue estirarse más de lo esperado, sobre todo en la habitación invertida y en el experimento visual psicotrópico de la última habitación. A pesar de los tópicos que maneja la historia y de su tercer acto, absolutamente lunático, consigue bordear el ridículo la mayoría de las veces. Hay algo en su carácter directo y formulaico y en su identidad visual que retrotrae a la New Line Cinema más noventera en el mejor de los sentidos. Adam Robitel lleva un tiempo labrándose una carrera basada en artefactos de suspense sencillos pero efectivos. En este caso crea un estilo visual propio, más inofensivo que el de sus precedentes, pero también más accesible, con una cámara inquieta que consigue recrear la taquigrafía del juego en su lenguaje visual. La película es consciente de su intrascendencia, pero transmite amor por el suspense y cierto carácter genuino, que no es poco.
Su nada disimulada intención de crear franquicia no es muy estimulante, pero tampoco sorprendente a estas alturas. La secuela llegará el año que viene. Sony parece haber encontrado una fórmula con potencial de alargarse hasta la extenuación. El público decidirá eso. Mientras tanto, nada impide disfrutar de Escape Room como el franco placer culpable que es. A veces, un vaso de agua es todo lo que necesitas.
Escape Room (EEUU, Canadá, 2019)
Dirección: Adam Robitel / Guion: Bragi F. Schut y Maria Melnik / Producción: Ori Marmur y Neal H. Moritz para Original Film / Fotografía: Mark Spicer / Montaje: Steve Mirkovich / Diseño de producción: Edward Thomas / Reparto: Taylor Russell, Logan Miller, Jay Ellis, Tyler Labine, Deborah Ann Woll, Nik Dodani, Yorick van Wageningen