ENTREVISTA A ÁLVARO GAGO Y MARÍA VÁZQUEZ (MATRIA)
“Un mundo tan artificial necesita más propuestas
despojadas de artificios”
Matria (2023), de Álvaro Gago, ha llegado a los cines este 24 de marzo tras su paso por la Berlinale y el Festival de Málaga. La historia original proviene del cortometraje homónimo de 2017, que toma de referencia la vida de Francisca Iglesias Bouzón (protagonista del corto). Galardonada con el Gran Premio del Jurado en Sundance y nominada a los Forqué y a los Goya, la obra derribaba el mito del matriarcado gallego poniendo en el foco la rutina laboral y social. Con motivo del estreno del largometraje, su director y su actriz protagonista, María Vázquez, se han sentado a charlar con Mutaciones para analizar las claves y las influencias de una cinta que carga en la fisicidad la forma de vida proletaria de Ramona, una mujer de la costa gallega que, a pesar de la precariedad, se mantiene a flote.
María Vázquez, que vuelve de Málaga con el galardón de mejor actriz bajo el brazo, entra a formar parte del proyecto de manera gradual una vez Álvaro Gago monta Trote (Xacio Baño, 2018). “Pude conocerla mejor en el rodaje, y luego trabajé con su hijo en 16 de decembro (A. Gago, 2019). Entonces ya nos fuimos acercando”, comenta Gago. Sin embargo, la idea de que participe en Matria es algo mucho más visceral. Al igual que a Carl Theodor Dreyer, al cineasta gallego le “emociona filmar los rostros” y le atraía llegar a “sentir la poesía” que el danés encontraba en sus películas “en el de María”, que define como una actriz que “lleva la revolución dentro”.
En una cinta que propone una inmersión tan potente a través de travellings de seguimiento, cámara en mano, con escasa corrección de encuadres, Gago y Lucía Catoira, directora de fotografía de la cinta, buscaron “la no anticipación y, por lo tanto, una visceralidad más fuerte, apoyada en encuadres toscos que sirviesen de reflejo de la emoción interior de la protagonista”, en palabras del director. Puntualmente, comenta que encontraban “una belleza no buscada” y se alejaban de ella, “construyendo algo un poco más áspero”. A medida que la protagonista se va abriendo, las formas también lo hacen y respiran en el rostro de María Vázquez. Con Chantal Akerman en el horizonte, pues su cine recibe un homenaje directo con un plano de Ramona pelando patatas idéntico al de Jeanne Dielman, Matria no pretende en ningún momento “destripar el dispositivo y hacer que este, prácticamente no exista”, como veía Gago en Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975). Habiendo una “economización del lenguaje”, este no retrata las rutinas agotadoras de una forma tan observacional.
“El largometraje, desde lo interpretativo, confía todo al cuerpo. A medida que avanza, las emociones empiezan a situarse en el centro. Entonces, a mí me parecía que estaría haciendo sufrir a Francisca por carecer de adiestramiento”, explica el cineasta el motivo detrás de la inclusión de la actriz profesional. Con todo esto, Vázquez, viguesa de nacimiento y lejos de la costa desde hace mucho tiempo, ha realizado una zambullida en el característico habla de O Salnés para reproducir con verosimilitud los pliegues de un gallego en el que la gheada y el seseo están mucho más marcadas, por poner un ejemplo. “Para ello Álvaro me llevó a la zona, donde él tiene mucho contacto. También me ayudó una lingüista, dándome las pautas necesarias para que después pudiese improvisar. Santi (Prego) también, al ser de la zona”, relataba la actriz. Para ella “era importante que no se notara la diferencia”, por eso el ejercicio reclamaba “inmersión”. La ayudó mucho estar con Francisca y las mujeres de la conservera, “pasar allí los últimos tres meses antes de empezar a rodar y estar un mes viviendo”.
Hay en las imágenes de Matria un trasvase generacional de esa carga que es ser mujer obrera en Galicia. Ese abrazo final entre madre e hija representa el paso del testigo, pero lo hace con una sensibilidad tranquilizadora, abriendo el camino a la prójima. Ingmar Bergman, en Sonata de otoño (1978), decía que había “un abismo entre la emoción y el sentimentalismo”. A la hora de construir la emoción, la línea es mucho más fina y para evitar el sentimentalismo. María Vázquez no ha “subrayado los sentimientos”, como ella misma aclaraba. “Creo que si haces las emociones de verdad no vas a caer en el sentimentalismo. A no ser que después desde dirección se subraye con un primerísimo primer plano llorando, alargando los tiempos. Creo que tiene que ver más con la forma. Si las cosas pasan y se cuentan de verdad son emocionales, no sentimentales”. De lo que la película huye y que tanto le gusta a Vázquez es de que “en una escena de madre e hija no hay primeros planos, incluso estamos perfiladas muchísimo tiempo”. Para ella es “un acierto no ir más encima de los personajes porque tú estás vibrando con ellas de cuerpo entero, no necesitas un plano más cerrado, eso es el sentimentalismo”.
Bergman, que como reconoce Álvaro Gago ha sido una “referencia fundamental” para ellos, es el modelo sobre el que se quiere “construir el ritmo interno del plano y reducir la escena a su esencia desde la planificación”. La idea en Matria era “pensar mucho en los cuerpos, en cómo esa coreografía interna te puede llevar de una emoción a otra sin tener que incidir desde la planificación en ello. Y sin alcanzar a ese nivel de maestría, que se consigue con muchos años de oficio, era algo que teníamos muy presente”, reconoce el director. Tanta es la obsesión con el cuerpo y como este se relaciona con el trabajo (siempre físico), que todo lo que hay detrás de él se acaba fundiendo. Galicia y la tierra, como bien indica la canción final, es indisociable de la mujer obrera. “De hecho, todos esos grises de Ramona salen del entorno en el que vive”, cuenta Gago. María Vázquez va más allá: “Ves el mar, el horizonte, que podría ser el futuro de ella. Podría echarse al mar y salir de esa vida, pero qué difícil es salir. Está ahí la tierra, tan firme, abduciéndola. Es muy complicado escapar de los círculos tóxicos en los que vive, por mucho que tenga ahí el horizonte”.
Este tipo de entornos periféricos, alejados de las grandes urbes, contienen para el cineasta de Matria “lo genuino, la poca verdad que queda en este mundo”. “Para llegar a lo real, a lo verdadero, hay que quitar muchísimas capas. Estas capas, aunque existen, son menores en los núcleos de población pequeños. Es lo que queremos retratar, lo que buscamos como cineastas. De ahí viene esta creencia”, explicaba Gago. Para María, “tampoco hay otra manera de hacer películas”. Le gusta la verdad porque “es la manera de poner el alma, de llegar a las emociones de la gente; de transmitir”. En la misma línea sobre lo que hay delante de esa verdad, cineasta e intérprete han recorrido estos espacios que aparecen en la película y se preguntan cómo se relacionan con ellos. “Si damos con un espacio que empieza a funcionar para extraer esas emociones, luego este revierte con María y con su cuerpo”.
Matria abre el debate sobre un cine que se enfrenta a otro más plástico en este paradigma digital y que reclama para “un mundo tan artificial, más propuestas despojadas de artificios”. Álvaro Gago, con la esperanza depositada en las imágenes, cree que, “por fortuna, esto, en el sistema español, está encontrando su hueco”.
Matria (España, 2023)
Dirección: Álvaro Gago / Guion: Álvaro Gago / Producción: Daniel Froiz, Mireia Graell, María Zamora, Stefan Schmitz / Fotografía: Lucía Catoira / Montaje: Ricardo Saraiva / Reparto: María Vázquez, Santi Prego, Soraya Luaces, Susana Sampedro, Francisca Iglesias Bouzón