ENTREVISTA A ANA-FELICIA SCUTELNICU
“El contraste es un elemento puro del lenguaje del cine que me acompaña”
Ana Felicia Scutelnicu es una directora de origen moldavo que ha estudiado en la Escuela Alemana de Cine y Televisión de Berlín. Hablamos con ella de su primer trabajo en largo, Panihida (2012) y de su proyecto fin de grado, Anishoara (2016), situado en la senda del primero y con el que participó en la sección Nuevos Directorxs del Festival Internacional de Cine de San Sebastián 2016. Conocer su cine es adentrarse en el país que la vio nacer y descubrir un mundo próximo y lejano al mismo tiempo.
¿Cómo surge la idea de hacer el díptico Panihida (2012) y Anishoara (2016)?
No surge como díptico. Panihida surge de la premisa de querer ofrecer una verdad frente a la cámara. Se hizo creando todas las condiciones posibles para que los protagonistas, gente autóctona de Moldavia, se pudiera sentir muy natural, que no sintiese apenas nuestra presencia y que fueran ellos quienes dictaran el tiempo, con el objetivo de atrapar las emociones que sentían. Después, en el montaje, se decidió cuanto iba a durar la película. Era la primera vez que trabajaba con actores no profesionales, pero había descubierto una “riqueza” en ese lugar que despertó en mí las ganas de volver y hacer algo más. Entonces me di cuenta que Anishoara, presente ya en Panihida pero no protagonista, era la que me interesaba de aquel relato. Me di cuenta que era su edad, la pubertad, el cambio, lo que quería reflejar en mi siguiente largometraje.
Entre estos dos filmes parece haber dos intenciones y modelos de rodar muy distintos, aunque con ciertas similitudes también…
Panihida se hizo con una pequeña cámara 5D y la filosofía que había detrás era el de ser invisibles como equipo de rodaje y captar esos momentos en la vida de alguien desde que muere un ser querido hasta que se le deposita bajo tierra. Por otro lado, la acción fue provocada, puesto que no murió nadie esos días. Sin embargo, sí que tratamos de reflejar y ceñirnos a esa verdad, no desde el montaje, sino marcando simplemente las escenas y haciendo tomas prolongadas para reflejar el comportamiento durante el duelo de estas personas aldeanas moldavas que tienen los pies muy arraigados en la tierra. En Anishoara, en cambio, también se juega con la confrontación entre realidad y ficción y en ambas el decoupage está muy trabajado y claro, pero en esta segunda todo está más calculado, a pesar de que el guion de este largometraje tiene 33 páginas y la película dura casi dos horas. Las conversaciones siguen sin estar guionizadas, solo se daban ciertas directrices sobre qué hablar. Al principio solo tenía el tratamiento y, mientras estábamos rodando durante una estación escribía el guion para la siguiente. Así que, aunque sabía bien a dónde quería llegar, había muchas ideas que surgían en el camino y, de alguna manera, estábamos todos implicados en un proceso de descubrimiento. Aunque a veces solo sabía yo qué tenía que pasar realmente en el rodaje.
¿Cómo se consigue recrear el duelo y el camino fúnebre con actores no profesionales en Panihida?
Fue difícil para nosotros porque ellos son como son, y tienes que conocer cómo funcionan y cuál es su fuerza y presencia en cámara. Además, solo puedes pedirles que hagan cosas que conocen muy bien. El equipo tiene que ser listo y estar a la altura para capturar los grandes momentos. En Anishoara también estaba este bonito reto, ya que cuando trabajas con no profesionales no les puedes contar los dilemas psicológicos por los cuales tiene que pasar su personaje.
Parece tratarse de una historia coral, de todos y de nadie al mismo tiempo, puesto que la cámara aunque presta especial atención en Anishoara contempla a todos los personajes desde la cercanía, con bastantes planos cortos y primeros planos. ¿En todo momento se desechó el plano subjetivo?
Sí, yo quería experimentar y contar la historia de una chica en sus años de pubertad sin hacerlo de una forma que se correspondiera a los modelos o cánones ya existentes. Ahora me considero aprendiz en el camino. En esta película están mis dos mundos, la parte de Alemania mediante el personaje germano que introduzco en la película, y la moldava, sobre todo con la joven Anishoara. Me interesaba buscar el equilibrio y confrontar estas dos experiencias propias.
En este segundo trabajo tanto la fotografía como la planificación estético-formal parecen mucho más pre diseñadas …
En este sentido estaba todo muy atado, pero surgieron imprevistos al rodar en espacios naturales. Todo estaba planificado para un verano como el de Panihida, seco, caluroso, con un sol punzante, pero vino una semana de lluvias y viento muy fuerte que cambió complemente todo. En estos momentos es cuando la vida te fuerza a aceptar sus condiciones. He aprendido que esto siempre es para bien. Tienes que ser agradecido, pero cuando está todo tan planificado no todo el mundo puede aceptarlo, y hay mucha inseguridad.
El contraste como elemento formal y discursivo está muy presente en ambas películas. ¿Se podría decir que es un rasgo de estilo en su cine?
Claro. Una de las singularidades del contraste es que te permite contar mucho sin palabras. Esta es la base de mi búsqueda en estas dos películas, porque yo no trabajo con diálogo, ni explicaciones, ni con formas narrativas explícitas. Mi búsqueda recae en contar y extraer algo que habla por sí mismo, sin palabras. Es así como estoy tratando temas como la vida y la muerte; el binomio joven y viejo; rico y pobre. Es el contraste un elemento puro del lenguaje del cine que me acompaña en mi búsqueda.
En la construcción narrativa de su segundo largometraje se confronta la idea de una historia pegada a lo real con la de enmarcarla en la pura ficción con la introducción de un cuentacuentos en pantalla.
El cuento oral es parte de nuestra cultura en Moldavia, que se transmite de generación en generación, de viejos a jóvenes, y en Panihida se ve como esta tradición se pierde y muere junto a estas personas mayores, porque no hay otros que vayan a continuar con ello dado la falta de jóvenes. En cambio, en Anishoara fue importante introducirlo al inicio porque no es un documental, no es una cosa demasiado pegada a la realidad, sino una realidad transformada en una ficción por mi propia visión artística. Este monólogo de apertura concentra esta idea al principio y después se da paso a esa ilusión de realidad que se escatima al espectador cada vez que se vuelve al narrador del cuento.
Sin embargo, en ambos filmes el tempo dilatado te conduce a una experiencia contemplativa…
En Panihida aprendí que está bien garantizar al público lo que va a ver. Si bien se elige una apuesta lenta, de planos prolongados, más contemplativa relacionada con la propia naturaleza, que puede resultar incluso irritable, según tu estado, yo opto por un primer contacto que tranquilice al espectador del acelere exterior, de modo que entienda o esté forzado a entender en qué tipo de peli se encuentra, es como decir: siéntate y siéntate bien si quieres ver esta película, sino es mejor que salgas.
Un tempo que ligado a la historia parece destinado a conectar con lo más básico, a detenerse en uno mismo.
Se basa en los recuerdos de mi infancia, en ese ambiente rural de Moldavia que conjuga el medio natural y el de las aldeas. En estas pelis intenté conservar este mundo tan único que no está tan alcanzado por la civilización y los tiempos modernos (aunque sin duda va a cambiar) como una forma de buscar en las raíces, porque todos venimos de ahí de alguna manera.
Sobre todo en Anishoara, el devenir generacional pero también femenino de una niña-mujer está rodeado de un universo de hombres que se muestra peligroso y hostil. ¿Diría que se trata de una mirada feminista?
Es verdad que los hombres no obtienen una imagen muy buena en ambos filmes, sin embargo yo no quise forzar este punto, más bien salió así. Se puede decir que es mi visión particular de la sociedad en general y de Moldavia en especial. Es el reverso de esta parte de la población con menos estudios o menos motivada donde es esto lo que queda y, por otra parte, esta visión también viene motivada por el recuerdo de ciertos sentimientos propios de mi juventud, de todos esos ojos, esas miradas de los hombres, de los chicos que buscan tenerte de alguna manera, que buscan conquistarte y atraparte en su juego. Ello está presente en la película. Existe esta especie de amenaza constante que le rodea a ella sin que nadie llegue a tocarla de verdad, porque en este sentido, Anishoara es intocable. De esta manera se le permite a la protagonista sacar sus propias conclusiones y desarrollar sus alas para volar lejos. Pero esto ya es otra historia, si la vida le funcionará ya no sé, ahí se detiene.
Ambas películas están conducidas por la mirada de la actriz, Anishoara Morari, con la que apela a la cámara y provoca más de lo que cuenta.
Sí, es una elemento muy fuerte, de nuevo, que dice todo sin palabras. Es siempre lo que busco a través de mi cine. Y es que aunque todas esas reflexiones no se verbalicen, esta mirada consigue, junto con el resto de los elementos, incluidas las canciones tradicionales, la ecuación para provocar todos esos dilemas, preguntas y conflictos que al mismo tiempo son los que hacen reaccionar a la propia protagonista.