ENTREVISTA A SOFÍA PEYPOCH (LA TIERRA LOS ALTARES)
«La película me dio una pauta para entender mi experiencia y hacer una filmación de la ausencia»
¿Por qué plantear una revisitación al lugar de tu secuestro a través del lenguaje cinematográfico (en concreto filmando tu primer largometraje)? ¿Qué te aportaba el uso de la imagen en movimiento como herramienta de reconstrucción del pasado?
Primero filmé una serie de secuencias y cuando volví al sitio de nuevo, llevé mi cámara -la llevo a todos lados, no es que supiera que iba a ser una película en un inicio-. Cuando ya tenía material para un corto de 20 minutos, uno de mis asesores, Martín Menchimón, me propuso que me retase a hacer un largo y encontrar qué hay alrededor de todo esto. Por otro lado, siento que el cine es un espacio que por sí solo aparece como lugar en el que muchas cosas se reordenan y reimaginan. Algo que yo notaba es que todas las imágenes hablan de ausencias en la película y creo que, como herramienta de reconstrucción, esta me sirvió para evidenciar los huecos y abismos que había en mi memoria acerca de lo que había ocurrido.
Desde el primer plano se deja clara la intención arqueológica de La tierra los altares. ¿Existió una especie de guion sobre el que trabajaste para plasmar esta idea?
El proceso se desarrolló en una mezcla de escritos. Lo primero a lo que me agarré fue a ese corto previo que tenía y también a todos mis diarios, los cuales escribía continuamente. Por otro lado, sí tenía un guion, ya que trabajé la película con otras personas, para las que era muy abstracto y les impedía entender del todo lo que yo quería. Así que a partir de ahí la idea fue traducir a imágenes concretas todo lo que tenía ya filmado y escrito, y ordenarlo. Al mismo tiempo, en ese guion pude imaginar cosas que no están en la película, pero que me ayudaron a llegar a otras que sí están finalmente. Fue un proceso muy vivo, porque yo escribía y salía a filmar cosas que me hacían reescribir nuevamente. El guion cambiaba de orden y me empujaba a grabar más cosas aún y así continuamente.
Gran parte de la película sucede en un limbo en el que palabras y sonidos sugieren la experiencia. De hecho se afirma: “y sin embargo, la desaparición suspende al cuerpo en un intersticio entre la materia y la memoria…”
Me gusta mucho que rescatéis esa frase, porque lo curioso de ella es que yo nunca pude regresar al sitio donde me llevaron; no sé dónde era exactamente, pero existe como tal. Para mí supuso pensar que en México la desaparición es algo constante y esas personas realmente están en algún lugar, que existe a pesar de no poder alcanzarlo geográficamente. Para mí era raro recordar y habitar un espacio en el cuerpo al que no puedes revisitar, pero la película me dio una pauta para entender mi experiencia y pensar que lo que quería hacer no podía ser una mera reconstrucción de lo ocurrido sino más bien una filmación de la ausencia. En torno a ello, destaca la parte del árbol, ya que dudé si recrearlo al pensar cómo podía trabajarlo en imágenes. No quise ver las fotos existentes, porque sentía que podía creer en algo sin necesidad de tener una evidencia física. Eso me llevó a pensar cómo construir un árbol de palabras, por eso hice los poemas que luego se van descomponiendo en letras y que actúan como luces y palabras que quedan de la memoria de esas personas. Siempre trabajo en todos mis cortos con texto, buscando maneras de entenderlo y replantearlo. El texto tiene más imágenes que la imagen en muchas ocasiones, y sentía que puedes construir una idea de lo que pasó a través del texto. Ahí es donde yo quería que hubiera mucha potencia, en las cosas que están alrededor de una imagen, las experiencias y todo lo que implica que hay ahí. Quería generar esos puntos de contacto entre texto e imagen, ya que a pesar de que confiamos más en la segunda, yo siento que en esta película hay que confiar más en el texto.
Los fantasmas están presentes en todo el largometraje: restos arqueológicos, el propio paseo con la cámara en mano recorriendo el lugar del secuestro… Y, en el final de la obra, estos fantasmas se materializan en la recreación del sueño previamente narrado. ¿Por qué elegiste esta decisión como cierre?
Creo que lo decís muy bien, en realidad literalmente el final lo encontré al terminar la película. Yo siempre quise que todo ocurriese de noche, pero sentí finalmente que necesitaba salir de esa noche tan profunda. En esa secuencia final no distingues muy bien si es un amanecer o un anochecer, es una especie de confusión en la que no sabes si hay un espectro o un sueño, pero creo que sí se siente como una especie de salida de esa noche tan espesa y opaca que se plantea al principio, y como que se ha producido un cambio de por medio. La luz que se extrae de esa noche definitivamente te ha cambiado. Mi idea era plantear una mística de la noche pero desde un lado más realista, más visceral y más violento.
Tu obra orbita en torno a la idea de que la memoria funciona como aproximación tangible y la tierra aparece como receptora de cuerpos y del sufrimiento colectivo. ¿Cómo imbrica esto con tu propia experiencia personal y cómo clausura todo ello en la idea del altar final?
Fue muy intuitivo, la tierra me llevó a entender todo eso de una manera que ahora veo y que puedo entender y racionalizar, pero en ese momento era más bien un proceso de escuchar y revisitar la tierra, sentirla y volver a los lugares una y otra vez. En algún momento de la película sentí que estaba trabajando estas dos líneas de la memoria matérica personal y la memoria colectiva, como algo perteneciente a la historia de México a través de las piezas de barro. En mi experiencia personal, la tierra funcionaba como materia y cómo todo ello se encauzaba hacia lo colectivo.
Vemos en el festival una constante en el interés en trabajar sobre la violencia colectiva y el sujeto político grupal desde una apuesta formal poderosa, rupturista y muy personal…
Sí creo que mi película está unida a otras cosas. El año pasado se estrenó una película en México llamada Tótem (Unidad de Montaje Dialéctico, 2023). Yo no la había visto cuando hice la mía y la sentí como una especie de espejo más político. La mía de alguna manera apunta a eso, pero traté de trabajar con la violencia de una forma no tan binaria (agresor-víctima), sino entretejer la complejidad que hay entre ambos y cómo se oscila de un lado a otro. A la vez siento que hay una lectura de la situación en México y la violencia derivada de la pérdida de la memoria colectiva, con todo lo que le ha quitado a México los secuestros, la pérdida del lenguaje y los espacios y, en definitiva, cómo la violencia se va tragando esos espacios. Por ejemplo, aprender a leer un hueso es muy típico en México y es algo que nos sirve como herramienta política de reconstrucción de identidades.
En relación con esto, toda la reflexión sobre el pasado, la memoria colectiva y la violencia parece reconstruirse desde la reapropiación, tanto de los espacios como de las identidades. ¿Estás trabajando en algún proyecto que continúe esta línea de exploración?
Sí, definitivamente el querer regresar a ese sitio para mí era una manera de convertirlo en mío, ya que no lo era realmente y sí que se convirtió finalmente en parte de mí por el hecho de visitarlo. Hablé mucho con los antropólogos sobre que las búsquedas que se hacen en México son una manera de reapropiarse de esos espacios que el crimen organizado y la desaparición forzada no quieren que revisites y rebusques en ellos. Pero la tierra misma expulsa sus respuestas y está contradiciendo esta violencia a través de la gente. Por ello, aprender a leer un hueso y a buscar es también una forma de acción política contra la violencia institucional y la burocracia. Estoy desarrollando mi próxima película, en la que se van a materializar muchas cosas que aprendí a lo largo de la filmación de La tierra los altares (2023) y la siento como una especie de palimpsesto. Esta película se sobrescribe continuamente a la vez que se cuenta algo nuevo y, en concreto, está centrada en el tratamiento de los huesos.