ENTREVISTA A IAN DE LA ROSA (FARRUCAS)
«Me gusta pensar en Farrucas como una película trans.»
Uno de los cortometrajes más importantes del 2021 en España fue Farrucas, dirigido por Ian de la Rosa y protagonizado por cuatro mujeres adolescentes que viven en El Puche, un barrio de Almería “instalado en el olvido”. Hablamos con su director, recientemente nominado al Goya al mejor cortometraje de ficción.
Farrucas es una película que vive en la delgada frontera entre ficción y documental.
Para mí es casi una broma interna, pero me gusta pensar en Farrucas como una película trans. Evidentemente porque yo lo soy, porque me toca. Es como cuando voy por la calle con la mascarilla y no tienen claro si hablarme en femenino o en masculino. Esta confusión todo el rato. Pues para mi es idéntico. Esta pregunta que tú permanentemente tienes, si soy un chico o una chica, o lo mismo que cuando le preguntas a Hadoum [Hadoum Benghnidira Nieto, una de las protagonistas de la película] si es mora, gitana o paya. Por ejemplo, en Andalucía no podemos decir que solo somos una cosa, tenemos trazo de todo. Ahí volvemos a un concepto de lo trans más amplio. Así que sí, es una película trans, entre otras cosas, porque se mueve en territorios entre la ficción y el documental. Se comentó al principio, en el momento de la escritura y la producción, pero tampoco lo he tenido tan presente a lo largo del proceso. Es algo que me habéis remitido el resto cuando habéis visto la película, o cuando le dieron un premio en el Vila do Conde [El Festival Internacional de Cine Curtas Vila do Conde] a mejor documental, siendo oficialmente ficción. Eso para mí es lo más interesante: haber encontrado un camino para traducir todos esos territorios, ese abanico de grises y de diferentes colores, no solo en la vida y en lo transgénero sino también en el cine. Es algo que han hecho diferentes personas a lo largo de la historia del cine, aunque ahora se le puede poner esta etiqueta. Es algo que va en el cine en sí, porque va en el ser humano.
Háblanos un poco del proceso de creación de la película.
Farrucas se rodó dos veces. Hubo dos rodajes con dos guiones distintos. No tiene nada que ver el primer intento que hicimos con este segundo. El primero era un guion de otra índole, menos centrado en ellas y más centrado en la política del barrio. Fue un rodaje que no se pudo terminar; un rodaje fallido, que fue como una hostia. Nos sirvió tanto para conocer mejor al barrio como para darnos cuenta de que no era el camino correcto, que la historia estaba en ellas y no a su alrededor. Cada persona que llegaba al proyecto se enamoraba de las cuatro chicas protagonistas, así que pensamos que el camino era precisamente haciendo algo en lo que ellas se pudieran sentir cómodas y lo más libres posible. Eso nace de la observación, de pasar mucho tiempo juntas, mucho tiempo con ellas. Pero también de quitar muchos dispositivos cinematográficos de encima, tanto a nivel de ficción, de construir una historia, como del propio dispositivo de rodaje. Intentamos que fuera lo más amplio y flexible posible, para que ellas fueran el centro.
Ese trabajo dio frutos ya que no son actrices profesionales pero son el alma de la película. ¿Cuál fue el primer contacto con ellas? ¿Cómo fue el trabajo posterior?
Mi primer contacto fue con la familia de Hadoum, hace ya varios años. Me enamoré de esas personas, de lo que viví aquella tarde. A la vez me quedé impresionadísimo con El Puche por el olvido en el que está instalado. Y, después de eso, contacté con una asociación, Ítaca, que ha sido uno de los pilares más fuertes para que saliese adelante el proyecto. Conocían desde pequeñas a Hadoum y a sus amigas y ellas seguían yendo a la asociación. Entre ellas había más de las cuatro que han quedado al final: durante ese proceso entre el primer rodaje y el segundo, de forma casi orgánica y natural, quedaron ellas cuatro. Todas las chicas que conocí eran preciosas a nivel humano, solo que ellas cuatro tenían un vínculo hecho y estaban más dadas a estar delante de cámara con más facilidad.
Dicha cámara es de vital importancia para el desarrollo y el funcionamiento de Farrucas, pues no se impone a la historia, sino que sigue a las actrices dando la oportunidad al espectador de ser un personaje más. Facilita la empatía con ellas porque no las mira desde fuera sino desde dentro…
Gina Ferrer (directora de fotografía) y yo teníamos claro que la cámara tenía que seguirlas a ellas. Tenía que ser flexible, con movimiento en casi todos los planos y al servicio de su acting. Nos dimos cuenta de que era la única manera de poder transmitir esa cercanía que ellas tenían con nosotros a nivel humano, intentando eliminar esa barrera que surge cuando te pones delante de una cámara. Por ejemplo, el plano en que ellas están mirando a la cámara, y de alguna forma están mirando a los espectadores, lo decidimos mirándolas a ellas como si se miraran a un espejo mientras bailaban. Al final te das cuenta de que no tienes que hacer mucho, sino que tienes que quitar cosas. Lo dejamos lo más simple posible para que emergiese lo que ellas son. Yo como director y coguionista lo noté mucho a nivel consciente y di un paso a un lado. Es más colectivo y colaborativo de lo que sale al final en los créditos. Por eso nunca se aprendieron el guion, las líneas de dialogo, aunque siempre sabían lo que estaba pasando. Hubo un momento donde nos dimos cuenta de que no hacía falta, la magia estaba en que ellas dijeran eso que se quería decir de la forma en que ellas quisieran. Hay frases concretas que tenían que decirlas de una manera determinada, pero el resto era muy improvisado dentro de que no estás improvisando. Improvisas la forma de decirlo, pero no lo que dices.
¿Cómo se aproxima un equipo que es ajeno al Puche a esa realidad concreta?
Éramos un equipo blanco de clase media, LGTBI, sí, no solo por mí. Pero al acercarnos a algo que ya no es tan blanco y que no es de clase media surge la pregunta: ¿Desde el privilegio cómo te acercas al no privilegio? Pues con mucho respeto e incluso con mucho miedo de caer en los clichés: mirar desde arriba, ser paternalista, blanquear el asunto. Y esto pasó en el primer rodaje, aunque no queríamos. Sobre todo pasó por mí, porque me di cuenta de que aunque no quería había sido paternalista, había romantizado de alguna forma esos no privilegios. Menos mal que pudimos repetir, que las productoras fueron lo suficientemente valientes y arriesgadas.
Es interesante que el último plano de Farrucas sea el barrio visto desde fuera. El Puche visto desde un coche: es la imagen que tiene la gente que no vive dentro.
Bueno, realmente esa carretera normalmente no se transita por gente ajena al barrio. De hecho, esa vista solo la tienes si estás dentro: es una zona íntima del barrio. Ese plano lo rodó Gina con un móvil en un momento en que fuimos a localizar y luego se repitió con la cámara, pero nos quedamos con el del móvil. Recuerdo que me lo enseñó justo cuando acabó de rodarlo y a mí se me saltó una lágrima. El corto, en el guion, acababa de otra manera, pero montando nos dimos cuenta de que no era orgánico. Aun así, ese plano extra tuve que pelearlo un poco: mi intención era la de cortar el aplauso que intuía que iba a haber en la sala, después de ver cómo te enamoras de esas chicas. Y para mí eso era muy importante porque me daba la sensación de que, sin ese plano, la película quedaba en un vacío, en algo romántico; algo que te llevaba a pensar “qué chicas más guays, qué potencia, qué fuerza tienen”. Pero la realidad social en la que viven se muestra en ese último plano. El de un barrio que sin embargo no aparece mucho porque todo es interior. También nos pareció importante poder contarlo de esa manera: no yéndonos al cliché de un barrio instalado en el olvido. Yo veía que ese plano tenía que estar ahí. Creo que le da un toque… la gente dice más político, pero bueno. El cine para mí es político aun cuando intenta no serlo.