ENTREVISTA A AITOR MERINO (FANTASÍA)

«Mi forma de estar en la película es a través de la cámara. No quería aparecer como personaje, sino que mi presencia se sintiera por cómo les miro a ellos»

Hablamos con Aitor Merino a propósito de su documental Fantasía, tras su paso por el Festival de Málaga, en la Sección Oficial de Documentales, y el Festival de San Sebastián, en la sección Zinemira. Aitor, que además de trabajar como actor en numerosas producciones también había dirigido otro documental, Asier y yo (Asier ETA biok, 2013), muestra, esta vez, el día a día de la vida de sus padres a través de material grabado a lo largo de más de 4 años, en el que se habla sobre la memoria, la herencia y la muerte.

Aitor Merino Fantasía Mutaciones

¿Cuándo empezaste a grabar y por qué?

Mi hermana tuvo la idea traviesa de que lleváramos la cámara cuando supo que el crucero en el que íbamos a embarcar se llamaba Fantasía. En ese momento no sabíamos si iba a quedar como un recuerdo para la familia o si haríamos un cortometraje. De hecho, al principio grabábamos las cosas que llaman la atención de un crucero: la horterada, los dorados, el mar… pero en seguida la cámara se iba girando de manera natural y espontánea hacia nuestros padres. No sabíamos de qué iba a tratar, pero había una sensación latente de que podría ser el último viaje que hiciéramos todos juntos. Mis padres eran mayores, mi hermana vivía en Ecuador y yo en Madrid, así que juntarnos era muy difícil. Por eso fue tan especial, porque nunca habíamos podido ir juntos de viaje. Entonces esto fue una fantasía hecha realidad, sobre todo para mis padres, que les hacía una ilusión increíble. Es un lugar idílico, en el que no tienes que preocuparte por nada, el tiempo parece que se para y los problemas se quedan más allá del horizonte…

Fue cuando Amaia (mi hermana) volvió a Ecuador y yo regresé a Madrid y vimos aquello que habíamos grabado en el barco, cuando nos dimos cuenta de que había una pureza en esas imágenes que podía ser un material interesante para compartir en forma de película. Pero claro, no podría tratar sobre unas simples vacaciones. Entonces, teniendo como referencia ese título, que es lo único que teníamos decidido, enseguida me di cuenta de que yo lo que quería era hablar sobre la realidad, su día a día de jubilados en Pamplona, el paso del tiempo y la pérdida de facultades por la vejez. Todo esto con la perspectiva y el temor de que un día no estarán.

O sea que la intención del proyecto fue cambiando con el tiempo…

La intención siempre fue la misma, lo que cambió fue el hecho de ir entendiendo cuál era el impulso que me motivaba a hacer la película. Para esto es importante señalar que, aunque es una mirada muy autoral, el único proceso en el que he estado sólo ha sido en la grabación. He estado 4 años y pico grabando la intimidad de mis padres a solas con ellos, sin nadie con un micrófono ni iluminando. Pero luego yo regresaba a Madrid con un material –más de 200h en total– en el que no pasaba nada. No había grandes acontecimientos, sino escenas muy de día a día. Íntimas, bonitas, tristes o desagradables, pero en las que no ocurría nada extraordinario. Fue luego, tras mucho trabajo en la sala de montaje con mi equipo, cuando la estructura de la película se fue construyendo.

Fantasía Revista Mutaciones

¿Qué cosas decidías grabar y qué no? Entiendo que es a la hora de rodar cuando empieza ya el proceso de selección, porque dependiendo de qué grabes omites unos sucesos u otros y cambia por completo lo que vas a contar después.

La verdad es que a la hora de grabar no me he cortado un pelo. He llevado la cámara hasta los rincones más íntimos del día a día de mis padres. Los he grabado en el váter, durmiendo, riéndose, discutiendo e incluso en la sala de un quirófano. Como documentalista no puedes ponerte muchas cortapisas, es luego en la sala de montaje donde deber decidir qué entra y qué no. Poco a poco me fui dando cuenta de cuáles eran los temas principales, entonces cada vez el material tenía más que ver con lo que trata la película y fui fijando mi mirada en el hecho de envejecer, en el deterioro del cuerpo, la perspectiva de la muerte…

En la película se dicen dos palabras que resumen muy bien de qué va: herencia –no la material, esa la gastáis en el crucero para conseguir la herencia que de verdad os interesa: pasar más tiempo con vuestros padres– y memoria, de la que hablas a propósito de tu abuelo, que al tener Alzheimer y no poder reconocerse en su reflejo de alguna forma dejó de ser él mismo.

Sí, sin duda son los temas principales: la memoria y el legado o la herencia. La película empieza con el testimonio más antiguo que tenemos en la familia: a través de un papel de 1783 de un antepasado por parte de madre que dejó escrito que no legaba nada por no tener de qué. Al hacer Fantasía, esto cobró todo el sentido para mí: él no dejaba nada en herencia porque era pobre, y sin embargo nos legó la vida. Lo que ocurre en mi familia es que ni mi hermana ni yo hemos tenido hijos, así que cuando fallezcan mis padres y muramos nosotros nuestra familia ya no estará en el mundo. Eso me producía (y produce) una gran angustia, porque de algún modo desapareceremos. Entonces necesitaba dejar un testimonio de que hemos existido y de que nos queremos, para mí era muy importante.

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Comentabas al principio que el montaje fue la mayor carga de trabajo. ¿Cómo fue el proceso de elección de clips?

El proceso fue muy largo, de casi cinco años. Fue muy complicado, pero al final todo lo que no tuviera que ver con la herencia, la memoria o la vejez se iba quedando fuera. Al final, de alguna forma, la película ha ido eligiendo sus propias secuencias conforme yo era más consciente de cuál era la razón por la que estaba haciendo esto. Al principio, para desesperación de mi montadora, yo no sabía de qué quería que fuera la película. Esto ha requerido que escribiera un montón de textos para entender la motivación del documental. También quería que la película hablara por sí misma, sin la necesidad de una voz en off, y ahí ha estado el trabajo de muchos años con mucha paciencia.

Entonces la voz en off la usas cuando quieres contar algo que no se puede contar sólo con la imagen…

Claro, y en este caso creo que la película podría funcionar casi igual de bien sin la voz en off. Pero vimos muy interesante que la propia razón de ser del filme estuviera en los cuadros y las fotografías que están en casa, como ocurre en todos los hogares, porque todos esos recuerdos de familiares que ya no están, y guardamos como un tesoro, vienen a ser lo mismo que esta película. Me pareció una forma muy sencilla de dialogar con el espectador y hacer que a través de mi propio álbum el espectador pudiera pensar en el suyo.

¿Por qué decidiste mezclar dos tiempos distintos?

Porque uno es el momento en el que el tiempo no transcurre, el barco. La película empezó con ese crucero, todo lo demás es posterior, aunque no se aclare en ningún momento. Cuando ocurren cosas que nos recuerdan la fragilidad del cuerpo y la memoria en la vejez, siempre volvemos al barco como ese lugar donde los problemas estaban lejos y la familia estaba unida. Es una vía de escape. Es como regresar a un sueño, y al mismo tiempo ese sueño le da más valor a lo real. Esa forma de contraponer unas imágenes con otras creo que les da más valor a cada una de ellas.

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A pesar de que es un retrato de tu familia, rechazas constantemente estar en plano. Cuando te enfoca tu hermana apartas la cámara para no salir y al final de todo, en la última escena, cortas la parte de la foto que está en la pared en la que sales tú.

Mi forma de estar en la película es a través de la cámara. No quería aparecer como personaje, sino que mi presencia se sintiera por cómo les miro a ellos. Yo jamás habría incluido esa imagen en la que salgo porque me da mucho pudor, pero mi equipo se dio cuenta de que guardaba algo muy valioso. En este proceso me he dado cuenta de que normalmente las cosas que más pudor nos da enseñar son las que guardan lo más interesante, porque la vergüenza la sentimos cuando algo verdadero aflora sin que podamos retenerlo. Y yo creo que lo que nos interesa como espectadores es vislumbrar algo que es verdadero. Pero sí es verdad que es muy cínico por mi parte porque grabo a mis padres desnudos pero yo me quedo siempre detrás de la cámara (risas).

La película, como dices, es una búsqueda de la verdad. De hecho, hay partes que incluso parecen guionizadas. ¿Cómo conseguiste esa naturalidad?

Bueno, de una forma un poquito amoral (risas). El primer año mis padres no sabían que yo estaba haciendo una película, se lo oculté. Durante las vacaciones en el crucero y las navidades en las que grabé una discusión enorme entre ellos, pensaban que estaba grabando para que quedara como recuerdo, nada más. Luego, cuando se lo conté, se asustaron al principio porque se acordaron de las cosas tan íntimas que había grabado, pero me dijeron que confiaban en mi criterio.

Al final se acostumbraron, la cámara pasó a ser casi un miembro más de la familia. Me di cuenta de que no funciona cuando forzaba un tema yo porque se notaba. Entonces prácticamente todo lo que sale en la película son imágenes que salieron de la manera más espontánea. Uno a veces piensa que puede forzar la realidad para que ocurran determinadas cosas y documentalmente es mucho más interesante justo lo contrario: alejarse, dejar que pasen las cosas y que sea la cámara la que las graba sin interferir de una manera tramposa.

¿No tenías miedo a que se actuara de forma distinta al haber una cámara?

Bueno, llega un momento en que te olvidas. No puedes estar todo el rato fingiendo o tratando de ser un personaje. Es verdad que, y esto es un gran debate en el mundo del documental, la cámara siempre condiciona de alguna manera. Pero es verdad que en este caso, al ser yo quien grababa en mi propia casa, diría que mis padres han actuado con absoluta libertad.

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¿Y no temías también de, al estar pendiente de grabar, disfrutar menos el momento?

Sí. Hay una vieja frase de un documental, en la que el documentalista está grabando a sus hijas comer y dice él en off: “qué gran dilema, grabo la sopa o me la como”. No puedes hacer las dos cosas. Ese dilema está siempre en quienes hacemos documentales, pero al final es otra forma de vivir la realidad. En este caso, mi hermana y yo hemos sido muy distintos: ella dejó de vivir en Ecuador para vivir con mis padres y no tenía ese impulso de grabarlos, mientras que yo, en cambio, no he sentido la necesidad de vivir con ellos pero sí de grabarlos.

Hay un momento muy especial en la película, en el que tu hermana se gira a cámara llorando porque le pareció muy bonito un gesto que tuvo tu padre con tu madre aún sabiendo que nadie los estaba grabando…

Ese momento, que vio mi hermana pero que yo no pude grabar con la cámara, marca una toma de realidad dentro del lugar idílico. Hasta ese momento todo lo que pasaba en el barco era como una ensoñación, pero de pronto es como si el embrujo se hubiera acabado. Porque lo que conmovió a mi hermana es ver a mis padres, dos personas muy mayores que se tratan con ese cariño, una imagen que algún día desaparecerá y sólo quedará en nuestras memorias.

¿Crees que para contar estos temas es más efectivo un documental o una ficción?

Yo, desde luego, no podría haber hecho una ficción sobre mi familia porque sería otra película. En este caso, tratándose de una historia que no tiene nada de extraordinario, creo que lo que le da valor es la concreción de que son personas reales. Es verdad que una ficción sobre una familia en la que no ocurre prácticamente nada creo que no tendría mucho sentido, pero creo, de verdad, que con una buena mirada todas las familias son interesantísimas. Es cierto que mis padres, hasta cierto punto, podría decir que son hasta fotogénicos. Pero creo que de cualquier familia se puede hacer una película fascinante sobre temas completamente cotidianos.


FANTASÍA (ESPAÑA, 2021)

Dirección: Aitor Merino / Guion: Ainhoa Andraka, Zuri Goikoetxea, Amaia Merino, Aitor Merino / Producción: Doxa Producciones / Fotografía: Aitor Merino

 

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