EN LOS 90
La vida sin nostalgia
En una de sus posibles acepciones, la nostalgia viene a ser esa tristeza melancólica que nos provoca el rememorar un momento una época más vivaz o alegre que la presente. Un sentimiento que ha dejado una huella indeleble, para todo aquellos que vivimos nuestra adolescencia en la pasada década de los 90, en objetos de consumo como un edredón estampado con los personajes animados de la serie de televisión de las Tortugas ninja, un par de zapatillas deportivas Air Jordan o una videoconsola Super Nintendo. Símbolos generacionales que para el jovencísimo protagonista de En los 90, Stevie adquieren un valor muy diferente. Para él, todas estas cosas son símbolos de una futura edad adulta que sus trece años ya le permiten atisbar en el horizonte. Pero también son objetos que se encuentran fuera de su alcance por ser parte de las anheladas (por prohibidas) posesiones de su violento y malcarado hermano mayor, Ian. Y curiosamente, teniendo en cuenta las posibilidades para con la explotación de la nostalgia generacional que aportaba la ópera prima del cómico y actor Jonah Hill en calidad de director y guionista, es ese mismo significado, y no uno fruto de la melancolía generacional, el que estos objetos tienen para el espectador de En los 90. Básicamente porqué la mirada de Hill respecto a ellos no es retrospectiva, si no que los utiliza como parte inevitable de un contexto en el que se sitúa su relato. En este sentido, se diría que la llamativa decisión del director de utilizar un formato de pantalla tan poco habitual y granítica como pueda ser el de 4:3 no responde a una necesidad dramática o narrativa, ya que ni suma ni resta efectividad a lo que se cuenta en su película, si no a modo de declaración de principios. Ya que al igual que la ciudad de Los Angeles, en la que transcurre el verano en el que tiene lugar En los 90, aparece en pantalla desprovista sus más reconocibles paisajes, a Hill no parece interesarle tanto establecer el retrato de una época como plantear su película desde el presente, desde el aquí y ahora del protagonista abortando así cualquier posible proyección nostálgica sobre los meses de verano condensados en la película. En consonancia contempla esta historia sobre como Stevie, rechazado por su admirado hermano mayor, adquiere en calidad de nuevos referentes en sus primeros pinitos como adolescente a los miembros de una pandilla de jóvenes skaters formada por Ruben, Fourth Grade, Fuckshit y Ray, todos ellos mayores que él y en algunos casos peligrosamente cerca de la exclusión social y económica, desde el mismo estado de primeriza fascinación que su protagonista. Seguramente por eso, y abrazando un humanismo ausente en crónicas de juventud situadas en ambientes muy similares como las que podemos encontrar en parte del cine de Larry Clark o las primeras películas de Harmony Korine, En los 90 huye durante sus dos primeros tercios de toda visión moralizante sobre las acciones de la pandilla protagonista.
Stevie pasa de ver películas cada sábado noche junto a su madre, quien cuida en solitario tanto de él como de su hermano, a fumar, consumir alcohol y otras drogas, desafiar a guardias de seguridad y un largo etcétera de nuevas aficiones que, bajo la mirada de Hill, pasan de ser preocupantes a convertirse, en pantalla y desde la perspectiva de Stevie, en instantes de libertad y descubrimiento. En consonancia, durante la parte más estimulante de En los 90, el derrotismo vital que se adivina en algunas de las actitudes de Ray, Fuckshit, Fourth Grade, Ruben y, en creciente medida, también en el errático y preocupante rumbo tomado por alguien de la edad de Stevie, queda eclipsado por los embelesados contraplanos del preadolescente viendo como sus nuevos amigos patinan en zonas prohibidas bajo los gaseosos compases de la banda sonora original compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross, combinada con temas musicales ya existentes que, además de situar históricamente al espectador, sonorizan el estado de ánimo del protagonista, contemplando como pletóricos triunfos cada cigarrillo, borrachera o arriesgada inconsciencia que le acerque un poco más hacia la plena aceptación por parte del resto de miembros de la pandilla.
Un vacío moral, que se justifica por el hecho de que toda la información a la que se accede en la primera parte del film pasa por Stevie, por lo que su forma de vivir todo lo que en ella acontece es la que marca el tono (y la moralidad) de este tramo de la película. Mientras, lo que ve y lo que oye en las conversaciones a su alrededor, tan aparentemente triviales como necesarias para humanizar a todos los que le rodean, y sus solitarios episodios autodestructivos tras robar algo de dinero a su madre para así poder comprarse una tabla de skate o después de herir sin misericordia los sentimientos de Ian, dibujan un preciso retrato las tiranteces, celos y miserias existentes entre sus nuevos amigos y de su huida hacia delante de un entorno familiar desestructurado y muy poco satisfactorio. Pero este extraño y muy logrado equilibrio moral se rompe bien avanzada la película de la mano de otra ruptura; la del punto de vista del film que hasta ese momento era patrimonio exclusivo de Stevie y que había hecho posible el enfrentamiento entre lo cuestionable del contenido de algunas secuencias con un vivificante tono audiovisual elaborado por Hill.
A partir de una conversación mantenida por un grupo de chicas sobre el primer escarceo sexual de Stevie con una de ellas, la película abandona el apoyo prestado hasta ese momento a la visión del protagonista para adoptar en cambio una inesperada, por inaudita en el metraje precedente, visión moralizante y preocupada sobre sus acciones y actitud. Bajo esta nueva luz, un solar poblado por sin techo, y que es utilizado por pandillas de skaters como punto de reunión, pasa de ser visto durante la primera hora del film como un espacio libre en el que Stevie y los demás pueden desarrollarse personalmente, al margen de los códigos morales y sociales de un mundo al que no desean pertenecer, a convertirse en un sitio inhóspito en el que emborracharse, pelearse y sacar a la luz las rencillas entre algunos de los miembros del grupo ante la posibilidad de escapar a un futuro que se adivina muy gris, cuando no directamente negro, y todo lo que hasta entonces había sido sugerido pasa a explicitarse desde una óptica condenatoria tan válida como cualquier otra, pero que precipita todo lo que ocurre, a base de lugares comunes, en aras de cerrar los conflictos que ha ido planteando orgánicamente. Llamadas a la sensatez quizás efectivas sobre el papel y desde una perspectiva estructural y dramática, pero que solo se salvan gracias al excelente trabajo actoral (con un Sunny Suljic que se revela como todo un descubrimiento), por obvios y forzados. Un decepcionante broche que, pese a todo, no empaña la impresión de estar ante una película modesta en su escala y planteamiento pero excelentemente ejecutada en sus dos primeros tercios, y delante de un director que, siendo novel, es capaz de pergeñar un film simultáneamente ligero y profundo, muy bien planificado y con un montaje enérgico pero que no por ello deja de resultar natural en su resolución formal, y que sorteando la recreación nostálgica logra plantear algo tan universal como el vértigo del paso de la infancia a la adolescencia en base a situaciones tan concretas como las que se muestran, como si fuese la primera vez, en En los 90. Casi nada.
En los 90 (Mid90s, EEUU, 2018)
Dirección: Jonah Hill / Guion: Jonah Hill / Producción: Scott Rudin, Eli Bush, Ken Kao, Jonah Hill y Lila Yacoub para A24, IAC Films y Waypoint Entertainment / Fotografía: Christopher Blauvelt / Montaje: Nick Houy / Diseño de Producción: Jahmin Assa / Música: Trent Reznor y Atticus Ross / Reparto: Sunny Suljic, Lucas Hedges, Gio Galicia, Na-kel Smith, Olan Prenatt, Ryder McLaughlin, Katherine Waterston, Alexa Demie