EL VÍNCULO AMERICANOJAPONÉS
La liberación de las formas
Una de las bases del éxito de las nuevas series animadas estadounidenses enfocadas a un público juvenil y o adulto, reside en su total apertura a abrazar un espectro temático más libre y complejo de lo habitual. Sin embargo, estas posibilidades argumentales se verían reprimidas si no se pudieran desarrollar desde unas formas que le den la oportunidad de expandirse sin restricción alguna. Series infantiles norteamericanas como El show de Ren y Stimpy (John Kricfalusi, 1991), Vaca y pollo (David Feiss, Robert Alvarez, Robin Steele, Deane Taylor, John McIntyre, 1997) o Catdog (Peter Hannan, 1999), empezaron a estirar y modelar su animación y dibujo con tal de explorar sus guiones valiéndose del poder visual de la mera imagen, logrando integrar la distorsión con armonía dentro de sus episodios. Algo que sabría llevar a cabo aún más libremente Bob Esponja (Stephen Hillenburg, 1999), la cual incluso se permitió jugar con la incorporación de David Hasselhoff en su versión cinematográfica de 2004 echando la vista al pasado pero jugando con el surrealismo y referencias solo comprensibles para los adultos.
A día de hoy, series que en esta revista tratamos como Historias corrientes (J.G. Quintel, 2010) u Hora de aventuras (Pendleton Ward, 2010) han construido sobre el surrealismo la esencia misma de su razón de ser. Y ello se consigue mediante la libertad de las formas que poco a poco se ha ido gestando a lo largo de la evolución de la animación televisada. No obstante, sería un error cerrarse a la propia historia catódica estadounidense, ya que, sobre todo en lo que se refiere a la serie de Pendleton Ward, la influencia y el diálogo que mantiene con la animación japonesa es más que patente. En ese aspecto no es de extrañar que Masaaki Yuasa haya colaborado en la serie en dos ocasiones. El cineasta que nos ha dejado obras tan extremas como Mind Game (2004), una película de lo más vitalista que experimentaba continuamente con los distintos estilos de animación posibles basándose en cada una de las secuencias que deseaba trazar, dirigió el episodio en 2014 Food Chain dentro del show Hora de aventuras. Un capítulo de producción japonesa en la que Yuasa actuó con su libertad creadora habitual, mutando a los protagonistas en su opening y jugando con la polimetría de los personajes y su adaptación con el dibujo y el paisaje en las interpretaciones de las diferentes canciones. La sintonía resultante entre el estilo del nipón y el de Hora de Aventuras originó una segunda colaboración. En esta ocasión, Pendleton Ward y Masaaki Yuasa han estado codo con codo en la realización de Hora de Aventuras: Elements (2017), de ocho episodios de duración. El japonés, que ha trabajado para televisión con series tan alocadas como The Tatami Galaxy (2010), colaboró también en Geniusparty! (2007), del Studio 4°C, quienes apuestan por la radicalización experimental en el campo de la animación.
No obstante, si como hemos comentado, series como Hora de aventuras, por parte estadounidense, nacen tras primeras aproximaciones a la liberación formal en los años noventa y durante la primera década del siglo XXI, esto también es reconocible en la animación televisada nipona. Es por eso que el camino que recorrieron Ward y Yuasa hasta la realización de los nuevos ocho episodios de su serie, beben de una influencia que les ha marcado el camino desde sus respectivos países de origen. Así pues, es imprescindible la herencia tomada por Yuasa quien, ya iniciada su carrera, tuvo que ver en TV producciones de GAINAX como Karekano (1998), de Hideaki Anno (artífice de Neon Genesis Evangelion), donde los problemas de una chica de instituto con doble personalidad tan solo se podían expresar mediante un acercamiento a la abstracción, algo que la compañía aceleró hacia el surrealismo en una de sus series estrella, Furi Kuri (FLCL) en el año 2000. Lo más cercano a Yuasa y a Hora de aventuras sería Bobobo (Hiroki Shibata, 2003). Y este sería el ejemplo claro y quizás el precedente más evidente del éxito de Cartoon Network. Bobobo nos presenta un panorama donde un emperador calvo decide rapar a todas las personas con pelo del reino, contra él luchará Bobobo, quien no solo se comunica con su cabello, que parece tener vida propia, sino que utiliza un ataque especial con su vello nasal. Los personajes que le acompañan acaban por tener formas geométricas y adaptarse a un espacio, el dibujado, que huye de cualquier concepción realista y le da la oportunidad a la trama de ser desarrollada sin impedimento alguno. Un escenario colorista, acelerado y sinsentido que poco difiere del espacio postapocalíptico donde viven sus aventuras Jake el perro y Finn el humano.
Desde luego, la mutación de las formas se desarrollaron por vías distintas dentro de su idiosincrasia televisiva, pero sin duda, el diálogo en la animación entre ambos países es más que patente a nivel infantil y juvenil. La construcción de San Fransokio, la sinérgica ciudad de San Francisco y Tokio en Big Hero 6 (Chris Williams, Don Hall, 2014) de Disney, o el dibujo americanizado de los héroes de Boku no hero academia (Kenji Nagasaki, 2016), evidencian la influencia de unos sobre otros. Y es que al final, después de recorrer sus propios senderos, como Yuasa y Ward, parece que el campo de la animación, está entrelazando unos primeros vínculos hacia la animación total del futuro. Un campo que parece haberse estrechado positivamente en estos aspectos, y que esperamos pueda entregarnos alguna que otra obra maestra más adulta en el futuro.
Luis Suñer