EL VIENTO SE LEVANTA
La vida es sueño
“Para ser animador, si eres capaz de capturar el agua o el viento, podrás ser feliz…”. Estas palabras las dijo Hayao Miyazaki el día (septiembre de 2013) que reconoció que se despedía del mundo de la dirección coincidiendo con el anuncio de El viento se levanta (Kaze tachinu, 2013). El director nipón ha debido que tener hasta hoy en día una vida plena, porque pocos directores han demostrado el talento animador de una manera tan idiosincrásica y realista para, y valga el ejemplo, retratar el agua y el viento. Esto queda expuesto en sus dos últimos trabajos: Ponyo en el acantilado (Gake no Ue no Ponyo, 2008) y El viento se levanta. En ambos trabajos, el agua y el viento están recreados y animados mediante trazos de gran huella realista, de tal manera que se convierten en un personaje con alta impronta narrativa. En la primera, el agua plasma un contexto y una inmersión literal y narrativa, y en la segunda el viento se usa más como una herramienta de onirismo y dramatización por el peso fundamental que otorga a la historia. “Pero si tú eres director, tienes que juzgar todos los aspectos. Y eso no es bueno para mi estómago…”. Pues siete años después el estómago del nipón también ha de gozar de una salud envidiable. A lo largo de su carrera ha conseguido además de sintetizar una animación única, abanderar (junto a Isao Takahata) una colección de títulos que se sitúan a la altura de lo mejor de Ozu, Mizoguchi o Kurosawa dentro de la cultura cinematográfica y popular japonesa. A pesar de las enormes posibilidades del cine de animación, dentro del Studio Ghibli y de un modo más concreto, dentro del propio cine de Miyazaki, las premisas han sido a lo largo de casi tres décadas, la personificación del entorno más infantil e inocente con elementos mágicos, concienciación ecológica y pacifismo en diferentes pl anos y temas. Por ejemplo, el realismo mágico de Mi vecino Totoro (Tonari no Totoro, 1988); la respuesta violenta de la naturaleza como concienciación vista a través de los ojos de La princesa Mononoke (Mononoke-hime, 1997) o su último filme, El viento se levanta, un alegato antibelicista donde la destrucción la acarrea un terremoto y los envites bélicos quedan relegados a meros fondos emborronados y convertidos en grandes murales impresionistas.
Basado todo esto en el libro homónimo de Tatsuo Hori y posterior adaptación al manga del propio Miyazaki, la historia se centra en Jir? Horijoshi y su deseo por diseñar y crear libremente aeroplanos durante la primera mitad del Siglo XX. Esta voluntad quedó raptada por los designios de la Segunda Guerra Mundial. Sus conocimientos fueron hipotecados ante las demandas del emperador y el ejército para crear el mejor avión de combate del mundo. Y lo consiguió, suya es la firma del caza Mitsubishi A6M Zero, avión de combate que partió para su diseño de la forma de una espina de caballa. Con esta obra (supuestamente) testamentaria, Hayao Miyazaki subraya con este personaje, encrucijadas de sensaciones y conflictos que podrían ser un trasunto libre de su propio pensamiento, ya que él mismo ha declarado abiertamente que tanto su película como su propia voluntad son pacifistas y antibelicistas. Por eso el objetivo de este largometraje, además de homenajear otra de sus pasiones y a su propio tío (ingeniero de aviones de la SGM con Miyazaki Airplanes), es el de poner de manifiesto su sempiterno deseo de imponerse a la violencia con evocaciones poéticas, líricas y todo lo que conduzca la ansiada paz. El fruto de estas intenciones es la construcción de su filme más adulto y curiosamente protagonizado por adultos (como en Porco Rosso (Kurenai no buta, 1992), título inevitablemente ligado a este)), imbuido de un contenido romanticista, con los pies en la tierra gracias a la relación de Jir? y Naoko, y con los ojos en el aire, debido a la predilección de él por los aviones. Miyazaki no dibuja en El viento se levanta el despliegue de mundos cautivadores que sí acomete en el resto de películas. Reserva la siempre importante imaginación al mundo onírico, no hay cabida en esta película para las usuales escenas de magia y fantasía desbordadas, por eso el enfoque más distendido está sujeto al plano de los sueños (todo a disposición de las coyunturas esquematizadas por el ingeniero italiano Giovanni Caproni, evidente influencia de Miyazaki o de su padre) que evoca las andanzas otra vez del cerdo aviador de la mencionada Porco Rosso.
A nivel formal, Miyazaki desarrolla una pieza de coherencia y rigor ante la temática adyacente apoyado en un cúmulo de contenidas emociones donde consigue materializar lo invisible en un elemento tangible. El valor metafórico del viento aumenta cuanto mayor es la autorrealización y el amor que siente hacia Naoko, ergo, cuando los espectros personales y profesionales están en perfecta armonía. La historia de Jir? y compañía una gran película, pero lo cierto es que la magnitud de El viento se levanta es consecuente al (supuesto) despido de Miyazaki del cine y cada apartado reúne una enseñanza acumulada a lo largo de los anteriores títulos, lo mejor de cada uno. Ya desde el montaje inicial, que abarca realidad y sueño, se valora el tratamiento visual a niveles de composición y narración. Todo visto a través de los ojos de Hayao Miyazaki, y de los oídos de Joe Hisaishi, cuyos enfáticos vals están compuestos como arrebatadores ensamblajes cinematográficos. El viento se levanta es el resultado de la disposición de los elementos más arraigados del Studio Ghibli junto a un movimiento sobre un plano más realista que no se veía desde de La tumba de las luciérnagas (Hotaru no Haka, 1988) de su amigo Isao Takahata.
El viento se levanta (Hayao Miyazaki, 2013)
Dirección: Hayao Miyazaki / Guion: Hayao Miyazaki (Manga: Hayao Miyazaki. Historia: Tatsuo Hori)/ Producción: Studio Ghibli / Fotografía: Atsushi Okui / Montaje: Takeshi Seyama / Dirección de arte: Yôji Takeshige / Música: Joe Hisaishi / Reparto: Hideaki Anno, Hidetoshi Nishijima, Miori Takimoto, Masahiko Nishimura, Mansai Nomura