EstrenosSitges 2023

EL ÚLTIMO LATE NIGHT

It’s Showtime!

Es casi un tópico considerar que el horror en el cine gana adeptos en épocas turbulentas, reformulándose a la medida de la angustia vital de sus espectadores ante un presente inestable y un futuro que se anuncia funesto. Falsa reconstrucción histórica del último programa de entrevistas de franja nocturna Night Owls, presentado por Jack Delroy (David Dastmalchian, espléndido) y que jamás existió, la simpática El último Late Night (Cameron Cairnes y Colin Cairnes, 2023), se convierte, ya desde lo familiar de sus planteamientos y su abrazo a lo televisivo como modelo narrativo, en una invitación a disfrutar de ese y otros lugares comunes del género desde un festivo sentido de la autoconciencia que no hace ascos a una envenenada (y malévolamente divertida) moraleja final.

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A simple vista El último Late Night funciona como una pieza de cámara impulsada por un sentido de la nostalgia bien engranado, hecho a la medida del disfrute de conversos al género gracias a un conjunto de tramas que se retrotraen a las de las primeras temporadas de The Twilight Zone (1959-1964) o las correrías cinematográficas del Dr. Bernard Quatermass bajo la pluma de Nigel Kneale, autor de las primeras versiones del guion de un filme con bastante en común con el que nos ocupa como es Halloween III: La hora de la bruja (Tommmy Lee Wallace, 1982), algunos de sus efectos visuales y una modestia que recuerda a tiempos cinéfilos menos resabiados.

Pero además existe una lectura posterior sobre el rol del público en tanto cómplice indispensable para el funcionamiento de la sociedad del espectáculo, retratando al espectador y nuestra escoptofilia galopante como facilitadores de la pura maldad. Afortunadamente la reflexión se complementa con el tono entre amenazante y burlesco de la película. Esta lectura funciona como sostén de personajes tan cuestionables como el psíquico Christou (Fayssal Bazzi), la joven poseída Lilly D’abo (Ingrid Torelli, cuyas apariciones son con mucho lo más terrorífico de la película), su tutora, la parapsicóloga June Ross-Mitchell (Laura Gordon), o el escéptico tertuliano Carmichael (Ian Bliss) siendo todos ellos moderados por Delroy, como un ambicioso maestro de ceremonias obsesionado con recuperar su popularidad y que corona un catálogo de criaturas tan imposibles que su existencia u honestidad resultan cuanto menos dudosas.

Cameron y Colin Cairnes conducen su película por un productivo equilibrio entre lo que se quiere verdadero, en aras de proporcionar un buen entretenimiento, y lo que se espera que sea falso, por el bien de la seguridad de todos. Su mayor acierto es emplear los mismos mecanismos narrativos que el falso programa de televisión que pretenden reconstruir, desarrollándose según un pacto con la audiencia idéntico al que la propia película establece con su público. Porque ¿alguno de los espectadores de El último Late Night cree que lo que en ella se explica, echando mano de muchos de los tópicos del metraje encontrado, ocurrió realmente? ¿Hay alguien de entre el público del programa de Delroy que pueda creer que los estereotipados médiums o posesas demoníacas son quienes dicen ser? Probablemente no, pero ¿acaso importa tan pronto se acepten sus juguetonas premisas? Seguramente tampoco, siempre y cuando el entretenimiento sea lo bastante interesante como para seguir pendientes de la pantalla.

Con divertido tremendismo, película y programa se sitúan en esa zona intermedia entre lo imposible, aunque codificado como sobrenatural o terrorífico a un paso del llamado fan-service, y la necesidad de creer en lo que se está viendo como única forma de acceder a una experiencia más o menos terrorífica pero siempre capaz de garantizar la seguridad emocional y psicológica de su público. Haciendo de las imágenes televisivas el material con el que construirse en su mayor parte (y que da que pensar que la experiencia de su visionado será más completa desde el formato doméstico), El último Late Night hace gala de una astuta apropiación de las formas propias del Talk Show televisivo para sumar inquietud y capas a un discurso sobre la cultura del espectáculo.

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Su estructura se sostiene como un émulo de la del especial de Halloween que reconstruye la película, alejándola de lo episódico para dividirse en bloques más o menos independientes pero que funcionan por acumulación, aprovechando los intermedios televisivos para dotar a los personajes de una humanidad muchas veces reprobable en su hipocresía, haciendo de la práctica ausencia de música extradiegética un elemento más para desestabilizar al espectador, creando rimas visuales entre la iconografía ocultista y la televisiva o, muy significativamente, jugando con la ruptura de la cuarta pared como una muy inquietante forma de romper la seguridad de quienes se saben ajenos a lo que ven en calidad de pasivos espectadores.

Sumándose a estos elementos, la estética de cartón piedra propia de estos programas refuerza la impresión de estar ante un puro artificio e introduce la claustrofóbica sensación de que en el mundo de la película es imposible huir de la impostura que se ha convertido en forma de vida. En El último Late Night lo que no capta la cámara de televisión no existe, pero lo que se graba solo puede ser visto como espectáculo capaz de mantener en su sitio a muchos de sus personajes hasta hacer de ellos y ellas meros portadores de su condena y la de los demás, incapaces de creer en lo que ven pero también de negar su veracidad.

Más que situarse, la película se contextualiza en el 1977 de unos EEUU al filo del colapso social y cultural que, entre otras cosas, y cuya sintomatología es despachada por los cineastas en unos pocos minutos de imágenes de archivo que dan cuenta de la volatilidad de un instante histórico a las puertas de la era conservadora que puso punto final a la utopía estadounidense nacida a finales de la década de los sesenta y que no en vano también inauguró la era del pánico satánico. Pero, en su falta de profundidad, esas imágenes devienen ilustraciones intercambiables de un malestar también trasplantable a épocas como la actual, estableciendo un juego de espejos venenosamente cómplice para con su público y el momento histórico en el que se diría que nos encontramos.

Su apuesta por ganarse al espectador desde ese estadio de inocencia astutamente disfrazada de nostalgia puede parecer fácil, pero esta familiaridad jugada a fondo a través de una elaborada puesta en escena capaz de estilizar situaciones y personajes ya vistos, también ofrece un posible comentario más arriesgado y que en modo alguno invalida la capacidad de El último Late Night para ser altamente entretenida. Un comentario sobre lo poco que ha cambiado el modo (aunque sí el grado de invasión) en el que la lógica del espectáculo ha devorado y devora lo violento, lo extraño y lo inexplicable hasta regurgitarlo como una pacificadora mercancía más en un mundo en el que de tanto mirar la pantalla es la pantalla la que nos devuelve la mirada.

El último Late Night (Late Night with the Devil, Australia y Emiratos Árabes Unidos, 2023)

Dirección y guion: Cameron Cairnes y Colin Cairnes / Producción: Mat Govoni, Adam White, John Molloy, Roy Lee, Steven Schneider y Derek Dauchy, para Image Nation Abu Dhabi, VicScreen, AGC Studios, Good Fiend Films, Future Pictures y Spooky Pictures / Dirección de fotografía: Matthew Temple / Montaje: Cameron Cairnes y Colin Cairnes / Música: Glenn Richards / Intérpretes: David Dastmalchian, Laura Gordon, Ian Bliss, Fayssal Bazzi, Ingrid Torelli.

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