EL SILENCIO ES UN CUERPO QUE CAE
Proceso sin juicio
Teniendo en cuenta la aclamación de varias películas que versan sobre la homosexualidad y el transformismo, tales como Viva (Paddy Breathnach, 2015) o Hedwig and the Angry Inch (John Cameron Mitchell, 2011), o sobre la transexualidad como Una mujer fantástica (Sebastián Lelio, 2017) o La chica danesa (Tom Hooper, 2015), es de suponer que se banalicen e incluso se vulgaricen. Por esto, una película como El silencio es un cuerpo que cae es un soplo de aire fresco que libera su propia estructura en pos de diseccionar la vida de un hombre que tenía un secreto.
La directora Agustina Comedi lleva a cabo una labor de recopilación y búsqueda tanto material como ideada, pues entre las más de cien horas que su padre grabó con su cámara de vídeo se esconde el secreto de su pasado homosexual. La unión entre el found footage, el vídeo casero y la entrevista teje la piel de un cuerpo digital para entonar un reclamo y eliminar ese silencio que tira del cuerpo de Comedi, del de su padre ya fallecido y del de tantos y tantos homosexuales argentinos que llevaron una doble vida.
El silencio es un cuerpo que cae crece en base a los silencios, tanto los del padre como los del material no incluido en el montaje final. Su forma es como su fondo, resquebrajado e incompleto. El metraje en VHS posee esa calidad “pobre” típica del vídeo de aficionados que dota a la obra de un aire íntimo y cercano. Mediante la mirada al pasado, Comedi convierte en externo el legado interno de su padre, reivindicando su pasado y con él, el de la Argentina de la represión homosexual. El grupo Kalas, drag queens de cabaret, transformistas que se ocultaban como les era posible en los 70 y componían el círculo de amistades del padre de Agustina, se ponen ahora frente a la cámara enlazándose con el material de archivo para dar información a la directora y contar una serie de hechos al mismo tiempo —hechos que culminarán en su último trabajo, Playback: Ensayo de una despedida (2019)—. Finalmente, el sida es la mancha que se filtra entre el archivo y termina por coronar la íntima búsqueda de una cineasta que trabaja con un material tan personal y cercano que se torna visceral.
Quizá algunos de sus momentos tras la cámara —existe una voz en off que narra en algunas ocasiones— no sean muy acertados ni brillantes, pero la dualidad que presenta entre ella y su padre resulta muy enriquecedora. Las imágenes de una infancia “normal”, dado el periodo posmoderno en el que se encuentra la pequeña Agustina, con sus viajes a Disneyland, sus recitales de violín y sus fiestas de cumpleaños, se contraponen en esencia con las actuaciones de variedades del grupo Kalas o la jineteada gaucha.
Agustina no juzga a su padre, se limita a intentar averiguar qué esconden los silencios de una persona que se fue de su mundo para estar en otro ¿mejor?, al igual que hace Ariel en el fragmento del espectáculo de “La sirenita” que su padre grabó en el viaje a Disneyland: una imagen entre tierna y horrible. En cierto sentido El silencio es un cuerpo que cae habla de la fealdad en su forma pero, a diferencia de otros títulos como Pieles (Eduardo Casanova, 2017), cuyo endulzamiento de la fealdad la convierte en parodia de sí misma, o Touch Me Not (Adina Pintilie, 2018), donde se manipula el concepto de fealdad para, , tergiversar lo que vemos, la de Comedi consigue respetar la esencia de lo “distinto”, de lo difícil; adecuando la forma a su propia realidad. Lo amateur que es profesional sin dejar de ser amateur.
El silencio es un cuerpo que cae (Argentina, 2017)
Dirección: Agustina Comedi / Guion: Agustina Comedi / Producción: El Calefón / Fotografía: Agustina Comedi, Ezequiel Salinas, Benjamín Ellenberger / Diseño de sonido: Guido Deniro / Montaje: Valeria Racioppi / Reparto: Agustina Comedi, Jaime Comedi, Susana Palomas.
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