EL SILENCIO DEL AGUA
Espiral de ficciones
Unos niños juegan a policías y ladrones. El pequeño uniformado que desempeña el rol de agente de la ley corre detrás del resto en el interior de un edificio parcialmente demolido. Después de subir unas escaleras se enfrenta a un pasillo rodeado de estancias cerradas. Acompañado por el inquisitivo tema musical «Sexual Logic» de Howard Shore —aquí se vuelve directa la conexión con Seven (David Fincher, 1995)—, el niño empuja una puerta. Nadie se halla tras ella. Finalmente, el descarte lo conduce a la puerta definitiva. El pequeño, con su gorra militar aún perfectamente colocada, desvela impetuosamente ese último umbral pero, ante él, se muestra el abismo: la habitación que allí existió ha sido derruida. En su lugar se ofrece la primera panorámica de una ciudad de la China provincial que enturbia el silencio diegético con sonidos de lluvia y de máquinas excavadoras. La cámara desciende y, todavía desde la distancia, capta a Ma Zhe (Zhu Yilong) —inspector de policía que protagoniza el film—.
Este prólogo evidencia las intenciones creativas de Wei Shujun para El silencio del agua (2023) y representa una de las laberínticas metáforas de la obra: un detective busca a un asesino y, cuando ya no queda rincón en el que mirar, es la ciudad la que aparece. De ello se extrae que en la cinta van a predominar su atmósfera y los seres que la habitan —espacio en el que su creador ha puesto el foco y en el que reside el interés de la cinta—; en detrimento de una trama criminal que, con la excepción de la reproducción exhaustiva de una grabación en un radiocasete, no propone un desarrollo de la investigación que atraiga la atención del espectador.
Para subrayar la centralidad de los personajes el director recurre al sobreencuadre —particularmente reiterado a la hora de retratar a Ma Zhe— y a la captación de sus rostros reflejados. El uso de espejos permite mostrar los lados no visibles de los protagonistas; y, a su vez, proporciona una cierta perspectiva fantasmal. Porque sí, también hay fantasmas en esta película: los vemos en las disturbadas ensoñaciones del inspector, en el espacio vacío tras la puerta que el niño policía derriba al inicio de la historia y en la espectral aparición del loco mostrada —al público, no a los personajes— como su traslúcido gemelo en un cristal. Una explicación de esta decisión de puesta en escena la adelantó Wei Shujun en Striding Into the Wind (2019) en donde un cineasta veinteañero argumenta: “Wong Kar-wai enfocó un espejo para retratar a una pareja discutiendo, en lugar de mostrar sus caras. Lo hizo porque la realidad artística se distancia de la realidad cotidiana”. La referencia a títulos como Deseando amar (2000) o 2046 (2004) se hace explícita y transcurre paralela al clima del Largo viaje hacia la noche (2018) de Bi Gan. Onirismo y melancolía que enfatiza el realizador mediante el juego diegético–extradiegético de la sonata nº 14 de Beethoven —Op. 27, núm. 2—, cuya interpretación corre a cargo de un piano solo en transferencia con el ánimo del inspector Ma Zhe.
Los tres largometrajes de Wei introducen elementos de cine dentro del cine. Tanto en la anteriormente citada Striding Into the Wind —con un sonidista en su rol principal— como en Ripples of Life (2021) —cuyo argumento gira en torno al rodaje de una gran producción en una zona rural—. Pero especialmente en El silencio del agua, donde surge un laberinto de metaficción que abarca desde los planos y encuadres estáticos atravesados por el movimiento de los personajes —como si fueran vistos desde un patio de butacas— hasta las referencias a la situación de la industria audiovisual que reflejan las intervenciones del principal detective del departamento de policía y su jefe cuando este último decide trasladar la oficina a un cine recientemente cerrado. Esta decisión, que según ha comentado el propio director no recogía la novela de Yu Hua en la que se basa la cinta, posee una singular significación al tiempo que abre preguntas en distintos niveles narrativos: ¿acaso la audiencia ha sustituido el cine por la telerrealidad o por el sensacionalismo de los sucesos?, ¿se han modificado los espacios del cine?, ¿son los trabajadores de las instituciones de seguridad del Estado unos meros actores al servicio de los poderes más altos?, ¿es la historia del film una representación teatral?
Es esta última la que reviste mayor interés por las pistas que deja en la obra. Sus huellas se materializan, como ya se ha visto, en la primera secuencia —aquella en la que unos niños representaban una persecución policial— y en los habituales planos estáticos. Pero se localizan, además, en otros lugares: en la comisaría que, trasladada al escenario de una sala de proyección, se convierte en un montaje teatral; en los sospechosos que, metafóricamente, entran y salen de escena; o en la iluminación a través de la cual distintas lámparas acentúan la cara de los personajes principales sobre un fondo monocromático. Todas esas marcas contribuyen a difuminar las fronteras entre la realidad y la ficción para desembocar en una escena post-créditos que se convierte en el mayor enigma del largometraje.
El silencio del agua (He bian de cuo wu, China, 2023)
Dirección: Wei Shujun / Guion: Chunlei Kang, Wei Shujun. Novela: Yu Hua / Producción: Hangzhou Dangdang Film / Fotografía: Chengma Zhiyuan / Montaje: Qin Yanan / Intérpretes: Zhu Yilong, Chloe Maayan, Tianlai Hou, Tong Lin Kai.