EL REY CIERVO
Un rey sin reino
En El rey ciervo (Ando Masahi, Masayuki Miyaji, 2021) dos naciones, Zol y Aquafa, llevan años enzarzadas en una batalla que nadie recuerda cómo empezó. El ejército de Zol llevaba la delantera, pero el mittsual, una enfermedad o «maldición» sin cura que asola solamente a sus habitantes, impone una tregua forzada. A pesar de esta paz, los vencedores se han cobrado sus expolios del pueblo de Aquafa en forma de materiales, médicos, soldados y poblados enteros. Y ahí es cuando conocemos a Van, uno de los mejores soldados de Aquafa, reducido ahora a un vulgar esclavo sin nombre, trabajando sin descanso en las minas de sal.
Cuando vuelven los lobos, los portadores espirituales del mittsual, Van es «bendecido» con la enfermedad, pero con ninguno de los efectos secundarios. Huyendo de sus captores y cuidando a su vez de Yuna, una niña huérfana que se encuentra por el camino, es donde empieza la historia.
El rey ciervo no pretende revolucionar las historias de fantasía o de la animación japonesa, pero consigue contar una historia sencilla y entrañable sobre superar el pasado. No es una película de fantasía al uso, sino que recuerda más a una épica histórica con elementos mágicos por aquí y por allá. No hay dragones en lo alto de las montañas, o monstruos del bosque o magos doblegando ejércitos con hechizos. Solo espadas, flechas y gente que vive una vida sencilla. Los personajes, aunque amigables, son inofensivos y olvidables. El único que llega a destacar es Van, el protagonista, que presenta esa figura del hombre mudo, fuerte y misterioso de las historias de fantasía al estilo de Robert E. Howard, mezclado con el rol forzado de padre, como ya hemos visto tantas veces en películas (Logan (James Mangold, 2017); Léon (Luc Besson, 1994), videojuegos (God of War, 2018) o mangas (Lobo solitario y su cachorro, Kazuo Koike , 1970s).
Nahoko Uehashi, la creadora de la novela en que se basa la película, lleva adelante este proyecto con la ayuda de Masashi Ando y Masayuki Miyaji, dos titanes de la industria que han trabajado con el estudio Ghibli en La Princesa Mononoke (1997), El viaje de Chihiro (2001) o Ponyo en el acantilado (2008) por mencionar algunos. Por desgracia, El rey ciervo no parece capturar ninguno de los momentos de magia y fascinación que caracterizan a estas propuestas.
La trama de la maldición queda relegada a un segundo plano para mostrarnos la relación de Van y Yuna: cómo forman una nueva familia, cómo prospera su granja de ciervos o «pyuika», cómo juntos consiguen curar las heridas del pasado. Y es que, en el fondo, la historia de El rey ciervo habla de cómo abandonar un pasado doloroso para adentrarse en un futuro incierto, pero más aciago. «Mejor bueno por conocer, que malo conocido».
Van es el elegido por el mittsual para ser el próximo sucesor, el que mantenga a raya la maldición y traiga una nueva era de paz al reino. Ese rol de héroe, para un hombre al que ya no le queda nada, puede ser increíblemente tentador, pero Van ya no está solo. Tiene una familia, amigos, gente que se preocupa por él y quizás eso sea todo lo que le haga falta. Ya sea como leyenda o como esclavo, Van no puede huir de su pasado, pero eso no significa que no pueda construir un futuro mejor para todos los demás, para los habitantes de Zol o de Aquafa. Para su pueblo. Para sus ciervos.
Para Yuna.
El rey ciervo (Shika no Ō: Yuna to Yakusoku no Tabi, Japón, 2021)
Dirección: Ando Masahi, Masayuki Miyaji / Producción: Production I.G. Distribuidora: Toho/ Guion: Taku Kishimoto. Novelas: Nahoko Uehashi / Música: Harumi Fuuki