EL RESPLANDOR
El horror primitivo
Todos conocemos a Stanley Kubrick. Cineasta fundamental en la historia del cine, artesano mesiánico capaz de moverse en cualquier género y, a la vez, autor de estilo distintivo y enorme personalidad. Kubrick siempre iba un paso por delante; era ambicioso, obsesivo y conflictivo, como todos los genios. Su influencia es evidente y declarada por generaciones de cineastas y las películas que hizo dieron tanto que hablar como las que no hizo. Nada se puede decir sobre Kubrick que no se haya dicho ya, pero revisionar su trabajo sigue siendo como volver a un laberinto en nuestra mente en el que siempre ha cambiado algo. En el que nuevos caminos surgen y llevan a facetas que no habíamos advertido. Por el simple placer de revivir el horror del hotel Overlook, hoy vamos a volver al laberinto que fue El resplandor, con esperanza de que, quizás, algún lector encuentre un nuevo camino.
Es 1978. Tras el descalabro económico que supuso Barry Lyndon (1975), Kubrick decidió que su siguiente proyecto debía ser algo más pequeño y comercial. El género que garantizaba el mayor beneficio era el terror, por lo que Kubrick devoró durante tres años novelas en busca de algo que se ajustase a sus selectos criterios artísticos. Fue así como descubrió El resplandor, la tercera novela de un autor incipiente llamado Stephen King. El proyecto cogió forma rápidamente y la película entró en preproducción en unos meses. Sin embargo, con Kubrick nada era sencillo. Su perfeccionismo obsesivo provocó mil y un incidentes y convirtió lo que debería haber sido un rodaje controlable en el monstruo con el que el director estaba habituado a lidiar.
Tras más de un año de trabajo, finalmente El resplandor mutó en una película mayestática y poliédrica, lejos de las modestas intenciones iniciales. Tuvo un estreno por todo lo alto y, aunque inicialmente la recepción fue tibia, acabó por convertirse en el mayor éxito de su director. No obstante, dividió profundamente a la crítica entre los que veían una obra de arte compleja y visceral y los que la consideraron un artefacto de forma hermosa pero vacía. Este segundo segmento criticó su ritmo lento, su cripticismo y los cambios respecto a la novela. Fue una de las pocas películas de Kubrick que quedó fuera del circuito de premios. Sin embargo, el tiempo le ha dado la vuelta a la tortilla e, irónicamente, los argumentos que se esgrimieron en su contra se han convertido en la fuente de sus virtudes. Ese ritmo lento contribuye a su estilo hipnótico, el desarrollo críptico favorece una narración plagada de interpretaciones y capas y los cambios respecto a la novela separaron la paja del grano. Aunque la polémica sigue siendo comprensible, El resplandor ha resurgido poco a poco hasta convertirse en el clásico fundacional del terror moderno que es hoy.
Stephen King aún pertenece a este segundo grupo crítico, natural teniendo en cuenta cómo le movieron los muebles. La película adapta la trama superficialmente y reduce a lo anecdótico el mayor interés narrativo de su autor: el alcoholismo de Jack Torrance. Sin embargo, las cartas sobre la mesa, es difícil negar que la película supera holgadamente a la obra original. Con todo el respeto a su autor, de un talento fuera de toda duda, la novela fue un best-seller sólido y con capacidad de convertirse en un recuerdo grato, pero sin capacidad de trascender. Tiene ecos de terror universal, pero están constreñidos en un planteamiento demasiado convencional y una gestación acelerada; poco hace temblar ante el recuerdo de la lectura. La miniserie de Mick Garris (escrita por Stephen King) venía a ratificar esto. La película de Kubrick, por el contrario, transcurre por caminos argumentalmente más simples, pero llega mucho más lejos en su terror metafórico y radical. Retrotrae a un horror más íntimo y profundo, funcionando en el camino intelectual y emocional. En este sentido, es una adaptación magistral, ya que entiende el corazón de tinieblas de la historia original y lo proyecta con mucha más fuerza y riqueza.
La película fue rupturista por plantear el terror desde el prisma de Kubrick, que más que adaptarse al género, lo adaptó a sí mismo, otorgándole una fuerte carga de intelectualidad y una planificación elegante llena de matices claustrofóbicos. Su preferencia por la simetría cristalizó en composiciones delicadas a la par que rígidas y desasosegantes. En una cámara ingrávida y fantasmal que se movía con agilidad y contundencia. A pesar de la enormidad de los espacios, transmitió la sensación de que los personajes estaban siempre enmarcados, encerrados en un entorno sin posibilidad de huida, en el que lo sobrenatural ocurría fuera de campo hasta que irrumpía de golpe en la jaula. Este minucioso nivel de subtexto la convierte, probablemente, en la película de terror más estilizada que existe.
En este sentido, la imagen de la película estuvo fuertemente influenciada por ser una de las primeras en utilizar la steadycam. Garrett Brown, el creador del invento, participó en la producción estimulado por el uso narrativo y emocional que Kubrick quería darle. La steadycam consiguió una sensación de inmersión y angustia entonces solo explorada por la realización cruda de películas como La mataza de Texas (Tobe Hooper, 1974), pero sin perder los ricos valores de producción que Kubrick buscaba. El propio Brown confirmó que supuso un paso de gigante en el refinamiento del sistema. Como muestra el archifamoso plano de Danny recorriendo los pasillos del hotel en su triciclo o la persecución en el laberinto. Secuencias milimétricas que evidencian la obsesión de Kubrick con la tecnología de vanguardia para canalizar las emociones más primarias.
Por otro lado, el casting es excelente, hasta el punto de que es imposible disociar al reparto de sus personajes. Wendy (Shelley Duvall) es de una fragilidad que entronca con lo irritante y parece a punto de romperse en cada plano (las famosas torturas a las que la sometía Kubrick debieron ayudar). Su interpretación resulta una prueba a la paciencia del público, pero también un angustioso retrato de la histeria que es justo valorar. Justo al otro extremo, Jack (Jack Nicholson) representa un modelo de agresividad y pulsión; un hombre de inquietante sonrisa que parece constantemente a punto de explotar. Curiosamente, el pequeño Danny (Danny Lloyd), a pesar de ser un personaje declaradamente inquietante, resulta la normalidad disfrazada de excentricidad, mientras que sus padres son lo contrario. Incluso Dick Hallorann (Scatman Crothers), el cocinero del Overlook, presenta contrastes bizarros en lo que resulta el único elemento cómico de la película. Nada en El resplandor tiene una lectura sencilla.
En este sentido, el acting resulta muy rígido, con diálogos dilatados y frecuentes pausas, provocando una sensación incómoda, de distanciamiento. Esta es una característica habitual en el cine de Kubrick, experto en provocar cierto efecto de extravagancia y fascinación. De esta manera consigue generar la sensación de que el tiempo se hubiese congelado para la familia Torrance, atrapada en una realidad errática en la que nadie dice lo que en realidad quiere decir; en la que la propia idea de la comunicación ya está contaminada. Esta peculiaridad proviene también de otro de los aspectos más interesantes de la película: el punto de vista.
Al estilo de clásicos fantasmagóricos como Otra vuelta de tuerca (Henry James, 1898), el punto de vista es deliberadamente ambiguo, intercambiándose entre todos los personajes y permitiendo que sea tanto una película de fantasmas como de la locura. La sensibilidad infantil de Danny, los demonios internos de Jack y el descenso al horror de Wendy permiten la aparición gradual de fantasmas literales. O metafóricos, si tenemos en cuenta el punto de vista de cada personaje, la sugestión del hotel y el contexto de las presencias. Funciona en las dos direcciones. Sin embargo, Kubrick sitúa el foco justo en medio. Es una película de fantasmas, de locura, de política y de sociedad. Sobre la crisis creativa, el aislamiento, la obsesión, la familia, la predestinación y lo sobrenatural. Una película en la que todo el público puede interpretar algo tras una fachada aparentemente simple.
Estas interpretaciones han proliferado en tantas direcciones que otorgan a la película un curioso estatus obsesivo. Como si fuese un espejo torcido, multitud de teorías señalan que Kubrick reflejó (¿inconscientemente?) la situación político-social de la convulsa década de los 70. La comunidad ha analizado sus numerosas ambigüedades con lupa hasta, seguramente, sobredimensionar su alcance. Mil detalles ocultos dan alas a estas teorías: contradicciones misteriosas en los escenarios, el punto de vista ambiguo, la simbología india que apunta al genocidio nativo americano, la simbología del holocausto, la recreación del mito del minotauro, las numerosas situaciones dobles, la teoría del falso aterrizaje en la luna, y muchas otras aún más peregrinas. Demasiadas para cubrirlas, aunque algunas de ellas resulten sorprendentemente reveladoras. Más allá de la veracidad de las mismas, estas lecturas otorgan riqueza a cada visionado y evidencian la fascinación que la película sigue generando.
Sin embargo, nada de todo esto tendría la misma fuerza sin el elemento más destacado más allá de la dirección de Kubrick: la extraordinaria banda sonora. El mérito está repartido entre Wendy Carlos, Rachel Elkind, Gordon Stainforth, y el propio Kubrick, conocido por tener una relación tortuosa con sus músicos. Wendy Carlos y Rachel Elkind compusieron una banda sonora brillante, más de una hora de sonidos electrónicos, vocales y de cuerda, de marcado carácter surrealista y visceral. Sin embargo, solo un extracto de seis minutos llegó a la película, con la evidente frustración de sus autores. El motivo fue que Kubrick utilizaba en la preproducción composiciones clásicas o piezas vanguardistas a modo de guía. Con el tiempo (en lo que degeneró en un tiránico proceso) solía preferir las pistas de referencia y descartar el material compuesto. Esta no fue la excepción: Wendy Carlos (Walter en aquella época) lo sufrió en menor medida en La naranja mecánica (1971). Y Alex North asistió a la premiere de 2001: Una odisea del espacio (1968) sin saber que todo su trabajo había sido descartado.
De esta forma, el grueso de la banda sonora se compuso de temas de György Ligeti, Krzysztof Penderecki y Béla Bartók. Sin embargo, fue Gordon Stainforth (editor de la música) el responsable de decidir dónde utilizarla y de sincronizarla con la imagen. Su trabajo, minucioso y de impecable precisión, fue el responsable de la mitad de la atmósfera. Las piezas escogidas epatan con estridencias, coros monocordes y tonos tribales, a la vez que resultan poéticas y punzantes. El estilo se sitúa a medio camino entre el clasicismo de las bandas sonoras de terror tradicionales y la nueva ola de música atmosférica. El resultado es, a pesar de lo caótico de su concepción, una de las bandas sonoras más vanguardistas de la historia.
Por su naturaleza de montaña rusa, el cine de terror es uno de los más propensos a quedar rápidamente desfasado. Sin embargo, a veces surgen obras que aguantan más allá de la primera descarga. Películas que consiguen transmitir ecos a un horror primitivo que se queda con nosotros mucho tiempo. El resplandor está a punto de cumplir cuarenta años y, aunque el tiempo pasa para todos (¡esos zooms enfáticos!), sigue manteniendo intacto su magnetismo. La fascinación que provoca ha generado una mitomanía a las que pocas películas se acercan, permaneciendo en el inconsciente colectivo y convirtiéndose en parte indisoluble de la cultura pop.
En resumen, El resplandor ha conseguido trascender. Por su capacidad de generar multitud de discursos y, sobre todo, por un motivo básico y rotundo: todavía asusta. El porqué puede desgranarse en mil detalles, pero se resume en su capacidad de estimular miedos primarios. Miedos ocultos en el laberinto de nuestra mente. Un laberinto donde aún reverbera el sonido de un triciclo recorriendo los pasillos.
Antonio Serón
El resplandor (The Shining, 1980, Estados Unidos)
Dirección: Stanley Kubrick / Guion: Stanley Kubrick y Diane Johnson, basado en la novela de Stephen King / Producción: Stanley Kubrick / Música: Wendy Carlos y Rachel Elkind / Montaje: Ray Lovejoy/ Fotografía: John Alcott / Diseño de producción: Roy Walker / Reparto: Jack Nicholson, Shelley Duvall, Danny Lloyd, Scatman Crothers, Barry Nelson
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