EL REINO ANIMAL
La expulsión del Otro
Sostiene el filósofo Byung-Chul Han que «lo que suscita el miedo es, en primer lugar, lo extraño, lo siniestro e inhóspito, lo desconocido; el miedo presupone la negatividad de lo completamente distinto».[1] El miedo, el extrañamiento, el odio hacia lo distinto, hacia el Otro, el diferente, el no igual… se ha prestado en infinidad de ocasiones como pilar argumental en obras literarias y cinematográficas de terror y fantasía, especialmente en aquellas que se sumergen en universos pandémicos, de muertos vivientes, de extraños virus que convierten a los seres humanos en bestias supuestamente irracionales, de criaturas que aterrizan desde planetas distintos al nuestro. Aquí la lista de títulos es larga —desde La legión de los hombres sin alma (Victor Halperin, 1932) a La forma del agua (Guillermo del Toro, 2017) pasando por Distrito 9 (Neill Blomkamp, 2009) o Retornados (Manuel Carballo, 2013)— pero en todas ellas se sitúa el foco en la discriminación que se produce hacia el distinto (ya sea este un zombi, un extraterrestre o cualquier ser que nos produzca extrañeza), sirviendo así de metáfora a discriminaciones sociales que continúan produciéndose en nuestro mundo ya sea por raza, sexo, orientación sexual, nacionalidad, discapacidad, etc.
El segundo largometraje del francés Thomas Cailley prosigue con estos ingredientes para encumbrar un potente filme que bascula entre el drama familiar y la distopía fantástica con elegantes efectos especiales y enérgicas escenas de acción. Mucho más comercial que su anterior trabajo —la original Les combattants (2014)— y con pinceladas de cine hollywoodiense que le restan más que sumarle en su conjunto, El reino animal (2023) sitúa al espectador en un mundo en el que desde hace aproximadamente dos años varias personas se han ido convirtiendo paulatinamente en animales (aves, mamíferos, anfibios…). La convivencia es difícil y el Gobierno persigue a las personas víctimas de estas mutaciones para alojarlas en un gigantesco recinto que se ha creado ex profeso para ellas, cual si fuera una cárcel. Ya desde su impactante apertura con guiño claro a Guerra Mundial Z (Marc Forster, 2013), la película nos presenta a los protagonistas: un padre (encarnado por el siempre solvente Romain Duris), su hijo y la esposa y madre de ambos respectivamente, quien padece dicha anomalía biológica y se está transformando en una loba.
Más allá de la ya comentada parábola sobre el odio hacia el Otro, lo desemejante, diverso, que se aleja de los estándares establecidos, se halla en el libreto de Cailley y Pauline Munier un abordaje a la cuestión de la libertad, del sistema como anulador de seres librepensadores, a la necesidad de los gobiernos de mantener la uniformidad en la población y de la legítima defensa de la violencia que estos poseen para reprimir a los que osen salirse de los márgenes. Lo físico y sus posibilidades —tan en auge últimamente en el cine actual— también es desarrollado a través de los interrogantes que plantean dichas mutaciones.
El reino animal es un filme trepidante con una cuidada puesta en escena que, aunque se pierda a veces en la trama familiar (que tanto gusta al cine yanqui) y en la inconcreción de algún personaje secundario (especialmente la gendarme que encarna Adèle Exarchopoulos), se eleva en su sólido discurso político en defensa de la igualdad en tiempos de Le Pen y Zemmour.
[1] HAN, BYUNG-CHUL, La expulsión de lo distinto (2016). Herder, página 21.
El reino animal (Le règne animal, Francia, 2023)
Dirección: Thomas Cailley / Guion: Thomas Cailley, Pauline Munier / Producción: Nord-Ouest Films, France 2 Cinéma, Artémis Productions, Shelter, StudioCanal / Montaje: Lilian Corbeille / Fotografía: David Cailley / Reparto: Paul Kircher, Romain Duris, Adèle Exarchopoulos, Jean Boronat