EL PERDÓN
El western del nuevo milenio
Desde los albores del cine, el western ha sido un género clave para entender la propia evolución vivida en la industria. Un género que, debido a su propia esencia y a los elementos que lo identifican como tal, siempre ha sido encorsetado en una serie de parámetros de obligado cumplimiento para ser considerado como tal. Esto, en teoría, hacía que fuera poco proclive a los cambios; pero los hechos demuestran que esto no ha sido impedimento para que haya tenido que reinventarse en varias ocasiones y así poder mantener su hueco en la industria.
No habría forma de repasar la historia de este género sin acordarnos de la obra primigenia de Edwin S. Porter, Asalto y robo al tren (1903), la cual supuso un gran avance en las posibilidades narrativas del cine; hasta llegar a la reformulación de este género por parte de John Ford en La diligencia (1939), donde dotó a los personajes y a la historia de una hondura dramática no vista con anterioridad. Esta nueva concepción del western lo convirtió en uno de los géneros por antonomasia del Hollywood clásico hasta que este tocó a su fin, dejando al western en una posición vulnerable. Tocaría volver a reinventarse y unos de los grandes artífices de ello serían Sergio Leone con su Trilogía del dólar o Sam Peckinpah (Grupo salvaje, 1969). Un mayor realismo, un tono crepuscular y una violencia más palpable fueron sus nuevas señas de identidad y el último intento fructífero prolongado en el tiempo de resurgimiento del western.
Entrando en materia sobre la obra que nos ocupa, Michael Winterbottom, director inclasificable donde los haya, se atreve con este western gélido y a la vez sensible, en un apreciable intento de extender el género a territorios menos explorados. Era el año 2000, el western llevaba más de 20 años de ardua travesía sin rumbo excepto contadas obras que, si bien las hubo de gran calidad, no lograron que el western volviera a estar en primera línea. Winterbottom, que a lo largo de su ya extensa carrera nos ha dejado obras tan personales como Wonderland (1999) o 24 Hours Party People (2002), ha tenido siempre la audacia de experimentar géneros muy distintos y en todos ellos ha dejado su personal sello. En El perdón se aleja de cualquier comparación con el western clásico para darle una mirada mas íntima, dotando a la historia de una sensibilidad inusitada en el género y de un realismo que se esfuerza en resaltar a través de un montaje con abundancia de planos cortos y un diálogo seco y conciso.
El director británico nunca pretende insuflar esa aventura y esa épica tan asociada al Oeste, dejando el conflicto que debiera ser el eje argumental de cualquier western en un segundo plano. La historia de un grupo de hombres que trabajan para el ferrocarril y su enfrentamiento con el terrateniente de un pueblo, el cual pretende forzar a estos a que el ferrocarril pase por sus tierras, podría ser el argumento de cualquier western de serie B de los años 50 de los que protagonizaban Randolph Scott o Alan Ladd. Sin embargo, esta trama solo le sirve a Winterbottom como vehículo para remitirnos al verdadero centro de la historia, el personaje de Daniel Dillon – brillantemente interpretado por Peter Mullan – y al elevado precio que tuvo que pagar para poder convertirse en un hombre poderoso.
Basada libremente en la novela The mayor of Casterbridge, de Thomas Hardy (la cual se ambientaba en la Inglaterra rural), Winterbottom asume el riesgo de enfatizar el melodrama y aparcar la parte heroica del relato. La sensibilidad antes nombrada no contradice el hecho de que la obra se tome cierta distancia con el espectador, no haciéndonos fácil el acceso a cada personaje, por lo que la obra puede transmitir -además de por sus bellos paisajes- cierta sensación de frialdad. Por contra, no renuncia a ese tono crepuscular tan característico de la última etapa dorada del western y a la nostalgia de aquel Oeste salvaje que deja paso, a disgusto, a los nuevos tiempos. Con un reparto –con actores como Wes Bentley, Milla Jovovich o Sarah Polley– tan solvente como imprevisible a primera vista, el realizador inglés se toma su tiempo para construir una película no del todo accesible, pero que sabe como recompensar tu implicación.
Es una historia donde no nos encontramos con indios ni vemos a la caballería, no hay rastro de forajidos y apenas se hace uso del revolver. Donde la tradicional dicotomía entre héroes y villanos es bastante confusa, siendo el motor de la historia los sentimientos que conectan a diversas personas que se encuentran en el pequeño pueblo minero de Kingdom Come. Pero, más allá de todo esto, la principal cualidad de esta obra reside en su capacidad para hacernos discurrir acerca del futuro del western y de sus posibilidades; de cómo, aun desprovisto de sus elementos más recurrentes, la esencia del western sigue ahí y de cuáles son los nuevos caminos que puede tomar el género para reinventarse una vez más. Porque siempre que hablemos de la construcción de América, de las duras condiciones de vida de los pioneros en unas tierras hostiles y de la salvaje libertad de la que se gozaba antes del reinado de la ley; siempre hablaremos de un western.
El perdón (The Claim, Reino Unido, 2000)
Dirección: Michael Winterbottom / Guion: Frank Cottrell Boyce (Novela: Thomas Hardy) / Producción: Andrew Eaton / Música: Michael Nyman / Fotografía: Alwin H. Küchler / Montaje: Trevor Waite / Reparto: Peter Mullan, Wes Bentley, Milla Jovovich, Sarah Polley, Natasha Kinski, Julian Richings, Shirley Henderson, Marie Brassard, Tom McCamus y Barry Ward.
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