EL ORDEN DIVINO
Sufragistas en pantalones de campana
En 1971 las mujeres aún no tenían derecho al voto en Suiza. Fue en ese año cuando el referéndum convocado con motivo del voto femenino obtuvo el esperado sí que no había conseguido en la anterior consulta de 1959. La cineasta Petra Volpe, natural del cantón fronterizo con Alemania de nombre Argovia, tenía por entonces tan solo un año pero puede decir que nació en un país que mantenía callada a la mitad de la población mientras se enorgullecía de la modernidad de su democracia directa (sistema con muchos pros pero muy culpable del tan tardío reconocimiento del sufragio universal). Esto marca, más si cabe porque se trata de un episodio que la historia federal ha obviado hasta el punto de que aún hoy es un dato enterrado que sorprende a la memoria internacional. Puede que este fuera uno de los mil motivos que empujó a Volpe a construir el guion de su segundo largometraje para cine, El orden divino (2017), alrededor de ese año 1971 y de ese momento en el que se preguntó a los hombres si permitían participar a las mujeres en el proceso legislativo. La película, ambientada en una zona rural suiza indeterminada, pone en el centro a Nora, una joven ama de casa nunca antes interesada en política que va descubriendo que su liberación personal (y la de su entorno más próximo) pasa por hacer campaña activa a favor del derecho al sufragio femenino.
Al igual que en su anterior película Traumland (2013), y siguiendo la línea iniciada por los jóvenes cineastas helvéticos de finales del siglo XX, Volpe continúa construyendo un cine de conflictos individuales que rompe con esa imagen paradisiaca que el país lleva ofreciendo al exterior desde los ’50. El orden divino contrapone, nada más empezar, una consecución de imágenes de archivo que contextualizan la época a nivel mundial (Mayo del 68, Woodstock, hippies, Black Power…) frente a la bucólica postal de tranquilo y feliz pueblo suizo. Con ello subraya, con una ironía que caracteriza a todo el film, el aislamiento y anacronismo de la sociedad tradicional suiza de los primeros 70. No hacen falta demasiadas palabras, menos aún si lo siguiente que se presenta es a Nora, su marido y sus dos hijos con una indumentaria que, tras la introducción de Volpe, parece aún más antediluviana si cabe. A partir de aquí la película juega a expresar la transformación interior de los personajes, especialmente de la protagonista, a través de los cambios estéticos que van actualizando su look. Además, el proceso hacia la aceptación del voto femenino se refleja mediante el virado del color hacia tonos más cálidos y mediante la introducción paulatina de algunos temas musicales (populares en los ’60 y los ’70) con letras que potencian significados (destacan You don´t own me, de Lesley Gore, o el universal Respect de Aretha Franklin).
En El orden divino se retrata a Nora y a su marido como pareja resignada, sin saberlo, a desempeñar los roles más conservadores dictados por un orden social de raíz religiosa que restringe el cuidado de la familia a un derecho natural de la mujer. Ninguno de los dos se ha planteado nunca que hubiera otra opción. Nora circula cómoda en su bicicleta por una carretera conocida pero aislada por la nieve, va cuesta abajo, simplemente se deja llevar por el sencillo vehículo, por el orden natural de las cosas, en definitiva: por la sociedad. Cuando intenta buscar un trabajo con el que paliar la insatisfactoria rutina del hogar se da cuenta de que su marido, más cómodo aún en su posición de macho dominante que lee el periódico mientras le preparan la cena, puede prohibirle legalmente que trabaje. Entonces se enciende esa chispa que hará sentir a la protagonista que el camino que debe pedalear a diario es cada vez más cuesta arriba. Así Nora, un pájaro enjaulado, se va rebelando y con su ejemplo crea un efecto dominó que llega a otras mujeres en circunstancias similares. La película identifica así la lucha colectiva por los derechos de la mujer con la suma de luchas individuales y cotidianas. El foco sobre el personaje de Nora explica el excesivo triunfalismo musical del momento en el que se sabe que el referéndum ha obtenido un resultado positivo. La cineasta se mueve en el tramo final del metraje en una delgada línea que la acerca a la edulcoración de un discurso que se podría interpretar como conformista o poco profundo. Pero este es el resultado de un choque: lo que para la protagonista es el clímax al que llega su trama individual para el feminismo es solo un nuevo paso en la larga carrera por delante hacia la igualdad.
Sin embargo, los dos mayores aciertos de Volpe a la hora de posicionarse ante esta historia tienen que ver con la construcción del matrimonio protagonista y la búsqueda del culpable de la situación. Por un lado, el hecho de que Nora sea madre y esposa la coloca en un lugar más comprometido, a la hora de alzarse en contra de lo establecido, del que podría tener una adolescente sin ataduras ni nada que perder. Por otro lado, elegir mostrar tanto al marido como a alguna otra figura masculina de la película como individuos que se dejan arrastrar por un sistema que les confiere un rol opresor (del que abusan y se aprovechan pero que en el fondo tampoco les hace felices) enriquece el discurso de igualdad de la cinta. Aquí el sistema patriarcal (enraizado, injusto, contra natura…) es el verdadero enemigo que el filme encarna en la voz de personajes tanto masculinos (el suegro de Nora) como femeninos (la representante del comité a favor de la antipolitización de la mujer). La cineasta une a figuras de ambos géneros (filmándolas desde atrás como nucas oscuras que juzgan o sermonean a las nuevas generaciones) consiguiendo así huir del tópico de identificar al hombre con el enemigo a batir. Alejándose de ese análisis manido, la película se preocupa en dejar claro que lo que es necesario combatir no es el género masculino sino el sustrato machista que se perpetúa pasando a las generaciones más jóvenes.
De una forma no tan valiente como su posicionamiento, la necesaria reivindicación feminista de El orden divino se viste estilísticamente de una amabilidad que recurre a ese humor de sonrisa tierna que contribuye a rebajar el tono general. Volpe lleva a la reflexión desde un lenguaje mainstream plagado de accesibles metáforas visuales. Su atención no está en crear impactantes planos sino en generar un discurso fluido que cale sin esfuerzo e invite al espectador a unirse a la lucha feminista. Esta decisión de no centrarse en la crudeza y el dramatismo del tema tratado (tan solo recordado por un leitmotiv instrumental dominado por la sección de cuerda) que elige abordar la sororidad en un entorno más agradable, y menos realista, recuerda al tratamiento elegido por la cinta de Radu Mihaileanu La fuente de las mujeres (2011). El mensaje en ambas se tiñe de un optimismo no disimulado que termina articulándose como un agradable toque de atención no agresivo que hace pensar una vez se ha abandonado la sala de cine.Esta complaciente cinta, que se puede leer como un homenaje a la historia de la causa feminista, ha cosechado premios dentro y fuera de su país de origen. El Ministerio de Cultura suizo la ha inscrito a los Oscar y su promoción internacional destaca de forma reiterada su financiación con fondos públicos, lo cual enlaza con un tema muy tratado en la película: la importancia de la imagen. A veces, una apariencia determinada (literalmente externa como en el caso de la protagonista de El orden divino) no se adopta tanto por convicción y autoafirmación (como se defiende en la película) como por servir de altavoz para vender al mundo una idea concreta. Surge la siguiente pregunta (a la que cada uno tendrá que responder por su cuenta): ¿puede Suiza estar aprovechando la película de Volpe para ofrecer una imagen de modernidad igualitaria ahora ya madura para afrontar errores de su pasado reciente?
Aunque El orden divino sea una alabanza a los pasos ya dados hacia la igualdad, lo cierto es que no sirve de nada tomarla como una oda a los éxitos. Más provechoso es verla como un espejo que señala paralelismos con la sociedad actual, aún presa de la absurda lacra machista. Mucho queda por hacer internacionalmente, también en Suiza, para conseguir dejar de lado toda discriminación (cultural, laboral…). Obras como esta son un grano de arena, necesario aunque descafeinado, que contribuye a que no se vuelva a adormecer el espíritu feminista ya que, de momento y pese al camino emprendido, los logros aún no son algo que pueda producir ningún tipo de placer orgásmico.
El orden divino (Die göttliche Ordnung; Suiza, 2017)
Dirección: Petra Volpe / Guion: Petra Volpe / Producción: Lukas Hobi y Reto Schärli / Música: Annette Focks / Fotografía: Judith Kaufmann / Montaje: Hansjörg Weißbrich / Diseño de producción: Su Erdt / Diseño de vestuario: Linda Harper / Reparto: Marie Leuenberger, Maximilian Simonischek, Rachel Braunschweig, Sibylle Brunner y Marta Zoffoli.