EL OFICIAL Y EL ESPÍA
El ministerio del prejuicio
Recién nombrado oficial al cargo del servicio de inteligencia militar por su feliz participación en el proceso por espionaje y alta traición contra Alfred Dreyfus (Louis Garrel), Georges Picquart (Jean Dujardin), el ahora coronel más joven del ejército francés visita su nuevo lugar de trabajo. Las nobles funciones de inteligencia del excelentísimo ejército francés se ejecutan desde un palacete ruinoso que parecía abandonado, con un conserjillo despistado, hombres de mal vivir gritando y jugando a las cartas junto a la entrada, polvo en el pasamanos de la escalera y mierda, mierda por todas partes. Le guía con la disciplina debida de un subordinado y la autoconfianza burlona del señor de la casa un suboficial grosero. Para esta escena capital, Roman Polanski opta por unos planos de seguimiento por los pasillos que corta en el marco de cada puerta. Desde allí, se muestra el interior de las estancias del servicio de espionaje en las que Picquart no llega a penetrar. Es una escena de una maestría indudable. Suciedad, desorden y decadencia aparte, todo parece normal dadas las funciones del edificio. Pero el archivero, los técnicos y los demás soldados examinan al nuevo oficial con suspicacia e interrogan a su rudo suboficial con la mirada; o interrumpen sus funciones, cierran carpetas y se muestran consternados nada más asomarse Picquart por la puerta. Todo es normal y extraño. Siniestro. Como la Francia del caso Dreyfus.
La mejor definición de “lo siniestro” la dio Freud. Siniestra es aquella vivencia contradictoria donde lo extraño se nos presenta como familiar y lo familiar como extraño. Aquello que, siendo normal y conocido, regresa a nosotros con un plus de extrañeza y un no-sé-qué terrorífico que nos angustia. El maestro clásico de esta sensación en el cine fue Fritz Lang. En El ministerio del miedo una agradable feria podía esconder una siniestra conspiración nazi. Entre los modernos pocos han estado a su altura como el director de La semilla del diablo. Las mejores películas de Polanski ofrecen todos los placeres de lo siniestro. A la manera de El ministerio del miedo, en El oficial y el espía el director emplea los mecanismos de lo siniestro y del thriller para poner la política en escena.
Hay muchos otros aspectos reseñables en El oficial y el espía. Especialmente en lo que refiere a la reconstrucción de la Francia de la época según modelos impresionistas. El habitual director de foto de Polanski, Pawel Edelman (El pianista, Oliver Twist), y el diseñador de producción Jean Rabasse (Jackie, Soñadores) han reconstruido una Belle Époque académica solo en la superficie. Los edificios oficiales se alternan con picnics en la hierba que imitan a Manet, con cabarés, cafés, estudios científicos dedicados a la grafología y una indudable fascinación por la incipiente fotografía. Pero es en los detalles, detalles decadentes o “siniestros”, donde encuentro al mejor Polanski y donde El oficial y el espía escapa al academicismo. Polanski no puede resistir a la tentación de mostrar al antecesor de Picquart pudriéndose por la sífilis o a los generales del ejército esnifando rapé y haciendo insinuaciones insidiosas respecto a la raza o la sexualidad. Todo es normal, es familiar para la época y se muestra como tal pero, al mismo tiempo, especialmente para nosotros, resulta notablemente extraño. Una soterrada atmósfera de prejuicios lo impregna todo. Estos retratos del funcionariado, del gobierno y del ejército responsable del caso Dreyfus, que oscilan entre la caricatura divertida y lo siniestro, alcanzan su máximo esplendor cuando es leído el «J’Accuse» de Émile Zola mientras se los muestra en sus rutinas oficiales. Como contrapunto: la cálida dignidad ciudadana del Zola interpretado por André Marcon.
Que lo que era a todas luces una película de espías propia de Le Carré derive en un drama judicial a partir de la intervención de Zola solo realza la profunda comprensión que Polanski y Robert Harris, que le ha ayudado a elaborar el guion a partir de su propia novela, poseen de los acontecimientos reales. Ambos comprenden también a fondo las dinámicas políticas de lo siniestro. En el momento en que el protagonista revela aquella verdad ominosa que ocultaba su entorno cotidiano, éste se reconfigura para expulsarle. De pronto el palacete reconvertido en oficinas de espionaje parece otro. Un nuevo recorrido por las estancias que remite cuidadosamente al anterior muestra hasta qué punto han cambiado las cosas. Ahora todo está limpio y en orden, tal y como quería Picquart, pero paradójicamente él queda más excluido que nunca y el relato de los hechos, que ha elaborado con rigor, con pruebas y sin prejuicios, resulta extravagante y paranoico en el nuevo contexto. Será la denuncia de un intelectual en la prensa libre, Zola publicando «J’Accuse» en L’Aurore y exponiéndose a prisión, lo que legitime la insistencia pertinaz del protagonista y su discurso. A partir de entonces las dos lecturas de los acontecimientos pueden someterse a un proceso público para dilucidar la verdad.
Todo esto sucede con la frialdad y la concisión de quien sitúa los valores universales de la justicia, la verdad y la objetividad por encima de sentimentalismos. Picquart y Dreyfuss apenas coinciden en un par de escenas y el oficial incluso comparte abiertamente el antisemitismo global de su tiempo. Si puede hablarse amistad entre ambos es tan solo por su compromiso común con la verdad de los hechos y por el respeto mutuo. La única pasión de El oficial y el espía es la pasión por la verdad, que es el único espacio común que nos salvaguarda de la paranoia, de los prejuicios y de los discursos interesados.
El oficial y el espía (Francia-Italia, 2019)
Dirección: Roman Polanski / Guion: Roman Polanski y Robert Harris (Novela: Robert Harris) / Producción: Alain Goldman (para Légende Films y R.P. Productions) / Música: Alexandre Desplat / Fotografía: Pawel Edelman / Montaje: Hervé de Luze / Diseño de producción: Jean Rabasse / Reparto: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner, Grégory Gadebois, Hervé Pierre, Wladimir Yordanoff, Didier Sandre, Melvil Poupaud, Eric Ruf, Mathieu Amalric, Laurent Stocker, Vincent Pérez, Michel Vuillermoz, Vincent Grass, Damien Bonnard…
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