EL MEJOR CINE DE 2022. DESCUBRIMIENTOS

Durante el transcurso de 2022, como cualquier otro, han habido más películas y series con las que hemos conectado al margen de los estrenos; obras y autores de otros años que nos han movido o interpelado de formas distintas. Es por eso que nuevamente, en paralelo a nuestra lista de las 10 películas o series favoritas del año, regresamos con nuestra selección de descubrimientos. Aquí miembros de nuestra revista y amigos críticos colaboradores os dejamos una selección de esas obras que, sin necesidad de haberse estrenado este año, han sido un hallazgo a destacar. Así que, sin más demora, os compartimos nuestros descubrimientos.


Looking (T1-T2), de Michael Lannan y Andrew Haigh (Estados Unidos, 2014-2015)

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No estamos acostumbrados a este tipo de series pero, a pesar de ser un tópico, es una producción necesaria para muchos y hemos crecido con sus personajes de una forma honesta y vital. De alguna manera, estas series que emanan la verdad de la propia realidad en la que vive una generación entera calan profundamente en la memoria. Los personajes gays de Looking interpelan al público con sus acciones y formas, como sobrellevar o llorar infidelidades con compañeros de trabajo, hacerse pruebas de VIH o, simplemente, fumarse un porro con amigos en una fiesta. Situaciones cotidianas de estos pequeños universos ayudan a comprendernos entre nosotros, contribuyen a reflexionar profundamente sobre temas como la salud sexual o cómo nos hablamos y nos cuidamos los gays entre nosotros. En definitiva, una serie que transforma de manera radical la forma de ver el mundo y de comprenderlo, o por lo menos a tener un nuevo punto de vista de cómo sentirse gay en esta sociedad con mucho orgullo, de lo que significa el amor y la amistad entre dos hombres. AGER MENDIETA.


La Bella y la Bestia, de Juraj Herz (Checoslovaquia, 1978)

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Mi año de descubrimientos ha estado muy ligado a la cinematografía checa, así que la película que voy a destacar es La Bella y la Bestia (Panna a netvor, 1978) de Juraj Herz, probablemente la adaptación más oscura del relato clásico. Sucede muchas veces que, al adaptar cuentos de hadas, los creadores pueden dar por hecho que el público conoce la historia y que, por este motivo, se pueden permitir centrarse menos en el desarrollo narrativo y en la creación de personajes y dirigir su mirada a la construcción de una atmósfera. Y eso hace Herz, figura clave en la nueva ola checa de finales de los sesenta, que tuvo varias incursiones destacables en el género fantástico y realizó diferentes adaptaciones de cuentos a los que envolvió en escenarios tétricos y espeluznantes. Esta versión de la historia de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont nos retrotrae a la tristeza y la oscuridad del cuento de hadas original con un diseño visual impresionante y localizaciones imbuidas de desasosiego que construyen una película llena de congoja, pero abrumadoramente hermosa. AMAIA ZUFIAUR.


Des filles en noir, de Jean-Paul Civeyrac (Francia, 2010)

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Partiendo de un estereotipo, Jean-Paul Civeyrac reflexiona sobre la muerte y el amor, temas que ha tratado durante toda su filmografía y que culminan en Des filles en noir de manera preciosa, perfecta. Porque todos los estereotipos tienen su origen en algo muy profundo, algo compartido por una serie de individuos que los sobrepasa. La película explora en su totalidad el suicidio, a partir de una relación de amistad impresionante. El ya acostumbrado manejo del scope partiendo de una composición única y rara, perfecta en su modo de utilizar la cantidad de espacio disponible y el montaje en continuidad, irrompible y, aun así, suave en sus transiciones y cortes culminan toda la obra del cineasta, entre la niebla y la oscuridad. Al final somos conscientes de que existen dos tipos de personas dentro del estereotipo, reflejadas en Noémie y Priscilla, las protagonistas. Y, debido a esto, el estereotipo se destruye. BORJA CASTILLEJO.


La eternidad y un día, de Theo Angelopoulos (Alemania-Francia-Grecia-Italia, 1998)

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La eternidad y un día… Esta es la película que se ha esculpido en mi memoria fílmica en este año 2022. Barnizadas por la pátina del recuerdo, las imágenes de La eternidad y un día navegan entre las aguas del mar del presente y el pasado, abriendo una ventana a uno de los últimos días de la vida de un hombre, Aléxandros. Mientras pasea con él, el espectador va recogiendo pedacitos que componen el alma del ser humano —el paso del tiempo, el amor, la muerte, el olvido…—. Instantes que pintan un profundo y hermoso retrato existencial que se va tejiendo entre las luces y las sombras, entre miradas y gestos, entre las palabras y lo que habita en el interior de los silencios. Una ficción que filma las costuras de la emoción, latiendo días después de haber sido vista. CLARA AYUSO.


No soy ningún ángel, de Wesley Ruggles (Estados Unidos, 1933)

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Casi al final de la película, Tira (Mae West) sube a testificar en un juicio donde, para desacreditarla, la acusación enumera todos los hombres con los que ha mantenido algún romance. La argucia, machista y humillante, es desmontada rápidamente por esta mujer que contraargumenta con la gran obviedad: en cada una de estas aventuras, ellos también tomaron parte. Sencilla, inteligente e irónica, la escena no solo permite zanjar una cuestión que atañe al personaje, sino que hace tambalear siglos de hipocresía en los que la honra parece ser únicamente cuestión de mujeres. En la producción del film, Mae West tuvo el control en cuestiones técnicas y artísticas, toda una hazaña que terminó convirtiendo la cinta en una ácida comedia feminista decididamente trasgresora. CRISTINA APARICIO.


Piel de asno, de Jacques Demy (Francia, 1970) y Lucie Loses Her Horse, de Claude Schmitz (Bélgica-Francia, 2021)

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Sorprende que en un año repleto de descubrimientos dentro del género del terror decida escoger dos películas fuera de este. Y es que, por supuesto, tengo que al menos mencionar filmes como el clásico del giallo Terror en la ópera (Dario Argento, 1987), que pude ver en 35 mm en la gran pantalla (gracias, Phenomena Barcelona); el divertido título ochentero de serie B Night of the Creeps -traducido al español como El terror llama a su puerta (Fredd Dekker, 1986); y la incomprendidamente original apuesta feminista The Scary of Sixty-First (2020), con la dirección brillante de Dasha Nekrasova (de quien espero ver mucho más muy pronto).

Sin embargo, para este ejercicio he decidido escoger dos películas que funcionan una al lado de la otra, que comparten espacios geográficos, pero que tienen entre ellas casi medio siglo de distancia (tiene que haber algo de imaginario colectivo fantástico ahí). De un lado está Piel de asno, la reinterpretación del clásico cuento de hadas francés en manos de Jacques Demy, quien mezcla su estética estampa con un manejo experimental del tiempo y anacronismos que llenan a una película ya de corte fantástico de un espíritu aún mucho más fantástico. Por su parte, Lucie Loses Her Horse es una película contemporánea (vista en la pasada edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla) que se alimenta de referentes como el propio Demy (o Rohmer o Shakespeare) y que pone en el centro a otra protagonista mujer que navega entre lo real y lo fantástico para intentar tomar las riendas de su libertad. Una reflexión que puede encontrarse en ambos filmes de maneras muy (y a la vez no tan) distintas. Entre mujeres y madres, entre princesas y caballeras. DANIELA URZOLA.


Fanny y Alexander, de Ingmar Bergman (Alemania-Francia-Suecia, 1982)

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Mis grandes descubrimientos cinéfilos del año han estado marcados en gran medida por una serie de proyecciones de lo más especiales (y de larga duración) en la Cineteca de Matadero: La mamá y la puta de Eustache, aquella sesión única y “filmtwittera” de Je ne suis pas morte de Fitoussi o la versión restaurada de La bella mentirosa de Rivette. Esta última probablemente hubiera sido mi elección si no me hubiera topado, unas semanas más tarde, con la familia Ekdahl, los protagonistas de Fanny y Alexander de Ingmar Bergman. Viendo que había dos versiones y a cada cual más larga, opté primero por la reducida, la estrenada en cines. Tal fue mi sorpresa y fascinación que no tardé, aprovechando cierto especial de cine ochentero publicado en verano en otra gran revista como Cinemanía, en lanzarme a por la versión extendida, que se trata de una miniserie de cinco episodios. En Fanny y Alexander Bergman reúne no solo buena parte de lo mejor de su cine (fue una de sus últimas películas), sino también de lo que más me interesa de este: la familia, el amor, la religión, la muerte y, sobre todo, el dilema entre la magia y la ilusión, entre la verdad y el engaño. El cine, en resumidas cuentas. Y qué mejor época que la Navidad para arroparse al lado del árbol de los Ekdahl para celebrar un año más junto a este arte. DAVID PARDILLOS RODRÍGUEZ.


Caro diario (Querido diario), de Nanni Moretti (Francia-Italia, 1993)

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Llego casi treinta años tarde a Caro diario (Querido diario) de Nanni Moretti. Y quizá por eso me golpea como si la estuviera viendo, por fin, en el momento justo. Su tríptico auto(meta)ficcional se adelanta a una enorme cantidad de obras que surgirán en esas tres décadas posteriores, y lo hace, además, sin revestirse de la impostada gravedad de muchas de ellas. Al contrario, el humor autoconsciente de Moretti, su capacidad para coquetear con el absurdo y su carácter a un tiempo amable e incisivo le otorgan la última capa de lustre a un juguete fílmico cuya arquitectura narrativa es mucho más compleja de lo que parece a simple vista. JUANMA RUIZ.


Caído del cielo (Out of the Blue), de Dennis Hopper (Canada, 1980)

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Out of the Blue (Dennis Hopper, 1980) podría ser una anti-American Graffiti (Georges Lucas, 1973) en la que no existe esa mirada nostálgica sobre una época, ni el recuerdo idealizado de la juventud de clase media e ingenuo buen corazón americano. En cambio, su desolación de extrarradio, las relaciones familiares sin esperanza y la actitud punk como única vía de escape de lo miserable anticipan un cine tan descarnado y marginal como el de Harmony Korine -no por casualidad su joven protagonista Linda Manz aparecería también años después en la ópera prima de este (Gummo, 1997)- o la fundadora del movimiento Dogma 95 Celebración (Thomas Vinterberg, 1998).

Urbana y convulsa, con escenas sostenidas de intenso estilo interpretativo (a lo Cassavetes), posee un ritmo cadente y discontinuo merced a su singular montaje capaz de acumular toda la tensión posible junto a una arrebatadora tristeza. MANUEL M. LÓPEZ.


Succession (T1-T3), de Jesse Amstrong (EEUU, 2018-)

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¿Por qué nadie me obligó a ver esta serie antes a pesar de las recomendaciones? Realmente puedo contarlo yo: tardé en ver esta serie porque me esperaba un producto pomposo, absurdamente elaborado y que se tomaba demasiado en serio a sí misma Hasta que me enteré de que participaba y dirigía el episodio piloto Adam McKay. Caí en el prejuicio de creer que me toparía con un trampantojo sobrevalorado y de una puesta en escena aburrida, falta de ritmo con interminables y tediosos diálogos, pero desde los primeros compases la serie despega y yo con ella. 

Jesse Amstrong, su creador, descubre una joya contemporánea muy alejada del aburrimiento que yo erróneamente vaticinaba. El guion es sublime, con episodios y situaciones ridículamente maravillosos (esa foto de Roman a Logan, esos raps de Ken, el “bromance” de Greg y Tom, etc) entre el “no me lo creo” y el “no me sorprendería que la realidad fuera así”. Sus diálogos son mordaces, divertidos y sucios de una forma muy inteligente. Y lo más importante de toda la serie: la creación de los personajes. Este es un elemento distintivo respecto del resto de aspectos, que cohesiona los puntos formales y narrativos, dotando de energía al primero y de velocidad al segundo. En un mismo capítulo se puede odiar y amar a los Roy (¡Qué acierto de casting!).

Todos estos elementos se ven acompañados por una música que no puedo olvidarme mencionar. Las partituras de Nicholas Brittell son una delicia que aúna música clásica con elementos actuales, gran epítome de lo que significa y cómo funciona Succession. MANUEL RODRÍGUEZ.


La negra de… (La noire de…), de Ousmane Sembene (Francia-Senegal, 1966)

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Una mirada al conflicto «post-colonial” francés desde el lado del oprimido. Sembene pone en el centro de su relato a Diuoana, una mujer senegalesa que es hipnotizada por las promesas de prosperidad de una mujer blanca a la que acompaña a Francia para cuidar a sus hijos. El mito de lo occidental irá deconstruyéndose a medida que la protagonista se rebela contra su destino de ser sirvienta. El director participa de esa deconstrucción con su forma de aproximarse formalmente a la historia que presenta, haciendo un ejercicio de apropiación de los estilos de las nuevas olas europeas para plantear una forma nueva de mirar el cine. Demuestra que es imposible el progreso social si no conlleva un progreso artístico. PABLO FERNÁNDEZ.


Un rubio, de Marco Berger (Argentina, 2019)

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Aunque lleva estrenando películas desde 2010, en muchos casos con presencia en España gracias a Filmin y LesGaiCineMad, este drama romántico de 2019 es la primera película que veo de Marco Berger. Sus cimientos son todo aquello que hacía que, a priori, no me resultara muy interesante, o sea, la manida fantasía erótico-sentimental gay. Sin embargo, la forma en que Berger se aproxima a ella, sumergiéndola en un baño de naturalismo, con una mirada tan tiernamente cotidiana como aplastantemente vulgar, la convierte en uno de los mejores relatos románticos que he visto en mucho tiempo. Berger entiende perfectamente lo que es el deseo, lo que supone reprimirlo y, sobre todo, cómo se adueña de nuestras miradas y nuestros silencios. PABLO LÓPEZ.


Old Joy, de Kelly Reichardt (EEUU, 2006)

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Kelly Reichard se adentra en la masculinidad y la amistad entre hombres con unas resonancias que conectan con su más reciente First Cow. Una de estas se encuentra en su apuesta por revisionar un género, en vez del western aquí lo hace con una suerte de road movie. El trayecto en carretera se adentra en el interior de la naturaleza paisajística de EE.UU. a la par que al interior de sus personajes masculinos. Ambos marchan entre elocuentes conversaciones que sutilmente los arrastran hacia su pasado compartido y el cierre inconcluso de su relación. Con ellos, lentamente los diálogos van desnudándose y, a medida que se adentran en la naturaleza y dejan atrás la molesta ciudad, el subtexto avanza hacia una claridad ausente de apariencias y superficialidades. YOEL GONZÁLEZ.

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