EL MEJOR CINE DE 2021. DESCUBRIMIENTOS
Este año, además de elegir nuestras 10 películas (y series) favoritas, parte del equipo de la Revista Mutaciones y críticos y críticas amigas han seleccionado una obra descubierta este año, pero no necesariamente estrenada en 2021. Una obra que le ha impresionado, que le ha conmovido o que le ha hecho reflexionar. Una de esas que, al terminar de verla, nos hacen preguntarnos por qué hemos tardado tanto tiempo en encontrarla y, a la vez, agradecer que aún quede mucho cine por descubrir. Aquí están las elegidas.
Trilogía de Apu, de Satyajit Ray (India, 1955-1959)
Una obra de una compleja sensibilidad que despliega un abanico de emociones que retratan un camino vital y espiritual que funciona a modo de espejo. Un delicado trabajo de narración cinematográfica, sencillo y cuajado de pequeños detalles, que revelan a un cineasta muy personal y sólido. Las películas que integran la trilogía muestran una postura ante la vida encarnada en el tránsito de su protagonista desde la infancia hasta su madurez abordando temas eternos en todas las culturas: la inocencia y la despreocupación del niño que en su adolescencia se rebelará contra los patrones familiares y sociales establecidos para terminar encontrando el propio camino, contado en una expresiva fotografía en blanco y negro y apuntado por la sugerente música del maestro Ravi Shankar. Si la sencillez de su planteamiento sorprende, el lirismo que desprenden sus imágenes atrapa. Una obra que opera desde la distancia pero que habla desde el presente. JUANMA GÓMEZ
Crystal, de Isao Yamada (水晶, Japón, 1988)
Crystal es un gran ejemplo de cómo representar la melancolía; las imágenes no hacen más que ser presencias durante la búsqueda de un entorno, así como el sonido conduce la realidad hacia algo mágico y residual. Cuando, de repente, vemos el reflejo de la niña a través de una especie de cristal, ella podrá volver a su lugar añorado por última vez. Isao Yamada filma en 16mm algo capaz de mistificar la poesía, difuminar la realidad entre el sueño y el recuerdo y conseguir desplazar la luz hacia la sombra. Consciente de que volver a los lugares que nos hacían felices no necesariamente traerá el mismo sentimiento de felicidad, Crystal aparece como el efímero sueño vívido que ha penetrado en mi ser este año. Su luz diurna y nocturna clama al sublime azul del éter impresionista, al hechizo absoluto de su forma y, por supuesto, a la melancolía eterna de lo cotidiano, de la pérdida y la aprehensión imposible de la luz. BORJA CASTILLEJO
Nostos: El retorno, de Franco Piavoli (Nostos: Il ritorno, Italia, 1989)
Durante el último año he frecuentado un cineclub telemático en el que elegimos, vemos y discutimos la película y el cine de un autor que nos parezca interesante, o que simplemente queramos ver por primera vez. Como tengo la suerte de ser el que menos sabe de cine de entre los participantes, siempre me maravillo ante descubrimientos como Nostos: El Retorno, una película a reivindicar como muy pocas. El cine de Piavoli compagina lo contemplativo de los paisajes naturales mediterráneos con personajes humanos que, al igual que el espectador, quedan en un letargo de la memoria y el tiempo. Nostos sirve, además, como “adaptación” de La Odisea de Homero, con un héroe perdido en el mar, en busca de la patria y la amada otrora perdidas. Cine para los adentros, de narrativa mínima y bella textura de celuloide. JUANMA BARBERO
La usurpadora, de John M. Stahl (Back Street, EE UU, 1932)
Es complicado quedarse con una sola obra cuando pienso en tantísimos cineastas y películas que he descubierto este año (Edward Yang, Suzan Pitt, Ermanno Olmi, Home from the hill, Opera de Darío Argento o Along Came Polly, así que me fiaré de mi Letterboxd que es quien me chiva que hay una película que he visto hasta cuatro (¡4!) veces este año, una de ellas en el mismísimo Cine Doré (y probablemente la más especial de todas). Se trata de Back Street, de John M. Stahl. Descubrí los melodramas de Stahl leyendo sobre Fassbinder, que a su vez menciona a Douglas Sirk, quien a su vez mencionaba la obra de John M. Stahl como un punto de partida capital en su cine. Es una pequeña película sobre una mujer cualquiera (interpretada por no una cualquiera sino por la maravillosa Irene Dunne) que tiene la mala suerte de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado para encontrarse con algo llamado amor. Pero el amor puede ser perverso y caprichoso y así se le muestra a esta mujer a lo largo de su vida, manteniendo sus idas y venidas con un hombre por el que lo llega a sacrificar todo. Es una película de hace casi 80 años y que creo que por mucho que hayan cambiado la sociedad y las relaciones no ha envejecido lo más mínimo en cuanto a su manera de plasmar que, cuando realmente se siente algo por esa persona, uno puede sentirse la persona más afortunada y más desdichada al mismo tiempo. DAVID PARDILLOS
La panadera de Monceau, de Éric Rohmer (La Boulangère de Monceau, Francia, 1963)
Traicionando quizás el objetivo de esta propuesta, recomiendo a un autor que no hace falta presentar, Éric Rohmer. Pero elijo una obra que fascina por su capacidad de sintetizar en apenas veintitrés minutos toda una primavera, una historia de amor y, como fondo, el ambiente parisino documental de los años sesenta. La obra contiene ya todos los elementos característicos de su “cine prosa” pero estos se desarrollan con ligereza, abreviando y extendiendo las esperas que su protagonista invierte en la pastelería (y con la dependienta). Así surge su primer cuento moral: amar por entretenimiento no es amar igual que comer por gula no es comer. En estos tiempos donde impera la serialidad y a los estudios la duración les parece un signo de calidad, se agradece la concisión del saber retratar sin florituras la complejidad humana. La panadera de Monceau es todo un agridulce descubrimiento anual. ÓSCAR M. FREIRE
Crash, de David Cronenberg (Canadá, 1996)
Hace un tiempo indagué acerca del número de la revista Film Comment que había salido el mes de mi nacimiento. Coronando la portada, la cara de un bellísimo y algo perjudicado James Spader, protagonista de la asimismo bellísima rareza que es Crash (película que aún no había visto en ese momento). Este 2021 marcaba el 25 aniversario del filme de David Cronenberg y, por ese motivo, regresó a las salas de cine. Yo, que desde esa primera revelación había quedado totalmente mesmerizada con el concepto de la película, no quise desaprovechar la oportunidad de vivir la experiencia por primera vez en la gran pantalla. Ni siquiera habiendo visto otras obras del cineasta canadiense se puede estar mentalmente preparada para Crash. Ese intenso choque de sexualidad, fascinación por la máquina y el cuerpo es superior a cualquier expectativa. Eso sí, se recomienda consumir bajo su propio riesgo y responsabilidad. JÚLIA GAITANO
Trust, de Hal Hartley (EE UU, 1990)
Fui fan de Hal Hartley
Pero el plan de esta tarde
Es Disney y resaca padre
(Nueva Vulcano)
Habiendo escuchado el nombre de Hal Hartley únicamente en una canción, vi que en el Cine Doré iban a proyectar una de sus películas. No paraba de escuchar y cantar una canción que hablaba sobre Hal Hartley, así que compré la entrada de Trust sin pensarlo. Fui completamente a ciegas, sin conocer nada de su filmografía ni de qué iba la película. Había visto dos cortos, y sabía que era uno de los directores más representativos del cine indie norteamericano, pero nada más. Desde la primera secuencia, en la que la protagonista discute con su padre aunque la cámara la muestra solo a ella, me cautivó. Trust tenía ese aire decadente y desencantado que luego caracterizaría a los años 90. Los dos protagonistas son rechazados por sus familias y eso hace que se encuentren, y es muy hermoso cómo la película no deja claro qué ven el uno en el otro, cuál es el origen de su conexión. Es antiépica y descarnada, pero con un espacio para una fina comedia que nace del absurdo propio de la sociedad estadounidense de fin de siglo. Trust se mueve entre diálogos y silencios para sugerir, en lugar de contar, una historia de amor poco convencional: una joya escondida a la que me alegra haber llegado. Resulta que, al final, soy(somos) fan(s) de Hal Hartley. PABLO FERNÁNDEZ Y DANIELA URZOLA
Le Théâtre des matières, de Jean-Claude Biette (Francia, 1977)
Quizá el visionado que más me ha marcado este año haya sido el de Le Théâtre des matières, mi primer acercamiento al cine de Jean-Claude Biette. Y lo ha sido no sólo por lo maravillosa que es la película, sino especialmente por todo el misterio que existe alrededor de la figura del cineasta y crítico francés, marginal en su país y directamente inexistente para la grandísima mayoría de la cinefilia española. Un misterio que, lejos de resolverse o por lo menos asimilarse, aumenta una vez vista la película. El cine de Biette, que no se parece demasiado al de ningún otro cineasta, parece heredar muchas cosas de Rivette, pero en vez de filmar el misterio, de enseñarlo y de crear a partir de él, pone en el centro al personaje, surgiendo a partir de este y de su relación con el resto el misterio más importante: el de las relaciones humanas. IVÁN GINÉS
Y’aura t’il de la neige à Noël?, de Sandrine Veysset (Francia, 1996)
Con motivo de la acertada retrospectiva que el Festival Internacional de Cine de Gijón elaboró en esta pasada edición de la cineasta francesa Sandrine Veysset (aún inédita en nuestro país), tuve la inmensa fortuna de toparme con Y’aura t’il de la neige à Noël?, su ópera prima realizada en 1996. Iniciada en el mundo cinematográfico de la mano de Leos Carax, Veysset se estrenó en el largometraje con una historia, emotiva y desgarradora al mismo tiempo, sobre una familia numerosa rural del sur de Francia, centrándose en la principal figura femenina del relato, madre de siete hijos y trabajadora insaciable en las labores agrícolas que le ordena su déspota y desabrida pareja, un hombre que no tiene frenos a la hora de mostrar su autoridad con ella y con sus hijos. Se trata de un aldabonazo feminista que escuece por la sinceridad y naturalidad con la que está filmado, sorprendente por su riqueza visual y por su tan bien construido y robusto discurso antipatriarcal que, lamentablemente, sigue vigente hoy día. ÁLVARO DE LUNA
Bacurau, de Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles (Brasil, 2019)
Puestos a reivindicar un hallazgo (y han sido muchos en un año que comenzó con una discreta y tímida cartelera, por las limitaciones de aforos en salas), Bacurau es una dignísima elección. Porque se trata de una de esas películas en las que hay que zambullirse sin ideas preconcebidas y dejarse llevar por la tumultuosa corriente de emociones y plot twists que la sostienen. Todo en Bacurau es un derroche de ingenio: desde la amalgama de géneros entre los que transita con soltura hasta la firmeza de un discurso que apela al necesario advenimiento de un cambio social. CRISTINA APARICIO
La posesión, de Andrzej Zulawski (Possession, Francia, 1981)
En consonancia con estos tiempos de estrés y de locura que vivimos, la película que he descubierto en 2021 ha sido La posesión (1981) de Andrzej Zulawski, protagonizada por Isabelle Adjani y Sam Neill. Relato siniestro de doppelgängers que habitan en una Berlín casi distópica y partida en dos años antes de la Caída del Muro. Un matrimonio se rompe y de los gritos, los golpes y el llanto emergen los demonios de las crisis internas, de pareja, de fe… para dar paso a los verdaderos monstruos del infierno. Zulawski compone de manera histriónica una tortura psicológica en la que los dobles y las divisiones traen de la mano el inefable horror tentacular. AMAIA ZUFIAUR
Pulse, de Kiyoshi Kurosawa (Japón, 2001)
El terror inalámbrico que Kiyoshi Kurosawa plantea en Pulse debería ser tan presente como lo fue el horror analógico del The Ring de Hideo Nakata. Las ansiedades y los fantasmas que vienen de detrás de la pantalla, la accesibilidad de la violencia digital y el snuff como el pan nuestro de cada día, esas parecen ser las bases del terror japonés del nuevo milenio. Una mirada evidente, crítica, pero también cómplice de los nuevos medios de información y comunicación. Los fantasmas de Pulse son proyecciones, humanos pero no del todo, casi humanos. Caminan y tropiezan, pero se desvanecen, se suspenden en el aire. Kurosawa sitúa el miedo en espacios vacíos, liminales. Todo en Pulse es familiar, pero nada es amable. Es una película cruel en su puesta en escena, en su falta de piedad, en su realidad. Terror de espanto. ERNESTO DELGADO
Vampir, Cuadecuc, de Pere Portabella (España, 1970)
Ver Vampir, Cuadecuc en este 2021 quizá no haya sido tanto realizar un descubrimiento (era una obra que conocía, claro), como completar una tarea pendiente, con un retraso a la vez inexplicable e imperdonable. Empieza la película con una anacronía: un carruaje de época atraviesa una plaza para inmediatamente después hacerlo un hombre en gabardina; y termina con Christopher Lee leyendo el texto que narra la muerte de su personaje. Entre estas dos secuencias se suceden una serie de imágenes en blanco y negro rasgadas por la banda sonora de Carles Santos. Se filmó durante el rodaje del Drácula de la Hammer dirigido por Jesús Franco y no es un documental, ni un remake, ni tampoco un making of. No es una obra que se pueda (ni se deba) clasificar. Una fantasmagoría inasible de resonancias poéticas, reinvención y sobrescritura del mito de Drácula. Un trampantojo. ELSA TÉBAR