EL GRAN SHOWMAN
El arte más noble
A mediados del siglo XIX, P. T. Barnun, empresario americano y curioso empedernido, abría las puertas del Museo Americano Barnun, un lugar que daba cabida a un centenar de curiosidades: animales exóticos, personajes extravagantes y exposiciones dedicadas a captar la atención de su público pese a ser, en su mayoría, engaños o trucos de magia. Así, Barnun consiguió realizar un espectáculo donde la ficción se convertía en un negocio rentable, ese espectáculo que conocemos como circo. La ambiciosa figura del empresario ha sido representada en más de una ocasión con papeles menores en cine y televisión, sin embargo, no fue hasta finales del año pasado, con el estreno de El gran showman, que ha alcanzado el papel protagonista gracias al género musical.
“Señoras y señores, este es el momento que estaban esperando”. Con esta frase, una sombra nos invita a formar parte del espectáculo. La expectación, llena de contraluces y un ritmo punzante, crea conciencia de que aquello que estamos a punto de presenciar, aunque no sea del todo cierto, es importante, calculado y grande. Michael Gracey, director de El gran showman, presenta a Barnun por todo lo alto, como una persona que desde las sombras se abre camino hacia la luz, una persona cuyo destino no es otro que hacer feliz a los demás.
Es curioso como los anteriores trabajos de Gracey, que se estrena como director con esta película, se han focalizado en el arte visual por lo que, como creador de efectos especiales, que estos queden en un segundo plano dice mucho de su creatividad y determinación a la hora de plantear una película tan pomposa. El gran showman, que bebe de otros musicales, toma la espectacularidad y el arte plástico de Moulin Rouge! (Baz Luhrmann, 2000). Esta brillante contradicción convierte a Gracey en un malabarista que apuesta todo a un solo número, todo para su público. ¿Por qué basarse solo a representar la realidad si se puede ir más allá? Algo así debió preguntarse George Méliès cuando empezó sus producciones. Algo así debió plantearse Gracey cuando asumió la dirección de este film porque, casi como un mago, ha hecho uso de las herramientas clásicas del cine fantástico más primitivo: un zootropo rudimentario para la creación de luces, cortes en el montaje para crear ilusiones y escenarios que se despliegan para dar paso a otra secuencia.
El engaño también está presente en la trama. No es algo que se oculte y, por supuesto, no solo está presente en la labor del director. Los guionistas construyen el personaje de Barnun en base a su encanto y picardía, lo hacen consciente de ello y de la ilusión que eso crea en los demás. “El público acude a mi circo por el mero placer del engaño” – dice Barnun en el film. Sin embargo, esa sobredosis de ficción crea la necesidad de ofrecer algo real, como si fuera verdad que la realidad superase a la ficción. Magistralmente, Gracey introduce a Jenny Lyn en el relato. Lyn, que era una de las sopranos más famosas de la época, aporta ese atisbo de realidad que, como su propia canción anuncia, nunca es suficiente. El propio crítico, otro personaje recurrente en el film, se encarga de recordar lo falsa que puede ser la realidad. “¿Un crítico teatral que no disfruta con el teatro? ¿Quién es el farsante?”- pregunta Barnun. Una vez más, la fantasía se convierten en el personaje principal para acusar a la realidad de engañosa.
Pero si hay algo real en esta película es la música. La historia se desliza por un ritmo enfermizamente contagioso de la mano de Benj Pasek y Justin Paul, conocidos por ser los letristas de la aclamada La La Land (Damien Chacelle, 2016). La habilidad de los dos letristas refuerza la potencia de un reparto lleno de caras conocidas. Las voces de Jackman, Williams, Efron, Zendaya o la increíble Keala Settle se aúnan en un himno incansable sobre la tolerancia, el amor o la búsqueda de la felicidad para el disfrute de su público. La firmeza y originalidad que desarrolla este trabajo de musicalización hacen que sus intérpretes se sientan seguros de sí mismos, de ese proyecto que llevan a sus espaldas y que habla por sí mismo.
El gran showman transmite vitalidad en todos sus números musicales, en cada uno de sus fotogramas y, como resultado, surge una película de ritmo constante que se mantiene en la cumbre incluso en sus bajos emocionales. La película de Gracey se estrena para los amantes del musical, pero también para aquellos que sueñan despiertos y saben apreciar la belleza del engaño, la inocencia de la ficción frente la cruda realidad. Así que pasen y vean, porque la generosidad y la humildad con la que está realizada hacen de ella una película mágica. Porque no importa aquello que vemos en pantalla, sea real o no, “el arte más noble es el de hacer feliz a los demás”.
El gran showman (The Greatest Showman. Estados Unidos, 2017)
Dirección: Michael Gracey/ Guion: Jenny Bicks, Bill Condon (Historia: Jenny Bicks) / Producción: Peter Chernin, Deb Dyer, Peter Kohn, Laurence Mark, Jenno Topping… / Música: John Debney y Joseph Trapanese / Letras: Benj Pasek, Justin Paul / Fotografía: Seamus McGarvey/ Edición: Tom Cross, Robert Duffy, Joe Hutshing, Michael McCusker, Jon Poll, Bernard Telsey / Diseño de producción: Nathan Crowley / Dirección de arte: Laura Ballinger /Reparto: Hugh Jackman, Michelle Williams, Zac Efron, Zendaya, Rebecca Ferguson, Diahann Carroll, Fredric Lehne, Keala Settle, Yahya Abdul-Mateen II, Isaac Eshete, Katrina E. Perkins, John Druzba, Shawn Contois, Ethan Coskay, Jamie Jackson
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