EL CRACK CERO
Ese crack
Con el paso del tiempo, el cine de José Luis Garci se ha convertido en una pesadilla para todo aquel que ponga el valor analítico de la autoría cinematográfica por delante de la calidad de las películas que la componen. Desde su primera incursión en el campo del largometraje con Asignatura pendiente (1977), el director, guionista y productor (y también valioso prescriptor) ha pasado de ser parte de un cine español que empezó a abrirse a contemplar la realidad de un país todavía desperezándose del gélido invierno del franquismo a verse rechazado sin ambages por nuevas (y no tan nuevas) generaciones de espectadores, y algunos críticos y cineastas nacionales. Una imagen, razonablemente cimentada en una forma de entender el cine con poco o nada que ver con cómo se concibe hoy día, que ha acabado por fagocitar toda su filmografía, desde películas como la oscarizada Volver a empezar (1982) o You’re the One (Una historia de entonces) (2000), y ha invisibilizado su ocasional buena labor como co-guionista del justamente mítico mediometraje La cabina (Antonio Mercero, 1972) o como director en las dignas El abuelo (1998) o El crack (1981). Película esta última que, a pesar de verse lastrada por la artificiosidad de sus diálogos y su bochornosa, por rematadamente cursi, deriva melodramática, no carecía de interés. Y gracias, en parte, al inesperadamente adecuado protagonismo de Alfredo Landa (1933-2013) en la piel del detective privado Germán Areta, a una visión de la urbe madrileña marcada por una suciedad moral paradójicamente vitalista, y a una planificación que, en determinados momentos, daba muestras de indudable habilidad en sus planteamientos. Un pequeño y exitoso hito, pues, no solo en su carrera si no también dentro de la errática historia del cine negro español que venía dedicada a Dashiell Hammett (1894-1961) mientras que su secuela, El crack dos (José Luis Garci, 1983), se encomendaba a la memoria de Raymond Chandler (1888-1959).
Ahora, 36 años más tarde, con Garci ya coronado como rey de la naftalina y prácticamente olvidado tras el descalabro de Holmes & Watson. Madrid days (2012), llega la tardía y eternamente postergada precuela de las aventuras de Areta: El crack Cero. Un filme dedicado a James M. Cain (1892-1977) pero que es puro (y duro) Garci, quien aquí parece más pendiente de homenajear el universo planteado en las dos películas anteriores que en ofrecer una película que se sostenga por sí misma. El crack Cero es, por una parte y por encima de todo lo demás, una reafirmación de que Garci y su universo noir madrileño sigue siendo el mismo, pese a que Areta tenga ahora los rasgos del actor Carlos Santos, quien recoge con dignidad el relevo dejado por el difunto Landa. Pero también es una simulación, incapaz de ser la recreación a la que aspira, de la visión que de las mujeres tenía M.Cain en la que, según Garci, es una de las mejores novelas del siglo XX: El cartero siempre llama dos veces, escrita en 1934. Al contrario que los cracks precedentes, que hacían gala de una cierta ternura, no siempre bien desarrollada pero sí muy presente, en su retrato de las relaciones entre hombres y mujeres, el film que nos ocupa comparte con la magnífica, agria y tristísima novela de Cain su retrato de la mujer como figura ambivalente, que existe simultáneamente como víctima y mujer fatal hasta lo mortífero, polo de atracción por y para el hombre. O, en este caso, por y para un Areta moralmente más turbio, en su pasado y en su presente, que en las películas anteriores, y que se enfrenta al caso de la desaparición del sastre Narciso Benavides, presuntamente suicidado pese a que su amante Remedios (Patricia Vico) le cree muerto por asesinato.
Remedios es una de las numerosas mujeres que, de un modo u otro y en mayor o menor grado, responde a algunos de los rasgos propios de la femme fatale cinematográfica aunque sea desde una perspectiva a duras penas humanizada. Un arquetipo, aquí próximo al estereotipo pero que se hallaba ausente en las dos películas anteriores pese que, a su vez, éstas ya eran sendos homenajes a un cine negro y estadounidense que se veía adaptado en sus lugares comunes a la realidad madrileña de principios de la década de los ochenta. Una cualidad que suponía una de sus más interesantes bazas y que contribuía a generar una cierta sensación de autenticidad ausente por completo en El crack Cero. Ya que si aquellas eran películas que recreaban un determinado cine desde el aquí y ahora de principios de los ochenta, la que nos ocupa recrea también una época pasada. Y más concretamente, el noviembre de 1975 que vio cómo expiraba el dictador Francisco Franco aunque, y quizás debido a una falta de presupuesto o por pura y lícita decisión creativa, casi todos los planos que muestran la ciudad de Madrid se dirían extraídos, por su añeja textura, o bien de El crack o de El crack dos. Una decisión creativa (o derivada de limitaciones presupuestarias) tan lícita como cualquier otra pero que, siendo esta una película en blanco y negro, genera un brutal contraste entre aquellas imágenes, sucias en su antigüedad, y las filmadas en interiores expresamente para El crack Cero, que gozan de un grado de contraste y pulcritud lumínica cuanto menos chocante en un relato de estas características. La falta de densidad visual de estos pasajes, que son la práctica totalidad de la película, casa muy mal con unos planteamientos, ambientes, diálogos y personajes que se plantean como apasionadamente turbios sobre el papel pero que bajo esta perspectiva formal hasta les cuesta ser no ya próximos si no siquiera creíbles. Lo que resulta fatal para que la trama de El crack Cero, que bien podría haberse planteado como una obra teatral llena de corruptelas económicas, políticas y morales en un instante histórico de enorme potencial dramático y político en este sentido, logre interesar al espectador en los giros y requiebros de un guion, firmado por Garci y Javier Muñoz. La planicie expresiva de su planificación, carente de garra, un casi obsesivo y algo cansino uso del fundido como herramienta narrativa, diálogos que suenan a ya oídos (y mejor entonados) en otras películas, o el irregular trabajo del plantel actoral impiden casi por completo que El crack Cero alce el vuelo, incluso como posible pieza de cámara. Y eso que, a pesar de actuaciones como la de una pésima Macarena Gómez cuya presencia boicotea todas las escenas en las que aparece, no faltan buenas interpretaciones en El crack Cero: desde un carismático Miguel Ángel Muñoz en la piel del joven Moro pasando por Pedro Casablanc, Luis Varela, Cayetana Guillen Cuervo o, sobre todo, un magnífico, aunque fugaz, Ramón Langa.
Un pequeño oasis en un panorama un tanto desolador, puntuado por algunas, escasísimas, pinceladas de buen cine como el plano que sirve de cierre a la película, que se ve empeorado por la excesiva dependencia, antes apuntada, que El crack Cero demuestra hacia los rasgos más definitorios de sus dos anteriores películas. En este sentido, la banda sonora de Jesús Gluck (1941-2018), directamente extraída de los films originales, parece sobreexplotada por reiterativa; la recurrente presencia de la fauna de personajes secundarios que enriquecían El crack se ve, aquí, lastrada por un plantel de actores jóvenes que los asimilan esforzadamente pero que, a excepción de Miguel Ángel Muñoz, son incapaces de hacerlos suyos; y los lugares comunes, del noir (y del noir visto por Garci), parecen tópicos que se dirían política y socialmente superados… Logrando que esta película añada más leña a la pira crítica que de un tiempo a esta parte arde alrededor del cine de Garci. Un cine que, en El crack Cero, se diría pretende hacer pasar por clásico, logrando ser solo retrogrado pese al respeto que pueda generar su naturaleza de película a contracorriente.
El crack Cero (España, 2019)
Dirección: José Luis Garci / Guion: José Luis Garci y Javier Muñoz/ Producción: José Luis Garci y José A. Sánchez/ Fotografía: Luis Ángel Pérez/ Música: Jesús Gluck/ Reparto: Carlos Santos, Miguel Ángel Muñoz, Luisa Gavasa, María Cantuel, Macarena Gómez, Raúl Mérida, Ramón Langa, Andoni Ferreño, Cayetana Guillen-Cuervo, Luís Varela, Patricia Vico, Pedro Casablanc.
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