EL CINE Y LA CULTURA DE LA VIOLACIÓN

Desde el metraje clásico hasta el contemporáneo

Según la Real Academia; violar es “tener acceso carnal con alguien en contra de su voluntad o cuando se halla privado de sentido o discernimiento” y el abuso sexual es “un delito consistente en la realización de actos atentatorios contra la libertad sexual de una persona sin violencia o intimidación”. Aunque el séptimo arte es uno de los más recientes, ya en la etapa de los 60 empezaron a filmarse numerosas historias de abusos y violaciones. Actualmente existen un sinfín de este tipo de escenas, mayoritariamente hacia personajes femeninos. Empezando por autores considerados como maestros en la historia del cine, en este artículo se cuestiona la ética de sus decisiones al rodar ese tipo de escenas, los objetivos con los que se realizan y cómo la ficción acaba por extrapolarse a un ámbito más complejo: la realidad.

GENERAR MORBO

A pesar de haberse filmado hace casi medio siglo, Frenesí (Alfred Hitchcock, 1972) se sitúa en el punto de mira por la nítida escena de violación y asesinato de Brenda (Barbara Leigh-Hunt). Cuando Robert (Barry Foster) empieza a acorralarla, ella intenta llamar a la policía pero él se lo impide. La mujer continúa negándose a todas sus invitaciones y cuando intenta marcharse, él la retiene. Brenda le ofrece dinero a cambio de que se  vaya, llegando incluso a optar por no oponer resistencia ante el depravador.

El pasotismo de las autoridades en la película de Hitchcock se puede extrapolar perfectamente a la situación actual por parte de los jueces que establecen condenas insignificantes por delitos de agresión sexual. Frenesí nos ofrece diálogos con frases absurdamente maquiavélicas provenientes de dos policías que conversan entre risas con una camarera:

-Agente: El hombre que asesina a esas mujeres es un criminal, un psicópata sexual y la ley no sabe cómo tratarlos. Supongo que podríamos llamarlos inadaptados sociales. (dirigiéndose a la camarera). Hablamos del asesino de la corbata, deberías tener cuidado.

-Camarera: Primero las viola ¿verdad?

-Agente: Si, me parece que si. ¡Todo lo malo tiene un lado positivo! (se ríe). Ya no tenemos asesinatos sexuales interesantes desde los de Christie y es bueno para el turismo. Los extranjeros quieren ver Londres con niebla, taxis bonitos y prostitutas descuartizadas ¿no crees?

Y cuando se habla de intimidación es inevitable no recurrir a La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971). En el film, un matrimonio se encuentra tranquilamente en casa cuando de pronto llaman al timbre. Tan fácil como inventar un accidente para irrumpir en morada ajena. El matrimonio es sometido a golpes por un grupo vandálico llamado ‘los drugos’. Álex (Malcolm McDowell), el líder de la banda, golpea reiteradamente a hombre agazapado en el suelo mientras canta alegremente I´m singing in the rain. Mientras uno de sus compañeros sujeta firmemente a la mujer, Alex le recorta la forma de los pechos a su ceñido mono rojo para, finalmente, dejarla completamente desnuda. Es entonces cuando Álex se baja los pantalones y dirige la mirada hacia el marido exclamando; “¡Videa bien, hermanito, videa bien!”.

En los 10 primeros minutos de película nos encontramos una de las escenas más violentas y explícitas que ha rodado el director. También se han realizado escenas similares en películas como Funny Games (Michael Haneke, 1997) o la más reciente Un ciudadano ejemplar (F. Gary Gray, 2010) en la cual el prólogo está plagado de este tipo de violencia. Todas estas películas tienen un punto en común; la explicación de estas acciones abominables están justificadas y sustentadas en un comportamiento psociópata por parte del agresor. Por supuesto, sin olvidar que en todas estas escenas la violencia se le atribuye a el varón  y el abuso sexual acaba sufriéndolo el reparto femenino.

Existe una doble moral entre la intención crítica y la intención lucrativa de un director difícil de descifrar ¿hasta qué punto explotar este contenido no termina siendo propagandístico si se recurre a trucos de marketing que refuerzan la curiosidad del espectador?. Las escenas de violaciones suponen un problema cuando se realizan con el único fin de generar morbo (un uso de dudosa ética) por ejemplo, utilizando un fotograma de la violación en uno de los carteles promocionales de la película o en la portada de la edición DVD, como ocurre en Irreversible (Gaspar Noé, 2002). El director galo fue duramente criticado por la escena de violación en tiempo real –ni más ni menos que 9 minutos de agonía- al personaje de Alex (Monica Belluci) en un túnel rojo neón. La mayoría de imágenes que encontramos del film hacen referencia a esta escena.

El morbo implica que lo prohibido, lo malévolo o lo repugnante genere cierta atracción y por eso cuestionamos la moral de algunos directores al filmar este tipo de contenido. Ya que a veces, parecen reiterarse y regocijarse en la duración y el contenido sexual notorio propio de estas escenas. Dejando a parte el lado esteta, la puesta de escena y la ejecución llevada a cabo en los films de estos cineastas, ¿es necesaria la narración fílmica al máximo detalle? ¿son necesarias las escenas explícitas? ¿hace falta que estén rodadas en tiempo real?  y lo peor, ¿están justificadas –o le preocupan a alguien- las condiciones en las que las actrices ruedan estas secuencias?. Con estas cuestiones abordamos el siguiente apartado.

CUANDO LA FICCIÓN SUPERA A LA REALIDAD

La otra norma moral inquebrantable viene tras cruzar la delgada línea entre la ficción y la realidad. Ejemplo de ello es la famosa escena de la mantequilla de El último tango en París (1978) del ya difunto director italiano Bernardo Bertolucci. Que Bertolucci es uno de los grandes maestros del cine es innegable (y no seré yo la que exponga lo contrario), pero hasta los genios cometen errores. El director afirmó en una entrevista que quería (por necesidad inquebrantable) que la actriz “viviera esa escena como niña y no como actriz”. En la misma mañana del rodaje el director urdió junto a Marlon Brando, añadir mantequilla como lubricante en esa escena sin que María Schneider (la actriz que interpretaba a Jeanne) lo supiera. El director admitió que se sentía culpable pero que no se arrepentía porque “en el cine para obtener algo debemos ser muy fríos. No quería que María actuara su humillación, sino que la sintiera de verdad”.

Es evidente el error garrafal que tanto Bertolucci como Brando cometieron con Maria, que además en ese momento solo contaba con 19 años y tenía encima a un hombre de más de 40. El director y el actor que eran reconocidos por ser del método interpretativo Stanislavski (creador y pionero de la primera metodología realista de interpretación) deberían haber tenido en cuenta que esta metodología no venera el sufrimiento real de un artista, aunque una de las principales características de este, sea reforzar la interpretación por medio del acercamiento personal y la imaginación. Una actriz debe ser capaz de hacernos creer que sufre, interpretando el sufrimiento o sintiéndolo desde la piel de su personaje, pero nunca debería interpretar desde la absoluta ignorancia sobre cualquier acción o elemento que no esté previamente detallado en el guion. Eso diferencia el contenido erótico de Bertolucci en The dreamers (2003) y el contenido abusivo y que refuerza la cultura de la violación en El último tango en París. 

Algo bastante amoral y parecido sucede en el film basado en la novela de Vladimir Nabokov, Lolita (Adrian Lyne, 1997) cuyo inconveniente principal es que la trama pueda definirse como una historia de amor, cuando en realidad trata –indiscutiblemente- sobre la pedofilia. El mismo Nabokov replicaba las palabras de un entrevistador que calificaba a Lolita como un niña perversa. El escritor juzgaba la versión audiovisual, tildando a sus creadores de haber malinterpretado la versión literaria, que es una historia cargada de violencia, dominación y obsesión por parte del señor Humbert, un depredador sexual que atrapa y viola reiteradamente a Lolita. El segundo inconveniente es que la actriz Dominique Swain tenía solo 15 años cuando rodó esta película con Jeremy Irons, 30 años mayor que ella. El director Adrian Lyne parecía tener la firme intención de retratar a Lolita a través de los ojos de su agresor y por ello, Swain fue expuesta a escenas con alto contenido explícito y sexualizada en la mayor parte de la película, con outfits provocativos y situaciones sacadas de contexto con plátanos, piruletas y camas que vibran. Natalie Portman fue la primera opción para este papel después de interpretar a Mathilda en Leon, the profesional (Luc Besson, 1994) una película que a pesar de no exponerla como objeto de deseo, la sexualizó por la extraña relación que la niña mantenía con Leon (Jean Reno). Portman se negó rotundamente a protagonizar Lolita por razones más que comprensibles, entre ellas que “no quería hacer una película con un contenido sexual tan alto con 14 años”.

Esto nos lleva al tercer, trágico y último inconveniente; la connotación de la palabra lolita y el fetichismo a la menoría de edad, lo cual tiene un impacto cultural muy dañino. Al buscar “lolita” encontramos esta definición; adolescente atractiva y provocativa. Puntualizo, provocativa. Hasta ahora, en la escenas anteriormente analizadas se cumplía (al menos) el requisito de categorizar a la mujer como víctima de los abusos, y por ello, instantáneamente libre de toda culpa. La novela (aunque escrita desde el punto de vista del agresor) nos mostraba a Lolita como una inocente criatura, corrompida y mancillada por un enfermo. Esto no se muestra con tanta claridad en el metraje, lo cual repercute en una distorsión del verdadero mensaje de la historia.

Con un contenido mucho más contemporáneo, es necesario pararse a reflexionar de nuevo sobre la filmografía de Gaspar Noé. Su última película, Clímax, contiene una de las escenas paradójicamente menos explícitas y más agresivas en cuanto a abuso sexual se refiere. Básicamente porque no contiene acciones, sino que es un diálogo entre dos personajes.

La comedia se hace palpable al comenzar la escena y las carcajadas van en aumento hasta que, progresivamente, el diálogo se torna oscuro, turbio e incisivo; “lo que tienes que hacer es seguirla un día por las escaleras y se lo enseñas”. Esta charla, que resulta -en un principio- divertida y alocada y que genera risotadas al espectador, acaba siendo incómoda y genera un debate entre la risa y el enfado. La gravedad del asunto reside en que ese diálogo fue improvisado y, por ende, esa podría ser perfectamente una conversación de dos varones jóvenes (y no tan jóvenes) en pleno siglo XXI. Un diálogo en el que se habla de perseguir, intimidar y abusar de una chica. Frases como “da igual que no esté mojado, tú entras igual” parecen ser una normalización de la violación a nivel general en la sociedad y esto resulta (cuanto menos) peligroso, y mucho más sorprendente que cualquier recopilatorio de las mejores frases machistas y ofensivamente divertidas de Barney Stinson (How I meet your mother).

Las violaciones y el abuso sexual hacia mujeres presentan un problema tan exacerbado en nuestra sociedad, que este tema se debería abordar con suma delicadeza y cuidado. El cine debería servir para denunciar estos abominables actos y nunca como un fin para lucrarse de ellos haciendo comedia, generando morbo o añadiendo estratagemas que no están previamente descritas en el guion. El problema vuelve a ser la mirada masculina y el papel de la mujer en el cine a lo largo de su historia.

Hay muchas formas de corromper y arrebatar la vida emocional de una persona y la violación es una de ellas. Roman Polanski explica de forma impecable en Repulsión (1965) -con los recursos cinematográficos de la época y una atmósfera turbia y onírica- el trauma que genera un episodio de abuso sexual en la infancia de cualquier persona. Años después, Polanski narra en Lunas de hiel (Bitter Moon, 1992) una forma más de castigo hacia la mujer; cuando el hombre no la encuentra deseable, este la martiriza y la maltrata psicológicamente (aunque en el film acabe siendo finalmente a la inversa). Desafortunadamente, ni el propio Polanski se escapa de la doble moralidad de sus películas; el director fue denunciado por violación, extorsión y abuso a menores por cuarta vez en Septiembre de 2017 por Renate Langer y anteriormente por Samantha Geimer y Charlotte Lewis.

EL BULLYING; UNA FORMA MÁS DE VIOLACIÓN

Al abordar el tema de la violación en el cine de forma genérica aparece la violación masculina y los abusos sexuales cometidos a raíz del bullying. En el film estonio Klass (Ilmar Raag, 2007), un chico realiza una felación a otro obligado por un grupo de abusones (también mujeres) que lo tienen presionado y sometido. En relación a esta escena, es necesario comentar el episodio de la segunda temporada de Por trece razones (Netflix), donde el personaje de Tyler es asaltado y violado ni más ni menos que con un palo de fregona por un grupo de tres chicos. Existe entonces un patrón donde la violación masculina está propiciada por un acto de sometimiento y como declaración de fortaleza. También ocurre en American History X (Tony Kaye, 2008) cuando Derek Vinyard (interpretado por un impecable Edward Norton) ingresa en la cárcel por asesinato y es asaltado y violado por un grupo de presidiarios.

En conclusión, la violación hacia un hombre se realiza en grupo, mientras que hacia una mujer, no es estrictamente necesario (tal y como se ve reflejado en la vida real). Las violaciones presentan un sencillo binomio, siempre se cometen de hombre a hombre o de hombre a mujer. No hay ninguna representación en el cine de una violación de una mujer hacia un hombre, quizás porque la imagen del hombre no está construida como objeto de posesión y porque nos podría parecer irreal, estúpido e incluso irrisorio.

EL TEST BECHDEL COMO FORMA DE PROTESTA

El Test Bechdel sirve para evaluar una obra artística cumple los requisitos para evitar la brecha de género. Apareció por primera vez en el cómic Unas lesbianas de cuidado de Alison Bechdel, y es uno de los mejores remedios contra la desigualdad. Desde los más comerciales blockbusters hasta las películas de serie B, con tres simples preguntas incidimos en los cambios que se deberían de dar en la industria y empezamos a vislumbrar aspectos de gran importancia que antes parecían ser invisibles. ¿Hay al menos dos personajes femeninos con nombre en la película? ¿Esos personajes femeninos ¿hablan entre ellos? El tema del que hablan ¿es sobre algo que no sea referido al género opuesto?

No es casualidad que cualquiera de los directores citados anteriormente sean varones, eso hace que la manera en la que consumimos cine se acote. Se puede hacer cine erótico sin sexualizar a ningún género y se pueden contar historias de violaciones y abusos de manera cauta y tácita. Un buen ejemplo de ello es Hundog (Deborah Kampmeier, 2008), en el film, la jovencísima Lewellen (Dakota Fanning) es violada y engañada por un adolescente, con el pretexto de conseguirle una entrada para asistir a un concierto de Elvis. Esta escena (aunque extenuante) está rodada con una suavidad apabullante, de forma no explícita entendemos perfectamente lo que está ocurriendo. Cuando termina la tortura, Lewellen exhala en un suspiro una esencia propia de su inocencia, que se pierde entre las hojas y que jamás volverá a recuperar.

¿Entonces tenemos que eliminar cualquier contenido explícito? ¿el erotismo en el cine debería tener censura? ¿tenemos que omitir directamente todo lo que no sea políticamente correcto, la violencia y los abusos?.

No, eso no es lo que debemos hacer. La intención de este artículo no es criticar todo lo que no es políticamente correcto, ese objetivo (además de utópico) resulta absurdo. El cine como herramienta de protesta a estos actos es bienvenido, pero bajo ningún concepto con fines comerciales. Evidentemente, si estas cosas se hubieran regulado y reflexionado en su momento,  las películas mencionadas no serían como las conocemos hoy en día y quizás no estarían calificadas como “clásicos del cine”. Caitlin Moran, explica en su libro Cómo ser mujer que “la pornografía no es el problema. Las feministas exaltadas no tienen nada en contra de la pornografía. El problema es la industria pornográfica. Todo en ella es tan ofensivo, esclerótico, deprimente, emocionalmente empobrecedor como cabría esperar en un industria que no está regulada.”

Sucede exactamente igual en el cine. Si eres director/a tienes que reflexionar acerca de cómo tu película va a repercutir en la sociedad, qué quieres contar y cómo quieres contarlo. Responsabilizándote de no hacer parodia sobre el abuso sexual y la violación dentro de un hilo cómico, evadiendo un plan de marketing que gire en torno al contenido más descabellado de tu película, y regulando las industria para que haya una base legal, una normativa clara y buenas condiciones para el equipo al rodar estas escenas. Porque si no, ¿qué es lo que diferencia a las encumbradas películas anteriormente citadas del cine de explotación? (mencionado por Fran Chico en Porno Zombie). ¿La trama? ¿la estética? ¿el presupuesto?. No hay ningún problema en mostrar este contenido, pero sí en la forma en la que se lleva a cabo, eso es lo que nos hace preguntarnos qué tipo de cine deberíamos consumir, y como consumidores debemos someternos constantemente a juicios de valor y reflexiones. Porque al fin y al cabo, la magia del cine reside precisamente en poder filmar historias de innumerables maneras diferentes.

3 comentarios en «EL CINE Y LA CULTURA DE LA VIOLACIÓN»

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