EL CHICO
La lágrima y la carcajada
Charles Chaplin, uno de los más grandes de la historia del cine. Su primer largo, El chico (The Kid, 1921), cuyo centenario se celebra este año, sigue siendo una película atemporal, que puede suceder en cualquier parte y en cualquier época. Una película que explora la bondad y la maldad desde la carcajada y la lágrima.
La pobreza (referente a la temática) del cine de Chaplin es equivalente a la ternura. En las primeras escenas de El chico, Edna, una mujer pobre, abandona a su bebé con pesar en el coche de una familia adinerada. Equiparando su carga a la cruz de Cristo, Chaplin arroja el primero de los muchos símiles cristianos que se darán en el film. Entre la crítica y la admiración por los valores cristianos, El chico ofrece mucho más que un sencillo cuadro de familias desunidas que se juntan en un idílico final. Sus sutilezas son equiparables a la maestría de Chaplin delante y detrás de la cámara. La composición de algunas escenas es sencillamente un bárbaro ejemplo de su dominio del lenguaje que daría posteriormente tantas obras maestras (sobran las citas). Justamente, dos de estas escenas, merecen un análisis a parte para encadenar el devenir de los acontecimientos con el sueño final del vagabundo.
La primera de ellas se sitúa tras la visita de la mujer, la madre del chico y ahora una afamada estrella, que visita el barrio pobre en el que hace obra de caridad. El plano la muestra sentada en el bordillo de la casa del vagabundo, sujetando el bebé de una de las mujeres a las que ayuda. Su mero contacto la lleva a recordar al hijo que abandonó, a cerrar los ojos y a mirar al cielo. No sería aventurado decir que reza pidiendo que su hijo vuelva. Y, de hecho, así sucede. En ese plano que muestra a la mujer, encuadrada extremadamente a la derecha dejando un vacío abrumador en el cuadro, aparece el pequeño John que abre la puerta de su casa y sale para rellenar ese espacio vacío. El espacio que su madre necesita llenar. Pero, por desgracia para ambos, la falta de contexto y el paso de los años no permite que se dé una unión física y emocional más allá de la del plano.
El gran acierto de Chaplin es doble: por un lado, une a los personajes sin saber ellos que lo están y, por otro, hace del espectador un ser omnisciente pero impotente. Chaplin hace que el espacio entre los personajes exista por su invisibilidad ya que no hay ninguna barrera entre madre e hijo más que su desconocimiento mutuo. Y también consigue que el espectador, que conoce la solución al problema, quede sorprendido a la vez que frustrado. Dentro de la película, ese plano es, seguramente, el más demoledor. Es la lágrima.
La otra escena (anterior en el metraje) muestra al vagabundo durante su recorrido de arreglar las ventanas que su pequeño compinche ha roto previamente como treta para ganar algo de dinero. El vagabundo está acabando de fijar el cristal de la casa de una señora cuando comienzan a reír debido a un par de agarres de caderas y después a flirtear. Un plano general los muestra apoyados en el muro izquierdo del edificio mientras que el extremo derecho del plano, en el que está la otra pared con la puerta, muestra al marido (el policía que lo persigue) entrando sin verlos, pero sí escuchando las risas. Esta división del plano en dos situaciones simultáneas y literalmente separadas por la esquina de la casa dibuja otro espacio invisible, pero que no tiene que ver con el conocimiento de los personajes, sino con la situación del espacio en sí. Funciona al revés que el primero y, de nuevo, el espectador ve y sabe perfectamente todo lo que pasa, a diferencia de los personajes. Es la carcajada.
Volviendo al principio del texto, El chico posee un cariz revolucionario dentro de su estructura en cuanto el vagabundo se duerme tras creer haber perdido definitivamente a su hijo. Dentro de su fantasía, el pecado, el bien y el mal, cuestiones que se exploran desde el principio, son presentados de forma graciosa y simplificada. Haciendo eco a una concepción bastante superficial del cristianismo y el Génesis, Chaplin idealiza el origen del caos en un “mundo de los sueños” en el que todos sus vecinos son ángeles benévolos. La crítica a una visión catecista del mundo está, por supuesto, a la orden del humor característico del director. Entre alas de pega y togas blancas dentro de un escenario urbano, los demonios de la tentación consiguen entrar ante un San Pedro se echa la siesta para insuflar ideas malignas en los oídos de los inocentes. Desde la seducción hasta el asesinato, el pecado domina la escena y vienen los problemas.
Lectura simplona o no, el origen del mal en ese paraíso ideal se contrapone a la complejidad emocional, social y moral de la cinta y al mismo tiempo se palpa en muchas de las escenas. Al parecer, las cosas son algo más difíciles que en el sueño, pero no por ello va a darse una resolución compleja… Chaplin decide finalizar su película con la más simple de las soluciones: una familia atípica que acaba reunida en un final feliz solo posible en un cuento de hadas, ¿o quizá no? Mientras la puerta de la casa de la mujer se cierra, aglutinando a los tres personajes principales, no debemos olvidar la voluntad de cada uno de ellos. No debemos obviar que el niño rezase ante la mirada de su escéptico padre, que la mujer se diera a los demás porque cometió un error terrible y que el vagabundo lo arriesgase todo por su hijo. Porque no hay solución simple, sino trabajo continuo para solventar cada problema, cada día.
El chico (The Kid, EE.UU., 1921)
Dirección: Charles Chaplin / Guion: Charles Chaplin / Fotografía: Roland Totheroh / Montaje: Charles Chaplin / Producción: Charles Chaplin / Música: Charles Chaplin / Reparto: Charles Chaplin, Edna Purviance, Jackie Coogan, John McKinnon, Carl Miller