EL CASO ASUNTA (OPERACIÓN NENÚFAR) / EL CASO ALCÁSSER
La verdad no está a nuestro alcance

Aunque ahora parece vivir una edad de oro, el true crime siempre ha estado de moda. Con diferentes nombres y formatos (chismorreo, relato al amor de la lumbre, sección de sucesos, crónica negra, La huella del crimen…) el relato de crímenes reales ha formado parte de nuestra existencia desde que el mundo es mundo. Las razones probablemente se parecen mucho a las que nos atraen del cine de terror, que a su vez son similares a las que nos llevan a sostener la mirada cuando pasamos junto a un accidente por la calle: la fascinación por el mal y el deseo de experimentar la muerte (con billete de vuelta, claro). Sin embargo, cuando se enfoca bien, el género puede dar para mucho, mucho más, y Elías León Siminiani y Ramón Campos parecen tenerlo claro.
Siminiani y Campos, director y productor respectivamente, comenzaron a trabajar juntos en El caso Asunta (Operación Nenúfar) (2017), la serie producida por Atresmedia y Bambú en torno al asesinato en 2013 de la joven Asunta Basterra. A lo largo de tres capítulos (más un cuarto “extra” del que hablaré después), la serie trata de reconstruir mediante imágenes de archivo, entrevistas, nuevas grabaciones en los escenarios del crimen y abundante grafismo todo lo sucedido en este caso, en el que Alfonso Basterra y Rosario Porto, padres de Asunta, fueron acusados de la muerte de su hija y finalmente condenados.
Desde el principio se intuye que la gran batalla de la serie está en separar los hechos de la especulación. El caso de Asunta Basterra fue uno de estos casos de gran impacto mediático en el que la resolución judicial llega mucho después de que la opinión pública haya emitido ya un veredicto. Siminiani y Campos (que aparece directamente en el documental como entrevistador) tratan de buscar un enfoque riguroso, que no niega las enormes complejidades del caso y lo desconcertante de la forma de comportarse tanto de Rosario y Alfonso como de los investigadores y el juez, pero que trata de devolver a los padres de Asunta una humanidad que el público les negó casi desde el primer momento.
Los esfuerzos de Siminiani y Campos por acercarse al caso con todo el rigor posible se observan muy bien cuando se comparan los tres episodios rodados por Siminiani con un cuarto, sin duda añadido unilateralmente por Atresmedia (la página de Bambú ni siquiera lo lista) y encargado a otro director, que se entrega de lleno a las especulaciones y al más absoluto amarillismo montando una especie de teatrillo en el que un grupo de estudiantes de Derecho juegan a ser el jurado popular del caso y despliegan toda clase de teorías (algunas de un psicologismo bastante marciano) que se ven contrarrestadas por testimonios de expertos sin ninguna vinculación con el caso. Si ignoramos este desafortunada decisión parasitaria por parte de Atresmedia, El caso Asunta (Operación Nenufar), aunque peca en ocasiones de cierta espectacularización (en especial por el abundante subrayado musical), consigue ser un emocionante ejercicio de suspense y, sobre todo, un fascinante y muy inquietante retrato de lo humano que es el ejercicio de la justicia, que pone de manifiesto lo arbitraria que puede ser la verdad jurídica y el peso que tiene la interpretación personal de los hechos.

Si Asunta exigía de sus creadores un cuidado importante a la hora de separar la especulación del hecho probado pero también para desvincularse del retrato ya ofrecido por los medios de comunicación, su siguiente proyecto incrementaba el desafío de manera evidente. Bajo el paraguas de Netflix, Siminiani y Campos (junto a la investigadora Ana Sanmartín, que ya formaba parte del equipo de la anterior serie pero aquí cobra un notable protagonismo frente a la cámara) decidieron enfrentarse a uno de los casos más importantes de la historia criminal de nuestro país: el secuestro, violación y asesinato de Miriam García, Desirée Hernández y Toñi Gómez, tres jóvenes de la localidad de Alcásser en 1993. El resultado, estrenado hace pocos días en la plataforma online, es El caso Alcásser.
Lo primero que llama la atención de Alcásser son las diferencias con Asunta. El estilo se vuelve aquí más seco y austero: la música se reduce al mínimo, los planos ganan en duración y se reduce cierto afán de “embellecer” la imagen con retoque digital que se intuía en la anterior serie. Esto cambios no son arbitrarios. Una de las razones por las que el crimen de Alcásser ha permanecido en la memoria de los españoles es precisamente por haber sido nuestra zambullida en el pantano de la telebasura. Ante imágenes como las que se muestran en el primer episodio, extractos de la cobertura que Nieves Herrero y Paco Lobatón hicieron del crimen, hurgando en el dolor y regodeándose en el morbo, cualquier otro planteamiento visual habría sido un acto de cinismo.
Esta nueva serie llega mucho más lejos que Asunta porque el equipo de ambas entiende que está tratando con algo que es más que un suceso puntual. El caso Alcásser es, claro está, la reconstrucción del crimen, su investigación y el juicio que les siguió cuatro años después, pero también es un retrato de otra España, la de los años 90, que aún estaba plenamente sumergida en la miseria moral e intelectual de 45 años de dictadura franquista. La serie juzga sin compasión a los medios de comunicación, recuperando momentos de Nieves Herrero que provocan indignación y finalmente furia o fotografiando al investigador televisivo Juan Ignacio Blanco con un marcado tenebrismo, en contraposición con otros investigadores, como las dos periodistas de El Levante. Esta última es probablemente la decisión más discutible en la puesta en escena de una serie que, igual que Asunta, trata de mantener la distancia, concentrarse en los hechos y permitir al espectador sacar sus propias conclusiones.

Así, Alcásser consigue de nuevo poner sobre el tapete la fragilidad de la justicia, que aquí además cuenta con muchas menos herramientas para defenderse. Si el paso del tiempo entre 1993 y 2013 resulta evidente por la diferencia entre las técnicas forenses desplegadas en la investigación sobre la muerte de Asunta y la casi inexistencia de estas en el caso de Alcásser, más inquietante resulta aún la panoplia de errores de investigación que se van desplegando a lo largo de los cinco episodios de la nueva serie. Errores que han estado en el corazón de las múltiples teorías conspiratorias que han surgido sobre el crimen, dejando la firme convicción de que se trata de un caso no resuelto.
Tanto es así que lo que comienza siendo la crónica de la investigación acaba por convertirse en retrato de dos hombres que se perdieron en todo el exceso que la rodeo: Fernando García, padre de Miriam, y el ya mencionado Juan Ignacio Blanco. Estos dos hombres, con una mezcla difícil de delimitar de oportunismo, desesperación y patetismo, se embarcaron en una cruzada por desacreditar la investigación oficial y defender que tras los crímenes había una mano negra que había protegido a los verdaderos culpables: políticos y empresarios que llevaban a cabo terribles rituales y macabros juegos con chicas raptadas. Con la ayuda de la maquinaria de Telecinco y su programa Esta noche cruzamos el Mississipi, Garcia y Blanco desarrollaron frente a millones de espectadores un juicio paralelo al del único detenido, Miguel Ricart, demostrando lo fácil que es sembrar la duda y las acusaciones con una cámara delante. Una vez más la verdad vuelve a mostrarse inasible y la confusión se apodera del relato. Siminiani y Campos, conscientes de que llegados a este punto es ya imposible dictaminar qué es hecho y qué invención, optan por concentrarse en estas dos figuras, y en particular en Fernando García, figura trágica que acaba tornándose patética y, en muchos aspectos, inabarcable.
Y así llegamos al final, y con él a la decisión más sorprendente de la serie, y puede que la que más ha polarizado al público. Siminiani y Campos cierran este documental hablando sobre violencia machista y cómo la forma de comunicar estos crímenes tiende a culpabilizar a las víctimas (mujeres) por estar en el sitio equivocado en el momento equivocado. Para algunos un pegote desconectado del resto de la obra, yo sin embargo creo que se trata de la forma más inteligente de terminar con la historia. Precisamente porque todo el trabajo está tan centrado en la naturaleza esquiva (o directamente quimérica) de la verdad, El caso Alcásser opta por cerrar con lo único que parece una realidad indiscutible: que este es un crimen que se produce porque se entiende a la mujer como un objeto del que se puede disponer a placer. Da igual si los asesinos fueron Ricart y Anglés o un grupo de siniestras figuras de la élite, esa verdad permanece inalterable, encajando en todas las versiones del puzle como una pieza maestra. O, más bien, como la pieza originaria de donde parte todo. De hecho, el final escogido por Siminiani y Campos funciona en cierto modo como giro de guion que obliga a replantear todo lo visto: todas esas mujeres a la que el documental da voz ahora pero que en su momento se vieron ignoradas o manipuladas, como Rosa Folch, la madre de Desirée, se convierten ahora en protagonistas. Las propias víctimas, cuya muerte había pasado a un segundo plano en favor del misterio mediático, se convierten en protagonistas. Es posiblemente la mayor justicia a la que se puede aspirar 25 años después.

El caso Asunta (Operación Nenúfar) (España, 2017)
Dirección: Elías León Siminiani / Guion: Ramón Campos, Chema Rodríguez y Elías León Siminiani / Música: Federico Jusid / Montaje: Diego Fajardo, Andrés Federico González y José Manuel Jiménez
El caso Alcásser (España, 2019)
Dirección: Elías León Siminiani / Guion: Ramón Campos y Elías León Siminiani / Música: Federico Jusid y Adrián Foulkes / Montaje: Diego Fajardo, Andrés Federico González y José Manuel Jiménez