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EDITORIAL: VAMOS A HABLAR (UNA VEZ MÁS)


Vamos a hablar (una vez más)

Cuando vi How To Have Sex (Molly Manning Walker, 2023) por primera vez empecé a percibir algo que en su momento me dejó una sensación que no pude describir con palabras. Aún no sé si las que tengo son precisas, pero este texto surge de una aproximación que se ha ido fraguando en los meses siguientes. Vi la película en SEMINCI, donde participó en la Sección Oficial. Y al acabarla –teniendo en cuenta lo que implica el visionado de un film mediado por el ambiente festivalero– supe que había algo muy valioso en ella. Algo que aparentemente compartía con otras mujeres, mientras que por parte de los hombres recibía más comentarios negativos o reparos (en su mayoría formales) a la propuesta de Manning Walker.

How To Have Sex. Revista Mutaciones 1

En los meses siguientes y como un fenómeno de bola de nieve la película ha ido recibiendo cada vez más atención en distintas partes del mundo. Esto se refleja, como suele pasar con el cine en la actualidad, en reviews de Letterboxd, donde haciendo eco de un #MeToo a pequeñísima escala más personas al margen de la heteronormatividad[1] se pronunciaban a favor del film, identificándose con la protagonista y diciendo: “yo también he estado en su lugar”. Y mientras algunos (como percibí en Valladolid) se detenían en cuestiones mucho más secundarias, otras (y otres) llegaban a comprender no sólo el mensaje que la película quiere transmitir sino cómo los recursos formales usados por su directora transmiten de manera honesta y efectiva lo que se siente tras vivir una agresión sexual. Ante esto me pregunto: ¿Será que nos cuesta empatizar con aquello que no hemos vivido o que no somos tan susceptibles de vivir como otros? ¿O será que la posibilidad de verse reflejados en la figura del agresor y/o cómplice crea una reacción inmediata de rechazo? Y digo esto porque uno de los más grandes logros de How To Have Sex es precisamente la manera en que apela de forma directa al espectador masculino: lo involucra y le hace cuestionar su (potencial o no) responsabilidad en la perpetuación de la violencia sexual, enfrentándolo a un concepto del consentimiento lleno de grises, como bien ha explicado Clara Serra en su ensayo El sentido de consentir –lectura obligada para acompañar la película y su reflexión–.


Not a Pretty Picture. Revista Mutaciones 1

Pero, además, el film de Manning Walker dialoga muy bien y en más de un nivel con una película de 1976 que este mes, y por fortuna casual, comparte con How To Have Sex espacio en la cartelera de cine en España. Se trata de Not a Pretty Picture, donde Martha Coolidge registra el proceso de creación de un largometraje de autoficción que buscaba recrear su experiencia como víctima de una violación a los dieciséis años. Ya desde el título que da a su film, Coolidge nos prepara para una experiencia que para nada será placentera. Aún así, nunca llegamos a imaginar el nivel de horror que se siente al ser testigos de lo que es tan sólo una puesta en escena del acto violento del que ella fue víctima, reafirmando la idea de que una puesta en escena nunca es un artificio inocente y que detrás de ella hay toda una reflexión sobre qué filmar y cómo hacerlo. Las escenas de la película-dentro-de-la-película proporcionan un retrato de las circunstancias previas y posteriores a la agresión, mientras el acto violento se adscribe al segundo aparato narrativo del film: las escenas del rodaje con la propia Martha Coolidge dirigiendo a sus actores y entablando una conversación constante con ellos. Así, en lugar de limitarse a contar la historia a través de una ficción basada en hechos reales, la cineasta recurre a una mezcla de lenguajes mediante la cual nos hace partícipes de su propio proceso de realización del film y de la pregunta que subyace: ¿Cómo recrear en imágenes la violencia de la que se ha sido víctima?

En ese doble acto de filmar y pensar Coolidge involucra a los actores que interpretan a su yo adolescente y a su agresor. Mientras Michele Manenti participa directamente de estas cuestiones, revelando que ella también sufrió una agresión similar, Jim Carrington habla sobre lo poco hablado: el peligro y la angustia de enfrentarse a la posibilidad de verse reflejado en la violencia que está encarnando. Y así volvemos otra vez sobre lo que Manning Walker nos plantea con How To Have Sex, donde los personajes masculinos están lejos de ser retratados como monstruos; por el contrario, podrían parecerse al amigo o conocido de cualquiera de nosotras. Incluso podemos llegar a ver con ternura un personaje como el de Badger, y por eso nos duele que sea él quien acabe por perpetuar el silencio que conlleva la complicidad. Ahí se halla el reto para el espectador masculino: en aceptar que la posibilidad de identificarse existe, y aterra, pero que es necesario enfrentarse a ella para entrar en la conversación y empezar la deconstrucción.

Not a Pretty Picture. Revista Mutaciones 2

Otro punto en el que dialogan los dos filmes, uno en apariencia menos importante pero realmente crucial en la discusión sobre la cultura de la violación, es el de la sororidad. Aunque parezca relegado a un segundo plano en ambos casos la amiga de la protagonista juega un papel central. De hecho, en Not a Pretty Picture es tan importante el personaje de Anne que es el único interpretado por la persona en que se basa. Para Coolidge, su amiga estuvo ahí y sigue estando, dentro y fuera de la pantalla, proporcionando un espacio seguro en medio de un campo de minas. Lo mismo sucede con How To Have Sex: al igual que sus personajes masculinos, también los femeninos están llenos de matices, y es algo que se refleja en las dos relaciones de amistad, radicalmente diferentes, que tiene Tara: Em y Skye. Al final, es Em quien proporciona a Tara ese espacio en el que puede llegar a hablar y entender que lo que ha vivido no es normal. De ahí se desprende el último punto de conexión entre los títulos aquí analizados: el tiempo que tarda la víctima en reconocer lo que le ha pasado y, por ende, hablar de ello. Es un proceso lento porque 1) la víctima no entiende del todo lo que le he pasado –incluso trata de excusarlo o darle otro nombre, a menudo optando por buscar formas de culparse a sí misma–, y 2) tiene miedo de lo que pueda pasar al ponerlo en palabras y enunciarlo a viva voz. “I am afraid”, dice Martha Coolidge justo antes de que empiecen los créditos finales. Y es que como mujeres tenemos miedo. Todo el día, todo el tiempo.

¿Cómo es que una película de los 70 y una de hoy entablan un diálogo tan perfecto? ¿Acaso en casi cincuenta años no ha cambiado absolutamente nada? ¿Cómo es posible que se hable tanto de algo en lo que, a la vez, reina el silencio? Porque se ha dicho y se sigue diciendo mucho, pero la discusión nunca está del todo clara. Y, cada vez que como mujeres intentamos dirigir el debate, están los reaccionarios listos para pronunciarse en nuestra contra. Ejemplo de ello es lo sucedido recientemente con el editorial de Jara Yáñez para el número de marzo de Caimán Cuadernos de Cine –que abordaba de manera general el tema del consentimiento sexual en el cine y, además, se pronunciaba en concreto sobre el caso Vermut– y su desatinada respuesta por parte de cierto sector de la crítica. ¿Es que no hemos entendido nada? Clara Serra respondería: no. Porque, como menciona la autora, a pesar de que ya desde hace un tiempo los conceptos de consentimiento y violencia sexual han pasado a ser parte de nuestro léxico habitual, parece que siempre nos alejamos de lo que realmente importa: lo que como mujeres tenemos que decir. Por eso cada vez que intentamos hacernos escuchar enfadamos a quienes desean seguir llevando la discusión por derroteros distintos.

Lo único que nos queda es seguir creando espacios seguros, por todos los medios que podamos. Es lo que intentamos aquí también desde nuestro lugar de enunciación: el oficio de la crítica. Lo que hacemos no es una cacería de brujas, porque las brujas somos y siempre hemos sido nosotras. Perseguidas, silenciadas, víctimas de la hoguera heteropatriarcal. Forzadas a buscar un aquelarre donde hallar ese refugio que sólo nos pueden proporcionar otras mujeres. Algo de esa dimensión (casi) esóterica está presente en un tercer título que casualmente también ha llegado a España en estas fechas: Sauna –cuyo título original, Smoke Sauna Sisterhood, alude directamente a la noción de sororidad–. Anna Hints se dedica a documentar la tradición de saunas de humo en el sur de Estonia: un espacio donde mujeres van a crear comunidad a través de lo ritual y lo íntimo, compartiendo sus vivencias y traumas –entre ellos el de una (otra) víctima de violación que narra dolorosamente lo vivido– en un proceso colectivo de sanación. Hints filma los cuerpos, fragmentados y completos, para mostrar a estas mujeres en su más delicada vulnerabilidad, desnudándose física y emocionalmente ante las demás. Ahí, entre el humo y el sudor, nace un nuevo aquelarre, un nuevo espacio seguro: como el del diálogo entre Martha y Michele durante el rodaje o como el aeropuerto antes de volver a casa en How To Have Sex.

Sirva también este editorial como espacio seguro para aquellas que lo lean; como un peldaño más en la reflexión sobre la representación de la violencia sexual en el cine; como invitación a que más hombres hagan parte de la conversación; y como forma de resistir al silencio que se quiere imponer sobre todo lo demás. Vamos a hablar una vez más. Y todas las que sea necesario.


Notas al pie:

[1] Este texto se centra en mujeres víctimas de agresiones sexuales por parte de hombres, siguiendo lo que se retrata en los títulos analizados. No obstante, insistimos en un enfoque interseccional que hace extensiva la reflexión a personas no binarias y/o que se ubican en cualquier otra dimensión de exclusión, cuya identidad no-normativa las hace igualmente susceptibles a dichas situaciones de violencia.

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