E.T. EL EXTRATERRESTRE
¿Por qué miramos a las estrellas?
En su fantástico manual “Mientras escribo”, Stephen King dijo que todas las historias son dos historias. Una íntima y otra fantástica, y en esta irrupción de sucesos extraordinarios en las vivencias comunes se forma el género fantástico en todas sus variantes. Es decir, en el cruce entre sueño y realidad. E.T. (Steven Spielberg, 1982) es un exponente muy clásico de esta ecuación, y es uno de los que mejor han utilizado lo fantástico para hablar de lo personal. Lo más ajeno e improbable (un visitante de las estrellas) se combina con lo más pequeño y mundano (un niño). E.T. es tanto una gran aventura como una íntima película sobre la niñez en los suburbios, depurada de una forma tan impecable que se ha convertido en el espejo en el que muchas películas se han mirado posteriormente.
¿Por qué E.T. se clava a fondo en el corazón? El propio Spielberg puede dar la clave: “No me gusta decir cuál es mi película favorita de todas las que he hecho, porque es casi como admitir que tienes un hijo favorito. La lista de Schindler (1993) es la película más significativa que he realizado, pero E.T. es la más personal.” Mientras finalizaba En busca del arca perdida (1981), Spielberg empezó a sentir que perdía la conexión consigo mismo y que necesitaba hacer algo más íntimo. Es fácil entender que un director que combina el divertimento con lo íntimo tenga pulsiones que le llevan de pasar de una macroaventura a un relato intimista (a menudo también envuelto en lo grandilocuente). E.T. surgió de esta pulsión de hablar “de sí mismo”, de contar la historia de un niño tras un proceso de divorcio. El resultado fue una fusión de su depurado estilo palomitero y un paso definitivo en su carrera dramática; todo lo sembrado en Encuentros en la tercera fase (1977) creció en E.T. y representó el primer paso hacia lo que después constituiría su estilo “maduro”. Es una película que sale de la víscera y siente la urgencia de contar algo vital, pero que también siente la necesidad de hacerlo divertido y accesible.
Son muchos los motivos por los que la historia “extraordinaria” es buena. El guion, impecable en lo formal, de Melissa Mathison, lleno de sensación de asombro y descubrimiento. La virtuosa planificación de la aventura, la variada y riquísima banda sonora (la favorita del propio Spielberg), la naturalidad y espontaneidad del reparto juvenil, la fotografía tenebrista y a la vez cálida, los impresionantes efectos especiales (de la película original, no de la revisión posterior)… En fin, un largo etcétera que engloba todos los aspectos técnicos y artísticos. Pero, quizás, lo más interesante de E.T. sea analizar la parte íntima, la que a menudo descarrila en este tipo de producciones, y que aquí es la parte que más brilla.
El extraordinario diseño del extraterrestre (creación de Carlo Rambaldi, basado en diseños preliminares de Rick Baker) tiene mucho que ver en esto. Se diseñó deliberadamente feo, pero buscando una gran capacidad empática. Su cara se inspiró en una mezcla de Albert Einstein, Ernest Hemingway y Carl Sandburg y desde muy pronto se decidió dotarle de un estilo bizarro y poco armónico (su cuello prensil, sus pies achatados y la forma rechoncha de su cuerpo), pero al mismo tiempo delicado y orgánico (la piel translúcida de su corazón). El diseño jugaba a contracorriente de las ideas estéticas preconcebidas en este tipo de criaturas y, entonces y ahora, E.T. sigue resultando llamativo. Su mezcla verosímil de fealdad y ternura presentan la complejidad y contradicción de los sentimientos. Cierto estilo reptil y torpe se combina con una mirada profunda y un lenguaje corporal lleno de matices. Su voz es quebradiza, sus sonidos salvajes y vulnerables y su movimiento lento y metódico. El resultado es, probablemente, uno de los diseños más vivos de la historia. Impresiona ver cómo más de treinta años después, la mirada de E.T. sigue conmoviendo.
Pero al final es la historia de amistad y descubrimiento de Elliott lo que hace que E.T. esté vivo de verdad. Es curioso comprobar cómo, al contrario del recuerdo nostálgico de muchos, el retrato de los suburbios no es luminoso ni idealizado. La familia perfecta de los cincuenta ha dejado paso a la desestructurada. La historia presenta a una madre infeliz, un divorcio que ha dejado cicatrices en toda la familia, adultos grises (cuando no directamente fantasmas a los que se les intuye más que verse), niños sin supervisión protegidos tras corazas de fantasía (ya sea juguetera o imaginaria), un barrio de estructura rectangular y arquitectura opresiva que la mayoría del tiempo se muestra de noche… El tono inicial tiene un tono neblinoso y un realismo ligeramente perturbador. Como señaló el crítico A.O. Scott, es un mundo que podría estar en un relato de Raymond Carver. Por supuesto la luz no tarda en llegar a través de la fantasía y la aventura, pero la misma no funcionaría si no hubiese una realidad gris que romper. Una realidad a la que, por otro lado, Spielberg no niega las delicias. E.T. rescata a Elliott de la tristeza del divorcio y le deja listo para vivir una realidad que, aún con todos sus tonos grises e inquietantes, merece ser vivida. La película parece plantear que la principal problemática en los divorcios, los matrimonios rotos, la pubertad o cualquier problema de la vida no está en si tienen solución; está en la actitud con la que nos enfrentamos a ellos.
Después de que Ghandi (1982) ganase a E.T. el Oscar a Mejor Película, su director, Richard Attenborough, dijo: “Estaba seguro no sólo de que ganaría E.T., sino de que debería haber ganado. Era imaginativa, poderosa y una maravilla. Yo hago películas más mundanas”. Esto apunta a uno de los aspectos más importantes de E.T.: el tono. La película responde a la mirada nostálgica de Spielberg al cine de otra época, el que apuntaba a todos los públicos (cuando esa expresión no era un eufemismo de cine infantil). Las películas-totales que buscaban atraer tanto a adultos como a jóvenes y niños y que presentaban un viaje de muchos estados emocionales en su búsqueda de la universalidad. Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946) es un ejemplo, además de una las películas favoritas de Spielberg. E.T. es el eco de este tipo de cine y uno de sus últimos modelos exitosos. Una producción para todos los paladares que combina con eficacia suspense, drama, espectáculo y humor. Un cóctel extraordinariamente difícil que la película hace que parezca fácil. Es muy raro (ni el propio Spielberg ha podido repetirlo) ser tan enternecedor y fantasioso sin caer en el exceso o la cursilería.
A menudo el presente es el filtro bajo el que leemos los discursos. Si E.T se hiciese hoy, probablemente se encontraría con una oposición cínica mucho mayor que en su día. Pero los 80 fue la década del sueño y la fantasía y E.T. consiguió convertirse en un buque insignia de su tiempo. Fue la película responsable de todo el efecto “empoderamiento de los niños” en el que se basó el cine popular de la década, y la secuencia de la bicicleta sobre la luna no se convirtió sólo en el icono de Amblin, sino en uno de los estandartes del propio cine y de la cultura pop. Fue y sigue siendo una de las sublimaciones del cine popular de cualquier era. En tres décadas muchos cineastas han intentado mantener vigente el espíritu festivo que inició esta película, pero muy pocos se han acercado. Los motivos son muchos, pero quizás puedan reducirse a un único requisito: la peripecia, aun siendo efervescente y espectacular, no sirve de nada sin un corazón. Casi todas han intentado tenerlo, pero pocas sentían la urgencia de narrar y casi ninguna se ha contado desde la víscera. El poder de fascinación de E.T. aún funciona porque apela a cualquier persona que haya mirado con respeto y fascinación a las estrellas. De hecho, Elliot termina la película mirando al cielo. Como invitándonos a seguir soñando.
E.T. El extraterrestre (E.T. the Extra-Terrestrial, Estados Unidos, 1982)
Dirección: Steven Spielberg / Guión: Melissa Mathison / Producción: Kathleen Kennedy y Steven Spielberg para Amblin Entertainment y Universal Pictures / Música: John Williams / Fotografía: Allen Daviau / Edición: Carol Littleton / Diseño de producción: James D. Bissell / Reparto: Henry Thomas, Dee Williams, Drew Barrymore, Peter Coyote, Robert MacNaughton, K. C. Martel, Sean Frye, C. Thomas Howell
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