DOCUMENTAMADRID 2018: LARGOMETRAJES INTERNACIONALES
Miradas reprimidas
El proceso (O Processo, María Augusta Ramos, 2018)
La relación del cine con el teatro ha sido permanente desde su creación hace poco más de un siglo, cuando la llegada del séptimo arte significaba un cambio fundamental en la historia de la dramaturgia. De manera similar ocurre con la relación que ha permanecido entre un ámbito cinematográfico como es el documental con la política desde los años 30. De ello derivaron obras tan reconocidas como El triunfo de la voluntad (1935), película propagandística nazi dirigida por Leni Riefenstahl, de avasallante construcción artística e innegable valía técnica. El interés que se encuentra en la película El proceso es observar cómo conviven y se diluyen entre sí las delimitaciones que existen entre el cine de ficción, el documental, la política y el teatro.
La ganadora de la sección de Largometrajes Internacionales del festival narra la crónica del juicio político y el proceso de destitución, el impeachment, a la presidenta brasileña Dilma Rousseff en un seguimiento cronológico de los hechos que finalizaron el 31 de agosto de 2016. El largometraje completa la trilogía de documentales realizados por la directora brasileña María Augusta Ramos, después de Justiça (Justice, 2004) y Juízo (Behave, 2007), sobre los sistemas judiciales y las irregularidades dentro del ente político de su país natal. La película no tiene final feliz ni pretende esconderlo, al contrario, muestra desde el inicio la culminación del juicio que hoy en día es ya conocido. La directora prefiere diseccionar el hecho paso a paso, en un montaje minucioso a través del material audiovisual recogido desde la cámara del congreso nacional, además del material filmado. Se posiciona en extrema cercanía tanto a los senadores del partido opositor como a los del Partido de los Trabajadores (PT), quienes se muestran también sabedores del que sería el veredicto final desde el inicio del proceso, y que solo parecen buscar rescatar la imagen del partido y mostrar las injusticias con las que se realizó la investigación.
Entonces, habiendo un acusado, un juicio y un final conocidos incluso antes de dar un veredicto, lo interesante en la obra no es solo observar el proceso sino sus formas y cómo se expone la rara relación histórica que tienen la política con el teatro. Queda expuesto que la justicia no parece tomar parte real de los intereses del estado de gobierno ni de las cámaras parlamentarias, donde todo se transforma en una representación. Un juego actoral que toma lugar en el senado como escenario teatral, y donde la cámara funciona como testigo temporal y figura procesal. Los actores se sientan frente a la cámara de congreso y comienzan su representación. El tempo de montaje y la duración de los planos permiten al espectador analizar detalladamente los modos de representación de los senadores, que tienen un discurso ensayado y un objetivo planificado que roza lo absurdo. Los gestos, los diálogos, los llantos inverosímiles… Ya se podría hablar de circo en vez de teatro por la connotación negativa que se le da a la representación y el espectáculo mediático a su alrededor, pero es que en la película hay actores y, algunos de ellos, ejecutan su papel de manera estupenda y convincente.
En esta peligrosa tarea de mostrar las formas y desenmascarar las actuaciones del teatro armado, la directora se posiciona de manera evidente hacia uno de los bandos. Los buenos y los malos, las derechas y las izquierdas. Su desequilibrada cercanía hacia con los senadores del partido de la presidenta termina traspasando su discurso de protesta para convertirse en propaganda de denuncia política. El proceso es una interesante pieza de estudio político, histórico, informativo, de montaje, y quizás de teatro, que debe ser vista con meticulosidad e imparcialidad para una mejor valoración.
Damián del Corral
Bixa Travesty (Claudia Priscilla y Kiko Goifman, 2018)
La identidad, por definición básica, habla del hecho de ser alguien o algo que se supone o se busca, y se determina por el conjunto de características que diferencia a un individuo de otros. Esta, se construye a través de las vivencias e ideologías que se forman en la búsqueda, consciente o inconsciente, de la misma. La construcción de la identidad humana también pasa por lo sexual, el autodescubrimiento del individuo, la conciencia que tiene él de sus cualidades físicas y los alcances, desarrollo y transformaciones de su cuerpo. La identidad de género alude a la percepción subjetiva que un individuo tiene sobre sí mismo en cuanto a su sexualidad, más allá de las asignaciones de género demarcadas por la sociedad y los sistemas políticos.
El también largometraje brasileño, Bixa Travesty habla del proceso de creación y de búsqueda que pasa por la descomposición y reconstrucción de la identidad del ser humano a través del cuerpo, partiendo de la complejidad de una artista, como Linn da Quebrada, que destruye y recompone una personalidad fragmentada en tantas partes como esquirlas de un cristal. Los co-directores Claudia Priscilla y Kiko Goifman realizan un sensible y profundo análisis del cuerpo como arma de lucha, así como objeto de constante evolución y transformación, mediante un personaje con múltiples y fascinantes capas.
Todo ha sido formado a través de un montaje enérgico y vivaz, compuesto por los diferentes escenarios de la vida de la cantante transgénero como sus presentaciones musicales, repletas de canciones funkys con mucho ritmo y movimiento, como también sus entrevistas radiales, donde lucha contra la figura del machismo con voz fuerte, ideas claras y mucho humor, descubriendo así su carácter rebelde y divertido. En contraparte, la película ahonda en las intimidades de la artista y su relación con sus identidades pasadas. Estos son tratados desde material de archivo personal: diarios, fotografías y vídeos caseros, que acercan al espectador de lleno a su vida para chocar con una dura realidad de forma abrupta y rompedora, pero en ningún momento de modo maniqueísta. Al contrario, así como su protagonista, el montaje pasa de la fragmentación para amalgamarse en otra cosa que da forma a un discurso que se convierte en un grito de celebración a la vida.
El largometraje es rico en su carácter femenino, pero no es tanto un discurso que habla sobre el feminismo, sino de la feminidad, las fragilidades y maleabilidades del cuerpo humano y el derecho del individuo para expresarse y ser reconocido por su libre albedrío. El cuerpo y su capacidad de transformarse y la reivindicación del Yo ante todas las cosas.
Damián del Corral
De padres e hijos (Of Fathers and Sons, Talal Derki, 2017)
El director sirio Talal Derki, realizador del documental Return to Homs (2014), trae una de las propuestas más interesantes del festival con un arriesgado proyecto de retrato familiar acerca de un padre sirio devoto y el proceso de maduración e inculcación por el que se forman sus ocho hijos (varones) dentro del talibanismo. El cineasta muestra las intimidades de un hogar con tal acercamiento como rara vez se ha podido observar. La cotidianidad y el adoctrinamiento en un territorio regido por la figura masculina muestran el conflicto yihadista, desde sus orígenes, el seno familiar.
La contextualización es importante para la lectura del largometraje. El director finge ser musulmán devoto y afín a las ideologías del padre de la familia Abu Osama para convivir en su casa por casi tres años, en un territorio completamente controlado por fuerzas militares del Al Nusra. Las decisiones formales de la película son igual de interesantes. La cámara se mantiene firme, con planos fijos y de poco movimiento para darle cierto carácter observacional que el mismo director tiene como huésped en ese hogar. Al mismo tiempo, permite que toda la tensión de la narración respire por sí sola sin dar uso a un estilo de cámara furtiva o video-reportaje de guerra. El ritmo pausado y largos planos secuencias permiten diseccionar momentos contradictorios en los que se muestran, por un lado, un padre duro y de ideologías extremistas que predispone a sus hijos al destino de la guerra y la muerte, y por el otro, el lado más humano de un padre dulce y cariñoso.
La tesis de la película se basa en los hijos mayores, Osama y Ayman, y en cómo la formación religiosa, a través de la figura del padre de familia patriarcal, convierte a niños en armas de guerra. El proceso cronológico por el que transitan muestra que el origen del conflicto no es natural, además de demostrar lo lejos que está de llegar a su fin. La ausencia de la mujer destaca alrededor del film y muestran como los hombres controlan, forman y son formados con un único destino de vida entrelazado a matar y morir por una creencia impuesta.
Damián del Corral
Habitación para un hombre (Room for a Man, Anthony Chidiac, 2017)
El cine y el arte siempre han sido un medio de liberación frente al dominio de lo establecido. De este modo, el joven director Anthony Chidiac realiza una película autobiográfica donde también el hogar funciona como espacio de reclusión emocional. Una familia conservadora, un contexto social donde no se le permite la libre expresión, y el cine, como caja de proyección para expresar esas sensaciones reprimidas.
Sería curioso utilizar el término auto-retrato, ya que es la ausencia de su protagonista lo que más llama la atención del film. Él, su persona física, permanece siempre en el fuera de campo a pesar de que se encuentra muy presente en todo momento. Su voz, la respiración, las sombras frente al ventanal de su habitación… la búsqueda de la identidad personal y sexual, una verdad que se percibe, pero permanece oculta. Son los espacios los que hablan en la película. Una casa en reformas como símbolo de la reconstrucción que sufre el personaje, que encuentra aire a través de un viaje a tierras extranjeras y el reconocimiento que tiene él con su padre, ausente durante la mayor parte de su vida.
El film es un retrato intimista, pero que sirve de estudio para observar cómo es tratada la homosexualidad dentro de un contexto social y religioso tan complicado como se presenta en el Líbano. Obviamente el largometraje tiene un sentido personal, pero el discurso es también colectivo.
Damián del Corral
Amanecer (Carmen Torres, 2018)
Entre otra de las propuestas de película documental autobiográfica, la directora colombiana Carmen Torres, directora de fotografía de Oleg y las bellas artes (2016), desarrolla un relato sobre la búsqueda que realiza para encontrar a su madre biológica quien la puso en adopción al nacer, rindiéndole homenaje a su madre adoptiva, fallecida en su adolescencia. En su defecto, la directora termina planteándose más preguntas que respuestas acerca de los vínculos biológicos y la maternidad en contextos tan complicados como un pueblo de clase obrera en el departamento de Santander, Colombia.
La propuesta de Amanecer es honesta, pero simple y poco sutil. Parte de un relato narrado en voz en off de la propia directora, imágenes del material filmado en el viaje de búsqueda de Bogotá a Santander, además de pequeñas porciones de material de archivo de su infancia, saturando en largos tramos del metraje por la extensa cantidad de texto por parte de la narradora. La imagen habla poco, y cuando consigue capturar momentos de interés, la directora los sobreexplica bajo la narración en off. Se nos plantea: ¿No es un relato fílmico una pieza donde las imágenes puedan entenderse por sí solas, incluso por delante del diálogo? La voz en off es un elemento narrativo fantástico que, si se emplea de forma adecuada y con una propuesta propia, puede darle grandes capas de interés y profundidad a la película. En el caso del largometraje presentado, el material se queda en una conmovedora historia de descubrimiento reportada, de escasa propuesta formal y estética.
Damián del Corral
Cartucho (Andrés Chaves, 2017)
El director y urbanista Andrés Chaves propone un ejercicio de memoria como símbolo de denuncia hacia los arremetimientos contra las sociedades marginales por parte del estado que, más allá de solucionar los conflictos que influyen en las poblaciones formadas por indigentes, drogadictos, jíbaros (camellos) y prostitutas, como podría ser el antiguo barrio de El Cartucho, agreden contra sus habitantes para barrer la basura debajo del tapete y mirar hacia otro lado como solución al problema. La también película colombiana expone los delicados conflictos que permanecen en el corazón del centro de Bogotá, a raíz de la demolición del barrio al cuál el film rinde homenaje.
La película está estructurada por imágenes de material de archivo, todas grabadas en VHS y en tiempo pasado a la demolición del barrio, imágenes filmadas en tiempo presente del parque que hoy en día ocupa la zona, y testimonios, también en tiempo presente, de quienes en su día albergaron El Cartucho. Las imágenes de archivo muestran el espacio y esa miseria que supera cualquier representación gráfica de pobreza de un cuento de Dickens, acercándose más a los territorios post-apocalípticos descritos por Cormac McCarthy en la novela La Carretera (2006), aunque esta comparativa se quede corta. El documental, o cine de no-ficción, sirve nuevamente como dispositivo para reconstruir el espacio con la contundencia que le da las imágenes de lo real al conflicto enterrado; una realidad que, de ser ficcionada, costaría creer por las atrocidades de las condiciones de vida que sostenían sus habitantes.
Estas imágenes sirven para darle rostro no a un grupo de individuos, sino al barrio en sí, ya que el conflicto no era del colectivo de residentes o la pobreza como factor significativo. El Cartucho era un agujero negro a donde iban a parar los grandes males y tragedias de la capital colombiana, por permisividad y conocimiento del estado. El barrio se demuele, pero el malestar permanece ahí y esto se representa a través de los testimonios de los antiguos residentes, desde la voz en off, sin mostrar el rostro de quienes describen y denuncian sus vivencias, en conjunción a las imágenes filmadas que muestran el terreno en su actualidad, donde deambulan nuevos indigentes.
Damián del Corral
The Lonely Battle of Thomas Reid (La solitaria batalla de Thomas Reid, Feargal Ward, 2017, Irlanda)
La lucha entre lo rural y lo industrial, representado en la batalla entre un individuo (Thomas Reid) y las codiciosas corporaciones (Intel) es representado en la pantalla de la mano de Feargal Ward, a través de una puesta en escena que pone en contraste lo orgánico y caótico de la vida pretérita, representado en esa vivienda donde la acumulación de recuerdos y vivencias evidencian un pasado que el neoliberalismo quiere enterrar. En contraposición, Ward plasma la frialdad aséptica y sintética de la vida contemporánea, un lugar donde los avances tecnológicos y económicos, son la excusa para canibalizar y dilapidar a un individuo y un estilo de vida, en pos de un progreso que prefiere lo virtual a lo real, aunque esto último, al igual que la obsesión por anclarse a un pasado que ya no existe, esté lleno de incongruencias.
A su vez, la cinta hace uso de los ecos del pasado, como huella para trazar un camino donde los pequeños y en apariencia intrascendentes acontecimientos, han dado lugar al inhóspito y desigual presente que vive la sociedad actual. Todo ello desde la mirada de un individuo, Thomas Reid, que se erige como representante de todas aquellas caras anónimas que se enfrentan a las desigualdades del sistema y que le sirve al cineasta, como ya hiciera en trabajos previos tales como Boxing (2008) y Quarantine (2012), como excusa para adentrarse en la lucha de una persona anónima ante las amenazas tanto internas como externas.
Felipe Rodríguez
Purge this land (Purga esta tierra, Lee Anne Schmitt, 2017, Estados Unidos)
Purge this land sigue la senda de California Company Town (2008), ensayo previo de Schmitt y donde la cineasta denunciaba las ingentes cantidades de ciudades fantasma abandonadas en California que fueron creadas por un neoliberalismo depredador. En este nuevo trabajo, la historia del abolicionista John Brown sirve como cordón umbilical de un nuevo ensayo-denuncia, donde la puesta en escena sintética y estructuralista da paso a una historia oculta y desconocida -el eterno conflicto racial en Estados Unidos- a través de los ecos de un pasado que sirve como testigo y fantasma mudo de acontecimientos bañados en sangre y cuya rabia aún pervive en los lugares y localizaciones, donde la triste historia de América sigue construyendo su intolerante, sangrienta y desigual historia. Y de nuevo, al igual que Fergal Ward en The Lonely Battle of Thomas Reid, la cinta también da muestras, plasmando casi fuera de contexto, lugares y objetos que sumados todos ellos, dan lugar a un presente que necesita conocer las causas de un conflicto y las injusticias cometidas, para poder avanzar y purgar una tierra que sigue desangrándose bajo los pies de individuos que la siguen perpetuando, aunque únicamente sea por puro desconocimiento.
Felipe Rodríguez
Blue Orchids (Orquídeas Azules, Johan Grimonprez, 2017, Bélgica)
Absorbente, dinámica e impactante escisión de Shadow World, trabajo previo de Grimonprez, que continúa plasmando con fiereza el negocio de las armas, la guerra y su conexión política y económica, a través de una mirada y un punto de vista cínico y distanciado. Las maneras de aproximarse a tan apasionante tema es a partir de dos puntos de vista, dos miradas, tan equidistantes en apariencia, como complementarias. Dichas miradas son las de un megalómano y bigger than life traficante de armas sudafricano (Riccardo Privitera) y la más pausada y reposada, pero igualmente nihilista, mirada de un ex-periodista y corresponsal del New York Times (Chris Hedges), despedido de dicho periódico cuando tuvo el valor de posicionarse en contra de la segunda guerra del Golfo perpetrada por George Bush Jr. y su infame alianza de las Azores.
El armazón bajo el que Grimonprez construye su relato -un asesinato perpetrado por mercenarios y servicios secretos- es narrado a través de las cámaras de seguridad de un hotel. La frialdad de dicho formato y su objetividad sirven como metáfora del retrato de un mundo frío dominado por el dinero y el poder, que da como resultado únicamente la soledad, el terror nihilista y el sudor frío en mitad de la noche.
Felipe Rodríguez
- Mejor largometraje: O Processo, de María Augusta Ramos
- Mención Especial de Jurado (Ex-aequo): Bixa Travesty, de Claudia Priscilla, Kiko Goifman y Of Fathers and Sons, de Talal Derki
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