DOCUMENTAMADRID 2018: CORTOMETRAJES INTERNACIONALES
Formas mutadas para conflictos eternos
La nueva edición de Documenta Madrid ofrece, en su competición oficial de cortometrajes internacional, una muy variada selección de trabajos que nos hablan de asuntos como la huella del pasado en el presente, las consecuencias del neoliberalismo salvaje o la representación casi descarnada, de la situación que se vive en partes o zonas del mundo que nos son ajenas o manipuladas desde Occidente. El conjunto, en líneas generales, entrega una muy loable muestra de trabajos que aúnan experimentación, denuncia social y una reinterpretación del pasado, tanto en formas como en temáticas, que nos sirven para interpretar el presente que vivimos con una mirada más analítica.
De la joie dans ce combat (Alegría en esta lucha, Jean-Gabriel Périot, 2017, Francia)

El nuevo trabajo del afamado director de cortometrajes Jean-Gabriel Périot -cuyas obras destacan por el uso de imágenes del pasado que son transformadas a través del remontaje para dar como resultado nuevos significados-, entrega en su nueva pieza un ensayo musical, donde a partir de un coro de voces multirracial y multigeneracional, el discurso acaba convirtiéndose en una denuncia social de una Francia perdida en la búsqueda de la recuperación de sus valores.
Y aunque no pueda negársele su cuidada puesta en escena, y que se mueve entre las tonalidades ocres y la negrura aterciopelada para dar lugar a bellas imágenes y composiciones visuales, eso no quita para que estos aciertos estilísticos queden sepultados por un discurso pueril que oscila entre lo naif y lo edulcorado.
Moriviví (David Enrique Aguilera, 2017, Colombia, Cuba) – Mención Especial de Jurado

David Enrique Aguilera, cineasta colombiano y estudiante de máster de la Escuela de Cine y TV en San Antonio de los Baños en Cuba, entrega uno de los cortometrajes a competición más atractivos formalmente, en concreto, su cuarto cortometraje, trabajo final de máster, que se adentra en las zonas rurales de Cuba donde la superstición, la pobreza y la santería son el día a día de dichas poblaciones.
Dicho atractivo formal, sobre todo en sus primeros compases, se consigue gracias a su acertada fusión entre naturalismo y realismo mágico, pero que acaba pecando de una estructura narrativa algo caótica y de una duración excesiva.
Las nubes (Juan Pablo González, 2017, México)

Quizás el cortometraje más interesante de toda la competición. El viaje de director y entrevistado, a través de Jalisco para llegar a la localidad de las nubes, es narrado a través de un plano secuencia impecable en su ejecución y que aporta detalles narrativos y expresivos muy interesantes (esos ojos que no necesitan del resto del rostro para expresar la impotencia de lo sentido y narrado).
Las Nubes se convierte en un relato subjetivo, donde los ojos del entrevistado transmiten un discurso personal que va de lo trivial y superficial a lo profundo y agónico, convirtiéndose Las nubes (lugar físico y título del cortometraje) en el único reducto de esperanza y de paz, tanto físico como espiritual.
Ard al Mahshar (Tierra en ruinas, Milad Amin, 2018, Líbano, Siria)

Milad Amin, estudiante de Bellas Artes de Damasco, que abandonó su carrera como escultor tras la revolución Siria, convirtiéndose en artista multidisciplinar con un discurso basado en el interés por la ambivalencia de lo que significa “la verdad” y contrario a toda forma de poder y de control.
Narrada a través de dispositivos móviles y webcams, que le da en algunos momentos a la cinta un punto de vista algo exhibicionista, el de la reconstrucción sintética de la tragedia de Alepo después de cinco años de guerra contra el ejército de Al-Ásad, la cinta se eleva gracias al interesante uso de las nuevas tecnologías mencionadas previamente, como vehículo para transmitir en tiempo real, la inmediatez del horror y la desolación.
Alle de Tranen (Cada lágrima, Sarah Vanagt, 2017, Bélgica)

Sarah Vanagt, realizadora de documentales, video-instalaciones y fotógrafa, entrega un onanístico ejercicio de estilo -inspirada en los estudios de Anton van Leeuwenhoek, comerciante de tejidos del siglo XVII, e inventor de lentes de cristal para estudiar las telas de su negocio- descubriendo y fascinándose del mundo microscópico. Partiendo del atractivo visual del microverso, la cinta intenta dialogar sin éxito -por un desmesurado metraje cuya estructura podríamos llamar aleatoria- con las investigaciones realizadas en el siglo XVI, como excusa para teorizar acerca de los misterios del universo.
Ligne Noire (Línea negra, Mark Olexa, Francesca Scalisi, 2017, Suiza)

El nuevo trabajo de Mark Olexa y Francesca Scalisi, tras el cortometraje documental Moriom y el largo documental Demi-vie à Fukushima se sitúa en un país indeterminado del tercer mundo, lo que les sirve a ambos cineastas para mostrar la lucha eterna por la supervivencia, no constreñida ni limitada a una población concreta. La forma buscada para trasladar dicho discurso es un suave y elegante plano secuencia que le sirve a Ligne Noire para dialogar con otro de los cortos a competición, Las nubes, de una manera completamente antagónica pero igualmente estimable. Si en Las nubes lo narrado sustituía a lo mostrado, aquí el plano secuencia, sin necesidad de diálogo que lo acompañe, muestra sin virajes a lo emocional o a lo sensacionalista, la extrema necesidad y urgencia del conjunto de las poblaciones de la tierra mal llamadas tercer mundo.
Saule Marceau (Juliette Achard, 2017, Bélgica, Francia) – Premio al Mejor Cortometraje

Saule Marceau, ópera prima de la cineasta Juliette Achard, es un interesante pero fallido intento de tratar la situación del ganadero contemporáneo contra las grandes corporaciones -tema mucho mejor ejecutado en The Lonely Battle of Thomas Reid (Feargald Ward, 2017)- centrado en la figura de su hermano Clément y sus dificultades para conseguir equilibrar lo soñado e idealizado con la crudeza de la realidad.
El mecanismo utilizado por la cineasta es el intento de reutilización de los códigos del western clásico, a través de un ejercicio de estilo que haría las delicias de Michel Gondry o Sofía Coppola, pero sin conseguir ir más allá del guiño, la sorpresa en sus primeros compases o la anécdota estética, sin conseguir aportar ningún elemento o conclusión de valor, más allá de su efímero atractivo visual.
Todo sigue tranquilo (Everything remains the same, Gastón Andrade, 2017, México)

El realizador mexicano Gastón Andrade, realizador de cortometrajes documental como Los árboles no dejan ver el bosque (2016) o Los murmullos (2012) entrega un ensayo acerca de la negación de la realidad y el vacío que deja la pérdida a través de la carta de Ramona, una madre que tras cuarenta años no consigue superar la pérdida de su hija.
La puesta en escena transmite esa mezcla de sentimiento y negación, a través de un relato tan emotivo en las palabras como contrastado por el vaciado de sentimientos de las imágenes, convirtiendo esta carta o ejercicio de una madre a su hija fallecida, en una bella metáfora de la escasa y breve huella en el tiempo de los seres humanos, que acaban convirtiendo las localizaciones donde transcurrió su vida en meras y bellas naturalezas muertas.