DIARIOS DE OTSOGA
La permanencia reglada
Uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta un cineasta al preparar su producción es definir la cadencia de su relato. Definir un universo con ritmo propio que el espectador pueda reconocer a lo largo del metraje de la película y al que pueda decidir si acomodarse conforme va descubriendo sus reglas. Espacios fílmicos con objetivos definidos que solo son alcanzables con su tempo justo, en los que la experiencia narrativa o sensorial quizás deba ser radicalmente opuesta a lo que acostumbramos a esperar como espectadores. Viajes audiovisuales en los que el objetivo es la experiencia cinematográfica misma. Tal es el caso de uno de los trabajos más aplaudidos de la prolífica Quincena de realizadores de la edición 2021 del Festival de Cannes: la didáctica, que no panfletaria, Diarios de Otsoga, de Maureen Fazendeiro y Miguel Gomes. Una película que resquebraja las barreras de la ficción y ofrece un complejo discurso reflexivo sobre su propia naturaleza como obra y cómo rodaje que, pese a sus vistosos mecanismos temporales y narrativos, brilla especialmente capturando instantes ocultos.
Tres personajes, una casa con jardín, una fracción concentrada de tiempo. El calor, la tensión sexual, la maduración de la fruta o la enajenación ante la música se dan cita en una estancia humilde, dedicada al cultivo y a la espera para que afloren las pasiones e interacciones cruzadas entre los tres jóvenes. Una rutina presentada con forma de agenda escrita, una suerte de cuaderno de bitácora en movimiento donde la mayor parte de los 22 días en los que transcurre la acción se presentan con una única secuencia. Se marca el cambio de día con una cartela, y pronto descubrimos que el orden de sucesión temporal de estos días no sigue la norma.
Unos primeros instantes de enajenación con respecto a la causalidad de lo narrado que implican por igual a los espectadores y a los personajes, ya que el calendario de rodaje de la producción ficticia sufre a su vez una rupturista secuenciación de los días de ficción. Gran parte de la experiencia de visionado consiste en ajustar nuestro entendimiento de los arcos dramáticos de la Historia en sincronía a unos personajes extraviados, si bien ellos y nosotros atravesamos un proceso de reubicación temporal diferente. Sendos dispositivos paralelos cuidadosamente engranados, que marcan la naturaleza reglada de esta sensorial y, pese a todo, purificada permanencia en el hogar silvestre.
Aún cuando las normas de partida son rígidas y quedan delineadas de manera explícita, el proceso creativo de Gomes y Fazendeiro dentro y fuera de la ficción busca permitir la expresión sincera de la naturalidad humana. La emanación frondosa y arbitraria de situaciones improvisadas de juego, coqueteo, inquietud, tedio o festejo. Momentos de interacción entre personajes contra el vacío de las esperas que se retratan con frescura, energía y estilo, apoyados en el contraste acústico con la música o en el uso de luces de colores morados o anaranjados. Si bien atractivas de partida, las pesquisas teóricas de los directores terminan resultando una atadura un tanto caprichosa. Por contra, la capacidad genuina de la imagen de emocionar a partir del cortejo humano prevalece.
La pandemia del COVID-19 aún no ha encontrado un reflejo a la altura en el séptimo arte. La presente película, en la que el propio proceso del rodaje de la película es el objeto mismo de estudio, es uno de los mejores retratos que podemos encontrar en el cine de autor de los cambios que los procedimientos sanitarios de nuestros tiempos efectúan sobre las dinámicas habituales de organización cinematográfica. Las discusiones, demoras, distanciamientos y reestructuraciones logísticas son parte natural de la narración libre al mismo nivel que los personajes o la fruta. Pero pese a ello, y como ya apuntábamos al principio del texto, los elementos más atractivos y fructíferos de la puesta en escena de la película son congelados de instantáneas escondidas de la vida natural. Membrillos madurando sobre una repisa, loros mirando de reojo a la cámara, un tractor recorriendo el prado con tripulantes exaltados, gansos comiendo pienso bajo el sol…todo ello realzado por una fascinante atmósfera sonora de cigarras, aves, insectos y demás sonidos ambiente que envuelven incesantes a personaje y audiencia en un mismo fluir de vida.
Diarios de Otsoga es fresca y libre, un tanto encantada de conocerse y de menor impacto emocional que cerebral. Y, del mismo modo, Diarios de Otsoga ofrece un refinamiento en su uso de la gramática cinematográfica digno de admiración.
Diarios de Otsoga (Diários de Otsoga, Portugal, 2021)
Dirección: Maureen Fazendeiro, Miguel Gomes / Guión: Maureen Fazendeiro, Miguel Gomes, Mariana Ricardo / Fotografía: Mário Castanheira / Producción: O Som e a Fúria, Uma Pedra no Sapato / Intérpretes: Crista Alfaiate, Carloto Cotta, João Monteiro.
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