DETROIT
Mirar el trauma
Tras el visionado de Detroit hay una imagen que permanece irreprimible, casi acusatoria: las cejas afiladas y retorcidas, como de caricatura, de un auténtico cabrón. También es poli, pero eso podría ser un accidente; cabrones hay en todas partes. Pero no en todas partes se les protege igual. Ni en ningún sitio se mira a otro lado cuando humillan, abusan y asesinan a un inocente como en Occidente, sobre todo si es negro (o de otra minoría).
El corazón de Detroit (Kathryn Bigelow, 2016) se encuentra en la crónica de los crímenes y la impunidad de este cabrón racista y policía, pero late en muchas direcciones. Antes y después de sumergirnos en el trauma de los crímenes del motel Algiers, donde la policía torturó y asesinó a tres inocentes durante los disturbios raciales de Detroit (1967), la película ofrece todo el contexto necesario para comprender los acontecimientos dentro de la Historia de Estados Unidos y de la comunidad afroamericana en ella: un prólogo en animación para posicionarse en una narrativa concreta y una magnífica primera parte donde se reconstruyen los disturbios de Detroit con las mejores herramientas del docudrama. Un modelo de inmersión muy distinto al de otras propuestas recientes como la espectacular y descontextualizada Dunkerque (Christopher Nolan, 2017). Detroit va de lo general (los disturbios de Detroit, donde hay un protagonismo colectivo) a lo particular (el incidente del motel Algiers, donde se pone rostro a las víctimas y a los verdugos) y de lo particular a lo general (la manera en que todos apartamos la mirada y somos cómplices de esta violencia escudándonos en mil excusas).
El trauma del motel Algiers es el rostro humano en que se mira el trauma histórico de los disturbios de Detroit. Filmado como la reconstrucción en vivo de una crónica periodística, la cámara en mano recoge todos los gestos de violencia y tiene los nervios de acero necesarios para mostrar la brutalidad policial en toda su brutalidad. Y aunque suene redundante es algo más fácil de decir que de hacer sin caer en la espectacularización de la violencia. El incidente se dilata en el tiempo, la tensión crece hasta lo insoportable y la inmersión es total. Y si la violencia duele, aun lo hace más el consentimiento y el apartar la mirada.
El mismo acontecimiento compartido se fragmenta en la vivencia de cada víctima, cómplice y verdugo sin perder su unidad. Aquí confluyen la vida de todos los implicados, cada uno con sus reacciones individualizadas: hombres negros de distinta clase social y conciencia racial y dos mujeres blancas por un lado, y la policía local, estatal y la guardia nacional por el otro. Ninguno de los cuales, a pesar de los esfuerzos del cabrón de las cejas, podrá seguir viviendo de espaldas a la herida racial que atraviesa a la sociedad americana. Ignorada por unos y vivida como una insoportable indefensión por otros. Pero mientras que las vidas individuales cambian, la vida pública sigue y toda la sociedad se esfuerza por olvidar el trauma y la discriminación, cuidadosamente escondidos bajo la alfombra de lo políticamente correcto.
Inmersiva pese a todo, Detroit no se preocupa tanto de explicar el racismo en tanto problema estructural como de mostrar cómo es vivido, y qué modo de vida lo sostiene. Por una parte, la indefensión es radiografiada en todas sus formas: como la violencia y el terror vividos en los disturbios, que recuerda a los mejores momentos de las películas de Bigelow sobre “la guerra contra el terror”; como una performance de denuncia, que se encuentra en el origen de la tragedia; como la inmersión en el trauma propiamente dicho o como la posterior impunidad legal de los responsables. Por otro lado, puede sorprender que la película emplee la misma estrategia de dar rostro a las víctimas y a los verdugos. Al condensar en un policía particular el racismo y la brutalidad policial, y al caracterizarlo como a un cabrón despiadado, parece que la responsabilidad se desplaza de la estructura a un individuo y cabeza de turco. Nada más engañoso. Detroit no está denunciando a un policía particular por todos los crímenes, sino a todo el sistema que consiente que alguien así pueda quedar indemne. Empezando por el cuerpo de policía, las demás fuerzas del orden y acabando con todos nosotros.
Detroit nos devuelve, reconstruido, lo reprimido. Aquello que preferimos olvidar para celebrar las falsas apariencias de la igualdad en las series de televisión y en la nueva cultura popular. Nos obliga a revivir el trauma, nos interroga sobre nuestras reacciones y sobre si vamos a seguir consintiendo y desviando la mirada.
Alberto Hernando
Detroit (2017, Estados Unidos)
Annapurna Pictures, First Light Production
Dirección: Katrhyn Bigelow / Guión: Mark Boal / Producción: Kathryn Bigelow, Mark Boal, Matthew Budman, Megan Ellison, Colin Wilson / Música: James Newton Howard / Montaje: William Goldenberg, Harry Yoon / Fotografía: Barry Ackroyd / Diseño de producción: Jeremy Hindle / Reparto: John Boyega, Algee Smith, Will Poulter, Jack Reynor, Ben O’Toole, Hannah Murray, Anthony Mackie, Jacob Latimore, Jason Mitchell, Kaitlyn Dever
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