DAVID SIMON
Crónicas con alma de blues
«Creo que el experimento americano ha descarrilado. De algún modo, aunque acepto la inevitabilidad y la certeza del capitalismo como motor de la economía, no considero que el capitalismo puro y duro pueda ser nunca el sustituto de un orden social (…) Cuando se le da rienda suelta al capitalismo desaparecen los derechos de los trabajadores porque los trabajadores se convierten en sólo una herramienta del capitalismo, dejan de ser seres humanos (…) Por eso Estados Unidos es un país más brutal e indiferente que otros, sin interés alguno por compartir los beneficios entre toda la comunidad”. David Simon
David Simon nunca ha necesitado de metaforas ni de imágenes de sustitución para hablar de la decadencia de la sociedad actual y del fracaso del modelo de vida americano. Su posicionamiento político, un paso más a la izquierda que la mayoría de sus colegas de profesión, así como el haber ejercido de consumado periodista durante 15 años en las duras calles de Baltimore, hacen que sus obras destilen un realismo pocas veces visto en televisión. Ese es el gran mérito de la obra de Simon, el no necesitar más que las imágenes de la propia calle, de las propias personas que habitan en los vecindarios marginales de sus series, para difuminar la línea que separa la ficción de sus guiones de la realidad en la que se basan.
Tanto en The Corner como en The Wire Simon salió a rodar a las calles y esquinas, dejando solamente la grabación en estudio para ciertos interiores como comisarías o salas de justicia. Lo que en principio parecía una tarea sumamente peligrosa (grabar en uno de los barrios con mayor índice de criminalidad del mundo) se convirtió en uno de los principales activos de la serie ya que, lejos de ahuyentar o cabrear a los habitantes y criminales de Baltimore, generó fructíferas sinergias que dotaron de una mayor verosimilitud a las sucesivas tramas. Lo mismo pasó en Treme, en la que, tras 4 años de profunda investigación, Simon rodó el ahora famoso barrio de Nueva Orleans contando no solo con las decorados originales, sino con la propia gente y músicos locales. Personajes que hacen de sí mismos.
La sociedad americana se ha acostumbrado a mirar el mundo a través de códigos y estructuras, generando expectativas al margen de la realidad contemporánea, ciertamente desalentadora. Así, resulta complicado que un estadounidense con un nivel de vida decente rechace los estándares del sueño americano cuando se enfrenta a la realidad nacional. Subyace siempre un ahnelo de retorno a lo conocido, a lo más vendible y exportable, y una voluntad de tapar las miserias o, por lo menos, esconderlas bajo la alfombra de una realidad edulcorada. Se necesitan nervios de acero, reflexión y una cierta necesidad de desenmascarar la verdad (cualidades obligatorias en un buen periodista), para eludir el sueño americano a la hora de hacer una serie de televisión (especialmente si esta está destinada al prime time). Y es más difícil todavía renunciar a cualquier tipo de metáfora que dulcifique la propuesta. Es en este terreno árido donde David Simon ha decidido plantear su representación de la vida de las clases más desfavorecidas, con una fuerte carga racial, generando personajes frontales que viven en sociedades en decadencia y con un cierto (e inevitable) toque de pesimismo sobre la realidad que no es más que el resultado que obtiene alguien que ha investigado más de lo aconsejable. Estamos observando personajes reales (en lugar de vagos estereotipos) transitando lugares reales (en lugar de escenarios prediseñados) que viven situaciones reales (en lugar de artificios en pro del chiste que ayude a compensar el ambiente pesimista de la propuesta).
El espectador está acostumbrado también a que los directores establezcan una barrera moral entre la delincuencia y la vida real, lo cual ayuda a la no identificación (los malos son otros), mantiendo alejado el sentimiento de culpa y encapsulando cualquier reflexión sobre la problemática en cuestión. Sin embargo Simon entiende que esta barrera es una estafa, el tejido social lo abarca todo, desde la esquina en la que se vende droga hasta la oficina del alcalde de turno, desde las casas hundidas por una mala gestión de las infraestructuras hasta la capacidad carroñera de quien quiere hacer negocio de la reconstrucción, desde la barra del bar hasta las salas de los juzgados de lo penal. No hay personajes que tengan que justificar su condición por culpa de trastornos del pasado, no existen personajes con cortocircuitos. Son como son por culpa del sistema que les ha tocado vivir y ahí es donde la culpa recae sobre todos y el punto en el que las series de Simon muestran su misterioso trasfondo basado siempre en la más cruda realidad.
Dicho esto, se podría caer en la tentación de tachar a Simon de autor pesimista, de ofrecer una visión descorazonadora de la sociedad que le ha tocado vivir, pero sin lugar a dudas la reflexión se nos presenta mucho más profunda. Si bien es verdad que las conclusiones tras los visionados de las dos series ambientadas en Baltimore (The Corner -2000- y The Wire -2002-2008-) no son demasiado halagüeñas, sin embargo ¿no demuestra mucho más compromiso hacer una denuncia de los hechos desde una manera frontal, sin ocultar nada y atacando a la raíz de los problemas? ¿no demuestra un mayor aprecio por los ciudadanos el exponerlos tal y como son en lugar de intentar dulcificar y/o justificar sus errores? En Treme (2010-2013), la tragedia del huracán Katrina es fuertemente contrarrestrada con destellos de optimismo provenientes de lo más valioso que posee la ciudad: su música y su gente. Pero Simon decide no pasar del negro al blanco por la vía rápida, sino que es en los grises donde radican los pequeños gestos luminosos que hacen confiar no solo en la recuperación de la ciudad, sino en hacer más habitable y llevadera la sociedad que les ha tocado vivir. Treme se convierte así en una defensa de la ciudad multicultural, plural, que ensalza sus valores pero capaz de mostrar también sus miserias, y del equilibrio es de donde surgen las conclusiones. Sin embargo, en Show Me a Hero (2015) (y también en Generation Kill -2008-) esos destellos luminosos vistos en Treme se convierten en un punzante tono irónico fruto de un autor mucho más maduro dispuesto a disparar con dardos envenenados, en lugar de su habitual escopeta de perdigones.
No deja de resultar curioso también comprobar cómo su obra se va haciendo más luminosa a medida que sus personajes femeninos ganan fuerza, convirtiéndose muchas veces en el verdadero soporte del relato. Tenemos así los ejemplos de LaDonna (magnífico papel interpretado por Khandi Alexander) en Treme o Candy (Maggie Gyllenhaal) en The Deuce (2017-?). Precisamente, el tratamiento de los personajes es una de las virtudes de la obra de Simon (y compañía). En este mundo capitalista sin ataduras siempre prevalecerá la autopreservación y el autoenriquecimiento por encima de valores grupales, la paz, la solidaridad o la comprensión. En este sistema social quebrantado, en el que cohabitan millones de vidas alienadas y despiadadas, se hace imprescindible que todos los personajes sean escuchados y respetados, que nadie sea descartado. Simon no propone un “ellos” en sus producciones, sino que lo presenta todo como un “nosotros”. Para ello, Simon otorga flexibilidad a sus personajes, alejándolos de los tópicos más reconocibles, y los filma en momentos fortuitos, muchas veces fuera de las líneas narrativas. Sin lugar a dudas, esta es una manera extremadamente astuta de cubrir la vida de una ciudad, reforzando la idea de inevitabilidad, alejándonos de la trama principal para crear el retrato de una ciudad en crisis. Así, cada uno de los personajes podría ser motivo suficiente para una serie propia o, por lo menos, para una trama policial independiente, pero se vuelven realmente atractivos cuando se colocan en la vasta red social de las series de Simon. A cada personaje se le permite mantener su humanidad, a nadie se le niega la posibilidad de redención. Aquí reside la grandeza de series como The Wire, en la que no vemos a gánsteres o asesinos en la serie, solamente a personas que venden drogas o matan para ganarse la vida.
Mientras que otras series de la llamada “edad de oro de la televisión” como Los Soprano (1999-2007) o A dos metros bajo tierra (2001-2005) apostaron en su momento por un estilismo de las imágenes y una profundidad argumental en las ficciones (sin caer en ningún caso en el sensacionalismo que invadiría la televisión años mas tarde), el estilo de Simon se ha caracterizado por no imponerse a las imágenes, por estar siempre al servicio del guion, del ritmo vertiginoso de los diálogos y de la credibilidad de las historias, sin renunciar a una excelente fotografía. No obstante, es importante señalar que existe una clara evolución en el estilo, una madurez que va desde el quasi-documental utilizado en The Corner hasta la estilización formal de The Deuce. Simon ha ido abandonando poco a poco un naturalismo casi experimental en favor del montaje, pero eso no ha restado ni un ápice de credibilidad a sus narrativas. En The Corner, Simon nos muestra por medio de un falso documental basado en personas reales, la dureza de la vida en el gueto de Baltimore. La droga consume y arrastra a todos a la desesperación, hundiendo a los personajes en en un pozo del que es casi imposible salir (Way Down in the Hole, título de la canción con la que daba comienzo cada episodio de The Wire). Sin embargo, en obras como Show Me a Hero, el trabajo de dirección de Paul Haggis contrastaba con el universo conocido de las series anteriores, aunque posibilitaba mostrar a un Simon más irónico en sus planteamientos narrativos que se permitía el lujo juguetear con las imágenes para construir sutiles dobles sentidos. En The Deuce, el guionista incide en ese abandono del naturalismo extremo para apostar por el montaje, moldeando poco a poco sus discursos incendiarios en un ejercicio de madurez y contención tonal, aunque conservando el tono poco complaciente sobre los Estados Unidos que le ha tocado vivir.
Y por encima del estilo se encuentra el blues que todo lo empapa. El blues y el jazz como los elementos culturales más fuerte de los Estados Unidos. Solos de saxofón y voces rotas para contrarrestrar el sonido de las balas en The Corner y The Wire, notas de trombón para elevar los ánimos en las calles de Treme, punteos de guitarras para vencer el miedo en Generation Kill, o ritmos funkys para combatir las cargas policiales en The Deuce. Simon, bendecido con un elegante gusto musical, siempre ha asignado un papel muy importante a la música (no olvidemos que Tremé, más allá del trasfondo político y social, era una serie que hablaba sobre música, quizá la más profunda al respecto) en sus ficciones. A propósito de Treme, Simon comentaba lo siguiente:
«Los americanos en algún nivel tienen un complejo de inferioridad culturalmente hablando. Tenemos un país joven, nuestras catedrales no son vuestras catedrales, nuestros maestros musicales no son los vuestros… Esto es Europa, si piensas en Vermeer, Rembrandt o Van Gogh es Europa, nosotros somos Norman Rockwell. El arte moderno es más democrático: Pollock, Rothko… pero seguimos siendo muy jóvenes y no sostenemos el argumento de que tenemos algo potente artísticamente hablando como cultura, pero Nueva Orleans volvió a la vida porque la única cosa que funciona, el único engranaje que pudo dirigir la restauración de la ciudad fue la cultura. Es uno de esos lugares en Estados Unidos donde la cultura es absolutamente orgánica, única y muy importante para la gente que vive allí. Y el hecho de que no quisieran abandonar su cultura fue en realidad lo que hizo que Nueva Orleans se salvara y superara esa potencial crisis, más que cualquier cuestión gubernamental o económica”.
Leyendo estas líneas parece lógico pensar en la música autóctona de Estados Unidos como motor de su obra, una obra que siempre ha hablado de la sociedad americana, de sus miserias y sus virtudes, y siempre ha conseguido ser crítico sin dejar de mostrar un amor hacia sus gentes. Eso sí, bajo el esquema de 12 compases de 4/4 y el ritmo shuffle de las partituras de blues.
Decía también David Simon en una entrevista que “cualquier historia que trate de representarlo todo acaba por no representar nada”, máxima que parece cumplir a rajatabla en cada una de sus series. El showrunner siempre ha preferido centrarse en las pequeñas historias que permitan al espectador construir el decorado completo, alejandose del sensacionalismo y de la imposición de empatizar con este o aquel personaje. Es aquí cuando la afirmación de Javier Rueda a propósito de Treme coge más fuerza:
“Es cierto que las series de Simon necesitan algunos capítulos para entrar. Los personajes de sus guiones, ya están viviendo antes de que los visitemos y no nos piden permiso para hacerlo. Si el espectador hace el esfuerzo por aceptar esta propuesta, lo que recibe es un regalo. Da igual si nos gusta el Jazz o no, si conocemos New Orleans o no, si nos perdemos en alguna de sus tramas. El humanismo de Treme es aire para los pulmones. Oxígeno, necesario en época de poluciones morales, políticas y financieras.”
Finalmente, alguien ha sabido dar buen uso a la duración de la televisión, con un respeto genuino por la aleatoriedad, los delirios cíclicos y las historias inconclusas. Cuando uno echa la vista atrás para buscar la obra definitiva que trascienda fornteras y que realmente represente lo que está pasando en el siglo XXI, quizá sea conveniente girar la mirada hacia series como The Wire, en la que la riqueza y complejidad del espectáculo se presenta como un tributo a la inteligencia de su público. Ya conocen la célebre reflexión de Simon acerca del lector medio:
«La pauta que sigo para intentar ser verosimil es muy sencilla (la vengo siguiendo desde que empecé a escribir ficción): el lector medio… que se joda. A lo largo de mi carrera como periodista, siempre me dijeron que tenía que escribir pensando en el lector medio. El lector medio, tal y como ellos lo entendían, era un suscriptor blanco, acomodado, con-dos-hijos-coma-algo y tres-coches-coma-algo, un perro y un gato, más los consabidos aparejos de jardín; una persona ignorante que necesita que se lo expliquen todo, ya mismo. Así, tu exposición se convierte en un peso increíble, en un auténtico peñazo. Que le jodan. Que le jodan pero bien.”
Pues eso, para qué añadir más…
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