D’A FILM FESTIVAL BARCELONA 2018 – SECCIÓN DIRECCIONS
Pedazos de intimidad
Resulta complicado, y tal vez falseador, trazar un esqueleto que una cada toma sugerente o cada sensación atesorada en estos días entre los 17 largometrajes y un corto, bien diversos, que componían la sección “Direccions” del recién terminado D’A Film Festival de Barcelona. Respetando las distintas temáticas que se dieron en las películas, miraré de no alejarme demasiado del tema de la intimidad, que creo que es clave en la selección. Claro que ésta es una decisión tramposa: uno de los elementos fantásticos del cine es el acceso, sin compromisos aparentes, a una intimidad acabada de descubrir en la pantalla. Durante un rato, el halo místico que desprenden las imágenes nos hace sentir las pérdidas de los personajes, compartir sus anhelos y, por supuesto, sus perversidades. Y es ahí, en esa participación en la experiencia narrativa, por donde se desliza el lenguaje fílmico.
Lo que ocurre es que, entre las películas que se dieron en el D’A, se reconoce un estilo recurrente que antepone el retrato de los personajes –llegando a generar a veces cierta incomodidad en el espectador- al desarrollo de las tramas. Lo vemos en Colo (Teresa Villaverde) con la evolución de un desconcertado padre de familia. Cuando el señor se sienta en la bañera con un balde en la cabeza, ya intuyes que el tipo anda un poco desorientado, pero es que luego secuestra a punta de navaja a un antiguo compañero de la infancia para que lo lleve a ver el mar y, en toda esa confusión, la peli termina cuando adopta a una adolescente desconocida y embarazada para llevarla a casa de su suegra. Extraña reestructuración familiar. En Sollers Point, presentada anteriormente en San Sebastián, es todavía más palpable: el ex presidiario bajo arresto domiciliario Keith deambula por las calles de Baltimore sin poder iniciar ningún tipo de acción, dando vueltas a una situación irresoluble desde la que el director Matthew Porterfield ofrece el retrato de uno de esos desheredados del sueño americano. En Razzia (Nabil Ayouch), ambientada en Casablanca, vemos directamente cómo el discurso más conservador del islam afecta la vida privada de personas de distinto corte. Una adolescente lesbiana de clase alta que se autolesiona, un judío que tiene que esconder sus raíces para tener cualquier tipo de relación o un joven de clase trabajadora que sueña con ser cantante y, por ello, su padre ni le habla.
De hecho, el choque entre tradición y modernidad condiciona, no siempre de forma ponderada y sin lastres etnocéntricos, los retratos que pueblan la sección. Late en la distopía serie B Grain, de Semih Kaplanoglu. El realizador turco dibuja el legado hipotético y triste que nos dejará la tecnología agroalimentaria. En esta línea sigue First Reformed, de Paul Schrader. Este extraño homenaje a un Diario de un cura rural (Robert Bresson, 1951), protagonizado por un sufrido Ethan Hawke, es el proceso de conversión de un cura protestante provinciano hacia el ecologismo. Ethan Hawke salva su casi perdida fe con la pregunta:”¿Qué le estamos haciendo a la obra del señor?”. Así, el cura, reacciona de un modo religioso a una problemática claramente política y económica. Y en la línea del choque entre tradición y modernidad, tenemos también Disobedience, de Sebastián Lelio. Rachel Weisz, que hace de fotógrafa neoyorquina, vuelve a su ciudad natal tras la muerte de su padre, un importante rabino. Su llegada trastocará la vida de sus compañeros de infancia, ordenada –y sometida- por el judaísmo ortodoxo.
En el nacimiento de la modernidad, se sitúa Licht (Mademoiselle Paradís, Barbara Albert), una película austríaca de época. A finales del s. XVIII, una joven pianista ciega de una familia acomodada es ingresada en un hogar de curaciones donde recupera levemente la vista gracias a un tratamiento magnético. La película muestra la importancia de la aristocracia en el reconocimiento de los métodos científicos. Una influencia que no se limita exclusivamente al ámbito del conocimiento, sino también a otros como la estética, y esto lo vemos, por ejemplo, en el momento en que, la chica, con la vista nueva y fresca, es llevada por el campo donde, al ver una boñiga, dice algo así como: “fijaos en eso tan precioso”, mientras todos sus acompañantes abochornados le indican que eso no es bello. Sobre el proceso educativo se construye también la película de Serge Bozon Madame Hyde. Isabelle Huppert interpreta a una inquietante profesora de instituto que sufre un accidente laboral que trastoca su personalidad. Es una curiosa versión francesa y actual del cuento de Stevenson.
La intimidad sigue siendo una constante entre las road movies del D’A. Lo es en Lean on Pete (Andrew Haigh), el periplo de un joven huérfano junto a un caballo de carreras en busca de un hogar. También la cercanía llena los fotogramas de Frost (Sharunas Bartas), una de las sorpresas del festival. En estos días corrosivos en que cuesta sentir nada como una obligación, una pareja lituana se compromete a llevar un paquete humanitario en furgoneta hasta Ucrania. Así comienza un viaje a tientas por el este de Europa que es, en realidad, el camino emocional que persiguen los dos indecisos protagonistas. Como si, frente a la extrañeza que les causa su amor, sólo pudiesen reaccionar acercándose al peligro. Conmovido por una maravillosa interpretación, durante interminables secuencias por esa Europa sórdida, no pude dejar de adorar a esa pareja dubitativa, discapacitada para amarse y, al final, arrastrada irremediablemente hacia el infierno. Una película hermosa.
Intentaré ahora repasar ágilmente los dos platos fuertes del D’A. Por un lado, tenemos Amante por un día, de Phillipe Garrel. En un París de blanco y negro, una joven estudiante, tras separarse amargamente, se muda a casa de su padre. Allí se encuentra con la novia de éste, que tiene su misma edad, y con la que comenzará una ajetreada amistad. La hija está fascinada con su nueva compañera, que lleva una vida alegre, que es una maravillosa amante y que tiene una enorme capacidad de seducción. En un principio, este carácter no parece suponer un problema para la relación con el padre, pero, al final, éste se harta de que su pareja se acueste con otros hombres y la echa de casa. A su vez, la hija, que estaba encantada con la vida distendida de su amiga, vuelve con su antiguo compañero. Así, en un plano simbólico, vemos como la mujer que realmente querría el padre es la hija que, a pesar de su curiosidad, se mantiene fiel y recatada. Ahí está el quid de la peli, que se alarga penosamente en primeros planos de las chicas y en charletas pretenciosas y vacías sobre el sexo y el amor. En The Day After, de Hong Sang-soo, nos encontramos con planos fijos de conversaciones alrededor de una mesa donde, a través de algunos juegos temporales, el espectador ha de desentramar un lío de faldas en una editorial coreana. Dos ejemplos de toda una tradición de cine que rezuma a pequeños burgueses lánguidos y ociosos preguntándose por el sentido de la belleza y de las relaciones humanas.
No nos vayamos aún de París. Personalmente soy partidario de que en todas las películas haya una escena de baile. Por eso, solamente por contemplar los movimientos espasmódicos de Marion Cotillard al ritmo de It Ain’t Me Babe de Bob Dylan, ya vale la pena ver Los fantasmas de Ismael. Pero es que la peli es mucho más, quizá demasiado y, por momentos, parece inabarcable. Aun así, me atrevería a interpretarla a través de dos polos de significación: la ausencia y el cine-máscara. Ausencia de la esposa, que vuelve tras una inexplicable odisea, pero también ausencia en la propia obra del carácter central, el atormentado director que se propone rodar una película de espías sobre su hermano que vive en el extranjero. Lo que ocurre es que el personaje-hermano no es otro que la proyección -y a veces simplemente el reflejo- del propio director. Así, nos plantea Desplechin una película muy sabrosa a modo de matrioshka que, además, acierta en aligerar unas temáticas algo cansinas con graciosas escenas del arrebatado protagonista.
Una de las sesiones más curiosas fue el homenaje a Hitchcock de Guy Maddin, Evan Johnson y Galen Johnson. Primero, con Accidence, un corto que nos hace pensar en La ventana indiscreta de un modo cíclico y sin detalles. Y luego, con Green Fog, una película sin rodar, hecha exclusivamente a través de montaje. El título anuncia a un extraño protagonista. La Green Fog es el aura que envolvía a Eurídice, interpretada por Kim Novak, al volver del Hades en Vértigo (Hitchcock, 1958). La película consiste en un collage de cine, dividido en dos capítulos, que recorre el escenario de Vértigo, San Francisco, en sus puestas en escena más horteras. Vemos una y otra vez nuevos personajes en technicolor, luciendo solapas descomunales, pelos cardados y vistosos descapotables. Todo esto al ritmo de lo que diría que era un cuarteto de cuerda tocando una intensa música de suspense. Afortunadamente la película dura menos de una hora y termina antes de tener un cortocircuito.
Por poner un ejemplo, durante el primer capítulo, asistimos en la pantalla a una serie de secuencias arquetípicas del cine, los amantes en fuga. Fuga en busca de intimidad, sin un perseguidor claro. Enseguida nos viene a la cabeza la pareja en un descapotable o en un paraje escondido. El escenario de la escapada es, por definición, un no-escenario, o mejor, es el espacio intermedio que nos permite dibujar en nuestra mente los escenarios como figuras completas. Al terminar la escapada terminará también el cine estructurado. Las evasiones amorosas dan paso a una sucesión de persecuciones. Esta vez sí, el peligro, el terrorífico perseguidor, vuelven a tener un referente claro: Robert Mitchum bajando las escaleras en busca de los niños en La noche del cazador (Charles Laughton, 1955). Puro cine por asociación. Tras el mismo gesto, la huida, nos encontramos con los dos impulsos más feroces de la naturaleza humana.
Entre las películas sin guion clásico, había también algún documental. Estaba Alive on France, donde Abel Ferrara se disfraza de vieja gloria del rock haciendo una gira por Toulouse y París. Y luego, el rarísimo documental sobre el culturismo Ta Pieu si lisse. Hay que reconocerlo, la fina técnica de Denis Coté mantiene durante un rato la atención del espectador y casi olvidamos, gracias a esa mirada tan cercana, que la vida del sacrificio por transformar el cuerpo en un cruasán es una grandísima pérdida de tiempo.
Y, en las profundidades de la intimidad, está Mrs. Fang, documental premiado en el festival de Locarno. Éste es un film etnográfico dirigido por Wang Bing que consiste en una hora y media de grabación de una campesina china al borde de la muerte. La muerte filmada sin alegorías ni medias tintas, como sucede. Al más puro estilo cinéma-verité. Larguísimos primeros planos del rostro de la campesina se suceden sin interrupción y uno no deja de preguntarse: “¿Veré el instante exacto en que esta señora traspase la vida?”. Alrededor, la familia –y supongo que también algunos conocidos- acompañan a la mujer en su último viaje. Y por ahí andan, fumándose un pitillo, con la camiseta arremangada y comentando la mala jornada de pesca. Mientras una señora está muriendo in situ. Éste es el final de la intimidad, y, como no podría ser de otro modo, se refleja etnográficamente en esta incomodidad que nos genera el otro, en el que encontramos la rareza de lo propio. Es ahí, en las coyunturas, donde se hallan siempre las respuestas.
Qué bien escrito y resumido, un festival de cine de una forma amena e interesante. Incluso divulgativo este artículo. Genial!
¡Gracias por leerlo!