D’A FILM FESTIVAL: SECCIÓN TALENTS
Una cierta mirada
Crónica de todos los títulos que participaron en la sección Talents de la novena edición del D’A Film Festival 2020.
Abou Leila (2019, Argélia-Francia). Amin Sidi-Boumédiène debuta en la dirección con una radiografía acerca del peso de la violencia en las sociedades. En pleno estallido del terrorismo, en la llamada “Década Negra”, que azota a Argelia, dos amigos de la infancia deberán cruzar el desierto para intentar capturar a un terrorista: Abou Leila. Con el plano secuencia como herramienta principal, el cineasta presenta al fiero león dentro de un entorno hostil, con la violencia como modo de representación. A medio camino entre la realidad y la fantasía, Abou Leila se apoya en el onirismo y las ensoñaciones añadiéndole a la obra esa belleza visual comparable con los amaneceres del desierto argelino.
La fuerza visual de la película no solo radica en la belleza de su fotografía sino también en el juego de montaje que el director presenta, adentrándonos cada vez más en la mente del protagonista. Cuando la película navega por estos cauces más oníricos y alucinógenos es donde cobra más fuerza, ya que el tono, la ambientación y las actuaciones contenidas de sus protagonistas encajan a la perfección, entregando un retrato psicológico de unos personajes heridos y con la mente llena de oscuridad, desasosiego y desesperanza. La piedra en el camino será el destino final debido a la precipitación por cerrar la historia, apoyándose en una voz en off -reiterativa y sobre explicativa- que hace valorar más el recorrido que la llegada al destino.
Pablo Vergara
Adam (2019, Estados Unidos). Hasta prácticamente su última escena, Adam es una película tremendamente confusa. No tanto en su planteamiento, que podría asemejarse al de cualquier película de adolescentes heredera del cine de John Hughes (chico miente para gustar a una chica y la mentira se va haciendo más y más grande), sino en el desarrollo que lleva hasta esa escena final en la que se enseñan las cartas. Y es que en el caso del protagonista (Nicholas Alexander), la mentira va mucho más allá de una edad falsa o, en el caso de la hermana que lo acoge en Nueva York (interpretada por Margaret Qualley), de ocultar su sexualidad a su familia.
El problema de Adam es que hace creer a una chica trans que él también lo es. Al principio, con el ingenuo propósito de que ella no lo rechace en un ambiente que el director Rhys Ernst (productor de la serie Transparent) retrata como segregativo y bastante hostil hacia todo lo heteronormativo. Pero más tarde, cuando ve que la relación prospera, su comportamiento pasa de lo inocente a lo mezquino al intentar hacerse pasar por alguien que no es, y lo que es peor, minimizando a la vez todo el movimiento a una simple cuestión fisiológica. Ernst, cineasta debutante y persona trans, compone la película en forma de fábula con un enfoque marcadamente cishetero, y pese a intentar arreglar todo al final, lo cierto es que la forma de hacerlo es bastante torpe y hasta cierto punto frívola.
David Pardillos Rodríguez
Algunas bestias (2019, Chile). En su poema Algunas Bestias, Pablo Neruda examinaba la naturaleza y su fauna a través del punto de vista de una iguana, observadora experta debido a su visión panorámica y su habilidad de camuflaje. En su segundo largometraje, Jorge Riquelme, que toma prestado el título del poema, deviene trasunto del reptil para juzgar con su ojo clínico-trágico los errores fatales de la burguesía chilena y sus consecuencias en una sociedad machacada: la corrupción de su moral, el arribismo desesperado, el abuso y la posesión.
Entre una revisión de El Ángel Exterminador (Luis Buñuel, 1962) y la herencia del más reciente “Nuevo Cine Griego” que se especializó en trasladar la crisis de los valores sociales al microcosmos familiar (Canino, Attenberg), el director lleva esta propuesta al extremo a través una familia que viaja a una idílica isla con el objetivo de convertirla en una suerte de resort bioturístico. Las luces cálidas y suaves que redondean sonrisas aparentes no son más que la trampa de un juego inductivo en el que los comportamientos inesperadamente exagerados de los personajes o las progresivas deformaciones sonoras ofrecen pequeños indicios que desembocan en el origen del horror familiar -filmado de forma precisa en dos consecutivos planos secuencia estáticos que se alejan de cualquier virtuosismo morboso para retratar la crueldad de forma fría e inclemente.
La sensación de vértigo provocado por un reparto que se juega las tripas por encima del intelecto acompaña a una película que no carece de suspense y que deja un regusto a inmutabilidad y desesperanza que, como demuestra el levantamiento del pueblo chileno del pasado octubre, ya ha sido contestado por la vida misma.
Yago de Torres
All for My Mother (2019, Polonia). La directora polaca Ma?gorzata Imielska relata la desalentadora historia de una joven, que reside en un centro de detención tras repetidas fugas de diversos orfanatos, para encontrar a su madre. Ola (Zofia Domalik), contrasta desde el primer minuto con el mundo que le rodea, evadiendo la realidad en la que se encuentra y guiándose por una única obsesión: recuperar su vida pasada. A través del deporte, dando vueltas de forma incansable al pequeño patio del centro en el que reside, la protagonista rechaza cualquier paso hacia la salvación que se desvíe de su plan. Imielska cuenta la historia de esas personas que -al igual que Ola- persiguen incansables un halo de esperanza que se va desvaneciendo, pero al cual se niegan a renunciar, construyendo un relato tenso y sofocante a pesar de su estética fría, propia del álgido clima polaco.
El trabajo de la actriz Zofia Domalick en el papel protagonista eclipsa la pantalla y pone en evidencia las carencias del resto del reparto. No por ello el filme escatima en personajes que redondean la ambientación y la verdadera problemática social, la cual la directora pretende exponer. Sin embargo, la narración en ocasiones no consigue fluir con naturalidad, ya sea por la rapidez excesiva del relato o por la gran cantidad de conflictos fugaces e inconclusos durante el metraje.
Aunque la directora deja sus pretensiones claras y elabora un filme con una trama principal bien conseguida, All for My Mother falla en el desarrollo de las tramas del resto del reparto, a los que nunca terminamos de conocer y por los que la narración se tambalea.
Iria Potti Vázquez
Disco (2019, Noruega). Hay algo de paradójico en la forma que tiene la directora Jorunn Myklebust Syversen de acercarse al tema que pretende retratar. Una forma directa y transparente en su aproximación a la moderna religión evangélica que profesa el padrastro de la protagonista en forma de farsa. Una fe en la que la iglesia parece más un edificio propio de una startup y donde la liturgia se convierte cada domingo en un concierto de Daft Punk. Mundo estrambótico y lleno de contradicciones que solo parece advertir la joven Mirjam, interpretada por Josefine Frida Pettersen en su primer papel fuera del universo Skam.
Mirjam se encuadra más en el tipo de adolescente al que daba vida Lucas Hedges en Identidad borrada (Boy Erased, Joel Edgerton, 2018) que a la rebelde Chlöe Moretz de La (des)educación de Cameron Post (The Miseducation of Cameron Post, Desiree Akhavan, 2018), ambas películas sobre la alienación de los jóvenes a través de la religión. Una adolescente que siente más la necesidad de aceptación por parte de una comunidad y de sus padres que el rechazo a las instituciones que rigen su vida. La fría mirada del filme provoca que apenas se perciba una crítica (tampoco una idealización) hacia esta forma tan ortodoxa, como si se limitara a observar e intentar comprenderla en sus contradicciones. Del mismo modo, no acierta al integrar junto a las ceremonias religiosas los concursos de baile de Mirjam, igual de luminosos y estridentes en su presentación, pero que poco aportan en el desarrollo de la protagonista.
David Pardillos Rodríguez
Dwelling in the Fuchun Mountains (2019, China). Sólido debut para un jovencísimo director originario de Fuyang, distrito en el que tienen lugar los eventos de ésta, su ópera prima. Gu Xiaogang sigue la estela de otros laureados cineastas de la China contemporánea, desde Diao Yinan (Black Coal, El lago del ganso salvaje), con sus oscuras callejuelas y luces de neón; pasando por el malogrado Hu Bo (An Elephant Sitting Still) con su triste adiós al cine y a la vida; hasta llegar a Bi Gan (Kaili Blues, Largo viaje hacia la noche), con sus titánicos planos secuencias.
Dwelling in the Fuchun Mountains es un filme altamente contemplativo y personal. Todo tiene lugar en los alrededores del río Fuchun, eje central de la historia de corte realista que propone su director. Entre interminables paseos a las orillas del río y conversaciones sobre lo mundano, los actores -todos primerizos- van de la mano de la hermosísima imaginaria naturalista, ejecutada con movimientos de cámara lentos y de un cálculo milimétrico. Desde la primavera hasta el invierno, Xiaogang muestra cómo es la vida en su lugar de origen. Una vida humilde y llena de preocupaciones, donde lo tradicional y lo moderno chocan creando disputas y conflictos entre amigos y familiares, tesis que el director comparte con algunos de sus ya mencionados contemporáneos.
La caminata por las montañas y las nieblas del gigantesco río se hace larga pero recompensaste. Un filme inmersivo y contenido de un nuevo talento, hijo pródigo del Fuchun.
Juanma Barbero
Homeward (2019, Ucrania). La ópera prima del ucraniano Nariman Aliev se sustenta mediante una narración compacta, pero poco atrevida. Mustafá pertenece a la etnia de los tártaros musulmanes de Crimea. No comprende, ni perdona, que su sentimiento religioso no fuese compartido con la misma firmeza por sus hijos, dos jóvenes que viajaron a Kiev en busca de una vida nueva. Cuando el hijo mayor fallece en los conflictos bélicos del Donbass, Mustafá decide transportar su cadáver hasta Crimea para enterrarle según la tradición, allí donde también descansa su mujer. Ayudado por su hijo pequeño, el trayecto real de ambos personajes se convertirá en un viaje vital que Aliev utiliza tanto como alegoría de la relación existente entre Rusia y Ucrania, como de relato de reflexión existencial sobre las generaciones, la raíces y la comprensión mutua.
Esta última vertiente, la más apegada a la habitual road movie, es la que convierte a Homeward en un filme tan correcto en sus intenciones y formas como escaso en originalidad y autoría. La dirección de Aliev, clásica y precisa (cámara fija, cerca de sus personaje, narrativamente obediente) hace que el relato funcione en todo momento con gran pulcritud, pero sin revelar ningún rasgo emocionante en su estilo. Es un trabajo férreo, sin muchos errores, pero tampoco aciertos. El esqueleto de la historia sigue un camino dramático tan marcado, con soluciones narrativas (la enfermedad del padre, las paradas que hacen por el camino, por ejemplo, cuando les roban…) que acaban acercándose en exceso a lo previsible de un manual de guion.
Víctor Fernández
La mami (España-México, 2019). “Ya oigo las trompetas del apocalipsis” comenta una de las chicas escuchando el aviso para bailar y empezar su jornada laboral en el Cabaret Barba Azul, en el centro de Ciudad de México. La directora Laura Herrero Garvín ubica su nuevo documental tras las cuatro paredes del baño de mujeres del cabaret, una atmósfera de realismo que inunda con su presencia La Mami, la guardiana, la confidente. La cámara espera siempre hasta que todas las mujeres que trabajan en el cabaret se maquillen frente al espejo, una tarea rutinaria, costosa y estática para la puesta en escena. Priscilla, la nueva mujer que entra a trabajar establece relación con La Mami. La novata y la mujer que lleva toda vida luchando, una relación a través del dolor de sus confidencias, de sus familias y de su posición.
La cámara baja para sentarse con la protagonista y sube para observar a Priscilla con minúsculo detalle todo el andamiaje que supone llevar para trabajar allí. Laura imprime su mirada en Priscilla y La Mami, clava su cámara en sus ojos, una revelación de la crudeza que se vive allí. Un tributo a las mujeres trabajadoras que luchan por mantener a su familia. En ocasiones un trabajo que pasa desapercibido y La Mami cobra un sentido mágico. Durante el documental parece un fantasma que siempre ha estado allí, en silencio, con sus estampitas y sus velas, iluminando el baño y cuidando a generación tras generación, un regalo de personaje.
Ager Mendieta
Monsters (2019, Rumanía). En uno de los diálogos de la primera parte de la película la protagonista deja clara las intenciones del director Marius Olteanu: no va a desvelarse nada antes de tiempo, ni de forma climática. Las intenciones del joven cineasta rumano pasan por transitar el camino.
Monsters recorre 24 horas de la vida de una pareja a través de una doble perspectiva -la de los dos protagonistas-, en las que se va desgranando su conflicto. Lejos de clichés, Olteanu plantea el significado del amor, de la familia, del compromiso o del matrimonio. En sus expresiones, miradas y silencios prolongados, el director consigue transmitir el verdadero dolor de la historia y la incertidumbre que atormenta a la pareja.
El ritmo se sustenta en el manejo de los detalles. Cada secundario tiene el carisma suficiente para destensar el relato, pero al mismo tiempo su existencia está justificada y es coherente con el conjunto del filme. El director encuentra un equilibrio entre la ruptura y la consistencia narrativa en estos personajes que permiten que la trama avance a la vez que consiguen aportar matices.
La puesta en escena, además de destacar por su estética, juega un papel especial en la narrativa. El trabajo coordinado de Olteanu con el director de fotografía Luchian Ciobanu consigue una interesante sincronización entre el contenido y la forma, utilizando efectos que llegan a pasar desapercibidos por su adecuada integración, pero una vez analizados aportan una nueva lectura del filme.
Iria Potti Vázquez
Nevia (2019, Italia). “Ser puta es un trabajo, el dinero es lo único que importa”. El trabajo no dignifica, ni libera, tan solo es una necesidad. Al menos esa es la idea que subyace en el contexto de Nevia (dirigida por Nunzia de Stefano), en un barrio de casas containers a las afueras de Nápoles. Un lugar lúgubre y olvidado que contrasta con las risas de la joven protagonista, que da nombre a la película, y de su hermana pequeña.
Nevia lucha por desvincularse de la delincuencia y la prostitución que rodean a su familia ganando dinero de la forma que ella considera más ética. Sin embargo, sus oportunidades para prosperar son tan escasas como los resultados de la supuesta meritocracia. La directora crea una sensación de pesadumbre con una puesta en escena muy cercana a la realidad, una cámara en constante movimiento que sigue los pasos de la protagonista y registra al detalle la austeridad de sus gestos y movimientos. Los planos secuencia, con la crudeza del silencio, nos adentran en la adversidad del barrio y de la casa de la chica.
Nunzia de Stefano plantea en su primer filme grandes debates como la dignificación del trabajo o la legitimidad del trabajo sexual sin posicionarse de forma explícita. Tampoco es equidistante. La película habla de una situación concreta y a la vez enormemente genérica sin la pretensión de aleccionar. Sin blancos o negros, lo que permite al espectador llegar a conclusiones tan complejas como las cuestiones propuestas.
Ángela Rodríguez
Nocturnal (2019, Reino Unido). Como ya ejemplificó Hitchcock, no hay mejor herramienta que la de la puesta en escena para dejar entrever la psicología de los personajes; en el caso de Psicosis (1960) la sombra de Norman Bates, siempre acentuada en los espacios que éste recorría, anunciaba desde un principio esa identidad desdoblada del personaje de Perkins. En este sentido; el primer largometraje de ficción de la directora Nathalie Biancheri, si bien no guarda relación temática con la obra del maestro del suspense -aunque ironiza con alguno de sus elementos en determinadas escenas- sí que adopta esa precisión en el encuadre como vehículo para definir el retrato y el descubrimiento mutuo de los dos personajes protagonistas.
Llama la atención cómo el dorso de ambos toma tanta relevancia en muchos de los planos; especialmente en el caso de Pete, interpretado de forma tan magnética como delicada por Cosmo Jarvis, cuya psicología se va definiendo desde el detalle. Su rostro rara vez se muestra de manera frontal, siendo filmado siempre de espaldas o de perfil, apareciendo en plano de forma esquiva, y dejando en la cuidada atmósfera de cada escena los indicios de esa intención oculta que espera a ser revelada. Una intención que cimenta no solo la tensión, sino también la complicidad de esa relación personal tan peculiar, que la directora no teme en hacer transitar por excesos dramáticos, y cuya fidelidad a esa determinada complejidad de la puesta en escena asegura la riqueza de segundos visionados.
Carlos Barrantes
Oleg (2019, Letonia-Bélgica-Lituania-Francia). Un hombre cae a un lago helado. El agua le hiela la piel y sus pulmones buscan oxígeno en vano. Todo es frío, soledad y oscuridad. La desesperación no deja de crecer. Es la sensación que rodea a Oleg, un inmigrante letón que protagoniza la película homónima del director Juris Kursietis. La misma angustia que siente el protagonista es transmitida en pantalla tanto a través del formato cuadrado (1,33:1), como en los movimientos y angulaciones de cámara que buscan enfatizar la aflicción de la historia. Cada vez que el nivel de inquietud del protagonista aumenta, el nervio de la cámara también lo hace y el movimiento no ceja. Como ocurre en la escena en la que un compañero de trabajo se corta un dedo, dando comienzo a todos los problemas del personaje.
Oleg es maltratado, secuestrado y tratado de forma inhumana. No tiene salida debido a su condición de inmigrante. Su vida se desarrolla en un frágil equilibrio donde sus escasos derechos se encuentran en un precario peligro. Una historia extrema, dolorosa y angustiosa, como la propia inmigración, que ocurre en pleno corazón de Europa. Oleg se pregunta si Dios lo ha abandonado en una película que invita a la reflexión sobre si no es Europa quien ha abandonado a los inmigrantes.
Rafael Morillo
Un blanco, blanco día (2019, Islandia-Dinamarca-Suecia). Siguiendo a un coche a través de la niebla, como a un fantasma engullido por las nubes, Hlynur Palmason nos pone en situación, desde el primer segundo de metraje, del importante papel que desempeñará el paisaje y la atmósfera en todo lo venidero. Por un lado, como detonante del drama que acompaña a nuestro protagonista. Dicho coche, conducido por su mujer, se sale de la carretera despeñándose por un barranco. Frío, distante, el día blanco ha traído la muerte y estará al lado de los vivos todo el tiempo que resta. Por otro lado, en un lugar donde casi todos los días parecen el mismo, esa conexión constante entre los dos mundos no hará más que multiplicar el devastador comportamiento del protagonista frente al duelo.
A través de un estilo visual elegante y seco, Palmason congela su mirada en un intento de reconstrucción condenado a navegar en el recuerdo. Lo que va saliendo a la luz lleva al protagonista a una espiral de decisiones que hacen mutar al film del drama familiar más distante, a una suerte de thriller psicológico profundamente seco, en la línea de un Michael Haneke controlado y menos cruel a la hora de tratar a sus personajes. La pulsión lenta y meditada del cineasta, junto a la bella fotografía analógica de Maria von Hausswolff, acaba confiriendo a la obra una muy acertada sensación de nostalgia que, de manera profundamente devastadora, desemboca en un extraño, fantasmal y muy congruente encuentro final.
Víctor Fernández
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