CURTOCIRCUITO 2018: RADAR
Este 2018, desde Santiago de Compostela, el Festival Internacional de Cine Curtocircuito ha cumplido su décimo quinta edición dedicada a la exploración de nuevas formas y lenguajes en el cine contemporáneo, especialmente en el cortometraje. A lo largo de la primera semana de octubre se proyectaron 47 películas de 22 países distintos entre la sección Radar y Explora, ambas a competición, y retrospectivas a los directores Ulrich Seidl, Roberto Minervini y Bertrand Mandico. Una selección en la que el documental y la ficción cruzaron sus géneros e incorporaron el cine de animación y experimental como aportaciones imprescindibles a un mismo lenguaje cinematográfico. Lo que sigue es la crónica de esta selección en Radar.
Más allá de la imagen real, más allá de lo establecido
Es de aplaudir la apertura de un festival que no solo incluye trabajos de animación y de cine experimental dentro de su sección oficial -por otro lado, muy arraigada en el documental-, sino en el que además puede hacerse con el máximo galardón al mejor cortometraje de la sección Radar una película como Solar Walk, entre lo más sorprendentes del festival. Solar Walk (Réka Bucsi, Dinamarca, 2018) rompe las barreras psicológicas de la perspectiva con una animación ácida con reminiscencias de aquel emocionante y palpitante Planeta Salvaje (1973), de René Laloux, en donde personajes y escenarios eran más cercanos a Jean Giraud que a Walt Disney. Exponer el proceso de creación tal y como lo hace Solar Walk sobre un fondo cósmico ejemplifica que los límites que plantea lo digital respecto a la animación son inexistentes. Su capacidad para definir los paradigmas existenciales con sencillez la tornan única.

Resulta fascinante toparse con una animación sin moralejas ni cantinelas de cuna para satisfacer los derroches de azúcar de los niños. Quizás por ello sorprenden obras como Glucose (Jeron Braxton, EEUU, 2017), un cortometraje puramente posmoderno. Todo en él huele a grunge de los noventa, salpicado con glam de los 80, deformación y pequeñas muestras de conciencia social. Un boxeador digital cae derrotado en su videojuego para iniciar una película psicodélica totalmente reivindicativa donde vemos mujeres alzando el puño, cocodrilos jugando al fútbol y las imposturas que el consumo digital expone a través de todo aquello que Internet deforma y regurgita.

En esta búsqueda de una animación alternativa que debería tener mayor difusión también se incluyó al travieso Don Hertzfeldt con la segunda parte de World of Tomorrow (2015): The Burden of Other People’s Thoughts (EEUU, 2017), donde sigue explorando el poshumor de It’s Such a Beautiful Day (2012). Resulta curioso que de unas cintas grabadas por su sobrina pequeña Hertzfeldt haya sabido reflexionar acerca de la articulación de la memoria y del propio ego, y cómo estos nos acompañan a través del crecimiento humano. Quizás las formas sean prosaicas o casi caricaturescas, pero esto sólo define aún más a un creador capaz de desarrollar en la animación la voluntad de aquello que quiere contar sin grandes sistemas de producción a su alrededor.
En el lado del cine experimental, ya en la acción real, y siguiendo con el poshumor, Saladdin Castique (Anssi Kasitonni, Finlandia, 2018) mostró en cinco gloriosos minutos a un hombre mayor que se topa con un bote de plástico que resulta ser la lámpara mágica de un genio. El genio le concede, como viene siendo costumbre, tres deseos. Todos ellos mal resueltos por el bruto lenguaje del hombre, castigado por el genio por ser tan mal hablado ¡Delirante! Muy distinto del documental experimental Terrromoto Santo (Brasil, 2018), con el que Bárbara Wagner y Benjamin de Burca pretenden mostrarnos la nueva ola de evangelismo que resurge en Brasil. Todo ello desde una perspectiva insidiosa donde se nos exponen cánticos encadenados y falsas pretensiones experimentales. Pero nada que no pudiese solucionar una pieza tan brillante y misteriosa como Das satanische Dickicht – DREI (Willy Hans, Alemania, 2018).

En ella se profundiza en la psicología de la mirada para articular un espacio tenebroso, donde el espectador tiende a rellenar los huecos con la lógica del terror o lo catastrófico. Pero el juego es el opuesto, la historia es realmente sencilla y su uso del blanco y negro sólo sirve para acrecentar dicha atmosfera terrorífica que casi vaticina un final fatídico pero el cual únicamente esconde una escapada familiar a un club de camping.
Álvaro Pérez
Historias de ficción, territorios reales
Muchas de las películas de la sección Radar, especialmente las que mejor se inscriben en aquello que denominamos “ficción”, mostraron la pérdida de la inocencia de las miradas jóvenes de sus protagonistas, al mismo tiempo que retrataban el deseo de sus personajes de escapar de aquellos territorios hostiles en los que habitan, ya sea en las lejanas periferias de la civilización o dentro del centro de las más desdichadas ciudades. Realidades diferentes, diversos puntos de vista, miradas originales y una gran variedad de propuestas cinematográficas por parte de artistas de distinta procedencia.
Así, Ilusión mis hermanos (Miragem meus putos, Diego Baladia, Portugal, 2017), narró con gran vitalidad tres historias grupales diferentes sobre el crecimiento, dónde sus jóvenes protagonistas buscan huir de la monotonía de sus vidas. Desprovisto de cualquier arco narrativo o de personaje, el cortometraje traza un arco dramático donde la idea de “conjunto” se va deteriorando a medida que suceden las historias en un interesante ejercicio de montaje y una propuesta formal bastante sobria.

Adoptando un registro totalmente diferente encontramos Las Cruces (Francia, 2018), corto que da nombre a uno de los barrios más pobres de la ciudad de Bogotá. A través de un estilo hiperrealista, el director Nicolas Boone narra las historias de sus habitantes optando por ficcionar la realidad con las formas propias del documental. La mirada joven vuelve a ser protagonista, mientras la violencia de las clases marginales agrede directamente a cámara y al espectador. En contraposición a este estilo, Vando alias Vedita (Vando Vulgo Vedita, Leonardo Mouramateus, Brasil, 2017) propuso un ejercicio de experimentación sensorial donde se trató nuevamente el tema del ‘conjunto’ a través de un grupo de jóvenes que representan el ideal de la transfiguración y la fusión. Una atrevida propuesta un tanto metafórica y un tanto poética que guarda sus mayores virtudes en el montaje de una secuencia en la que los protagonistas se pierden en una playa, sumergiéndose en una experiencia particular donde las imágenes se funden, generando la idea de que los protagonistas también se funden entre ellos.
Dentro también de un estilo de narración sensorial, aunque de un trazo formal mucho más ‘clásico’, estuvo el cortometraje de terror Los dioses reales requieren sangre (The Real Gods Require Blood, Moin Hussain, Reino Unido, 2017), una propuesta de estilo que mezcla la paranoia del estado de exaltación en que se encuentra la protagonista, una yonqui que cuida a los hijos de su vecina, con los elementos clásicos del género. Quizás la propuesta menos interesante de la selección de cortometrajes.

En Caroline (EEUU, 2018) una niña de seis años tiene la responsabilidad de cuidar sola de sus hermanos mientras su madre los deja solos en el coche. Bajo la codirección de Logan George y Celine Held, el cortometraje trató la perdida de la inocencia optando por un ritmo mucho más dinámico y frenético. La propuesta guarda similitudes con The Florida Project (Sean Baker, 2017) debido a la cercanía con el mundo infantil de la niña protagonista y las semejanzas en la utilización de la cámara en mano y el punto de vista, además de las similitudes sociales en relación con el espacio hostil en el que tiene lugar la narración. En otros terrenos igual hostiles se encuentran los protagonistas de Fauve (Francia, 2018), la propuesta de estilo formal más académica de la sección oficial, aunque no por ello menos interesante. El director Jérémy Comte representa el juego de poder en el que se sumergen dos niños, confrontándose en este caso a la Madre naturaleza en una mina de superficie. Un trabajo estético impecable con grandes trazos poéticos donde el paisaje cobra gran importancia y la suntuosidad del espacio se muestra no por preciosismo, sino como un elemento simbólico y narrativo más que retrate la repentina maduración a la que se ven expuestos los protagonistas.
Damián del Corral
Documental y ficción: bosques frondosos
Adentrarse en la naturaleza humana indagando en el interior de un bosque frondoso. Desde la ficción y desde el documental respectivamente, los mediometrajes de Pablo Dury y Clément Cogitore encerraron a sus personajes en campo abierto. Los ven asfixiados por un entorno inquietante de verdes árboles, retorcidas ramas y reflexiones salpicadas de imágenes perturbadoras. Mientras que en Braguino (Francia, 2017) y con las formas del documental Cogitore observa a un asentamiento familiar de la Siberia Oriental, en Les amoreaux (Francia, 2018) Pablo Dury utiliza la ficción y la búsqueda de un metafórico explorador como descripción artística de los pliegues sombríos del enamoramiento. Cogitore habla de civilización, de enemigos naturales, de odio, acecho y vida en sociedad. Dury hace una construcción oscura y simbólica sobre la tortuosa búsqueda del amor y lo devastador de su encuentro. Les amoreaux ahoga con un ambiente sonoro realista y amplificado que aumenta el desconcierto usando la palabra escrita. Si en Braguino los intertítulos buscan el fundido negro para no intervenir en la imagen captada, en Les amoreaux por el contrario se superponen a ella. Historias breves escritas en el centro de la pantalla le sirven a Dury para ahondar en su universo de sensaciones siniestras. Cogitore y Dury: dos estilos opuestos pero parecidos en su idea de remover al espectador para llegar a expresar. Dos autores que encuentran en el aire libre personales discursos sobre aspectos distintos de las entrañas del hombre: el primero demuestra que hasta el ser más aislado puede no dormir angustiado por ideas persecutorias y el segundo que ese tan ansiado amor ciego acabará devorándote. Cine que grita que el hombre nunca puede escapar de sí mismo.

Raquel Loredo
Roles y ficciones en la realidad documental

¿Qué tienen en común un policía, un jockey y un ruso con una cámara? Todos interpretan a alguien, todos representan una ficción. Rozando la realidad documental y lejos de ser un chiste malo, cada uno de los roles que ejercemos a lo largo de nuestras vidas es semejante a la interpretación de un personaje. “¿Qué es un policía? Un policía es un actor”, afirma uno de los actantes, que también es actor, en el cortometraje documental Cops are actors (Tova Mozard, Suecia, 2017). Sin el letrero de Hollywood a sus espaldas, pero con la esencia del Monte Lee como escenario, los actores de policías subrayan la diferencia entre un rol y un personaje en la cinéfila ciudad de Los Ángeles, una ciudad donde los límites representativos se difuminan entre la maleza donde se filma.
En In Between Takes (Rusia, 2017), Alexei Dmitriev realiza un cortometraje con vídeos caseros grabados durante un periodo de 20 años. La banalidad con la que filma, el mal gusto (o mejor dicho, desconocimiento) por los encuadres y la necesidad de grabar cualquier cosa, muestra el entusiasmo de la persona detrás de la cámara, la necesidad de ejercer un rol frente a ella y el valor de lo cotidiano, de cada momento transcurrido en 20 años sin cortes. No tan distinto a lo que sucede en Las fuerzas (Paola Buontempo, Argentinam 2018), que obtuvo una de las dos menciones especiales de la sección Radar, con su ritmo pausado y reflexivo. Como en cualquier deporte, el trabajo, el esfuerzo y la dedicación plena es la base para el éxito de un jockey. De peso ligero y baja estatura, el protagonista de Las fuerzas se prepara para asumir este rol que le viene asignado por tradición familiar, pero eso implica también ser consciente de sus facultades y limitaciones al medir su fuerza con la del caballo. Por su parte, desde un dispositivo muy distinto, en el también documental Mi amado, las montañas (Alberto Martín Menacho, España y Suiza, 2018), premio Penínsulas al mejor cortometraje nacional, conviven las leyendas del pasado con el presente moldeando las identidades y los roles en el montañoso pueblo de sus protagonistas.

Dentro de este panorama, cobra especial relevancia el viaje de un cuerpo desde su muerte hasta el entierro en Proch (Polonia, 2017) con el que Jakub Radej mostró el disciplinado modo en que nuestras sociedades procesan los restos de una vida, lo que queda de nosotros tras tantos años jugando tantos roles. Un proceso mucho menos natural de lo que da a entender el mandato bíblico -“polvo eres y en polvo te convertirás”- al que remite el título (“Proch” significa “polvo”) y que incluye, junto al entierro de ese resto inapelable que es el cuerpo, la subasta de bienes, la clasificación y destrucción de fotografías y la desinfección de todo germen y rastro biológicos que hayamos podido dejar en el hogar, y en el que intervienen funcionarios, protocolos, hospitales y funerarias, ejerciendo pequeñas funciones de un proceso al que Proch devuelve su unidad.
A través de esta selección y desde dispositivos distintos en diferentes planos del documental y de la ficción, la Sección Radar de Curtocircuito sacó a relucir los difusos límites entre persona y personaje. Una búsqueda que puede convertirse en el punto común de todo un festival de cine que no teme a la hibridación, pero que todos conocemos porque basta pararse a mirar para darse cuenta de que los límites entre ser o interpretar no solo se confunden en la ficción.
Patricia Marín y Alberto Hernando
PALMARÉS CURTOCIRCUÍTO 2018
Premio Radar al mejor cortometraje de la sección Radar – Solar Walk, de Réka Bucsi
Menciones especiales del Jurado Radar – Las fuerzas, de Paola Buontempo, y Proch, de Jakub Radej
Premio Explora al mejor cortometraje de la sección Explora – Monelle, de Diego Marcon
Menciones especiales del Jurado Explora – Sombra luminosa, de Francisco Queimadela y Mariana Caló, y Word for Forest, de Pia Rönicke
Premio Penínsulas al mejor cortometraje nacional – Mi amado, las montañas, de Alberto Martín Menacho
Mención especial del Jurado Penínsulas – Los desheredados, de Laura Ferrés
Premio del Público al mejor cortometraje – 592 metroz goiti, de Maddi Barber
Premio del Jurado Joven al mejor cortometraje – Monelle, de Diego Marcon
Mención especial del Jurado Joven – Saladdin castique, de Anssi Kasitonni
Premio Galiza al mejor cortometraje gallego – Uluru, de Alberte Pagán
Mención especial del jurado Galiza – A nena azul, de Sandra Sánchez
Pingback: Curtocircuito 2018: Sección Oficial Explora - Crónica | Revista Mutaciones