CURTOCIRCUITO 2018: EXPLORA
Tensando la cuerda
La Sección Explora del Festival Internacional de Cine Curtocircuito es un espacio reservado para la exploración de nuevas formas de expresión dentro del audiovisual. En esta última edición no ha habido lugar para la sorpresa en este sentido, ofreciéndonos una vez más una extensa selección de cortometrajes que aúnan algunas de las tensiones e inquietudes que rondan sobre el cine contemporáneo. A este respecto es destacable la presencia de un marcado discurso en cuanto a la materialidad del cine frente a lo digital, y viceversa, reivindicando nuevas formas expresivas de ambos formatos dentro del sentido más amplio del concepto “experimentación”.
Una obra como Configuración en blanco y negro (Konfiguration schwarz und weiss, Helga Fanderl, Alemania, 2017) es un ejemplo de esto, una selección de cuatro pequeños fragmentos de Super 8 cuya proyección es captada digitalmente por la cámara. Con un marco oscuro indefinido rodeando la imagen, la fisicidad del material se nos muestra lejana en un ejercicio bastante evidente de retrospectiva romántica. Más estimulante resultan la exploración de formas en Parpadeo (Blink, Youjin Moon, EEUU, 2017), usando la manipulación física del propio material fotoquímico experimentando con cadencias y ritmos de luces y sombras, y en Casi nada: continua la noche (Skoro nista: i dalje noc, Davor Sanvincenti, Croacia, 2017), que, aún más radical que la anterior, establece un juego metafórico más allá de lo visual con el foco del proyector como elemento revelador de la verdad contenida en el material.
Brutalmente física destaca la impactante El jardín de las delicias (The Garden of Delight, Michael Fleming, Países Bajos, 2017), que por su nombre nos conduce al famoso tríptico de El Bosco. El cortometraje reimagina la obra pictórica del artista flamenco a través de material encontrado en 16 y 35 mm que, a modo casi de collage, reconstruye las tres partes de la pintura original (El jardín del Edén, El Jardín de las Delicias, y El Infierno) siguiendo el mito cristiano de Adán y Eva, la caída del Edén y el pecado original. Resulta fascinante el modo en que Fleming replica el número agobiante de micro escenas de la obra de El Bosco yla degeneración progresiva del ambiente a través de un montaje cada vez más acelerado y sexualmente explícito, llegando a arañar ferozmente el fotograma en los picos más altos de intensidad y frenesí. Denota un entendimiento de la obra original y su naturaleza, y una adaptación de sus sensaciones y significados a otro terreno. A través de la labor arqueológica del material encontrado, la película de Fleming conecta con Sombra luminosa (Francisco Queimadela, Mariana Caló, Portugal, 2018), unminucioso estudio del registro arqueológico conservado en el Centro Internacional para las Artes Jose de Guimarães. De la descontextualización de la materialidad pasada nace la resignificación presente hallada en El jardín de las delicias de Michael Fleming, al igual que del estudio en conjunto del registro material se obtiene una interpretación arqueológica desde el presente.
En un lado diametralmente opuesto encontramos otros trabajos centrados por completo en la imagen digital, jugueteando con un tipo de animación centrada en la búsqueda de formas alejadas de lo material. Momentum 142308 (Manuel Knapp, Austria, 2018) es un ejemplo de esta inquietud, con sus juegos de texturas tridimensionales y la deformación de éstas en formas abstractas, irreconocibles, o la también obra de Knapp, en colaboración con Takashi Makino, En el horizonte (At the Horizon, Austria, 2018), similar en lo estético pero más estimulante a nivel estructural, buscando una cierta narrativa de exploración-destrucción-reconstrucción y vuelta a empezar, la cual conecta estrechamente con el contexto de experimentación en el que se encuentra tanto en forma como en contenido.
No tanto se puede decir de piezas como 20160815 (Tina Frank, Austria, 2016), una serie de interferencias de colores generadas al ritmo del tema electrónico experimental 20150609 del álbum Pita de Editions Mego. Con títulos así podríamos remitirnos al arte industrial de Jackson Pollock, como si de láminas numeradas se tratasen, sin un valor específico en sí mismas. Al menos el expresionismo abstracto y el action painting tiene una justificación teórica, una conexión con el subconsciente a través de la arbitrariedad, cosa de la que carece la obra de Tina Frank. Por el contrario, en el caso de Tres caminos (Three Paths, Alexander Dupuis, EEUU, 2017), aunque siguiendo la misma línea, el sonido sí se siente como un factor que actúa sobre el movimiento de los diferentes elementos visuales en pantalla.
En un espacio intermedio de esta dialéctica se encuentra la confluencia de ambas realidades, material y virtual, conviviendo en la que finalmente ganó el Premio Explora (además del premio del Jurado Joven), Monelle (Diego Marcon, Italia, 2018). Este interesante cortometraje de terror se desarrolla en la más completa oscuridad. Tan solo el espacio nos es revelado durante un segundo escaso mediante la explosión de un petardo a intervalos más o menos regulares de unos 20 segundos, cuyo destello nos revela inquietantes espacios vacíos, ocasionalmente ocupados por niños dormitando en una esquina, los cuales se ven atormentados por siniestras figuras hiperrealistas insertadas con técnicas CGI. Si tan solo esta dialéctica cruzada entre imagen analógica y digital fuese la causa de la tensión experimentada se habría quedado en interesante, pero además Marcon muestra la suficiente inteligencia en el uso del sonido fuera de campo para generar expectativas que no se cumplen y sobresaltos nacidos del silencio, construyendo una obra sorprendentemente asfixiante y terrorífica teniendo en cuenta la simpleza del concepto.
Ya que hablamos del palmarés, mención especial del Jurado Explora para la película documental Palabra para el bosque (Word for Forest, Ria Rönicke, Dinamarca, 2018), exploración de la naturaleza comparando la selva de Santiago Comaltepec con el Jardín Botánico de Copenhague, centro que conserva especies autóctonas de la primera. Se contrapone la protección ofrecida por la institución danesa, fría y artificial, contra el amor y la pasión que los habitantes de Santiago Comaltepec sienten por su entorno, y su voluntad de conservarlo. Wishing Well (Sylvia Shedelbauer, Alemania, 2018) conecta con este discurso natural, pero desde una perspectiva más experimental y alejada de lo documental, superponiendo secuencias de temporalidad distinta que se alternan cada segundo, pero con el bosque como elemento que permanece. En una línea parecida estaría el onirismo desconcertante de Phantom Ride Phantom (Siegfried A. Fruhauf, Austria, 2017) y el retrato de los elementos naturales tierra, fuego, agua y aire en Pantalla (Screen, Christoph Girardet, Matthias Müller, Alemania, 2018), con su particular empeño de atrapar al espectador en una experiencia hipnótica.
La sección ha tenido una importante presencia del documental con una peculiaridad, y es el escrutinio de un determinado lugar, actividad, realidad, etc., a través de sus elementos periféricos. Resulta curioso el modo en que en Mountain Plain Mountain (Yu Araki, Daniel Jacoby, España, Japón, Países Bajos, 2018) trata de representar una modalidad tradicional de carreras de hípica de Obihiro (Japón) a través de la captación de los espacios en los que se desarrolla (la pista, las instalaciones del hipódromo, etc.) y las actividades de sus seguidores (apuestas), sin mostrar explícitamente una carrera propiamente dicha. Es el caso también de Optimismo (Optimism, Deborah Stratman, EEUU, Canadá, 2018), mostrando la situación de Dawson City (Yukón, Canadá) a través de los parajes nevados que rodean el pueblo con el sonido superpuesto de la actividad típica de la urbe. Trees Down Here (Ben Rivers, Reino Unido, 2018) estudia la arquitectura de un colegio a través de su entorno natural, incluyendo elementos simbólicos como el búho o la serpiente. Nutsigassat (Translations) (Tinne Zenner, Dinamarca, Groenlandia, Canadá, 2018) analiza la problemática inherente a los intentos del gobierno danés por crear centros urbanos sólidos en Groenlandia concentrando a la población nativa en los centros de producción. Y lo hace, de nuevo, fijándose en lo periférico, en las tensiones lingüísticas de los orígenes de la colonización de la isla, aunque traicionando en parte el espíritu de esta práctica al explicitar el contenido de la obra en unos breves párrafos de texto hacia el final del metraje.
Un documental más cercano a su objeto de estudio sería Electro-Pythagoras (un retrato de Martin Bartlett) (Electro-Pythagoras (a portrait of Martin Bartlett), Luke Fowler, Reino Unido, Canadá, 2017), sobre la vida y obra del pionero de la música electrónica Martin Bartlett, con un particular empeño por ligar la experiencia a la música tradicional hindú. Su estética de corte más vintage, por su textura y color, conecta a la perfección con cortos como Mahogany Too (Akosua Adoma Owusu, Ghana, EEUU, 2018), una reimaginación del personaje de Diana Ross en la película Mahogany, piel caoba (Mahogany, EEUU, 1975) que luce más por su esfuerzo estético que por otra cosa, y Habitación del cielo (Sky Room, Marianna Milhorat, EEUU, 2017) que en ese sentido bebe de los mismos recursos visuales a través de la ciencia ficción de los 70. Un tanto más críptico se muestra Señales mezcladas (Mixed Signals, Courtney Stephens, EEUU, 2018), que nos alterna imágenes sucias explorando las entrañas de un barco abandonado con diferentes pruebas médicas relacionando esta introspección marítima con una enfermedad que nunca se nos revela.
Pese a la clara relación entre los distintos trabajos que componen la sección, hay algunos que parecen ir por libre. La vida después del amor (Live After Love, Zachary Epcar, EEUU, 2018) entiende la sociedad como un parking sin plazas vacías. Lleno, pero frío y silencioso. En el interior de los coches cada persona hace su vida aislada del resto. Es este el fin del amor, según Epcar, no de un amor romántico sino de hermandad social, inexistente en la gran ciudad, donde las aglomeraciones de automóviles alienan al individuo hasta encerrarlo en sí mismo. Dentro de su vehículo, cada coche como una cárcel de su dueño. Mediums (James Kienitz Wilkins, EEUU, 2018) resulta un contrapunto cómico y distendido en contraposición. Rodada íntegramente en planos medios (de ahí el título) y con tres cromas como únicas localizaciones, una serie de personajes mundanos se encuentran a las puertas del juzgado donde han sido convocados para su evaluación como posibles miembros de un jurado. A las puertas del edificio comentarán sus intereses, sus sueños, expondrán sus diversas personalidades, pero la gélida propuesta formal fuerza el distanciamiento emocional del espectador con los conflictos de la ficción, evidentemente de forma intencionada. Esos planos medios recogen la banalidad de las vidas de estos personajes, y construye un muro entre ellos y el espectador materializado en la pantalla, la pared que los separa, como los autos-prisión de La vida después del amor, solo que esta vez señalando directamente al sujeto pasivo que observa.
Otro que va por libre es Taking Away (Eginhartz Kantz, Austria, 2018), que sorprende por la simpleza de su propuesta y la reflexión que suscita. A través de una serie de planos vacíos de las calles de Tokio por la noche, cruza ante la cámara un objeto extraño que remite irremediablemente al icónico monolito de 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, Reino Unido, 1968). Sin embargo, el aura mística asociada al objeto de el film de Kubrick se encuentra por completo desposeída en esta ocasión, hasta el punto de que se pueden ver las sombras de las pisadas de los sujetos que tras el gran tablón de madera lo arrastran ante la cámara. Y he aquí la cuestión. ¿No resulta acaso aún más extravagante el acontecimiento al despojarlo de cualquier elemento fantástico?
Terminamos el repaso a lo que ha sido la Sección Explora de este año volviendo al principio, a esas tensiones respecto al pasado y presente del medio, y a lo que está por venir. Primero con Uluru (Alberte Pagán, España, 2018), que trata de transmitirnos su experiencia epifánica tras su visita al monolito de Ayers Rock en Australia, con la peculiaridad de que las imágenes están captadas íntegramente con un iPad. En segundo, Via (María Ferreira, Portugal, 2017), obra compuesta a partir de imágenes extraídas de Google Street View, Google Earth y de la base de datos del Servicio Geológico de los EEUU. María Ferreria trabaja la conexión digital más radical con lo material, la que nos une con cualquier punto geográfico del globo, y la transforma en un juego estético donde la orografía del terreno adquiere una nueva belleza abstracta a base de una paleta de colores artificial. La cuerda no puede estar más tensa.
PALMARÉS CURTOCIRCUÍTO 2018
Premio Radar al mejor cortometraje de la sección Radar – Solar Walk, de Réka Bucsi
Menciones especiales del Jurado Radar – Las fuerzas, de Paola Buontempo, y Proch, de Jakub Radej
Premio Explora al mejor cortometraje de la sección Explora – Monelle, de Diego Marcon
Menciones especiales del Jurado Explora – Sombra luminosa, de Francisco Queimadela y Mariana Caló, y Word for Forest, de Pia Rönicke
Premio Penínsulas al mejor cortometraje nacional – Mi amado, las montañas, de Alberto Martín Menacho
Mención especial del Jurado Penínsulas – Los desheredados, de Laura Ferrés
Premio del Público al mejor cortometraje – 592 metroz goiti, de Maddi Barber
Premio del Jurado Joven al mejor cortometraje – Monelle, de Diego Marcon
Mención especial del Jurado Joven – Saladdin castique, de Anssi Kasitonni
Premio Galiza al mejor cortometraje gallego – Uluru, de Alberte Pagán
Mención especial del jurado Galiza – A nena azul, de Sandra Sánchez
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