CRÓNICA SEFF 2021 – SECCIÓN OFICIAL
CRÓNICA SEFF 2021 – SECCIÓN OFICIAL
La programación del SEFF 2021 nos ha invitado, como hizo el confinamiento en contra de nuestra voluntad, a parar y a observar lo que tenemos delante. Si el cine europeo propio de este festival ya suele caracterizarse por tener una cadencia más bien sosegada, las propias películas han dialogado con la situación a la que nos hemos enfrentado recientemente. El ejemplo más evidente de esto es la película de Miguel Gomes y Maureen Fazendeiro, Diarios de Otsoga, en la que la pandemia dictamina cuáles van a ser las características del rodaje de una película. De una forma inmersiva, ambos directores comienzan presentándonos la convivencia de tres jóvenes para, más tarde, al mostrarnos los mecanismos de la película, desdibujar las líneas entre la ficción, la metaficción y la realidad. Diarios de Otsoga es luminosa y cálida, como un verano en una película de Rohmer y su interés parte precisamente de ahí: de una extraña nostalgia sustentada en nada y sobre la propia nada.
Otro camino de nostalgia transita Mia Hansen-Løve con La isla de Bergman. En ella, una pareja de cineastas y guionistas (Vicky Krieps y Tim Roth) se alojan en una suerte de retiro en Fårö, la isla en la que vivió, rodó y murió Ingmar Bergman. Allí tratan de desarrollar sus proyectos buscando aquella inspiración que surtía efecto en el director sueco. En la primera parte, la película se mueve igual de fascinada por los parajes que habitaba Bergman que los propios visitantes. En la segunda, el foco se cierra y toma relevancia el guion que el personaje de Krieps está escribiendo. Del mismo modo que en la película de Gomes y Fanzendeiro, empieza a darse un cierto extrañamiento cuando la película que se narra dentro de la película, no es del todo una ficción. Aunque pueda haber cierta previsibilidad en esa segunda parte, el ejercicio de intimidad que siempre busca Hansen-Løve con sus protagonistas se despliega con mucha más intensidad.
Una de las grandes esperadas de esta sección oficial del SEFF coincidía con el Derbi sevillano, que se jugaba en el estadio Sanchez-Pizjuán, a escasos metros del Nervión. La afición se agolpaba en la avenida con el mismo entusiasmo que les critiques que nos reuníamos antes del pase de Memoria. Esta vez Apichatpong Weerasethakul sale de su Tailandia natal y filma su película en el bullicio y en el silencio de Colombia, con Tilda Swinton monitorizando la acción.
De nuevo, una película nos invita a parar, primero acompañando a la hermana del personaje de Swinton, quien pasa los días en la cama de un hospital y más tarde en la imponente naturaleza de Colombia, donde el hombre que atesora toda la memoria de la historia descansa o narra sus infinitos recuerdos. El dominio del tailandés para hacer del sonido un factor determinante en su cine adopta su máxima expresión en Memoria, un film en el que el ejercicio de describir un sonido e intentar reproducirlo se convierte en algo hipnótico.
Si seguimos por esta senda del decrecimiento, de abogar por la pausa, podemos continuar hablando de Cow, la nueva película de Andrea Arnold. La directora británica y su cámara acompañan a una vaca durante varios días en una granja intensiva. El modelo de consumo capitalista ejerce toda su violencia sobre los animales explotados para el consumo humano. Arnold decide no mostrar demasiada de esa crueldad, quizás abrazando la línea de pensamiento que dictamina que es preferible mostrar menos con el fin de evitar el rechazo inmediato y que nos sea más fácil mirar. En cualquier caso, las sutilezas y la música pop diegética no hacen más que crear una propuesta más equidistante que reflexiva o de denuncia.
De quedarse a medias hasta lo naif hace una demostración Kenneth Branagh con su sonrojante Belfast, película fuera de competición. El conflicto entre católicos y protestantes en la Irlanda del norte de los años sesenta, período que marcó la infancia del director, es el contexto de esta propuesta semi-autobiográfica. Branagh hace un retrato más intimista que histórico, poniendo su mirada en la de un niño. En momentos parece que exista una mayor preocupación por buscar lo estético con planos aéreos en movimiento o los picados cargados de espectacularidad, lo cual colisiona con esa intención que busca lo personal y lo solemne que se refleja en otras escenas, por lo que la película se acaba perdiendo sin encontrar su tono.
Otra de las grandes esperadas, ganadora del premio del Jurado Un Certain Regard en Cannes era Great Freedom, de Sebastian Meise. Una propuesta con una mano más firme a la hora de posicionarse en un tono y mantener su coherencia hasta el final. En ella un magnético Franz Rogowski cumple condena por delitos relacionados a su orientación sexual en varios momentos de su vida. El contexto derivado del nazismo, la represión y la homofobia se ilustran sin necesidad de salir de la prisión, y todo el peso de las injusticias y la violencia se sostienen en el rostro del protagonista. Great Freedom es una película amarga y oscura, pero contenida desde la violencia hasta el amor.
Santi Amodeo también recurre a su actriz protagonista para ser el centro de la acción en Las Gentiles. Ambientada en una Sevilla de periferia −casi impersonal−, Ana, interpretada por África de la Cruz, vive su paso de la adolescencia a la adultez en un limbo de tristeza, melancolía y un amor desbocado. Un acertado retrato de una generación a la que han desprovisto de esperanzas y que encuentra un refugio en las torpes relaciones personales y en las redes sociales. Las Gentiles llega a ser excesiva por momentos, aunque el desparpajo y la naturalidad de sus actrices salvan estos declives. El contraste entre el analógico y la pantalla vertical resulta interesante, ya que el romanticismo arraigado al primer formato acaba impregnando al segundo. Si en algún momento se hace notar que tras la cámara mira una generación mayor es en el uso de las redes sociales, los perfiles online de las protagonistas se asemejan más a los blogs y las cuentas de Tumblr de los millennials que a las redes de los zoomers.
De amor descontrolado también habla Paris, distrito 13, la película de Jacques Audiard que abría el festival. El retrato generacional sigue los mismos códigos, en este caso hablamos de millennials, pero el desorden, aunque oculto bajo lo que parecen vidas de adultos, es el mismo. Con un blanco y negro carente de fuerza, el film de Audiard, escrito junto a Léa Mysius, Céline Sciamma, Nicolas Livecchi entrelaza dos relatos en los cuales las relaciones afectivas se acercan más a guerras de ego que al amor convencional. Relaciones en las que mostrar sentimientos es sinónimo de vulnerabilidad y la comunicación es más bien nula. Paris, distrito 13 es el amor en tiempos de Apps de citas, de encuentros fugaces y de relaciones superficiales.
Alexander Koberidze, sin embargo, quiere reivindicar un amor romántico propio de los cuentos infantiles con su ¿Qué vemos cuando miramos al cielo?, una de las películas sobresalientes del festival. Como comentábamos al principio de esta crónica, son muchos los films que proponen que nos detengamos a mirar, y el director georgiano encuentra en los habitantes de Kutaisi −e incluso en los futboleros perros callejeros−, una excusa para ralentizar la imagen y silenciar el ruido sustituyéndolo por música. Otros momentos, con los protagonistas a cierta distancia sobregesticulando con música de piano, evocan a los primeros tiempos del cine, como si Koberidze nos estuviera anunciando desde el principio que toda la propuesta encierra una carta de amor hacia el séptimo arte. Se trata de una película que arriesga constantemente en lo formal y que camina de un lugar a otro: de la historia de amor hechizada, al rodaje de una película, pasando por un partido de fútbol que divide las dos partes del film.
Espíritu sagrado es el primer largometraje de Chema García Ibarra, quien ya se había consagrado como un cineasta que retrata la idiosincrasia y las rarezas de nuestra sociedad. En su primera película continúa por esos derroteros sirviéndose del barrio de Carrús de Elche. Allí, entre típicos bares españoles y pitonisas venidas a menos, un grupo de vecinos se reúne en la asociación Ovni-Levante en la que hablan, como fieles devotos, sobre la vida extraterrestre. El reparto de actores no profesionales, las leyendas urbanas o la falta de escrúpulos de los medios de comunicación hacen que nos sintamos como en casa. Todo ello con el humor como conductor, que en ocasiones atiende al manejo de la cámara y no solo al guion. Espíritu sagrado consigue sacarnos una sonrisa y alguna carcajada incómoda para terminar siendo un drama muy alejado del costumbrismo nacional.
Otra propuesta española es ¿Qué hicimos mal?, una película que comienza como un documental con una premisa muy interesante: la directora, Liliana Torres, pretende reunirse con sus ex parejas y filmar una entrevista con cada una de ellas en la que hablen de su relación y sus errores. Más tarde la ficción empieza a eclipsar lo documental y tanto Torres como el resto del reparto empiezan a verse más claramente como actores que interpretan un guion no muy uniforme. Si en Paris, distrito 13 o en Las Gentiles observábamos cómo los jóvenes tienen dificultades para comunicarse, Liliana Torres se propone resolver todas esas fallas en las comunicación que mermaron sus relaciones anteriores y que están deteriorando la que mantiene actualmente.
Por último, Tres Pisos, la nueva película del reputado director italiano Nanni Moretti filma uno de esos dramas en los que tan bien se desenvuelve, basado en la novela homónima de Eshkol Nevo. Los tres pisos hacen referencia a un edificio en el que los vecinos conviven con una serie de truculentas historias cruzadas. Con dos elipsis marcadas por momentos muy concretos, los personajes tratan de convivir superando sus errores y las malas decisiones que tomaron afectando a terceros. Un film que mantiene la esencia de Moretti en lo que se refiere a la sobriedad en su puesta en escena y en la incertidumbre vital que manifiesta, pero que no consigue acercarse a sus personajes como suele hacerlo ni dejar clara una postura moral.