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CRÓNICA SEFF 2021 – LAS NUEVAS OLAS

CRÓNICA SEFF 2021 – LAS NUEVAS OLAS

SEFF 2021. Revista Mutaciones

Si se le tuviera que adjudicar un calificativo al SEFF, ese sería el de “pragmático”.  Entre la pompa y circunstancia del Festival de San Sebastián y lo jaranero del Festival de Sitges, el de Sevilla presenta sus credenciales y da comienzo a la fiesta del cine como si de una (agradecida) rutina mañanera se tratase. Ubicado en el corazón del Nervión Plaza, proyecta la inmensa mayoría de las obras programadas en las salas comerciales propiedad de mk2 Cinesur, que días previos venía mostrando películas como “Eternals (2021, Chloé Zhao) o “Venom: Habrá matanza” (2021, Andy Serkis).

Con las leyendas del Sevilla F.C siempre observando desde el monocromo mural del Estadio Sánchez Pizjuán, el Festival de Cine de Sevilla disfruta de este neurálgico posicionamiento à l’intérieur de la capital andaluza con no pocas cafeterías y restaurantes en los aledaños de la zona “festivalera”. Una conveniente espiral comercial que aprovecha la cinefilia y la pereza para hacer que el acreditado y no acreditado permanezca a no más de diez o quince minutos de las escaleras mecánicas del Nervión entre sesión y sesión.

La programación del SEFF habla por sí misma. El trampeo y los resquicios deliciosamente oportunistas dan espacio a Javier H. Estrada (responsable de programación) para posicionar en el Festival de Cine Europeo de Sevilla películas con las que habría que hilar bastante fino para considerarlas “europeas”. Difícil recriminar esa estrategia con demostraciones de fuerza en la Sección Oficial como Memoria, película rodada en Colombia y dirigida por el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul, pero con coproducción francesa, alemana y británica.

Abordando la sección que nos ocupa, la de SEFF – Las Nuevas Olas, encontramos películas italianas, polacas y alemanas, pero también tunecinas, egipcias y libanesas de nuevos (y no tan nuevos) cineastas. Encontramos así mismo cine de ficción y de no ficción (“películas o documentales”, perlita oída de la boca de un acreditado habitual del festival). Cine discursivo, ante todo, y con una muy marcada fachada estética y/o conceptual que en más de una ocasión hace que las obras se devoren a sí mismas.

SEFF 2021. Revista Mutaciones
1970, de Tomasz Wolski

1970 es el primer largometraje del polaco Tomasz Wolski. En apenas 70 minutos, Wolski trabaja mediante la imagen y audio de archivo y el stop motion un rememorativo mordisco al régimen comunista de la Polonia de principios de los años setenta. El cineasta polaco se enorgullece (como muestra en los créditos finales) de las realistas marionetas de las personalidades políticas y burocráticas recreadas e involucradas en la gestión y represión de una movilización de trabajadores de astilleros y estudiantes universitarios a raíz de la subida de precios en la comida.

Conscientemente sesgado y parcial en su discurso de propaganda anticomunista; la película ataca ferozmente a sus “vilanizados” protagonistas con música atmosférica ominosa y estética tenebre, rodeándolos de niebla, fotografía de claroscuro y concatenaciones de montaje que cruzan a las marionetas y a sus llamadas telefónicas filtradas con imágenes reales en blanco y negro de la violenta respuesta policial ante las manifestaciones de la población polaca.

SEFF 2021. Revista Mutaciones
Babi Yar. Context, de Sergei Loznitsa

El trabajo de Wolski como director languidece enormemente si lo comparamos con su trabajo como editor en otra película de Las Nuevas Olas – No Ficción: Babi Yar. Context, del veteranísimo Sergei Loznitsa. ¿Qué hace Loznitsa, que lleva más de veinte años haciendo cine (y que incluso ha ganado una edición anterior del festival), fuera de la Sección Oficial? Una anomalía de programación que sugiere cierta reticencia por arrejuntar la ficción con la no ficción.

El trabajo de Loztnisa con el material de archivo es uno de obligatorio cumplimiento en pantalla grande. El intertítulo y las declaraciones de víctimas y victimarios de lo acontecido en los barrancos del extrarradio de Kiev durante la II Guerra Mundial es lo único que separa a Babi Yar. Context de la narración puramente visual. A mitad de película, aparece este colosal manifiesto del autor Vasili Grossman, que a modo de memorándum recuerda a las víctimas de la masacre nazi del Holocausto en una incesante, quizás utilitarista, enumeración de empleos y posiciones sociales que ocupaban las casi 30.000 víctimas judías. Loznitsa, sospechoso habitual por sus campañas antinazi y antisoviética, mantiene firme la narración en su equilibrado montaje cronológico de la toma y retoma de Kiev durante los años de conflicto bélico. Contextos de refugiados, soldados y tribunales se suceden en una pulsión visual y política de imágenes cuidadosamente seleccionadas y restauradas en alta definición, y que exponen la depuración y refinamiento de las fórmulas narrativas que ya demostró el cineasta bielorruso con obras como State Funeral (2019).

SEFF 2021. Revista Mutaciones
Bloodsuckers, de Julian Radlmaier

Existen pocos cineastas tan singulares como Julian Radlmaier. El alemán continúa con su muy específico periplo revisionista presentando Bloodsuckers, nueva comedia marxista sobre vampiros capitalistas. A golpe de anacronismo y lúdicos tableau-vivants, coloca al también director georgiano Alexandre Koberidze como protagonista en el ojo de un huracán de ideas que funcionan más de forma individual (casi como sketches) que en conjunto. La relación amorosa entre el falso barón que tristemente fue eliminado del montaje final de Octubre (1927, Sergei M. Eisenstein) a “petición” de Stalin, y la aristócrata-vampiresa-motorista es utilizada por Radlmaier para dar rienda suelta a su ahistórica lucha de clases y su siempre excéntrico abanico de personajes secundarios, a menudo lo mejor de sus caóticas, pero siempre lúcidas experiencias cinematográficas. Lo cerebral de su forma y lo matraca de sus diálogos pueden resultar en un severo agotamiento para el espectador, especialmente con esa clara carencia de escenas de candidez humana como las que protagonizaba su versión de San Francisco de Asís y el soviet sinvergüenza de Self-Criticism of a Bourgeois Dog (2017), su anterior (y muy superior) película. Queda por ver, claro está, si Radlmaier se dejará “aburguesar” por sus propias formas escogiendo el inmovilismo y conformismo de su propuesta habitual, o llevará a cabo una revolución autoral sin perder lo que le hace tan “Radlmaier” en el proceso.

SEFF 2021. Revista Mutaciones
Rendir los machos, de David Pantaleón

David Pantaleón muestrea en Rendir los machos el viaje de ida y vuelta de dos gemelos ganaderos que llevan un rebaño de machos cabríos hasta Don Guillermo, el patriarca de la familia rival en la otra punta de Fuerteventura, con el objeto de cumplir el testamento de su recientemente fallecido padre y poder cobrar la herencia. La simetría paisajística del yermo canario habla del choque entre los idénticos hermanos, cuya empresa solo se ve complementada vocalmente por el griterío con el que dirigen a los sementales. Cierta complicidad se genera entre ambos al reflexionar sin diálogos sobre lo anticuado de ciertas formas de estructurar y llevar el negocio ganadero y quesero en los nuevos tiempos. Planos generales y cenitales nos hacen observar la caminata de 100 kilómetros con cierta redundancia formal y extrañeza en el uso de planos con drones, quizás representativa de la modernidad que les sobrevuela ante la ridícula misión que traen entre manos. El cántico de los añejos ganaderos en la recta final de la película representa la fortaleza más evidente de Rendir los machos: la nostálgica hermandad que se forma entre los supervivientes de un legado laboral en extinción.

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The Tale of King Crab, de Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis

 

Si hablamos de zonas de confort, puede que no haya una más clara que la de cierta corriente del cine de autor italiano con lo fabulístico. No solo a nivel temático, con la lucha de clases tomando un primer primerísimo plano, sino a nivel estético. The Tale of King Crab, la segunda película de Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis, recorre la senda señalada por Alice Rohrwacher y Pietro Marcello en Lazzaro feliz (2017) y Martin Eden (2019) respectivamente. Ese regustillo por la narración enmarcada y el cercamiento narrativo en formato episódico o en partes muy diferenciadas en cuanto a contexto temporal y geográfico se refiere, sumado a ese recubrimiento (a lo capa de pintura) de luces y colores saturados. Un apasionado y trágico romance agreste y una aventura de pobres diablos exiliados por la Tierra de Fuego argentina. La caída en desgracia de un protagonista al que no paran de recordarle lo hermoso que era en el pasado, mientras nosotros, como espectadores, le vemos progresivamente ahogarse en alcohol, miseria y malas decisiones. “Seguir al cangrejo” resulta en un vuelco al género western in location menos desenfocada y torpe narrativamente, apoyándose en el misticismo del impresionante escenario por donde las balas silban y los tesoros son encontrados y perdidos al mismo tiempo.

SEFF 2021. Revista Mutaciones
Atlantide, de Yuri Ancarani

Atlantide abre con una secuencia de postales veraniegas de jóvenes bañándose en las aguas de las afueras de Venecia. Este breve prólogo de créditos rojo sangre bien podría ser un aviso previo de aquello que no vas a encontrar en la nueva película de Yuri Ancarani. Atlantide es una bestia marina, una gigantesca serpiente que devora su propia cola. De un coming of age superficial, la película muda de piel y se transforma en algo difícil de clasificar. Las lanchas motoras y sus luces de colores chillones sustituyen a los jóvenes adolescentes como protagonistas, haciéndonos preguntarnos quién conduce a quién realmente. Una vaguísima narración criminal sirve de excusa para que Ancarani navegue por los canales de Venecia en una rave de música electrónica que casi nunca enmudece. La secuencia final, en la que la cámara se balancea y pasea por debajo de puentes venecianos, es un sello de hipnosis, frustración y fascinación que se rompe con los halos de luz de un amanecer que nos despierta de una pesadilla de orgasmos y subcultura mediterránea.

SEFF 2021
Feathers, de Omar El Zohairy

La historia de Feathers es una de planos estáticos y triste autosabotaje. Su prometedora sinopsis hizo de reclamo para aquellos que disfrutan de trabajos alquímicos que combinan lo fantasioso con el drama social satírico. Un pater familias convertido en gallina y las triquiñuelas y tejemanejes de la matriarca para sacar a su familia adelante. Su coqueteo inicial con la comedia acierta a la hora de enfrentar a su protagonista, una tabula rasa expresiva, con los histriónicos brujos, prestamistas y mafiosos con los que va colaborando desesperadamente. El dinero cambia de manos constantemente en estos reiterativos planos detalle mientras la película va abrazando un tono exponencialmente oscuro y pesimista, hasta el terreno de lo escabroso, lo grotesco y la pornografía de la miseria. La película de Omar El Zohairy elige retratar de forma sanguinolenta una realidad de heridas supurantes, explotación infantil y mariticidios originados por una sociedad de injusticias machistas y una burocracia obstaculizadora. Y todo termina como empieza, pero con uno menos.

SEFF 2021. Revista Mutaciones
Black Medusa, de Youssef e Ismäel Chebbi

Con todo y con ello, es la presencia de Black Medusa la que más puede descolocar al espectador de la sección Las Nuevas Olas. Se trata de una película pretenciosa y tediosamente estilizada en la que toda decisión formal tomada por Youssef e Ismäel Chebbi trae consigo una declaración de intenciones. El plano secuencia, la estructura episódica (“ocho noches” que no son solo noches) e incluso unos subtítulos de pura absurdez esteticista hacen todo lo posible para convertir a Black Medusa en una experiencia antipática. No ayudan las inevitables comparaciones con Una chica vuelve a casa sola de noche (2014), de Ana Lily Amirpour, una película también imperfecta, pero que era muy consciente de su naturaleza más cercana al pastiche y a la hibridación de géneros con subtexto feminista. El feminismo del que hace bandera Black Medusa se limita a divertirse con la cámara mientras la protagonista asesina en situaciones inintencionadamente cómicas a personajes masculinos que no son otra cosa que meras caricaturas: borrachos, drogadictos, onanistas, etc. Estilo metafórico impostado en su vertiente mitológica (ese casi autoparódico careo con el mosaico de la gorgona) y nula sustancia en un paupérrimo ejercicio de ¿transgresión? sin miedo al ridículo cuya presencia en un festival como el SEFF es aún más misteriosa que los motivos de la psycho-killer que lo protagoniza.


 

 

 

 

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