LAS PALMAS 2022: CRÓNICA DE LA SECCIÓN OFICIAL
El cine de festival en la era post-pandemia
Más allá de las dificultades que un festival pueda tener a la hora de escoger una programación lo suficientemente plural, sin desviarse de una temática clara, está el problema de hacerlo sin entrar en una línea de intereses demasiado evidente. Dos años han servido para que el cine menos accesible –o dicho de otro modo, el cine de festival- empiece a enfocar su mirada e intereses hacia la presente pandemia. Esto puede generar diferentes reflexiones acerca de la naturaleza del propio cine como medio plural, como método de intrusión o incluso como crónica de un apocalipsis aún por ocurrir. En la sección oficial de la pasada edición del festival de cine de Las Palmas de Gran Canaria, tres películas hablan explícitamente de la pandemia del coronavirus, pero parece haber una solemne hermandad entre todas ellas que las acerca a las inquietudes de esta realidad.
Sobre este paradigma de soledad e introspección en el confinamiento (tanto voluntario como forzado) se sitúan el documental de Jacquelyn Mills, Geographies of solitude (2022) y el largo argentino La edad media (2022) de Luciana Acuña y Alejo Moguillansky. Entre las dos propuestas más interesantes de la sección oficial, y probablemente las más dispares entre sí, se encuentran dos reflexiones sobre la soledad en compañía y la dedicación de por vida a una vocación, que buscan la magia en lo que deberían ser situaciones desoladoras. El documental de Mills muestra el trabajo de la naturalista Zoe Lucas en la Isla Sable, un islote del Atlántico en el que lleva viviendo y documentando durante más de cuarenta años la actividad animal y vegetal, a través de una mirada preciosista, casi miniaturista. Mills, igual que su protagonista, abarca en su documento desde el más pequeño de los detalles, hasta el más global; se recrea en los sonidos de los insectos, las gotas de agua marina que caen en un cubo mientras Lucas busca restos de basura marina… Pero también en el enorme horizonte del océano, y el gran problema ambiental que está asolando a la isla. Acuña y Moguillansky afrontan su confinamiento desde la ficción y la comedia, pero con una intención de maravilla preciosista similar a la de Mills.
La edad media quizás sea la película de ficción más radical de toda la sección oficial, siendo al mismo tiempo una comedia perfectamente convencional y, en mayor medida, una versión idealizada de una realidad que muy probablemente haya sucedido. Seguramente sea la película más familiar en cuanto a forma y presentación, pero no por ello la menos implicada en sus intereses cinematográficos. La cinta sueca La ligne (2022) de Ursula Meier también opta por una presencia más bien habitual, que reniega de narrativas abstractas o tempos incómodos para ofrecer, de nuevo, una historia perfectamente ordinaria. Sin embargo, Acuña y Moguillansky, en su afán por abrir una ventana a su particular universo personal a través de la comedia por encima de la tragedia –como termina ocurriendo en la de Meier- alcanzan una especie de éxtasis mágico, casi como de moraleja atemporal. El poso aséptico de La ligne, aparte de empalagoso y algo desviado de la idea principal, se ve seriamente deteriorado por una incorrectísima Valeria Bruni, totalmente fuera de lugar con una interpretación que le hace a uno preguntarse si se ha colado de otra película. Si en La edad media esta distorsión encaja perfectamente por su apariencia de cuento, el melodrama familiar de La ligne simplemente se hunde ante semejante pantomima.
De una forma similar, Father’s Day (Kivu Ruhorahoza, 2022) plantea la tesitura de una Ruanda que aún está sufriendo las secuelas de la pandemia. Amparada bajo un velo de realismo mágico, la película se distribuye en tres historias que por encontrar puntos en común entre ellas, parece querer anteponer la faceta fantástica a la documentalista. Como si el hecho de que tres tramas que, en un principio parecen no estar relacionadas entre sí, terminen entrelazándose fuera a tener algún tipo de trascendencia por encima del mensaje general de la propia película. Esta ilusión, si bien es ejemplar y en muchas ocasiones resultona por una variopinta triada de protagonistas muy creyentes en sus convicciones, flaquea al meter un repentino estallido de violencia masculina. Father’s Day es una cinta que quiere jugar al engaño, con un título algo irónico puesto que dos de estas tres intrigas que plantea tienen mucho que ver con la maternidad, y la tercera sobre lo que podría definirse como los efectos de la carencia de una figura materna. Quizás sea esta última la que termina de destartalar lo que sería un tríptico algo obtuso.
Salvando una distancia enorme entre el documental como medio informativo, y la capacidad del mismo para crear una narrativa de igual manera que una ficción se encuentran Children of the mist (Diem Ha Le, 2021), Nuclear family (Travis Wilkerson y Erin Wilkerson, 2021) y Shared Resources (Jordan lord, 2022). Los Wilkerson abordan un terror atómico desde una primera persona (son protagonistas y realizadores al mismo tiempo) con una desidia y una aparente falta de interés que choca con una mentalidad y un mensaje inamoviblemente activista. Tienen una historia que contar, e historias más pequeñas dentro de la misma, pero no se van a recrear en los detalles. Pueden describir eventos, pero las imágenes y el montaje no acompañarán los datos. Esa distancia que se crea con el espectador invita a reflexionar a través de un dispositivo que no es descarado en su acercamiento al tema en cuestión. Algo que tanto Children of the mist como Shared resources afrontan de forma diametralmente opuesta. Diem Ha Le y Jordan Lord son dos cineastas primerizos que debutan con documentales que, a diferencia de Nuclear family, enfrentan la tarea de documentar desde una óptica clásica. El centro de sus dilemas se convierte a su vez en el foco de su intención y forma. Lord rueda con unos recursos ínfimos una situación que comparte con su familia (de ahí su título), y hace de sus carencias su punto fuerte, del modo que Ha Le aprovecha una bucólica y espectacular ambientación para enfatizar en el machismo y las relaciones tradicionales que existe en las zonas rurales de Vietnam. Ambos ponen en primer plano su realización para que cuando el mensaje cale, el efecto sea aún más contundente.
Las tres películas de ficción restantes que se presentaron en Las Palmas serían quizás las más difíciles de encajar en esta línea que parece haber escogido la sección oficial. Mientras que el resto de propuestas hablan sobre la hecatombe a escala personal, poniéndola en comparación con una situación más grande; los problemas de salud del padre de familia en Shared Resources junto con el desastre del huracán Katrina, las situaciones familiares en Father’s day con los resultados del coronavirus tras haber pasado por Ruanda… Coma (Bertrand Bonello, 2022), Pilgrims (Laurynas Bareiša, 2021) y Memoryland (Kim Quy Bui, 2021) evitan esa asociación. A pesar incluso de que la propia Coma tenga lugar en el contexto de la pandemia. Bonello reniega de la lógica que acompaña a esta ambientación, para centrarse en lo que de verdad le interesa de su escenario: la abstracción a través del confinamiento, el pensamiento interno, los sueños, los terrores nocturnos. Pilgrims funciona a una escala similar, reduciendo al mínimo una premisa hasta el punto en el que pueda abarcar solo un par de frases. Lo que Bonello y Bareiša consiguen tiene bastante en común a pesar de lo que un primer visionado pueda sugerir. Ambas películas parten de unas ideas que, indiscutiblemente, deben reconocerse como propuestas de género (hipnosis y la naturaleza de los sueños desde el terror en Coma, y una investigación criminal en Pilgrims).
El gran acierto en estas cintas es rehuir de los manierismos de una película convencional y de sus subgéneros particulares, para concentrar todos sus esfuerzos en la labor personal, los personajes y sus relaciones. Algo que, por desgracia, en la ganadora del premio Lady Harimaguada de Oro, Memoryland brilla por su ausencia. Se trata de una cinta más interesada en emular el ambiente y sensación de una película de Apichatpong Weerasethakul, la única en la sección oficial que podría decirse que prefiere imitar a un autor consagrado a atreverse con algo primeramente suyo. Como punto a favor tiene que, por mera asociación, va a tener una presencia destacable en cualquier selección que se precie. Lo cual hace que uno deje de plantearse por qué la ganadora ha sido la que más se desvía de la que, por otra parte, ha sido una más que notable sección oficial que ha seguido en mayor medida una línea argumental lógica y respetuosa con los tiempos que nos ha tocado vivir estos últimos años. El cine de festival parece que quiere evolucionar –al menos temáticamente-, pero a veces los premios se los terminan llevando los mismos de siempre.