CRÓNICA DE UN AMOR EFÍMERO
El silencio que nos hace efímeros
No todo es lo que parece. O al menos aquello que, en ciertas relaciones, se intenta o se juega a aparentar, pues ya se deducía del título del anterior film de Emmanuel Mouret, Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (2020), que a veces nuestras palabras y nuestras acciones no se corresponden ni entre ellas ni con nuestros sentimientos. Bajo esa premisa parece sostenerse gran parte del discurso de su reciente Crónica de un amor efímero (2022).
Una mujer soltera y un padre de familia se conocen una noche de fiesta, se dan el contacto y tardan poco en reencontrarse. A partir de ahí, sus encuentros se escriben sobre los días fechados como si de un diario se tratara, uno cuyas páginas escriben cada uno de ellos en sendas mentes y corazones.
Así pues, poco después de haber entrado en el film, con tan solo el irónico título y el juego en el paso del tiempo, se le entrega al espectador el conocimiento de que el amor entre Charlotte (Sandrine Kiberlain) y Simon (Vincent Macaigne) es de todo menos efímero y va más allá del acuerdo sexual que ambos parecen haber preestablecido.
En ese acercamiento entre ambos, esta comedia romántica se va destapando como más que un caramelo para degustar entre risas y se abre a un espacio de reflexión que parte de conceptos como el amor y la pareja. Estos complejos temas humanos son llevados desde una ligereza que allana el terreno a una historia que se va volviendo más profunda y que se va viendo salpicada por los dramas mundanales, sin llegárselos nunca a tomar demasiado en serio y usando el humor para relativizarlos. De esta manera, se llega a localizar el núcleo de dichas dificultades no en el amor o en las relaciones en sí mismas, sino en la comunicación ausente y siempre esencial en ambas.
Ahí entran en juego la desenvoltura que demuestran Sandrine y Vincent, una dupla carismática llena de perspicacia a la hora de dar vida a sus personajes en sus distintas capas de personalidad y de comunicación, a la que después se le añade una Georgia Scalliet que no se queda atrás. Con cada gesto, con cada mirada y con cada discurso de los inteligentes diálogos van influyendo en ese juego de apariencias que detona la reflexión. Porque si todo no es cómo parece: ¿cuál es la verdad? ¿Cuál es la respuesta a todo el caos armado?
Solo el espectador puede encontrar la respuesta, pues Crónica de un amor efímero no la facilita. Todas las cavilaciones se desprenden sin ánimo de darles respuesta, sencillamente esperando que lleguen de forma indirecta al espectador para que sea ahí donde él o ella intente hallar sus propias conclusiones. Los personajes divagan en voz alta como altavoz de aquellas cuestiones que se abren en la mente del espectador al seguir el largometraje.
Este no es más que un reflejo de nuestra realidad; las películas no son más que un espejo poliédrico de nuestras vidas y aquello que nos preocupa. Así pues, cuando todo parece concluido en el carácter pasajero que promete el título, los personajes se miran en ese espejo al ver proyectada en una pantalla de una sala de cine un fragmento de Secretos de un matrimonio (Ingmar Bergman, 1974). Ellos son la Liv Ullmann y el Erland Josephson que discuten en pantalla y que, pese a incomprensiones y riñas, se siguen amando. Cuando Charlotte y Simon siguen decididos a seguir callando lo esencial, mientras su verborrea en voz alta no es más que un relleno para evitar los silencios que hagan resonar sus sentimientos mutuos, es el espacio el que decide hablar por ellos y es, en una experiencia metafílmica, el cine el que habla por ellos, el que hasta que finaliza el film habla por el espectador.
Cada uno de los lugares que van apareciendo se acaban convirtiendo en parte de un recuerdo compartido, una huella marcada en el tiempo y en el espacio junto a una persona y que, pase lo que pase a posteriori, siempre guardarán grabada la escena que tuvo lugar allí. Pero, aparte, Emmanuel Mouret utiliza el espacio para mostrar los distanciamientos y los acercamientos entre personajes según su disposición en ese; se sirve de cada emplazamiento como elemento argumental para avanzar la narración y la acción, pero sobre todo como un delimitador de los márgenes entre aquello que dicen y aquello que hacen. En ese vallado en el que mete a sus personajes, Mouret los persigue con movimientos de cámara que, tanto lentos paneos como frenéticos travelling in, se convierten en herramienta para escanear tanto a ellos mismos como a aquello que se niegan a verbalizar.
Crónica de un amor efímero ahonda, pues, en el poder que dejan los recuerdos en el espacio y cómo la aparente superficialidad con la que Simon define la relación con Charlotte como “relación de entendimiento” es al mismo tiempo la forma más profunda de describir una relación amorosa. Sin entendimiento no puede haber amor y esencialmente esa comprensión pasa por la comunicación, por la sinceridad mediante la palabra y la liberación a través de ella. Mouret habla sobre ese miedo a expresarse desde la honestidad, cómo ese miedo nos echa para atrás dejando que la vida pase sin vivirla y cómo tan solo al abrirse a los otros, al sincerarnos con aquellos que nos importan, podemos volver a vivir y a sentir la necesidad de echar a correr. Al final, la vida es efímera, pero el amor no tiene por qué serlo.
Crónica de un amor efímero (Chronique d’une liaison passagère, Francia, 2022)
Dirección: Emmanuel Mouret / Guion: Emmanuel Mouret, Pierre Giraud / Fotografía: Laurent Desmet / Montaje: Martial Salomon / Productora: Moby Dick Films, Arte France Cinéma / Reparto: Sandrine Kiberlain, Vincent Macaigne, Georgia Scalliet, Maxence Tual, Stéphane Mercoyrol
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