CRÓNICA DE LA 59ª EDICIÓN DEL FICX (2021)
Tiempos líquidos
Tres largometrajes muy próximos a los tiempos líquidos que vivimos fueron los grandes triunfadores de la 59 edición del Festival Internacional de Cine de Xixón (FICX), la quinta estando al frente Alejandro Díaz Castaño, aunque en el pasado 2020 se celebrara íntegramente en su versión online como consecuencia de la pandemia. Era esta edición, por tanto, la que supuso el regreso del público a las salas de cine y teatros, la vuelta de las ruedas de prensa presenciales, los coloquios en sala tras las proyecciones o los parloteos cinéfilos entre pase y pase. Lástima que el ambiente festivalero que caracteriza a todo certamen cinematográfico quede aquí descafeinado al exhibirse buena parte de los títulos programados en unos cines comerciales alejados del casco antiguo, compartiendo espacio, además, con la cartelera actual. Pero lo importante fue que el cine, en pantalla grande y presencial (el alto número de títulos que pudo visionarse en FILMIN es algo que la dirección del festival debe valorar para el futuro), regresó con cierta normalidad pese a la pandemia aún vigente.
Precisamente la actual pandemia mundial le sirve al cineasta canadiense Denis Côté para reflejar las dificultades de vivir en sociedad. Hygiène sociale, título que hace referencia a esa medida pandémica de restricción que obliga a los ciudadanos a mantener cierta distancia social, es una singular e irónica mirada al vacío existencial contemporáneo. Anacrónica, teatral y muy divertida, la película narra las discusiones que mantiene Antonin (una especie de bohemio callejero que no respeta directriz social alguna) con cinco mujeres importantes en su existencia actual: su hermana, su mujer, su amante, una funcionaria del Ministerio de Hacienda que le reclama impuestos no abonados, y una de sus víctimas de robo. Todas ellas discuten, reprochan e intentan reconducir el comportamiento del protagonista (interpretado por Maxim Gaudette).
El dispositivo formal utilizado por Côté está estrechamente relacionado con las medidas de prevención antes mencionadas que han de utilizarse en los rodajes de cine (la película se filmó durante el periodo más difícil de la pandemia). De esta forma, la obra consta casi en su totalidad de planos estáticos, sin cortes y a una distancia considerable de los actores, quienes también guardan separación entre ellos. Al declamar los personajes sus diálogos lo hacen mirando al frente, apenas cruzándose las miradas, y el roce es prácticamente inexistente. El escenario siempre es campo abierto, alejado de la ciudad y con elementos fundamentales de la naturaleza como árboles, plantas, montañas, animales o un río.
Hay otras decisiones formales cuanto menos sorprendentes como los borrones que sufre la imagen en la mayoría de planos, el vestuario de época que portan algunos personajes o la forma de actuar y platicar que nos remite al cine de Eugène Green. Dichas decisiones, para algunos seguro que arbitrarias e injustificadas, son expresión de la máxima libertad artística, la cual debe ser valorada y reconocida. Así lo entendió también el Jurado Oficial de la Sección Albar, quien premió la obra de Côté como la mejor de esta sección dedicada a cineastas consagrados (para profundizar sobre esta sección, he aquí el artículo del compañero Oscar M. Freire). Hygiène sociale venía, además, de ser premiada en Berlín con el premio a la mejor dirección (ex aequo con Ramon Zürcher y Silvan Zürcher por La chica y la araña) en la sección Encounters. Una cinta de 75 minutos de duración donde se abordan temas universales como el amor, la vida en pareja, el deseo, el arte, o la relación que tiene el ser humano con el dinero.
En la sección Retueyos, donde compiten largometrajes de directores noveles (con su primera, segunda o hasta tercera obra), ganó el máximo galardón la franco-belga Rien à foutre, una de las mejores películas que pudieron visionarse en esta edición del festival gijonés. Se trata del primer largo de Julie Lecoustre y Emmanuel Marre, un retrato generacional que expone un caótico mundo condenado por los atroces mecanismos que engrasan la sociedad capitalista. Una sociedad en la que sus jóvenes sobreviven con precariedad, ansiedad y escasas hojas de ruta, lo que los lleva a bordear constantemente el nihilismo (léase el propio título de la obra). Dicho retrato de la realidad líquida, esa que hacía referencia Zygmunt Bauman (con todas sus categorías sociales igualmente líquidas, como el amor, el trabajo o la familia), se presenta al espectador a través de Cassandra, una joven azafata de una aerolínea low cost. La protagonista no tiene lazos fijos y duraderos con prácticamente nada: su trabajo es inestable y su contrato tiene fecha de caducidad; su lugar de residencia es indefinido, pues su casa familiar está en Bélgica, la base de operaciones de su empresa desde donde parte para trabajar se encuentra en Lanzarote y la mayor parte de su tiempo la pasa volando y en los destinos de los viajes que realiza; lo mismo ocurre con sus amigos, sus relaciones sexuales, su familia o sus pertenencias personales.
El filme posee dos partes bien diferenciadas, articulada por una historia de duelo particular de la protagonista (que interpreta con enorme realismo y amplio registro actoral Adèle Exarchopoulos), lo que provoca que al principio el tono sea más frenético y voluble, y más adelante alcance la estabilidad y cierto sosiego. El individualismo, las aplicaciones de citas, la falta de empatía en un mundo cada vez más deshumanizado, la agónica y desesperada batalla sindical contra las despiadadas multinacionales o incluso la pandemia, son algunas de las cuestiones que escrutan Lecoustre y Marre. Un filme que seguro entusiasmará a los hermanos Dardenne.
De protagonismo igualmente femenino es Palestra, la original cinta ganadora de la sección Tierras en trance (la que acoge únicamente títulos iberoamericanos). Dirigida por los argentinos Juan Pablo Basovih y Sofía Jallinsky, esta ópera prima es un explosivo alegato feminista en el que predominan la incorrección, el humor negro y la sátira. Una notable propuesta realizada con ínfimo presupuesto que gira en torno a la reunión de tres amigas (Verónica Gerez, Cecilia Marani, Constanza Herrera) para depilarse en casa de una de ellas. Tales depilaciones serán retratadas por un fotógrafo para una futura exposición. Antes de la aparición del artista, las tres jóvenes conversarán acerca de sus relaciones amorosas y sexuales, sus familias o los recuerdos de infancia. Con soberbio manejo de la incomodidad a través de los diálogos y la imagen (algunos primeros planos merecen todo un texto aparte), Basovih y Jallinsky denuncian los estereotipos femeninos y la mirada sexual y comercial que se hace del cuerpo de la mujer en el cine. Una película políticamente iconoclasta, que hierve con fuerza en el panorama cinematográfico argentino y que nos remite al cine de Albertina Carri. Su desenlace es memorable, apoteósico.
De esta forma, la relaciones sociales en tiempos pandémicos, la precariedad laboral y existencial de las recientes generaciones y los nuevos feminismos en la era actual fueron los elementos claves de los tres largometrajes que ganaron cada uno en su sección. Cabe recordar que la división de la Sección Oficial en cuatro secciones (Albar, Retueyos, Tierras en trance, Cortometrajes) fue una decisión que se tomó en la pasada edición y que ha continuado en esta, y aunque sigue suscitando reticencias por parte de la crítica y espectadores gijoneses, se trata de una apuesta osada que permite reflexionar sobre la idoneidad de que grandes autores consagrados compitan con cineastas noveles en una misma sección. Espero, y así lo creo, que dicha medida calará paulatinamente e incluso será emulada por otros festivales. Por lo demás, que el cine y nuestra realidad continúen entrelazándose para así entender mejor nuestro alrededor a través del séptimo arte. Y viceversa, comprender el cine a través de lo que nos ocurre como especie humana.