CUTRECON 2021 – BIRDEMIC Y R.O.T.O.R.
La magia de lo inesperado
Lo bonito del ambiente de la Cutrecon, más allá de los comentarios y risas que ya cabe esperar de una proyección de este festival, es lo que uno no ve venir que pueda ocurrir. Hay veces que lo terrible es tan impactante que uno no puede sino aplaudir, bailar, o blandir unas perchas en señal de solidaridad hacia los protagonistas. Todo ello, por supuesto, en las butacas del cine. Este ambiente no es solemne ni mucho menos. Birdemic: Shock and Terror (James Nguyen, 2010) fue la primera película de la tarde, y empezamos con un descarado exploit de Los pájaros de Alfred Hitchcock (1963). Un torpe espectáculo de efectos digitales con moraleja medioambiental en la que los protagonistas deberán sobrevivir al armagedón y atravesar una devastada ciudad de Los Ángeles para huir de unos pájaros asesinos. Sorprende que no sea la incompetencia a la hora de adaptar la clásica historia de venganza naturalista de Hitchcock lo que más llame la atención de Birdemic, sino su absoluta falta de criterio en lo que a presentación se refiere. Ya no solo por lo amateur de su apartado visual o los agónicamente largos montajes de transición, sino por el doloroso tratamiento sonoro. Conversaciones ininteligibles y unos gruñidos estridentes como uñas sobre pizarra son el plato fuerte de la película, hasta el punto de que cuesta oírla en el sentido más literal de la expresión. Nguyen es certero en cuanto al mensaje que quiere articular. Porque sí, la película no es precisamente sutil, y así se crea un desagradable ambiente en el que se puede estar totalmente de acuerdo con lo que se está predicando una y otra vez, pero el bochorno referencial derrumba por completo estas buenas intenciones. Es incómodo ignorar el mensaje, pero peor es tener que soportar una secuencia de karaoke larga como un día sin pan, mientras los protagonistas bailan sin ritmo ni ganas. Momento ideal para que se organizase una improvisada coreografía en la sala con los espectadores más dicharacheros.
Por suerte, R.O.T.O.R (Cullen Blaine, 1987) sube la apuesta y consigue remontar lo que había empezado como una verdaderamente agónica primera sesión. Si el póster promete un Mad Max (George Miller, 1979) androide y la premisa un Robocop (Paul Verhoeven, 1987) tejano, el resultado no se decide ni por una ni por otra. En cambio, se trata de un desafortunado pastiche de conceptos de ciencia ficción, con ambientación y puesta en escena de serial de acción ochenteno. En definitiva, Patrulla motorizada (Rick Rosner, 1977-1983) meets Terminator (James Cameron, 1984). Es llamativo lo mal que funciona este acercamiento de “cyberpunk de baratillo” al cine de persecuciones en carretera, y a la vez lo desvergonzada que es esgrimiendo su propia naturaleza. R.O.T.O.R es mala, lo sabe, y además le encanta. La experiencia es mucho más llevadera si la propia película es la que proporciona a una audiencia hambrienta de ridículo y patraña, las herramientas para disfrutar de la fiesta sin miedo. Como homenaje a las referencias ya citadas es torpe, pero como desmelenada bizarrada, serie B de acción grindhousera funciona al pelo. Quizás es esta propia condición de película superior lo que la hace de algún modo menos memorable que Birdemic. Es tal el impacto de lo incompetente que es todo que, para bien o para mal, deja huella. Ya es una película con un considerable nicho de seguimiento, y es fácil ver por qué. Si bien R.O.T.O.R es infinitamente superior en cualquier apartado más allá de lo técnico (al menos no produce migrañas mortales), habría que meterla en el cajón de la acción ochentena, copia de otras películas muy superiores. Birdemic, en cambio, es única en su desvergonzada existencia, convencida de que tiene algo importante que decir, y que puede asustar genuinamente con semejante factura técnica.
Al final, todo esto importa poco, y lo que de verdad interesa en estas sesiones es el ambiente. Qué película va a montar más jarana, qué secuencia va a generar más aplausos, o qué canción va a hacer que una buena parte del público se levante de sus butacas para bailar y hacer el cafre. Qué bonito es ir al cine, cuando el cine es vodevil.