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WE’RE ALIVE

El cine será nuestro o no será

Cuando Marie, la protagonista de la película Caged (John Cromwell, 1950), entra en prisión a los 19 años, es una inocente chica que estaba en el sitio equivocado en el momento equivocado. Las buenas intenciones de la nueva intendente del centro de mujeres no la pueden salvar, y la violencia que ejercen sobre ella las vigilantes del lugar conducirá a Marie a la locura. No obstante, sus compañeras –el resto de reclusas del centro– la apoyan, la animan y, sobre todo, la cuidan. Caged ya dejaba vislumbrar, dentro de su melodrama y sensacionalismo (que caracteriza las películas del género de mujeres en prisiones), que lo que permitía sobrevivir eran las compañeras. Marie sabe que, como ella, el resto de mujeres que viven en su misma celda saldrá de ahí, pero al poco tiempo se volverán a encontrar. En el documental We’re alive (Michie Gleason, Christine Lesiak y Kathy Levitt, 1974) dice una de las presas que a la cárcel siempre se vuelve.

We're Alive Revista Mutaciones

Y es que la cárcel no está poblada de personas como Marie, un caso aislado de encarcelamiento injusto. Estas películas dibujan las cárceles como espacios góticos y fantasmales, cuya hostilidad y horror nace del individuo, sea víctima o verdugo. Nos recuerdan que el sistema nunca es el culpable: son las personas las que necesitan reformarse. Pero, como bien señalaba Angela Davis en ¿Están las prisiones obsoletas?, las cárceles no son un problema individual, sino una cuestión sistémica, y están regidas por el racismo, el imperialismo y el capitalismo para asegurar su existencia a lo largo del tiempo. De este problema sistémico se hace eco We’re Alive –recientemente restaurado por UCLA tras décadas desaparecido– realizado colectivamente como un proyecto estudiantil en el que las directoras se propusieron realizar una película con las reclusas de un centro penitenciario para mujeres de Los Ángeles. Mientras que las ficciones señalan aquellas manzanas podridas, pero eran incapaces de cuestionar el cesto del que venían, esta película imagina una forma colectiva de hacer llegar las voces, llenas de ira, tristeza y duda, fuera de los barrotes de la cárcel.

Davis definía el sistema penitenciario estadounidense como la transformación de los sistemas de castigos que derivaban de la esclavitud. El castigo ahora no es público, se lleva a cabo en el encierro, pero la violencia que allí se ejerce sigue siendo racial y patriarcal. La mayor parte de la personas encarceladas son personas racializadas, pobres y marginadas de los estratos “respetables” de la sociedad. We’re Alive centra su atención en las mujeres, pero están atravesadas por estas mismas desigualdades. A través de una serie de entrevistas a las reclusas, enmarcadas en primeros planos muy cerrados sobre sus rostros y rodadas en blanco y negro, se señala la hostilidad del espacio que las clausura. Si Caged se esforzaba por crear un ambiente inesperado y tenso a través de la iluminación y encuadres expresionistas, el documental también enfatiza el encierro, reclusión y violencia, pero lo hace dejando fuera de plano la institución.

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El objetivo no debe ser crear un enemigo más allá del que ya son las cárceles. No se deben mitificar como espacios extraños, pues ya son lugares demasiado cotidianos para millones de personas. Lo relevante del documental es reconocer la normalización de una institución violenta. We’re Alive pone el foco en el acto de hablar de las reclusas para que su voz se oiga en un espacio que está creado para que nadie las escuche. Hablan de la adicción a los medicamentos que les recetan en el centro; la violencia que ejercen sobre ellas, sobre su sexualidad; los motivos y desigualdades que las llevan a estar ahí; sus expectativas una vez salgan; o se preguntan cuándo volverán a entrar. Ante todo, hablan de ellas en plural, incluso cuando comparten su historia y experiencia singular. La película se configura como un organismo colectivo de mujeres conectadas mediante un montaje milimétrico, que hila cada palabra y tema del discurso de una con el de sus compañeras, o a través de movimientos de cámara que ponen en contexto la entrevista como una conversación, no con las directoras, sino entre ellas.

La relevancia pasada y presente de un documental como We’re Alive es la de poner en valor el agotamiento por un sistema que se propone marginar la lucha colectiva a través del aislamiento. De hecho, es un perfecto ejemplo de sujeto colectivo y, más allá, del sujeto feminista, antipunitivista y anticapitalista. Por esa razón, abre y cierra con imágenes a color en el exterior del centro penitenciario de una manifestación, de la cámara grabando, de familias… Nos recuerda así que la organización y el discurso son actos colectivos. Caged y otras películas del género estaban demasiado preocupadas por explicar la fallida moral individual de los personajes como para poner el foco realmente en lo importante: el cuidado, conversación y organización que aflora de las reclusas cuando están juntas. We’re Alive, pone en valor el nosotras: nosotras hacemos las películas y nosotras contaremos nuestras historias. Quizás nosotras veremos un día desmantelado el sistema penitenciario.


We’re Alive (EE.UU, 1974)

Realizada por: Michie Gleason, Christine Lesiak y Kathy Levitt (UCLA Women’s Film Workshop) / Producción: Joint Productions

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