TITANIC (1997)
El lenguaje de la memoria y de los fantasmas
Casi treinta años después del primer estreno de la obra cinematográfica, por tercera vez se proyecta en cines la oscarizada película Titanic, (1997) de James Cameron. A pesar de ser el propio Titanic el primer foco de atención del filme, la mirada de amor, el hundimiento y los recuerdos serán llevados por la verdadera protagonista Rose DeWitt Butaker (Kate Winslet).
Así arranca James Cameron con unas imágenes en sepia cargadas de nostalgia bajo «Hymn to the sea» de James Horner, superponiendo el título de Titanic en el siguiente plano y dejando todos esos recuerdos bajo el mar, del mismo modo que, como decía Rose “el corazón es un profundo océano de secretos”. En el final alternativo, en el cual Rose de anciana (Gloria Stuart) era sorprendida por el Sr Lovett (Bill Paxton) arrojando el collar al mar, ella dejaba que él se despidiera del collar y dejara ir todo aquello que no era más que un valor económico y superficial, como hizo ella de joven.
James Cameron explicaba que fue el guion oficial desde un principio y dirigió toda la película en base a ello, pues Titanic para su director, no fue más que una fábula sobre la influencia de clases sobre la humanidad y sobre cómo desprenderse de ello. Es por esto que la película está llena de contrastes inmediatos entre planos de la clase alta y planos sobre la clase baja exactamente en la misma situación, pero con la evidencia de diferentes medios. El director denuncia la incultura de la clase social alta ignorando la existencia de Sigmund Freud o Monet, siendo Rose una adelantada a su entorno y Jack una persona con sensibilidad artística.
El cineasta acostumbra a tratar conceptos muy básicos con grandiosidad y, aunque no son ideas rompedoras, quizá su lenguaje sí le ha favorecido bastante en su punto fuerte: la emoción en el espectador. Cuenta Cameron que tras un visionado de la película antes de la decisión final de montaje, sintió que rompía el hechizo de la historia de 1914 si pasaba de nuevo a centrarse en la actualidad del barco ruso, por lo que tomó la decisión de dejar un final más poético con Rose ya anciana, a solas. Es esta última corazonada del cineasta la que convierte Titanic en una película extraordinariamente conmovedora para un público que sigue asistiendo a su ya tercer estreno en las salas. Se acusa al director como poco original argumentalmente, sin embargo, las tomas de decisiones con respecto al film posicionan una historia de amor que sucede tan sólo en dos días de la trama en la gran historia de amor, siendo además el personaje de Jack Dawson (Leonardo DiCaprio) un puente para la verdadera identidad de Rose y su libertad.
Ella misma declarará “Rose Dawson” como su nombre sujetando en sus manos el corazón de la mar de un vistazo a la estatua de la libertad. La película dirige las emociones dejando su peso en la música de James Horner y en la división de tres partes de la trama. James Cameron dedica aproximadamente una hora de reposo para cada emoción: Zarpar en el Titánic, enamorarse, desastre apocalíptico del hundimiento. La delicadeza de la figura fantasmal como un recuerdo secreto de Rose será la clave: El color sepia sobre las personas que murieron, la transición del plano del primer beso transformándolo en un barco devorado por el mar, los objetos hundidos que cobran vida con el recurso de la música, el hilo argumental que da a conocer lo justo sobre cada personaje extra para empatizar con el dolor de todos ellos y por último una boda de muertos. Los fantasmas sólo pueden sentirse en la memoria, y es así como James Cameron consigue retratar un concepto muy potente más allá de la idea de la que partió.
Hoy podemos volver a despertar y sentir ese recuerdo del fenómeno de 1997, del cual la nostalgia, la memoria y los fantasmas ganan el pulso como espectáculo conmovedor para una generación.
Titanic (EE.UU., 1997)
Dirección y guion: James Cameron / Producción: James Cameron, John Landau / Fotografía: Russell Carpenter / Montaje: Conrad Buff, James Cameron y Richard A. Harris / Diseño de producción: Martin Laing / Música: James Horner / Reparto: Leonardo DiCaprio, Kate Winslet, Billy Zane, Kathy Bates, Frances Fisher, Gloria Stuart, Bill Paxton, Bernard Hill, David Warner, Victor Garber.
Gran cine.
La anciana novela su historia de amor como un cuento de hadas (el guión da muchas pistas) para vivir “la magia del cine”; una experiencia titánica a nivel sonoro, visual y emocional.
Cuando ella evoca con lirismo la escena metafórica del “estoy volando” es por las ansias de romper con varias represiones de género: social (burguesía), filial (madre) y patriarcal (prometido); ser sujeto y no objeto.
La modernidad creyó en la libertad del ser humano, la valoración de la cultura no burguesa, así como en el progreso a través de la ciencia, la técnica y la razón.
El melodrama expone arquetipos (no personajes): Rose: arquetipo protofeminista de lo que será la mujer moderna del nuevo siglo XX; Jack: el hombre corriente (ya no el aristócrata) que protagonizará tal centuria; el barco: símbolo máximo de la modernidad para esa fecha (a nivel tecnológico). Máquina y humanos fundidos en esa escena épica sobre el avance de tal periodo.
La canción que su príncipe-salvador de la represión burguesa le canta en la proa fue muy popular en ese tiempo sobre el avance de la modernidad: «Come Josephine…» aborda el optimismo tecnológico con una avioneta que, al igual que Rose, logra volar.
Otra pista: Rose cuenta que lleva en el Titanic cuadros icónicos del modernismo (ruptura con la tradición pictórica burguesa clásica) que, como se sabe, no se hundieron en el barco. Pero es para reflejar su mentalidad moderna (hija de su tiempo), opuesta al esnobismo de su clase siempre conservadora para comprender la nueva realidad que se avecina.
Y otra: Rose anciana relata que su príncipe salvador la retrata desnuda (símbolo de liberación) y uno de los científicos de la expedición le pregunta si en ese contexto tuvieron sexo y ella dice que no, que el chico era muy profesional. Pero después, para complacer a sus oyentes (y a nosotros, que también estamos muy atentos a su “película”), cuenta que hacen el amor en la bodega del barco (muy improbable llegar ahí). O sea, Rose anciana se preocupa de cumplir la expectativas tanto de los cazatesoros como de nosotros los espectadores (queremos que se consuma el amor).
O más: Rose relata que el barco choca con un iceberg porque los vigías se distrajeron al ver cómo besaba al príncipe-azul-proleta, a su perfecto caballero, «que me salvó en todas las formas en que puede ser salvada una persona» (el melodrama «castiga» a quien desafía las convenciones sociales).
En el fondo, el amor de estos amantes es el más puro. Así como nos gusta el tira y afloja entre Scarleth y Rhett, Rose y Jack son la antítesis al luchar por su romance ante las diferencias sociales, los bloqueos físicos impuestos por el barco entre clases, así como de los intereses de la madre de Rose (arreglo matrimonial por falta de dinero), el prometido de Rose (burgués que busca emparentarse con la aristocracia) y hasta del mayordomo del magnate. Sin embargo es el barco, que primero los une, el que finalmente los separa. Se arruina el amor por factores externos a ellos.
La primera pista: cuando uno de los cazatesoros advierte a su colega: “‘¡Es una actriz! ¡Ahí tienes tu primera pista!”. La anciana, otrora integrante de Hollywood, transforma su romance en un gran espectáculo no solo para entretener (y así estar atentos a su historia), sino para que asimilemos su catártica experiencia. Como buena actriz ensalza su relato y además miente sobre el destino del diamante codiciado por los cazatesoros.
Es la renuncia a la vida burguesa (el amor por el dinero) por el verdadero amor y la autenticidad. Por eso Rose cambia de apellido (estatus) y elige ser actriz, porque le da completa libertad social e intelectual, opuesto al esnobismo de su círculo, que anula la personalidad para no perder posición económica.
Es verla en su encantadora casa de clase media llena de afiches de teatro y objetos de sus exóticos viajes. Una vida que ha sido entretenida, feliz.
James Cameron es un genio: no explicita que todo es novelado, porque su idea es que experimentemos magia con «Titanic», ya que nadie va al cine a ver cómo se pela un pollo. La mayoría busca su escapismo para suspender la rutina banal. La película es similar a la opinión de Rose sobre los cuadros modernistas: «Es como estar dentro de un sueño: hay verdad, pero no lógica».
«Titanic» es la obra maestra del artificio.