THUNDER
La virtud del tacto
Mirar hacia atrás en el tiempo con el fin de revisar la historia debería conllevar un acto de reflexión y aprendizaje para los años venideros, no solo un acto contemplativo de memorización. La historia como maestra de lo que hemos sido y, también, de lo que seguimos siendo. Por mucho que la sociedad actual se llene la boca con el supuesto avance en el que nos encontramos, los acontecimientos que nos rodean diariamente presentan discrepancias. Mas no solo parece que reincidimos en los mismos grandes errores históricos, sino que en los entresijos de nuestras creencias, nuestros ideales y nuestros tabúes sigue habiendo cosas que no han cambiado tanto. Y es aquí donde películas como Thunder (Foudre, Carmen Jaquier, 2022) aparecen como un jarro de agua fría que nos advierte que tras esa mirada al pasado subyace una observación del presente.
Ambientada a inicios del siglo XX en una aldea en los Alpes suizos, la película arranca con la inesperada muerte de la hermana de Elisabeth (Lilith Grasmug). Ante esto, la joven -a punto de jurar sus votos- debe abandonar el convento para volver junto a su familia y ayudarla en la granja que poseen. Sin embargo, su regreso despierta un cierto secretismo y mutismo en torno a la tragedia acaecida. La indagación en la figura de su hermana Innocente -nombre claramente significativo- lleva a convertirla en un pilar argumental y temático. No solo actúa como detonante, sino que de su ausencia omnipresente se desprenden los principales temas de la película mientras Elisabeth se enfrenta al gran dilema: la aparente discordancia entre la fe y el deseo.
La religión se presenta como un muro construido desde valores conservadores y un dogma férreo entre lo que es un comportamiento puro y virtuoso, y uno impuro e inmoral. En este contexto, la figura de la mujer ideal debe ir acorde al de una virgen: casta, obediente y recatada. Todo lo que exceda esos límites sucumbe a la sospechas de brujería o satanismo. Ese cristianismo hermético se eleva como el camino correcto; ese todo ubicuo que perdona, limpia, exime de pecado y rehabilita, y se extiende como una zarza en lo macro (el pueblo y la comunidad) y en lo micro (la familia). Así pues, los esfuerzos de Elisabeth por encontrar y, posteriormente, liberar sin prejuicios ese encuentro con Dios “en su carne y en su corazón” -al igual que Innocente- son vistos como un acto de rebeldía endemoniada. La validación de ese instinto humano que explora la delgada línea entre lo carnal y lo espiritual solo puede acabar siendo entendido por esa mentalidad joven y virginal de las hermanas pequeñas. Ellas son las liberadoras ante un mundo construido sobre ideales, creencias y tabúes a los que aún no han sucumbido.
Ante este ambiente, Thunder bebe de una doble herencia. La principal proviene directamente de esa figura fraternal de Innocente a través del cuaderno que esconde y posteriormente Elisabeth encuentra y lee. Esa íntima libreta abre a la protagonista un nuevo mundo oculto a los ojos de la sociedad y los mandamientos de la religión. Entre voces en off de su hermana, ella va transitando de un rechazo inicial a un entendimiento y comprensión final de esa expresión intrínsecamente humana del deseo. Este le permite indagar en el placer femenino como forma de comprensión individual y complementaria al sentimiento de amor profesado a Dios. En este sentido, la dirección de Jaquier rompe con ese falocentrismo cinematográfico en el que han caído -y siguen cayendo- muchas películas, rompiendo con ese desequilibrio sexual que apuntaba Laura Mulvey (Placer visual y cine narrativo) entre la mujer como sujeto pasivo y observado para el placer del sujeto activo: el hombre. La imagen de la protagonista no es usada para fines voyeuristas, sino que se convierte ella misma en la voyeur. De esta manera, es ella la testigo de la masturbación que sus tres amigos realizan a escondidas, mientras los observa por el agujero entre las piedras. No obstante, no hay un cambio de equilibrios, sino que la figura de Elisabeth abre la puerta también, casi a modo de guía, al placer y el deseo masculino sin tabúes ni prejuicios. El encuentro entre la protagonista y los tres amigos supone un autodescubrimiento y un viaje liberador donde todos, de igual forma, se exponen frente a la cámara. Lo femenino arrastra a lo masculino a un terreno donde ambos coexisten en igualdad y ninguna mirada sobrepasa la otra.
Por otro lado, parece existir una herencia pictórica en la forma de encuadrar, el estilo de fotografía y la expresión cromática. Hay algo en la imagen que, sobre todo cuando se aleja la cámara en amplios planos generales y muestra la grandiosidad del paisaje envolvente, recuerda al paisajismo romántico. La inmensidad del panorama no cae en alardes estéticos frívolos, sino que en esa naturalidad del campo y esa monumentalidad montañosa resalta aún más ese sentimiento foráneo por el que poco a poco Elisabeth se va viendo asfixiada. El paisaje alpino se convierte en un entorno que la ahoga, que la hace pequeña y la hostiga mediante las miradas de los aldeanos. Esa contemplación cae incesantemente sobre ella y, pese a la ausencia de otros personajes, el espectador siente esa observación a la que involuntariamente está sometida.
A la vez que ese exterior actúa como representación de lo opresivo -la religión, la comunidad y la familia-, es en la intimidad de Elisabeth donde se profundiza en esa expresión de deseo por medio del tacto. Este se escurre entre pequeños gestos que cada vez se van haciendo mayores, que fluyen entre los amigos y se dejan llevar por el instinto. La gestualidad se mantiene contenida en encuadres cerrados que mantienen en planos detalles y primeros planos el roce de dos manos, la delineación de los rostros, el intercambio de besos, los apretones de manos o la reclinación de una cabeza sobre el hombro del otro. Esa exploración se lleva a cabo desde el respeto, el intercambio entre iguales y la huida de lo pecaminoso; no hay nada de malo en ello, solo una muestra de afecto y una voluntad inquieta por revelar los secretos de lo corporal y, en su justa conexión, de lo espiritual. Asimismo, la contención en su puesta en escena sirve como recordatorio de aquellos agentes externos cuyas creencias discrepan de la naturaleza de dichos actos.
Thunder se convierte en un espejo que anima a buscar las diferencias y, sobre todo, las similitudes entre el pasado y el presente. En esa invitación para relacionar los tiempos se encuentra una historia de emancipación que rema en contra de los prejuicios y el inmovilismo de ciertos dogmas. Y, dentro de todo ello, el espectador halla un espacio de reflexión sobre sus propios tabúes, su propio cuerpo, sus propios deseos y sus propios placeres dentro de una sociedad que, cada vez más, necesita de afecto y entendimiento entre iguales.
Thunder (Foudre, Carmen Jaquier, Suiza, 2022)
Dirección: Carmen Jaquier / Guion: Carmen Jaquier / Productora: Close Up Films / Edición: Xavier Sirven / Fotografía: Marine Atlan / Música: Nicolas Rabaeus / Reparto: Lilith Grasmug, Mermoz Melchior, Noah Watzlawick, Diana Gervalla, Lou Iff, Benjamin Python, Sabine Timoteo, François Revaclier, Barbara Tobola, Marco Calamandrei