RICOCHET. RETRATO DE UNA VENGANZA
Una odisea ordinaria dotada de realismo mágico
A tres años de su debut en Roma y Morelia -en sus respectivos festivales de cine-, Ricochet. Retrato de una venganza (2020) llega a salas españolas. En esta ópera prima, una coproducción de México y España, Rodrigo Fiallega narra la historia de Martin/Martijn (Martijn Kuiper), un hombre europeo asentado en un pequeño pueblo mexicano. Aquí, vemos un único día en su vida, adentrándonos en su rutina mientras la información de quién es este hombre se va revelando a cuentagotas.
Más allá del mega-spoiler que representa el subtítulo asignado en España, Ricochet. Retrato de una venganza no es la típica película de vendetta. De entrada, la localidad utilizada como escenario –aunque nunca se menciona, se ubica en Teocuitatlán de Corona, Jalisco–, es un personaje más, siempre a distancia, pero que ayuda a recalcar la desolación que la cinta quiere marcar: la dualidad del pertenecer y no pertenecer.
Después de una tragedia familiar, Martijn muestra su dolor, su soledad y su paz, una que se ha obligado a crear, atar y, eventualmente, aceptar con el paso del tiempo, pero evidenciando que aún carga una herida que se siente fresca. Es ahí donde la historia empieza a desdoblarse, para mostrar la rutina a la que el protagonista se ha acostumbrado: vivir en una pequeña comunidad, pero separado de su antigua pareja y madre de su hija; el ir por cervezas al bar con su mejor amigo, ayudar a sus vecinos… Sin embargo, ese mismo día, a raíz de una noticia, algo cambia dentro de él.
La presencia -o fantasma- de esta noticia es sólo la punta de un iceberg que va desarrollando al personaje principal. Martijn es el eje central de la puesta en escena y cuya profundidad de la cinta lo recalca. Gracias a la fotografía de Natalia Cuevas, el filme se desenvuelve con poderosos movimientos de cámara -y la también ausencia de ellos- a este hombre y su existencia. De esta forma, ante nuestros ojos se van presentando destellos de wéstern y, al mismo tiempo, de realismo mágico, y particularmente de Juan Rulfo.
La venganza es humana y es esa humanidad presente en la interpretación de Martijn Kuiper -esencia y corazón del relato- lo que eleva la cinta a otro terreno. El actor inyecta aires de Eastwood y Steve McQueen para entregarnos a un personaje desdichado, que intenta mantenerse de pie hasta que ya no puede más y explota. Todo ello, sin perder el temple y, ante todo, llevando al espectador de la mano en su odisea ‘ordinaria’ en busca de redención interna.
Además de él, aparecen otro par de personajes, interpretados por Andrés Almeida y Iazua Larios, que funcionan como una especie de contención y cuyo aporte parece pesar más que el propio catalizador de la historia. Y es ahí, cuando se empieza a hacer la suma de todas las partes, donde tal vez no cuadre todo lo que vemos. Debido a su ritmo contemplativo, si bien nunca está vacío, Ricochet. Retrato de una venganza, parece tomarse demasiado tiempo para arrojar toda la información.
Bien dicen que la paciencia será recompensada, pero quizás el mayor problema que carga la película es que se siente densa a pesar de su duración. La ambigüedad del conflicto interno del protagonista es grande y se diluye con toda la textura presentada. Y, aunque funciona de manera efectiva para cimentar la tensión del twist que presenta en su final -que resultará previsible para algunos y desconcertante para otros-, puede que el espectador sienta cierta desconexión o incluso confusión en una conclusión que no dejará indiferente a nadie.
Ricochet. Retrato de una venganza (Ricochet, España-México, 2020)
Dirección: Rodrigo Fiallega / Guion: Rodrigo Fiallega / Producción: Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE), Tangram Films / Fotografía: Natalia Cuevas / Montaje: Rodrigo Fiallega / Interpretación: Martijn Kuiper , Iazua Larios, Andrés Almeida, Manuel Poncelis, Claudia Frías