MUÑECO DIABÓLICO
Pilas no incluidas
¿En qué momento los remakes se convirtieron en nuestro pan de cada día? Lo que hace unos años comenzó como una moda anecdótica se ha acabado estableciendo como un nuevo standard en el establishment. No es extraño, dado que el negocio se ha convertido en una bisagra entre las nuevas generaciones y las antiguas, ávidas de descubrir o reencontrar. La mayoría de estas películas abrazan más la sonrisa cómplice que la resurrección espiritual o el interés fílmico. Pero el mercado es el que manda y siempre podemos esperar que entre toda la marabunta se cuele alguna gema imprevista. No es el caso de la nueva Muñeco diabólico (Lars Klevberg), que consigue salvar los muebles, pero ofrece poco que reivindicar.
La nueva versión abraza los tropos de la nueva revisión nostálgica del fantástico; aventuras juveniles de espíritu ochentero, autoconsciencia, humor y la dosis justa de gamberrada. Pero a estas alturas ya huele quién consigue invocar este espíritu y quién se ha subido al carro del oportunismo. El asunto empieza con problemas cuando el diseño de la estrella de la función es, cuanto menos, cuestionable. Es imposible creer que el nuevo Chucky sea un juguete y, aún menos, el último gadget tecnológico de moda. De hecho, los Buddi parecen una versión de los chinos de los Good Guy originales; diseñados para parecerse, pero más feos y genéricos. Resulta irónico que la película abra con una secuencia de un equipo asiático fabricando Buddis en condiciones de explotación. En menos de un minuto, ya tenemos la consecuencia inevitable: un coreano cabreado desactivando los inhibidores de violencia de uno de los muñecos. Y apenas un minuto después, el pobre coreano muere. Este comienzo resume la definición del conjunto: una combinación de impaciencia y mecanización del mal.
Pero quizás el peor defecto esté en el propio Chucky. El origen del mal ya no es humano, sino una IA a la que han eliminado los filtros sociales. El antiguo asesino jocoso y carismático es sustituido por un chip para el que el homicidio es tan solo una lógica de programación. Esto convierte a Chucky apenas en un gadget; una roomba homicida de lógica fría que prácticamente desactiva al personaje. Su presencia se siente desapegada y su rumbo es enormemente previsible, ya que además el guion es incapaz de llevarle en otra dirección que la que ya se ha explorado mil veces en historias de robots con voluntad: Chucky cumplirá con su misión de proteger y ser el mejor amigo de Andy, caiga quien caiga. Es una pena que esta idea, además de transitar los caminos de destrucción convencionales, desactive cualquier peligro para el protagonista. No para su círculo, claro. Pero, temerosa de convertirse en una película de terror, el guion desactiva cualquier empatía hacia ellos convirtiéndolos en artilugios funcionales, piezas que caen sin que importe lo más mínimo. Y no es que una película de terror tenga la obligación de sobrecogernos de espanto, pero en el espectro más ligero y festivo, lo timorato y lo rutinario no son la mejor fórmula para un slasher.
Volviendo a lo tecnológico, este es el principal punto de ruptura con la original, pero su uso resulta poco imaginativo. El mensaje original de esta versión (el miedo a la tecnología y a la pérdida de control) se queda en el concepto más básico. Irónicamente, aunque la película nos recuerda constantemente que este Chucky 2.0 es capaz de controlar la tecnología a su alrededor… al final el arma predilecta del muñeco acaba siendo un cuchillo. Esto crea una disonancia constante en una película que se acaba abrazando al modelo clásico mientras intenta separarse de él. Hay un combate interno entre las formas del psychokiller original y las promesas del artefacto futurista, cuyos principios termina ignorando cuando se apaga el fuego de artificio y llega la hora de la verdad.
La película hereda el humor negro de la saga original y es, de lejos, su mejor aporte. Cuando el guion se mueve en esas coordenadas, Chucky (doblado por Mark Hamill) consigue un tono mordaz y gamberro con su ingenuidad macabra. Como “actor mecánico” Chucky sigue siendo del todo convincente y, por suerte, se ha priorizado el uso del muñeco tradicional frente al uso abusivo del CGI. Por desgracia el conjunto no consigue salir demasiado tiempo de la mediocridad. La nueva Muñeco diabólico está escrita con mentalidad matemática y diseñada con texturas de plástico. Es un divertimento perezoso en el que niños, nostalgia, humor y un terror estéril se dan cita desde los márgenes de seguridad de los estudios de mercado. En este caso, la ausencia de sorpresa y estilo resultan casi un requerimiento. Podría ser peor, desde luego. Pero parece que esperar cierto carácter genuino era exigir demasiado.
Muñeco diabólico (Child’s Play, Francia/Canadá/EEUU, 2019)
Dirección: Lars Klevberg / Guion: Tyler Burton-Smith / Producción: Seth Grahame-Smith y David Katzenberg para Orion Pictures, Bron Creative, Metro-Goldwyn Mayer y Oddfellows Entertainment / Música: Bear McCreary / Fotografía: Brendan Uegama / Montaje: Tom Elkins y Julia Wong / Diseño de producción: Dan Hermansen / Reparto: Aubrey Plaza, Mark Hamill, Gabriel Bateman, Brian Tyree Henry, Tim Matheson, David Lewis, Beatrice Kitsos, Trent Redekop